25.08.2014

Tertulia Política número 101 (28 de Noviembre de 2007)

Agustín García Calvo

Ateneo de Madrid


 

  • EL ENEMIGO NÚMERO UNO
  • INTERACCIONES FÍSICAS O INTERCOMUNICACIONES LÓGICAS
  • NIVELES ENTRE LAS COSAS

 

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TRANSCRIPCIÓN:

 

 

Vamos a seguir entonces en esta guerra contra la Realidad que nos traemos, vamos a seguir a la caza de ése que dice ‘mío’ (de entre las otras cosas) de mi alma, de mi cuerpo. Ya recordáis, es a la caza del enemigo número uno: el sí mismo, el singular, el irrepetible, el único del cada uno. Por él es con quien llevamos ya algún tiempo atacando por ahí. Me parece que las cosas no están todavía lo bastante claras, tal vez por ser demasiado simples. De manera que vamos a ello.


Se trata de un tipo de ente o de ser que por un lado no es propiamente una cosa en el sentido que aquí estamos tratando de usar este término ‘cosa’ –como el más general y menos engañoso que la lengua vulgar puede ofrecernos– no es propiamente una cosa, cosa son el cuerpo y el alma igualmente. Eso son cosas entre las cosas, son cosas como otras cualesquiera y son cosas que por tanto, como las cosas cualesquiera, son ajenas a la muerte; guardémonos de decir ‘son inmortales’, simplemente no son mortales en el sentido de que no tienen un Futuro. Es evidente que mi cuerpo o mi alma y el cuerpo y el alma de cualquiera son, a este respecto, igual que los animalitos o que las estrellas: ajenos a un Futuro, no tienen Futuro, no tienen muerte, puesto que no hay otra muerte que la futura, nunca está aquí; y las cosas cambian, se estrujan unas con otras, mudan de color, de sitio por supuesto, andan de acá para allá, dejan de ser a cada paso las que son, o mejor dicho: las que pretenden ser, porque es imposible que de verdad las cosas sean las que son y que uno sea el que es, pero esa pretensión es necesaria.


De manera que les pasa a cualesquiera cosas de ésas: se deshacen, el deshacerse es el hacerse (como entendéis bien pensando en cualquier tipo de cosas de las materiales o de las no materiales, da igual), el deshacerse, el pasar a ser otras, el cambiar, es justamente el hacerse; ése es su hacerse, su devenir (como dicen los filósofos); el deshacerse es su hacerse; el hacerse es su deshacerse. De manera que en ese sentido son ajenas a la muerte: no hay Futuro: no hay muerte. Por un lado.


Y, por el otro lado, este ente al que tratamos de cazar no soy tampoco yo de verdad, porque yo de verdad –como recordáis bien– no soy nadie. No soy nadie, dependo enteramente del acto de hablar, del acto de estarlo diciendo y, de esa manera, yo es cualquiera, nadie es cualquiera, nadie es yo, yo no es nadie (el de verdad: yo de verdad no es nadie), yo de verdad no es nadie. El alma, el cuerpo, el yo –como han preferido decir en lugar de decir el alma– todo eso ha quedado para atrás, eso son cosas, y este ente al que tratamos de cazar no es cosa, no conoce la muerte por tanto.


Pero no soy tampoco yo, no soy tampoco yo de verdad. Es un yo que pretende ser el singular de cada uno, irrepetible, es al que pretende referirse el nombre propio, ese artilugio que no pertenece propiamente al vocabulario de la lengua, sino que es otro tipo de artilugio: el de los nombres propios, de lugar o de persona: yo, que pretende ser al mismo tiempo Agustín García o cualquier cosa.


De manera que esto es lo que quería recordaros: ese ente que tratamos de cazar no es ni lo uno ni lo otro: ni es cosa, ni es yo de verdad. Pretende... pretende esta cosa imposible, pero desde luego es a él al que se refiere el posesivo cuando se dice “Mi cuerpo”, “Mi alma”. Esto es tan elemental gramaticalmente que supongo que no hay manera, no debería haber manera de no entenderlo. Ese ‘mi’ se refiere a ese ente que no es ni lo uno ni lo otro, que tratamos de cazar: “Mi cuerpo”, “Mi alma”; lo mismo por supuesto que si dice “Mi casa”, “Mi padre”, “Mi cuenta personal en el Banco”, o cualquier otra cosa a la que diga ‘mi’ sin la menor distinción: “Mi cuerpo”, “Mi alma” también.


Notad por tanto para que la cuestión de la inmortalidad, tal como os la han venido presentando engañosamente una y otra vez, no nos perturbe, recordad que hay ya una trampa en la forma del silogismo aristotélico que todos recordáis “Todos los hombres son mortales. Sócrates es hombre, luego Sócrates es mortal”. El silogismo, que pretende ser un artefacto meramente lógico, es en verdad una acción que está condenando a muerte a Sócrates.


Sócrates es un nombre propio; Sócrates tiene, como todos los nombres propios, la pretensión de apuntar a ese ente que ni es cosa ni es de verdad yo. “Los hombres son mortales” es ya de por sí mentira, porque los hombres, los cuerpos, las almas, son cosas y eso no muere, porque está muriendo costantemente, cambiándose por otro, estirándose, espachurrándose, mezclándose con, y por tanto ahí no hay manera de que quepa muerte de ningún tipo. Las cosas no mueren nunca; los hombres, siendo cosas, no mueren nunca.


