01.10.2007

Contra la Realidad

Revista Madriz Nº 1 Otoño ‘07-Invierno ‘08   

 

Contra la Realidad

Entrevista de Javier Mendoza

 

 

Foto de A. García Alix

 

Responsable de la última gran tertulia filosófica madrileña, Agustín García Calvo debate en ella su propio inconformismo.

Agustín García Calvo es Premio Nacional de Ensayo, Premio Nacional de Literatura Dramática y Premio Nacional de Traducción. Sus interpretaciones de Shakespeare, Platón, Homero, Sócrates, Paul Valéry o del Marqués de Sade se publicaban mientras él, incansable, no cesaba de escribir su obra poética -compuesta por doce títulos-, sus ensayos -alrededor de veintidós-, y sus piezas teatrales -seis en total-. Es, también, autor de cientos de artículos publicados en diversos periódicos y creador de la letra que acompaña al himno de 1a Comunidad de Madrid. Pero, escritos al margen, quizá la mejor manera de acercarse a la figura poliédrica e insumisa de Agustín García Calvo (Zamora, 1926) es dejarse caer por la tertulia que cada miércoles, desde hace diez años, celebra en el Ateneo de Madrid. Quien decida hacerlo se encontrará con uno de los pocos fenóme­nos -por no decir el único- radicalmente independiente e intergeneracional de la ciudad.

Oficiada por el carismático librepensador -filólogo, filósofo, poeta y dramaturgo, aunque él no se reconozca en ninguno de estos títulos-, la tertulia está compuesta por un núcleo heterogéneo de unas o menos cien personas dispuestas a estrujarse las neuronas debatiendo las contradicciones lógicas o morales de proposiciones relativas, por ejemplo, a "la libertad de los muertos". Este peculiar espacio para la reflexión podría pasar como una pompa de jabón más o menos afortunada en mitad del barbecho cultural que padecemos los madrileños, de no ser porque representa el más genuino y espontáneo frente en la guerra contra la Realidad que sostiene García Calvo desde hace años. Se niega a admitir, el emérito maestro zamorano, que Realidad es "todo lo que hay". Desde ahí ha construi­do un discurso que apela a los márgenes del lenguaje, a las vagueda­des dispersas y a los eternos puntos suspensivos que se usan como tablas de salvación a las que aferrarse entre el marasmo de personas e instituciones que parecen "tenerlo todo tan claro".

 

¿De dónde le viene esa actitud de insumisión permanente que tanto le define?

La raíz de la insumisión está en cualquiera desde el momento de su sumisión, desde que a los dos años, más o menos, se le notifica que está condenado a muerte y se le impone un nombre propio y una identidad. Como esta operación desde el ‘ahora’ y a través de los padres nunca se cumple perfectamente, quedan siempre rebullendo sentimientos de desgracia, de opresión, de resistencia a la estupidez de las órdenes, promesas que caen encima. En general y mayoritariamente, esos sentimientos quedan reprimidos con un éxito solamente relativo y es a partir de ahí cuando, por ventura, viene uno a dar con "unas pocas palabras verdaderas", un aliento de razón común que desvirtúa las ideas dominantes y alienta el no al Poder. Sucede o puede suceder que la insumisión, de corazón y de razón, siga por ahí floreciendo.

 

¿Por qué está en contra de la Democracia?

En el plano político, la aparición más notoria de la mentira consti­tutiva de la Realidad son las formas que el Poder toma y cambia para asegurar mejor la dominación de la gente y hacer callar lo que quede de vida y razón común. La más avanzada de esas formas ahora -y directamente la única real, ya que todas las otras están en ésta- es el régimen democrático que hoy padecemos. El Poder confía en que las personas le son siempre fieles porque siempre tienen miedo, y el hacer pasar a la mayoría -la suma de las opiniones o gustos de las personas- como un "todos" es falso desde su raíz, ya que en la Realidad no caben ideales como "todo" o "nada", sino sólo cosas de más o menos. Es por esa colaboración entre el Estado o Capital con las Personas, por lo que este Régimen que padecemos se nos hace tan poderoso en su mentira. La misma que tiene que estar cada día reafirmada y sostenida por los medios de formación de masas, con sus noticias y predicaciones de fe en la Realidad.

 

¿Qué sensación tuvo al volver del exilio durante la Transición Española?

