¡Adiós, Idiomas! Calláos ya
Tendré también al fin que separarme de vosotras, lenguas de Babel, idiomas más o menos oficiales, jergas de sociedades, lenguas de pueblos distintos y confusos, también vosotras, lenguas artificiales de cálculos matemáticos, de escritura de la música... Tanto como he disfrutado a ratos con vosotras, lengüecitas peculiares, toda la vida estudiando vuestros intríngulis fonémicos y sintácticos, jugando a ver lo que se podía traspasar de la una a la otra y lo que no, en cuánto érais diferentes y en cuánto parecidas, desenredando tramas y urdimbres de vivas y de muertas, hasta las que tratábais de ser esperantos u otras lenguas universales, y lenguajes de sordomudos y escrituras de ciegos o de maquinitas, y hasta lo que pudiera haber de idioma en los ensueños y los idiolectos de cada uno de los micos parladores que me venían a los oídos o al menos a los ojos.
Pero de todos vosotros he de alejarme, idiomas, algo harto de vuestras diversidades, no sé si pesaroso de haberme divertido tanto con vosotros. Porque, al fin, lo que sois es eso: idiomas, idiosincráticos, idiotas como manda Dios, a quien Le gusta mucho que las gentes sean diversas y tengan sus propias lenguas, no haya peligro de que una lengua común descubra la falsía de Sus Leyes. Ésa era la condena de Babel: confusión por la distinción.
Saben ya los hombres que tener una lengua propia es la garantía más sólida del ser de cada uno, de su identidad. Y así, traidoras, habéis confundido con el pueblo verdadero (éste que no existe, pero rebulle, populus, incontable como el meneo de hojas de los álamos) los tristes pueblos de la Historia; y así contribuíais a trazar fronteras entre pueblos, a costituir patrias y hasta estados, provocando de paso guerras de unos con otros, que en el fragor se olvidara la simple verdad que late por lo bajo y rompe a veces por boca de esclavos o prisioneros: que el pueblo no tiene patria.
Y así, por el mismo engaño, por vuestra idiomaticidad, idiomas, confundíais lo que es lengua de veras con las jergas y germanías de chulos o de filósofos, científicos, periodistas, chácharas nacionales o personales, literatura, estilo y opiniones, y su libertad de espresión, el truco más mortífero del Poder: pues cuantos más idiotas se espresen, menos peligro de que suene la voz del pueblo.
Érais unas prostitutas, lengüecitas de Babel, agentes de prostitución, al contrario que la lengua: porque vosotros, idiomas, os dejáis comprar y vender, y ahí tenéis el negocio, por ejemplo, de "aprenda usted de una vez inglés", y el negocio de hacerse culto, de adquirir un vocabulario de cultura, que mueve dinero, que es dinero; pero la lengua no es de nadie: es para cualquiera, la sola máquina gratuíta; y eso era el gran peligro para el Señor de Patrias y Culturas. Y, mientras sois, idiomas, cosas que uno maneja (o su Academia o sus capitostes nacionalistas), cosas de conciencia y de voluntad, en la lengua de verdad no manda nadie: mana de la sabiduría soterraña de lo olvidado. En ésa no habla uno: SE habla sencillamente.
Y así sois vosotros, idiomas, el sostén de la Realidad: pues la Realidad es el vocabulario de cada uno de vosotros, idiomas de cada tribu: lo de más abajo, la maquinaria gramatical, no la conocen ni personas ni conquistadores ni filósofos. En cambio, el vocabulario lo manejan, y ¡cómo! -bien lo sabéis vosotros, sinvergüenzas: con eso se fabrica la Realidad de cada tribu, de cada sistema político o científico, falsa de distintas maneras, falsa siempre.
Surgió el verbo entre nosotros (surge cada vez que cae un niño de entre las piernas de su madre en el barullo de vuestros tejemanejes idiomáticos), y todavía acudió el día de Pentecostés, día del revesamiento de Babel, a las pobres cabezas de los discípulos el don de lenguas, de ya no más idiomas. Y así me enredásteis también a mí, y así me he pasado la vida jugando a descubrir en vosotros, y vivos y muertos, la herida siempreviva de lo común.
Pero ya me callo. Ahí os dejo, con mi firma, la persona que criásteis, idiomas falsos, a la que le dísteis su nación, su estatuto y su cultura condicionando la voz que le brotaba de lo oculto, modulándola a vuestros silabeos y prosodias y sintaxis particulares. Pues ahí os la dejo, que ya ha cumplido su servicio. Calláos ya, y dejad que hable el que sabe. Yo en verdad no soy de ninguna lengua: yo soy común, y, en medio de las guerras de los hijos de Babel, yo nunca muero.