El engaño se reduplica cuando el silogismo dice “Todos los hombres”, porque los que me estáis acompañando ya hace tiempo sabéis que ‘todo’ y ‘nada’ no entra en la Realidad; que las cosas no son todas; que nada en la Realidad entre las cosas puede ser ni todo, ni todos, ni nada, ni ninguno. Eso son ideales; son entes ideales que no se pueden aplicar sin trampa a las cosas –las cosas no son todas–, ni por tanto a ese tipo de cosas que somos los hombres y decir “Todos los hombres”: doble... doble trampa.


Luego, la segunda premisa salta al nombre propio, salta a Sócrates, y se le quiere hacer pasar como si fuera sencillamente un caso de hombre que quedara comprendido en el pretencioso “Todos los hombres” de la primera premisa. Esto ya es otra trampa, porque hemos estado viendo que ese animal al que perseguimos no es una cosa como mi cuerpo o mi alma; pretende ser singular, incomparable con ninguno, irrepetible, único, único para cada uno.


De manera que es así como, por esta trampa sucesiva de las dos premisas, “Sócrates es mortal” es una condena al Futuro. Es decir, la intención de esta lógica aristotélica que ha sido por cierto la Lógica dominante a través de los siglos, es condenar a muerte a Sócrates; es una acción y no una mera operación lógica: le condena al Futuro.


Pues bien, una vez que hemos escarbado un poco en estos engaños, volvámonos a preguntarnos por este ente singular, al que más o menos en serio, más o menos en broma, el nombre propio: Sócrates, Don Jesús, Don Agustín, Doña Petronila, tratan de referirse, pretenden referirse, como ente singular, único, irrepetible. De éste tendríamos que decir que justamente por no existir (porque no es cosa, lo que existe se llaman cosas), justamente por no existir ni por tanto ser de verdad yo, ése es inmortal de alguna manera, ése al que el ‘mi’ de ‘mi cuerpo’, ‘mi alma’, se refiere es inmortal. Alma, cuerpo, son cosas, son simplemente sin Futuro, no son mortales, pero ése al que ‘mi’ se refiere y al que pretende también referirse su nombre propio, ése es el sitio de la inmortalidad en virtud de su no existencia y de su no verdad.


Ése es el sitio de la inmortalidad, con tal de que veamos claro que ‘inmortalidad’ quiere decir lo mismo que muerte-siempre-futura. Inmortalidad es muerte porque inmortalidad, lo mismo que muerte, quiere decir ‘lo que nunca está aquí’, quiere decir Futuro. Y da exactamente igual que se trate de la hora de nuestra muerte un trance futuro, que se trate de la gloria eterna o de la fama perpetua de mi nombre, o que se trate de cualquier otra forma de inmortalidad, todo ello no son más que formas o disfraces de ese Futuro que es la muerte. De manera que le podemos dejar la inmortalidad, si os parece –pero enseguida me vais a decir qué os parece–, le podemos dejar la inmortalidad a ese ente singular: para él la inmortalidad, para él la muerte.


Aquí habíamos, en vista de cosas como éstas, pensado que nuestra única vía para poder hacer algo que no esté ya hecho, es decir, para que esta tertulia política no sea una disquisición filosófica o de ideas, sino que esté haciendo algo contra el Poder establecido, no nos quedaba más que renunciar de la manera que sea a este ente inmortal, es decir, quedarnos con el resto, que es mucho, porque por un lado son las cosas, la riqueza costantemente en aumento y en multiplicación de las cosas, y por otro lado, soy yo que no es nadie, porque dependo del acto de decirlo, y que por tanto soy enteramente ajeno a la cuestión de inmortalidad, de muerte, y cualquier otra cosa que se pueda referir a la Realidad.


¿Cómo uno logra desprenderse de su nombre propio, descubrir que su nombre propio no apunta más que a una inmortalidad que es muerte? Eso es otra cuestión, que os seguiré haciendo, pero por lo menos conviene que esto esté claro.


He tenido ocasión de comprobar que hasta trayendo, como el otro día hice, los versos de La Canción de noche de Emilio Prados, donde se dice tan claro, sin embargo, pues no está tan claro, y voy a pasar enseguida a comprobarlo; a comprobar que no está tan claro todo esto que os estoy diciendo, a lo mejor por demasiado claro, después de recordaros los versos. Ya recordáis que los versos finales de la copla era “Ni sé...”, “ni sé si escondido en mi alma estoy...”. No: no era así. ¿Cómo era? ¿Cómo era?


-  “Escondido en el alma”... “Escondido en mi alma”...


AGC-  A ver.


 
-  No sé qué me acompaña
    ni hasta dónde he de seguir,
    ni si escondido en mi alma estoy
    para no sentir
  la muerte que me amenaza.


AGC-  Gracias.


  Ni si escondido en mi alma estoy
  para no sentir
  la muerte que me amenaza.


Después de lo que he dicho del ‘mi’ que acompaña a mi alma, esto debería estar más que claro, y entenderse bien cómo es que ese ente, a cuya caza andamos, al que el ‘mi’ señala, puede estar “escondido en su alma” –“escondido en su alma”–, es decir, como disfrazándose de cosa (escondido en su cuerpo, escondido en su alma, da exactamente igual; cuerpo y alma tienen esta condición de cosas ¿no?, como hemos visto), entenderse bien cómo no es evidentemente el alma, no es el cuerpo, ni soy yo el que está cantando, porque ése no hace más que estar cantando y en eso se agota, sino es el que apunta a mí, el dueño, el propietario del alma, del cuerpo, del Dinero, de la hacienda, de la familia, de los amores, de las demás relaciones ¿no?


