10.01.2017
'En los dominios de Lucina', entrevista de Miguel Barrero para la revista Zenda a Lucina, en la casa de la Rúa. 10 de Enero de 2017
Disponible en: [http://www.zendalibros.com/los-dominios-lucina]
Lucina era, en la mitología romana, la diosa encargada de presidir el alumbramiento de los niños, así como de ofrecer asistencia a las mujeres durante los partos. El propio nombre desvela con tanta nitidez sus pormenores etimológicos que casi resulta ocioso advertir que a la deidad se la llamó así por ser «la que trae los niños a la luz». Normalmente se la representaba con un niño recién nacido en el regazo y una flor en la mano derecha, aunque en múltiples ocasiones la iconografía también la muestra portando una copa y una lanza. Se le rendía culto con guirnaldas y coronas florales, y existe un asteroide, el 146, que lleva su nombre.
No es el único recuerdo explícito de la vieja diosa. En la zamorana Rúa de los Notarios, un caserón de porte nobiliario exhibe su nombre en una pequeña placa junto al portalón de entrada, bajo el dibujo de una mariquita. Es un lugar que pasa inadvertido y en el que, de hecho, no suelen reparar los forasteros. Nada en el exterior indica que esa casa la adquirió Agustín García Calvo a finales de la década de 1980, que en ella reside su familia y que allí se encuentra la Editorial Lucina, que con heroicidad y coherencia camina hacia sus cuatro décadas de vida sin dejar de mantenerse fiel al propósito que la inspiró: servir de cauce a la ingente obra que dejó tras de sí su promotor y mantener la vigencia de un legado que, de tan apabullante, resulta casi inabarcable.
"En el voluminoso catálogo de Lucina, que incluye más de cien títulos, figuran apartados de lingüística y gramática, textos políticos o teológicos, obras de teatro y poemarios."
«Éste era su despacho». Víctor García Ballesteros abre las puertas de una estancia amplia y luminosa y me invita a tomar asiento para charlar tranquilamente bajo la mirada del propio García Calvo, que nos observa desde la pared tal y como le inmortalizó el fotógrafo Pablo Sorozábal. «Éste es una editorial pequeña que se gestiona como se gestionan todos los negocios de tipo familiar», explica. Su historia comenzó cuando Agustín García Calvo regresó de París —adonde se había exiliado después de que, en 1965, el franquismo lo expulsara de su cátedra en la Universidad Complutense de Madrid como consecuencia del apoyo que prestó a las protestas estudiantiles— y se encontró con serias dificultades para publicar sus libros. Decidió montar su propia editorial aprovechando la experiencia de su hijo Juaco García Ballesteros, que entonces trabajaba en Siglo XXI, y así fue como Lucina dio sus primeros pasos. Corría el mes de octubre de 1979. El 23 de noviembre, El País contaba que «el escritor, filósofo y profesor universitario Agustín García Calvo ha puesto en marcha una nueva editorial, cuyos trabajos iniciales consisten en la edición de las últimas creaciones de este autor o en la reedición revisada de otros libros del mismo autor, aparecidos y agotados durante los últimos años». Sus primeros lanzamientos fueron el ensayo Del lenguaje y el poemario Libro de conjuros. En sus principios la editorial se asentó en Madrid, pero sólo una década más tarde trasladaba su sede a Zamora, ciudad natal de García Calvo y donde éste acababa de adquirir un vetusto caserón en el que, una vez restaurado, instalaría sus propios aposentos cada vez que regresaba a la tierra de su infancia. Fueron tomando a partir de entonces las riendas de la empresa sus otros hijos, Víctor y Sabela García Ballesteros, que son quienes se sigan encargando hoy de que Lucina mantenga el pulso firme. Les ayuda la hija de esta última, Silvia González García, que se ocupa principalmente de la digitalización del inmenso patrimonio intelectual que tienen entre manos.
