01.12.1976

García Calvo se incorpora a su cátedra: “Al fallar la tradición universitaria intentan sustituírla por el cambio”, entrevista a AGC con FERNANDO G. ROMÁN. El País, 1 de Diciembre de 1976.

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García Calvo ha venido a España en el más completo anonimato. Ayer, martes, tomó posesión de su cátedra de Filología Latina en Madrid, a la que tenía acceso, según notificación del BOE, en fecha 7 de agosto de 1976.

 

En los primeros meses de 1965 se produjo en el seno de la Universidad española un levantamiento estudiantil, que junto al de Berkeley, sería preámbulo de posteriores revueltas universitarias como la del mayo francés (1968), etcétera.

 

Y como consecuencia de la participación, desde diferentes perspectivas vitales e intelectuales, de los catedráticos Agustín García Calvo, Enrique Tierno Galván, J. L. López Aranguren, Aguilar Navarro y Montero Díaz, dichos componentes de la Universidad, los dos últimos durante dos años, fueron expulsados mediante decreto promulgado por el ministerio de Lora Tamayo.

 

Durante el estado de excepción decretado en 1969 fue confinado en Níjar y Huelva. El mismo año comienza sus clases en Lille y Nanterre y en torno a él se agrupan las famosas tertulias del Barrio Latino. En total fueron quince las veces que fue detenido en el período comprendido entre 1965 y 1969.

 

García Calvo se incorpora a su cátedra

 

“Al fallar la tradición universitaria intentan

sustituírla por el cambio”

 

 

FERNANDO G. ROMÁN

 

—Desde una postura desligada de cualquier compromiso de partido, regresa a una Universidad que terminó como institución, según sus mismas palabras, con los levantamientos por parte de los estudiantes entre el 64 y el 68. ¿Cómo ve hoy esa Universidad?

 

—Cuando falla la vida de la tradición universitaria se la intenta sustituír por una especie de dinamismo que no es otro que el del cambio perpetuo. Cada vez con más frecuencia las autoridades académicas dictan nuevos planes, generalmente estúpidos como se sabe, pero que tienen la virtud de que dichas autoridades y las otras pueden fingir que están haciendo algo. Los estudiantes, por otra parte, quedan cogidos en la trampa, ya que hasta los que protestan tienen que hacerlo por esas tonterías, sin darse cuenta que la única que tendría algún sentido es contra los exámenes.

 

Es conocida la particular concepción que del Estado han tenido siempre los anarquistas. García Calvo, al que siempre se le ha encuadrado en tendencias de signo libertario, negando siempre pertenecer o haber pertenecido a partido anarquista alguno, dice a propósito del Estado y su entendimiento:

 

—La contraposición entre la mentira y la realidad tiene importancia porque es lo que dice algo de verdad acerca de la esencia del Estado. Efectivamente, España es una mentira, una idea impuesta para fines muy determinados por el poder respecto a los pueblos a los que oprime. Pero esta mentira se hace real en cierto sentido. Quién puede negar, así, de un plumazo, el carácter, el carácter real de España o del Estado español. Es imposible negarlo. Yo mismo, a pesar de llevar muchos años fuera, y estando desinteresado en aquello, cuando me descuido reconozco que de alguna manera soy español.

 

—¿Qué significación tiene la palabra «pueblo»?

 

—Lo que se llama pueblo, es decir, la gente, se define en contraposición al Estado. ¿Qué es lo que hace que el pueblo español sea un pueblo? El hecho de que el Estado español tiene unas fronteras definidas. Algo que se aprovecha para su definición de la definición del Estado, no estaría en contraposición con el Estado. El pueblo español ya no es pueblo en ese sentido que antes se aludía y que se establecía por definición puramente negativa. Aquello que está frente al Estado y que lo padece es lo que se llama pueblo. Por tanto no puede haber un pueblo si puede haber un «este pueblo» y un «otro pueblo».

 

La cultura

 

—La negación de la cultura es otra de las constantes en García Calvo:

 

—Me desazona más que nada esa impresión de que esté condenado también yo a hacer historia, es decir, a figurar en esa trampa frívola de la cultura y de la política del día, cosas que odio tan fervientemente como la política, como la cultura. Cosas que hasta tal punto no puedo soportar. Claro que a alguno se le podría ocurrir decir que siempre cabe quedarse en casa, o irse al campo, o retirarse a una granja, a eso que se llama vida privada, y a lo mejor es verdad que cabe eso; yo esta posibilidad no quiero negarla de plano.