Bueno, pues esto es lo que para intentar aclarar más todavía esto, que es lo que quería recordaros, y ahora respecto a todo ello y lo que he vuelto a soltaros, os dejo ya correr la voz. Vamos a ver si no se entiende, o por lo menos si uno u otro no lo entiende, y por tanto que eso nos sirva para seguir adelante con esta empresa, que parece un poco desesperante, de cazar a ése que ni es cosa ni soy yo. Adelante pués. Palabras, palabras; palabras de la lengua común en boca de cualquiera.


-  ¿Podemos decir entonces que eso forma parte de los ideales, como triángulo ideal, o todo, o nada, o...?


AGC-  Puedes. Puedes decir que forma parte, o incluso que es el centro del reino de los ideales. Esos seres inexistentes (no existen como las cosas) pero que están costantemente interviniendo en las cosas para falsamente hacer que se crean que son lo que son, y que cada uno por tanto se crea que es el que es. Puedes decirlo, está bien. ¿Qué más?


-  A mí es que hay algo que... que se me revuelve... hay algo que se me lleva revolviendo; cuando salen estos temas se me revuelve más. Y, bueno, pues sabes que hace unos meses intenté dar voz a uno de tus cuentos...


AGC-  Sí.


-  Y curiosamente me encontré con más problemas, o sea, me encontré con más dificultades precisamente por estas cosas –¿no?– del nombre propio. Ahora he estado en Ibiza, he conocido a una gente que se dedica a cuentacuentos; hay una movida increíble en Europa entera de gente que cuenta cuentos; y yo les preguntaba “Vosotros, ¿pedís derechos de autor o...?” Y me decían “No, los cuentos son para contarlos, nosotros...”. Entonces, escucho todo esto y hay algo que se me... –perdón–


AGC-  Sí, no: al contrario, esa experiencia efectivamente puede ser muy...


-  Porque me... me... O sea, no por lo del cuento, la anécdota, sino que de repente llevo todos estos meses como... que no entiendo nada...


-  Bueno, eso es bueno por principio.


-  Que no entiendo nada porque... porque estamos intentando atacar al Poder, la Autoridad, la Autoría, todas esas cosas, y sin embargo me he encontrao con lo otro que... que... que no entiendo nada.


AGC-  Sí, ahí te tropezaste...


-  Y simplemente lo pongo aquí en cuestión.


AGC-  Ahí te tropezaste evidentemente con una trampa, con un engaño (yo fui incapaz de librarte de él), porque ahí estaba jugando la Autoría inevitablemente. Parece como si al autor le fuera o le viniera algo en que tú por ejemplo, como cualquiera otro de esos cuentacuentos que refieres, se dedicara a hacer sonar eso por tu voz, y claro, desde luego eso era reintroducir el Derecho de Autor, ese elemento tan importante de nuestra Sociedad (recordaos la Sociedad General de Autores de España, por ejemplo, para saber hasta qué punto eso mueve Dinero, y por tanto mueve Realidad, es Realidad). De manera que, bueno, el incidente en sí es simplemente lamentable y una muestra de hasta qué punto estamos atrapados en ese engaño. Pero aquí, después de pasar de mi Dinero, mi Fama, mi Nombre, quería que fuéramos capaz de pasar bien a mi cuerpo, mi alma, y ver hasta qué punto la falsedad y la mentira penetra. De manera que se da en efecto en cuestiones de Autoría y en los Derechos de Autor y el Dinero que mueve, pero se da más íntimamente todavía porque está en ese ‘mi’; ese ‘mi’ del que [en el verso] se dice “o si escondido en mi alm-... ni si escondido en mi alma estoy”. Conviene que no sólo tú, sino cualquiera siga hablando de esa manifestación del engaño cuando ese ‘mi’ aparece como Creador, como Autor de la Obra, que es una de las apariciones más visibles, pero desde luego no la podemos dejar de lao. Sí, esto o cosas relacionadas, venga. Tendría que quedar así de claro, que no hubiera escapatoria. En ese sentido he dicho “a la caza” porque se puede pensar en la flecha...


-  Agustín.


AGC-  Sí.


-  Yo creo que has aludido a ese ente cuando has hablado ‘del que no nace’ otras veces, pero ahora justamente, me parece, a mí me cuesta trabajo imaginarle precisamente por haber dicho que es inmortal. Eso no lo... no puedo...


AGC-  Sí. Las cosas, nosotros si nos dejamos hacer cosas, cuerpos, almas, simplemente no son mortales, porque mortales quiere decir, como en el silogismo de Sócrates, Futuro: condena a una muerte futura. Pero ‘inmortal’ es la positivización. ‘Inmortal’ ya no es el NO que está diciendo “NO al Futuro”, como se dice “NO al Poder”, sino que ya está convirtiendo esa negación en algo positivo. Y en ese sentido digo (no sé hasta qué punto en serio o en broma) que a este ente al que perseguimos y del que “no sé cómo librarme” –‘me’–. En el ‘sé’ y en el ‘me’ tiene una relación con este ente, como veis, que conviene analizar también: “no sé cómo librarme”, ¿quién “no sé”? “Librarme” ¿quién? Evidentemente no él, porque estoy tratándolo como alguien del que me libro. Pero si soy el que lo digo, si soy yo el que lo digo, o el que lo canta...


-  Un poquito más alto, Agustín. Un poquitito más alto.