Porque, a la hora de hablar de Agustín García Calvo, surge una pregunta inevitable: ¿cómo definir a un hombre de intereses tan prolíficos como dispersos? Sus hijos lo ven complicado: tal y como apuntan, «su trayectoria es difícil de delimitar porque tocó muchos palos». En el voluminoso catálogo de Lucina, que incluye más de cien títulos y está disponible en su completa página web, figuran apartados de lingüística y gramática, textos políticos o teológicos, obras de teatro y poemarios… Un vasto elenco de trabajos que da la exacta medida de la inteligencia, la lucidez y la curiosidad insaciable de un autor que, pese a verse «ninguneado sistemáticamente» por las instituciones oficiales, supo atraer a un buen número de discípulos y captar la atención de no pocos seguidores que aún hoy recuerdan con cariño y admiración sus conferencias y sus estudios. También ha publicado Lucina libros pergeñados por otras firmas. Obras de autores que se encontraban en la órbita intelectual de García Calvo y que, en algunos casos, colaboran con la editorial. Se trata de, entre otros, Luis Andrés-Bredlow, Rufa Sánchez-Uría, Miguel Ángel Velasco o Isabel Escudero. Y también quieren los hermanos García Ballesteros destacar el trabajo que junto a ellos desarrollan, en la distancia, Luis Caramés y Javier Sanmartín, este último responsable de la web Baúl de Trompetillas, que ha ido reuniendo en la web materiales muy valiosos relacionados con Agustín García Calvo y sus alrededores. Juaco García Ballesteros, el hijo que estuvo presente en los inicios de la editorial, continúa encargándose de la revisión de las pruebas antes de meter los títulos definitivamente en imprenta.
"De paseo por los recovecos de la casa, vamos viendo la inmensa biblioteca y los numerosos burritos que andan dispersos aquí y allá, como recuerdo y testigo del afecto que García Calvo tributó en vida a esos animales."
Constreñir la labor de Lucina a la edición de libros sería tan injusto como falso. Su vocación va más allá y tiene que ver con el propósito que guió a su fundador: difundir el conocimiento por todos los medios, evitando las cortapisas que pudieran salir al paso. Sabela García Ballesteros recuerda cómo su padre veía en los libros una suerte de mal necesario por cuanto permitían fijar la palabra y facilitar su propagación. Entendía que era ésta, la palabra, la que realmente tenía validez en su manifestación primigenia y oral, y que su fijación en letra impresa constituía una manera de desvirtuarla. De ahí que los libros sean sólo una parte de la empresa que se ocupa de mantener vivo todo lo que dejó a sus espaldas. En Lucina los libros tienen precios que oscilan entre lo asequible y lo simbólico, pero al mismo tiempo su página web es un rico desván de maravillas desde el que se puede acceder, de manera totalmente gratuita, a tertulias del Ateneo de Madrid, cancioneros, críticas literarias o noticias diversas. Charlando con sus familiares en la casa zamorana, y navegando después por las procelosas aguas virtuales de la red, uno tiene la sensación de que Agustín García Calvo no se ha muerto, porque quienes le suceden han conseguido convertir su viejo propósito de mantener siempre disponibles sus trabajos en un ejercicio de renovación y puesta al día que acentúa la vigencia de una obra ya de por sí imperecedera.
El empeño es encomiable, sobre todo porque nunca han soplado buenos vientos para esta clase de iniciativas y las facilidades no son muchas. «La cuestión es sencilla», explica Víctor: «¿Hay dinero? Pues publicamos o reeditamos viejos títulos; ¿no lo hay? Pues no lo hacemos». Se explica, con otras palabras, en la presentación de la web: «No es Lucina una editorial al uso, no es un negocio más, ni siquiera es un negocio y nunca lo ha sido». De paseo por los recovecos de la casa, vamos viendo la inmensa biblioteca y los numerosos burritos que andan dispersos aquí y allá, como recuerdo y testigo del afecto que García Calvo tributó en vida a esos animales. «¿Vale la pena?», les pregunto a sus hijos y a su nieta en la que fue su habiación, antes de dar por terminada mi visita y regresar a la fría mañana de Zamora. «Vale la pena en la medida en que uno esté convencido de que lo que este hombre hizo valió la pena», contestan. Aunque no lo diga expresamente, resulta evidente que la respuesta es sí.
*** El retrato que aparece en la foto de portada es de Pablo Sorozábal