 

Existe el temor de que a uno le hagan distraerse con este tipo de frivolidades, le obliguen a jugar papeles que uno no tiene ganas ni está hecho seguramente para jugarlos. En definitiva, cuando uno llega a considerarse, dentro de lo posible, de la manera más pura, como un simple istrumento para hacer no se sabe qué, ni muy bien para qué, pero en todo caso, como un istrumento, entonces uno está acosado por esta cuestión de cómo uno podría ser más útil, cómo uno podría funcionar mejor. Entonces uno se siente encuadrado, empujado a funcionar dentro de determinados cuadros, sometido a determinadas istituciones. Voy, por ejemplo, a tener que dar clases en una Universidad, a tener que estar más o menos metido en la actualidad política del país, aunque nada más sea porque no podré prescindir de mi contacto con los estudiantes, entre los cuales se encuentran las únicas gentes con las que de ordinario puedo hablar y tratar con cierto gozo y con la menor mala conciencia posible. Entonces uno se debate contra esta imposición y piensa que tal vez podría ser más útil de otras maneras.

 

—¿Cuáles podrían ser esas otras formas de utilidad?

 

—No quiero decir precisamente que yo piense que podría ser más útil siguiendo, como estos últimos años en el Barrio Latino, escribiendo libros, por ejemplo, porque también de esto tengo una gran desconfianza; si yo hubiera tenido una fe muy grande o muy íntegra en lo de la publicación de libros, pues evidentemente seguiría en este relativo retiro de que he disfrutado estos siete años en el Barrio Latino, pero claro, como tampoco estoy convencido de la utilidad, de que mi mayor utilidad, esté en la publicación de libros, pues de ahí la duda, la vacilación en que me encuentro ante todo esto. No sabe uno muy bien cómo servir, ésta es la cuestión, o por lo menos, no servir para lo que uno ve que no se debe servir, cómo librarse de ello. Contra los libros hay mucho que decir, contra la inclusión en la industria cultural que también de una manera aparentemente esterna, sólo por la forma en que se hace la reproducción del libro y la distribución, tiene que modificar de alguna manera las formas de decir y con las formas aquello mismo que se dice, porque no se pueden distinguir las maneras de decir de las cosas mismas que se dicen. Hay mucho que decir contra la Universidad, contra la enseñanza, a la cual me dediqué con mucho entusiasmo durante quince años, y cuyas trampas e insoportabilidades creo que esploré bastante bien. Hay mucho que decir contra la política, sobre todo en las formas en que hoy se presenta, en que parece que se ha reducido a eso que se llama «hacer la historia», a esta forma de sumisión al tiempo que se llama «hacer la historia», hay mucho que decir contra esto.

 

La negativa a militar

 

—La importancia de la negación en el pensamiento de García Calvo queda suficientemente reflejada en su obra (Sermón de ser y no ser es de particular relevancia), así como a lo largo de toda la conversación. «Creo que hay una contradicción entre cualquier forma de organización y una especie de aspiración negativa», son palabras del propio poeta y catedrático cuando habla sobre su no pertenencia a partido establecido alguno. Y acerca del papel que desempeña la negativa y en el acto de rebelión al poder establecido, más concretamente, en la situación actual española, se manifiesta en los términos siguientes:

 

—Habitamos en lo imposible, estamos obligados a concebir cosas que por otro lado somos incapaces de concebir, el olvido de este hecho tan elemental falsifica todo. En fin, ya decíamos antes que nunca se sabe si la negación es posible, pero en el supuesto de que lo sea parece que la condición primera es saber de qué se trata. Qué es lo que se va a negar. Lo que no se puede pensar, lo que ya es una contradicción lógica, es pensar que se puede negar que no se sabe lo que es. El objeto del amor de uno, por el contrario, no sólo debe ser, sino que tiene que ser, indefinido. Pero el objeto del odio, de la negativa y la rebelión es necesariamente definido. Justamente el condenarlo a esa definición es tal vez el primer paso de la negación, del odio.

 

Entonces cómo pueden pensar los rebeldes en hacer algo respecto a una cosa, respecto de cuya esencia se equivoca de una manera tan clara. Mientras la gente no sepa contra qué se está rebelando, mientras no haya visto la verdadera cara del nuevo Estado, parece que no caben ni siquiera esperanzas de que pueda existir una forma de rebelión. A mí me parece que lo que se producirá será el advenimiento rápido de un régimen de tipo gubernamental tecnocrático.

 

EL PAÍS, 1 de diciembre de 1976