AGC-  Si soy yo el que lo digo o el que lo canta, ése desde luego ya sabéis que no es nadie, no es nadie literalmente.


-  Yo puedo... ¿puedo preguntar si aquí alma significa nombre?


AGC-  ¿Perdón?


-  ¿Alma significa nombre aquí, en el verso? ¿Alma quiere decir nombre?


AGC-  No, no: alma, alma. Quiere decir alma.


- No, pero para lo que nosotros entendemos como alma o el yo, o lo que sea eso: el ánima.


AGC-  El alma, el yo, la psique, cualquier pedantería que se nos pueda ocurrir.


-  Es que es todo lo contrario, parece que lo que se muere es el nombre, el alma, ¿no?


AGC-  ¿El nombre?


-  Lo que es mortal es el alma, el nombre.


AGC-  Eso es lo que quiero...


-  Luego, entonces, ¿cómo se va a esconder...?


AGC-  Eso es lo que quiero que quede claro.


-  ¿Cómo se va a esconder precisamente en lo que es mortal?


AGC-  Es evidente que alma y cuerpo son lo mismo. Al alma le pasa igual. Al alma le pasa igual: cambia, se relaciona, se deforma, se espachurra con otras almas, nunca... nunca tiene  t i e m p o  para tener un Futuro; siempre le está pasando eso. Está muriendo, si queréis decirlo así, se está  muriendo costantemente; pero claro, eso mismo la libra de la muerte, porque la muerte es futura. La muerte...


-  Una pregunta: en su condición...


AGC-  Perdona. La muerte es futura, de manera que en ese sentido. Alma está dicho en esos versos en el uso corriente del término, y las almas son tan cosas como los cuerpos, y lo que el poeta ahí –o quien sea– canta es “ni sé si escondido estoy” (quien sea), “ni sé si en mi alma escondido estoy”...


-  ¿Puedo seguir?


-  Sigue, sigue.


-  Yo tenía entendido que alma, de alguna manera, procede de ánima, y en su primera acepción era el ánima de los muertos, es decir, era la muerte misma, las ánimas. Entonces...


AGC-  ¿Que era la muerte misma?, ¿por qué?


-  Ánimas, las ánimas.


AGC-  Que ánima era la vida, al contrario.


- Las ánimas de los muertos, el término alma...


AGC-  Ah, eso sí, sí.


-  ... viene de ánima. Entonces, de alguna manera se habla de una especie de inmortalidad que consiste en estar muerto, de un morirse...


AGC-  No, no: a eso no se puede referir el alma. El alma es como los cuerpos, nunca puede tener Futuro, nunca puede ser mortal en el sentido del silogismo: se está muriendo tan continuamente que no le queda ningún tiempo, el menor resquicio de tiempo, para tener un Futuro. Lo mismo que los grillos, las estrellas, las cosas en general no tienen Futuro. No son mortales.


-  Escucha una cosa, ¿quién es el que se esconde?... 


AGC-  Eso: ¿quién es el que se esconde?


-  ... en una especie de cáscara...


AGC-  “¿Quién es el que se esconde?” es otra cuestión. Pero que quede claro...


-  El que se esconde es para no morirse...


AGC-  ... que quede claro que alma está...


-  ... para burlar a la muerte...


AGC-  ... Que quede claro que alma está empleao...


-  ...Resulta que se esconde en la tumba.


AGC-  ... Que quede claro que alma está empleao en el sentido corriente de la palabra. Notad que los primeros... los primeros físicos, los materialistas Demócrito, Epicuro, Lucrecio, reconocían esta condición de cosa de una manera clara: en la traducción de Lucrecio es.. son dos: es  ánima, que es como el aliento vital, y ánimus que es como el centro, el centro regente. Ánimus y ánima. Y están hechos de átomos, porque naturalmente ellos eran congruentes: las cosas –res– en el sentido estricto se tienen que explicar porque por debajo no son más que entrechoques de átomos, por tanto, el ánima y el ánimus también.


Bueno, pues dejando ya las fantasías físicas, esto es lo que digo en general, es exactamente lo mismo que los cuerpos ajenos a todo Futuro: cosas, cosas que no pueden no morirse.


-  Entonces, en este verso (vamos a olvidarnos de las interpretaciones), en este verso de éste... de Emilio Prados (por llamarle un nombre), en esta escritura, en estas letras, ¿podemos entender que alma no tiene que ver para nada en lo que normalmente llamamos el alma nosotros, sino que...?


AGC-  No, no. Sí. He estado diciendo hace un rato todo el rato que está empleado el término en el sentido corriente de la palabra.


-  Sí. Pero el sentido corriente de la palabra no es el que aquí tratamos.


AGC-  Sí, sí, es éste.


-  Nosotros cuando hablamos de... ¿Puedo terminar? Vale.


AGC-  Sí, pero no te repitas ni obligues a repetirse mucho ¿eh?


-  Nosotros cuando hablamos del alma aquí, incluso cuando se hace un exabrupto contra el alma, se le hace en que es el representa-... de una manera es el fundamento de eso que llamamos yo, el yo (el yo, no yo.  El yo). Luego entonces...


AGC-  Ay, bueno, déjalo. No, déjalo, déjalo. No has entendido. Déjalo, déjalo.


-  No, no, es que... es que hacemos lecturas muy sesgadas...


AGC-  No ayudas, no ayudas.


-  ... ¿no te das cuenta? En este momento tú quieres hacer poner en boca de...


AGC-  No, lo siento.