Una sensación de desprecio por la credulidad, todavía, de los supuestos entendidos en cuestiones políticas. Me encontraba entonces en París adonde había ido a parar y donde llevaba cerca de ocho años, después de haber tenido en 1969 que escapar sin papeles, eligiendo mejor destierro que cárcel. La pérdida de la Cátedra y las muchas detenciones en los calabozos de la Puerta del Sol me habían llevado desde 1965 hacia algo que es lo más increíble y gozoso que me ha pasado: el levantamiento de los estudiantes de aquella época contra esa forma de Poder que entonces se estaba estableciendo descaradamente por doquiera, de California a Tokio a Madrid, lue­go Alemania, París, o sea: un levantamiento contra el Régimen del Dinero, contra el movimiento del Capital como necesidad primaria indiscutible del Régimen que hoy padecemos. Comprenderás que, habiendo perseguido ese cambio verdadero, no podía tener impor­tancia alguna para mí la respuesta que entre los menos conformes suscitaban cositas como el paso de los últimos y penosos restos de la Dictadura a la adopción de la Burocracia. Recuerdo que, al llegar la noticia a la horda ingente de París -frente a algunos despistados que descorchaban champán-, tuve que gritar "muera España" para así recordar qué era de lo que de veras se trataba. Sobre aquel levanta­miento de estudiantes del 65 y los años siguientes, los que creen en la historia se complacen en declararlo fracasado -como si aquello hu­biera sido una empresa o un proyecto- y reducirlo a eso, a historia. Yo sigo viviendo de aquello en gran medida y tratando de que estos días siga manteniéndose con alguna gente la alegría de la negación del Orden y el no al Poder.

 

¿Cómo es ese nuevo lenguaje en el que está trabajando?

He ido, a lo largo de los años, tratando de darle vueltas a los claros misterios de la gramática, la maquinaria de la lengua, aunque haya de ser a través de la de un idioma en particular. Así lo he ido haciendo en los tres tomos de Del lenguaje y en otros sitios. Estos días estaba intentando fabricar unos elementos gramaticales con consulta y puesta a prueba entre algunos de los que más me acompañan en esto. Están dirigidos para docentes que trabajen con chicos de alrededor de los 17 años y que acometan la descabellada empresa de meterse en la práctica de la enseñanza media, sustituyendo las grandes y tradicionales mentiras que a los niños se les cuenta acerca del lenguaje. Tenga la suerte que tenga, creo que vale la pena el intento, ya que siento claramente que las confusiones reinantes acerca de la lengua se deben a la sobrada estupidez de pensar que pueden mandar, a través de sus academias o literatos, en la propia lengua, que es la sola máquina gratuita que se le da a la gente. Mientras esas confusiones no se derrumben, cualquier discurso político, científico, periodístico, estará marcado de raíz por esas confusiones más dedi­cadas a servir al Capital y al Estado que a descubrir sus falsedades.

 

Existe un debate semántico en la actualidad sobre si la situación de conflicto internacional que vivimos es o no una guerra. ¿En qué medida cree que puede influir que le llamemos guerra o no?

Más triste y más desgarrador que las noticias de la violencia y horro­res que los Medios, fabricantes de la Realidad, transmiten cada día, mucho más es la falsedad y la estúpida aceptación como moneda corriente de la manera en cómo se trata. Por ejemplo, usar el nombre arcaico de "guerra", perteneciente a otras realidades de la historia -a lo largo de las cuales ha venido ciertamente sosteniendo la matanza de reclutas y la creencia de que donde no había guerra lo que había era paz-, usar ese nombre para los trapicheos económicos del Capi­tal en los Estados que están a su servicio, a las necesidades de mover capital -no sólo por vía armamentística sino por la fabricación de noticias, que es la principal industria de nuestro Régimen-. Ese nombre -"guerra"-y el de otros nombres como "soldados", "milicias" o "fieles de Alá" -que vienen a ser lo mismo-, son como heridas diarias para lo que nos queda de sentido común o corazón.

 

¿En qué consiste la guerra contra la Realidad?

La guerra empieza de una manera política como rebelión de lo que nos queda de vivo, de sentido común y de pueblo contra el Poder, en sus formas de Estado y Capital. Es decir, contra la administración de la muerte, del futuro, que es lo que hacen estas instituciones. Ahora bien, no creyendo en que la Realidad -las cosas, entre las cuales es­tamos nosotros mismos-, sea algo dado de por sí eterno, fatalmente descubrimos cómo la Realidad está instituida y sostenida por el Po­der, que a su vez está sostenido por la fe en la Realidad. Es así como las cuestiones físicas, científicas y filosóficas se entrelazan y confun­den con las políticas, y cómo la guerra contra el Poder no puede hacerse con armas más eficaces que la rotura y el desmentimiento de la fe en la Realidad. Se trata de llevar esa guerra con el arma que nos es dada, que es el hablar, no personalmente, no exponiendo ideas, sino dejándonos llevar por la lengua común, la razón común.

 

Tertulia de García Calvo: cada miércoles a las 20:30 en el Ateneo.