-  ... Parece que cuando uno se esconde en el alma, parece que él quiere decir que a lo mejor uno se esconde en el alma en el sentido de lo propio, en la persona, para no sentir...


AGC-  Lo siento.


-  ... la parte esa animal, la parte de cosa...


AGC-  Perdona Isabel, perdona Isabel: no entiendes. Te estás defendiendo y no entiendes nada. No ayudas.


-  No, el que no lo entiendes... El que haces una interpretación sesgada eres tú...


AGC-  No ayudas. El término alma tiene el sentido corriente y todo el rato estás tratando de...


-  Bueno, vamos a ver: yo me conozco muy bien todos los... casi todos los versos de este hombre, y desde luego el concepto de alma que él tiene no es ése.


AGC-  No, no: ni concepto ni hostias. Aquí no hay conceptos ni hostias.


-  No. Que desde luego [...]


AGC-  La palabra está usada en el sentido con que se emplea corrientemente. No faltaba más, en una Canción de noche, medio popular.


-  Claro, en el sentido corriente, pero no en el sentido... Nosotros no lo tratamos en el término corriente...


AGC-  Sí, sí, sí. Sí, sí. Y toda la primera parte...


-  ... No: tú mismo estás diciendo... haciendo una distinción entre ánima (animar, las cosas, animar) y el alma, que es diferente...


AGC-  Toda la primera parte ha estado destinada a mostraros cómo los rasgos de carácter, los encuentros con otras almas, las deformaciones, son cambios costantes como los del cuerpo, exactamente igual; y que hacen que alma quiera decir cosas. Y es fácil engañarse pero aquí hemos estao tratando de desengañarnos. Yo mismo puede que en otros tiempos haya empleado la palabra alma mal, confundiéndola con este animalito a cuya caza estoy ahora. De manera que perdone quien sea, si alguna vez también yo mismo lo he desviado. Pero aquí estamos justamente dedicados a mostrar hasta qué punto aquello de lo que se dice mío: en mi cuerpo, mi alma, son cosas: cosas, cosas. Y las cosas no conocen Futuro, por tanto no conocen muerte. No son mortales en el sentido del silogismo. ¿Quién es el que se esconde en la copla? ¿Quién es el que canta la copla? Eso puede ser dos ‘quién’ distintos y separados.


-  Los que hablan de la inmortalidad del alma son los curas ¿no?


AGC-  Puede ser dos ‘quién’ distintos y separados: uno, evidentemente puede ser este animalito, el del nombre propio, ése inexistente que gracias a ello podemos llamarlo inmortal, es la muerte misma, la inmortalidad. Ése puede ser el que se esté rebozando de alma o rebozando de cuerpo, escondiéndose para engañar. Para engañar como tiene que engañar, porque es su única manera de subsistencia. ¿Quién lo canta? Ése puede no ser el mismo. Quien lo canta puede ser cualquiera que coja la canción, que se olvide de quién es y que la ande cantando por ahí. Ése ya no es nadie. Ése ya no es nadie.


-  Y ése ¿es el que es inmortal?


AGC-  Y si todavía queda alguna oscuridad respecto a que este animalito al que tratamos de cazar no es ni cosa (como el alma y el cuerpo), ni yo (que no soy nadie), pues decidlo, decidlo, sacadlo a luz que se vea que no entendéis todavía. Que se vea que seguís sin entender, porque hasta eso puede ser útil.


-  Eso que está diciendo Isabel ahí...


-  ¿Eh?


-  Lo que estaba diciendo Isabel: que yo creo que una cosa es el alma, su significado, y otra los números.


AGC-  ¿Qué?


-  Que una cosa es el alma y otra los números. Yo creo que no estaba... o que era preciso distinguir ahí sustancia de [nombre].


AGC-  ¿Parte? No. No, no. Era preciso aquí abandonar... abandonar la noción     –que hemos padecido siglos– que hace del alma una cosa que se contrapone a cuerpo. Es mismo orden en cuanto a que uno y otro son cosas. Eso es lo que importa: abandonar las especulaciones con las que cargamos desde muchos siglos acerca de alma, o incluso ‘el yo’, pretendiendo ser una cosa distinta a la de cuerpo. Todos sabéis que –poniéndonos en Psicoanálisis ya– el yo se cura, o se estropea, lo mismo que el cuerpo, igual, sin la menor diferencia. Ése es la traición que tantas veces hemos comentado del Psicoanálisis convirtiéndose en un istrumento de restauración o de curación, y a veces lográndolo. ¿Qué más pruebas puede haber de la Realidad, de la corporalidad de la condición de cosa que el alma tiene? ¿Cómo, si no, se podrían hacer semejantes manejos si no fuera así? Podemos encontrar otros muchos mil casos en que esto se muestra, pero bueno, si es preciso, podemos acudir también a esto.


-  Hay una condición intermedia ¿no? Hay una condición intermedia. No sé si te acuerdas de aquella adivinanza que decía “Hueca de alma, ojos de alfiler, más que cosa, menos que mujer”. “Más que cosa, menos que mujer”. Que la solución era la muñeca. Pues ahí también hay cosas intermedias en la cuestión de “más que cosa, menos que mujer”, más que cosa, menos que person-... menos que persona, más que cosa.


AGC-  No tiene mucha utilidad.


-  Para la cuestión del alma. Es que no podemos hacer esta...


AGC-  No tiene mucha utilidad. De ordinario...


-  ... esta designación, esa clasificación, esta taxonomía del alma.


AGC-  No tiene mucha utilidad. De ordinario, efectivamente se separan las personas de las cosas, pero aquí estamos claramente contra: las personas humanas      –las mujeres, los hombres– no son más que un tipo de cosas; cosas entre las cosas. Y justamente la actitud política que aquí nos está guiando es que sólo por la vía de renunciar a esa oposición, a esas oposiciones entre personas y cosas, entre cuerpo y alma, y las demás cosas, sólo así se puede intentar hacer algo que no sea lo que ya está hecho, porque si no... porque si no, es la muerte, que es la que el Poder administra: el Futuro; el Futuro que el Poder administra, y no hay nada que hacer (esto por recordaros el sentido político de todo... de toda esta lucha que nos traemos); no hay nada que hacer si uno sigue haciendo esas distinciones, creyendo en la separación entre la persona y las cosas, entre el cuerpo y el alma; está condenándose a no entender, a no descubrir este ente, enemigo público número uno que perseguimos, que ni es cosa ni soy yo, pero que dice “mi alma”, “mi cuerpo”, “mi Dinero”, “mi mujer”. Y una vez que hayamos admitido eso ya no hay nada que hacer. No hay nada que hacer más que hacer lo que se hace de ordinario, que es cambiar para seguir manteniendo el engaño de que las cosas son las que son y uno es el que es. Más, más.


-  Yo no acabo de ver la diferencia entre...


-  Un poquito más alto, por favor.


-  Que no acabo de ver la diferencia entre alma y ese ente propietario. Pues me parece que el ente éste propietario teme la muerte, quizá sea lo más central de ese propietario: tiene un terror a la muerte, un pavor.


AGC-  Se lo puede contagiar incluso...


-  Y eso le pasa al alma también.


AGC-  Se lo puede contagiar incluso a su alma y a su cuerpo, pero lo que estábamos tratando de descubrir es que justamente ése, que no es ni alma, ni cuerpo, no es cosa, ni soy yo, ése puede ser el centro, la inmortalidad, que es la muerte. Y efectivamente, las vibraciones de miedo, por ejemplo, se las contagia fácilmente al alma y al cuerpo, al que pueda hacer hacer temblar, tranquilamente. Sí. ¿Qué más?


-  Me pregunto si no es pertinente la palabra eternidad...


AGC-  ¿La palabra?


-  Eternidad.


AGC-  Sí. Puedes identificarla con inmortalidad.


-  Porque justamente yo pensaba en ese famoso pasaje del libro V de la Ética, donde Spinoza habla de una experiencia de eternidad que rompe verticalmente con la dicotomía muerte/inmortalidad y que prescinde de la cosa, y que justamente no hipoteca el Futuro sino que es una experiencia [].


AGC-  Estás diciendo una cosa demasiao... demasiao extraña: una “experiencia de la eternidad” es algo que a todos nos tiene que dejar así, sin saber qué es lo que dices. ¿Cómo se puede tener una experiencia de la eternidad?, ¿qué quiere decir eso? La eternidad es inexperimentable. Eternidad es lo mismo que he llamado inmortalidad. Es lo mismo que he llamado inmortalidad y que se puede atribuir a éste... a éste inexistente. A éste inexistente. No, no nos hace salir del engaño. Lo que nos hace salir del engaño es descubrir que todo esto que llama ‘mi’ –mi cuerpo, mi alma– son cosas que no mueren nunca porque están muriendo costantemente y ahí no cabe Futuro. Ni soy yo de verdad, porque no soy nadie. Eso es lo que importa. Y éste otro, con sus ideas de sí mismo y sus especulaciones, pues allá él, puede ser –como no existente– inmortal, eterno, es la muerte, da exactamente lo mismo. No nos toca.


-  Yo el... supongo que... que bueno, sí está bastante claro que no tiene sentido tener miedo a la muerte ¿no?...


AGC-  Hombre...


-   ... Que no tiene sentido en el sentido de que lógicamente si no está (como dijo Epicuro ¿no?), si no está cuando... cuando yo estoy presente no está presente ella, y cuando...


AGC-  Nunca, nunca ha convencido a nadie esa []


-  Nunca ha convencido a nadie ¿no?, es lo malo...


AGC-  Él te preguntaba antes ¿quién siente ese miedo? Es que si uno no... si uno no hace esa pregunta se arma un lío: ¿quién siente?


-  Sí, no. Y luego diferenciar ese miedo –¿no?– a la muerte de lo que es el padecimiento físico, por ejemplo –¿no?– en procesos de agonía en el que, bueno, uno está muriendo, como siempre está muriendo –¿no?– en el sentido de deshaciéndose y de haciéndose –¿no?–, pero bueno, de una manera dolorosa –¿no?–...


AGC-  Una agonía dolorosa.


-  ¿Eh?


AGC-  Una agonía dolorosa.


-  Sí. Estoy hablando de una agonía dolorosa –¿no?–. Y, bueno...


AGC-  Pero no es tan importante ¿no?


-  ... Lo quería traer como oposición un poco a la muerte, a esa muerte que no está presente –¿no?–, como oposición a eso, un fastidio que sí puede estar presente      –¿no?–...


AGC-  Ah, sí. Pero no es tan importante que sea tan extremo ¿eh?, porque también es bastante fastidioso lo que pasamos todos los días. Yo no sé lo que me tocará a mí en plan de agonía, desde luego no me haría ninguna gracia que fuera... que fuera así muy agónico y muy doloroso, pero desde luego no lo separo extraordinariamente del fastidio de aguantar todos los días lo que aguantamos, hasta enfermedades aunque no sean agónicas. Enfermedades, vamos, es ya insoportable, y todos los demás males. El pobre cuerpo, la pobre alma aguantando... aguantando en nombre de... en nombre de esa Fe maldita. Pero, bueno, está bien acordarse también de la...


-  Entonces, uno quizás se da cuenta en un momento así de lo absurdo que ha sido el miedo que ha tenido a la muerte –¿no?– cuando tiene un fastidio especialmente intenso –¿no?– en lo físico –¿no?–, no lo sé.


AGC-  ¿Lo ves en otro o en ti?


-  ¿Eh?


AGC-  ¿En otro o en ti?


-  En mí, en mí. Bueno –quiero decir–, yo lo puedo ver en otras... yo lo he visto en otras personas –¿no?–. Pero por eso mismo...


AGC-  En ti te lo imaginas.


-  ... pues uno lo ve un poco en uno mismo, claro...


AGC-  Pero lo imaginas.


-  ... cuando se comunica con el otro –¿no?–, lo ve un poco en uno mismo           –¿no?–, se identifica, se puede...


AGC-  Un poco, un poco. La imaginación no es tampoco muy de fiar, pero bueno, en fin. Sí. Efectivamente puede ser... puede ser sugerente la condición de la agonía. Ya recordáis que Unamuno aprovechó el término y la noción en La agonía del Cristianismo para descubrir algunas cosas que pueden ser pertinentes al caso; no todas las que suelta, pero algunas pueden ser pertinentes al caso, sí. La agonía, la lucha que es evidentemente una lucha consigo mismo. ‘Consigo mismo’ ahora se nos ha descubierto dividido entre la pobre alma y yo sometido a esto, y ese ‘mi’ singular, inmortal, que no es ni cosa ni es yo de verdad, eso enriquece la... o complica la cuestión.


-  Agustín. Bueno. Sobre... volviendo a la cuestión de la relación de la bestia o el bicho que se está buscando, que se esconde en mi alma, y los ideales: de alguna manera el ser que se es (que parece que algo se relaciona con ese bicho) se plantea también con otro ideal que es (que lo has dicho) el uno, o uno. Entonces ¿de qué manera?, porque lo uno no es lo otro, en cierto sentido. ¿Qué es lo que más lo rige a esto que buscamos? ¿El uno, uno, lo único, o la pretensión de ser el que se es, o de alguna manera los dos a la vez?


AGC-  Sí. La cuestión, claro, es de primer orden. Ya de otros puntos de vista ha salido. Uno propiamente, para asegurarse de que es uno, tiene que diferenciarse; uno no es el otro, uno no es los otros, pero desde el momento en que se declara ‘único’ se vuelve incomparable. Ésta es la paradoja. Ha abandonado ya ese origen, porque alguien que es único –cada uno único, singular, incomparable con nadie– ése ya no puede compararse con los otros, porque eso lo convertiría en uno, es decir, en uno de tantos, en una cosa. Y eso no puede ser: uno ha llegado a un punto en que uno es singular, y un singular que no es compatible con ningún plural, de manera que es así... es así como... como es. Desde luego, se le podría decir a este animalito “Si eres único, incomparable, irrepetible, entonces, resulta que eso es lo que le pasa también a cualquiera de los otros, porque resulta que cada uno es singular de la misma manera”. De manera que ahí se le habría estropeado el juego elemental en que el uno se sostenía por no ser otros; porque en esta pretensión de ser único, incomparable, irrepetible, resulta que todos, cualesquiera, son lo mismo, no son otros. Y por eso es por lo que este animalito que buscamos, aunque lo busquemos en cada uno, no podemos olvidar que es lo mismo que cuando se dice, por ejemplo, Dios o el Ser. Efectivamente tiene que haber, como en el ideal de ser el que se es. Es igual, ¿qué más da decirlo en múltiples casos? todos los cuales son el mismo, porque la pretensión de unicidad, singularidad, es la misma para cualquiera, o ¿decirlo en Dios y reducirlo a uno solo?, el problema es el mismo. El problema es el mismo: ya no cabe la comparación, ya el uno no se sostiene por no ser otros, hasta tal punto de que su singularidad le identifica en cierto modo con cualquier singularidad (si es que se admite el absurdo de hablar de singularidades y de singularidad de cada uno).


-  Pero por otro lado, de alguna manera, las cosas en las que nosotros buscamos confundirnos, de alguna manera las obligamos o nos obligan a tomarlas también de esa forma, es decir, de una manera ideal, si no, la operación de contar no se manejaría. Es decir que yo estoy pensando en los números, por una parte teniendo el uno, que no es número, que es único, y por otra parte es lo que rige la serie, la que rige el cómputo, el +1; es decir, esa manera en que el ideal uno está en la Aritmética, se me parece de alguna manera reveladora y además que hace que esos ideales numéricos, de los números, no sean como el ideal del ser el que se es.


AGC-  Bueno, “no sean” ¿en qué sentido?


-  En que de alguna manera exige haber tenido tratos con las cosas –digamos– o con la fabricación de la Realidad.


AGC-  Sí. Sí, eso es razonable. También... también del revés. Efectivamente es oportuno volver –del planteamiento que aquí ha sido tan tremendamente personal y humano– a recordar que esto no puede ser algo que nos pase sólo a este tipo de cosas o criaturas que somos los hombres, tiene que darse en las cosas en general. Como Caramés ha recordado, esta pretensión de las cosas de que cada una sea la que es, ésa no es sólo humana, ésa tenemos que atribuírsela a las cosas en general. Y efectivamente nuestro caso, el que aquí hemos tratado directamente en la búsqueda de este animalito, es simplemente el que nos toca más de cerca dado el tipo de cosas que somos, pero nada más; las cosas sufren esta misma agonía. Las cosas sufren esta misma agonía, cada una a su manera, pero así es. Así es, y efectivamente las cosas que son mías también más directamente –mi cuerpo, mi alma– pues la sufren efectivamente; como ellas están en principio obligadas a la diferencia unos/otros, después cuerpos/almas, están obligados al cómputo. Están obligados al cómputo porque efectivamente parece que sólo una numeración exacta, si pudiera conseguirse, de las cosas o de las almas, aseguraría que cada una es la que es. Los números, en efecto, no son lo mismo que el ideal de que lo que es es lo que es; son como un istrumento... un istrumento que trata de asegurar por este truco esa identidad consigo mismo.


-  Que digo que algo de eso se ve de la lamentación de que la desaparición de uno implica la contabilidad de las cosas todas que uno ha tomao como propias, se ve también en lo de “Y ha de morir contigo el mundo vago... el mundo mago”. Eso está muy bien contado porque ahí, al mismo tiempo que se ve como una cosa entre las cosas, hace una distinción entre que es él el que va a morir con todas las cosas. Toma naturaleza de cosa, pero ¿por qué no es tampoco la cosa misma?, porque la está enunciando, lo está diciendo él.


AGC-  Lo más elegante es que el poema ése es todo una pregunta. Es todo una pregunta y está muy bien...


-  La cuestión, la pregunta, sí. Toda la pregunta “¿Y ha de morir contigo...?”


AGC-  ... Está muy bien que lo sea. Hay evidentemente confusión en el descubrimiento al que pienso que hemos llegado, ya no podríamos hacernos cargo de ese poema...


-  Pues yo sigo haciéndome cargo, porque me parece muy verdadero.


AGC-  ... de ese poema tan tranquilamente. Porque evidentemente el ‘ti’ de “contigo” –“ha de morir contigo el mundo tuyo”– evidentemente nos deja en las dudas de a quién se está... a quién se está hablando. No a ti de verdad, porque tú, yo, no somos nadie; ¿es a este ente singular, nombre propio?, ¿es al tú de Don Antonio Machado, o de su padre, o de cualquiera al que se le atribuye un mundo, la fabricación de un mundo entero, como creador, como autor, y que por tanto si desapareciera desaparecería el mundo? Pero no puede ser porque este bicho es inmortal, es la muerte misma...


-  Él dice “los yunques y crisoles de tu alma”


AGC-  ... Es la muerte misma. De manera que parece más bien que se refiere al cuerpo y alma que sirven de istrumentos para fabricar mundos, porque así es...


-  Claro, trabajan []. Buena pregunta.


AGC-  ... sirven de istrumentos “en los yunques y crisoles de tu alma, –y los de tu cuerpo, podría decir– trabajan”. Por tanto hay esa ambigüedad y esa confusión. Ya que tenemos que sacar –¡bendito sea!– a Don Antonio, pero olvidémonos de su nombre propio en esta circunstancia: entre los versos que sacaron los de Sevilla, había uno en que esto estaba algo más claro. Yo creo que lo he citao aquí ya. Los editores no acaban de leerlo con claridad, pero en el facsímil se lee bien. Es el que decía “Finí”, empieza de esta manera “Finí”. Pone en el pretérito indefinido el verbo morir o finir: “Finí” (como si el fin se pudiera decir así en pasado)


 Finí. ¡Cómo se ilumina
 el mundo!: por todas partes
 asoman ojos que miran.


 Finí. ¡Cómo se ilumina
 el mundo!: por todas partes
 asoman ojos que miran.

 


 Éste sí que acierta... acierta más de pleno con la observación en la que...


-  Acierta más con la tertulia, pero el otro es más desvelador.


AGC-  ... en la que estamos. Pero de todas maneras... de todas maneras, evidentemente la ambigüedad sigue ¿no? No, no hemos llegao a cazar y separar del todo esto. “Finí” no puedo ser yo porque soy ajeno a la muerte, o a la Realidad. No puede ser este animalito porque éste es la muerte misma, es inmortal, está en el Futuro.


-  Pero dice c'est finí, como era profesor de Francés, quería decir c'est fini. Que hace esa broma.


AGC-  Podría ser. Pero yo lo he entendido... lo he entendido mejor como pretérito...


-  No.


AGC-  ... como pretérito de finir.


-  Es un poco una burla, una sorna.


AGC-  No, no. Se podía, sí. Se me había ocurrido que fuera el participio ‘finí’, acabao, pero no. La primera persona...


-  Al mismo tiempo tendría gracia.


AGC-  … La primera persona y el pretérito son bastante... bastante necesarias. Antes de que se nos vaya el resto del tiempo quería también (porque Caramés con su intervención me lo ha recordado) volver a haceros presente cómo esta caza... cómo esta caza del ente que ni es cosas ni soy yo, es algo que también se nos ha manifestado y se manifiesta en los estudios de los físicos más o menos desmandados, que a través de la infatigable tarea y buen tino de Caramés, nos han ido... nos han ido llegando. Por ejemplo, en la cuestión del fotón y de la identidad y de si el uno es otro o, entre dos supuestos, el uno es otro, o no puede ser que el uno sea el otro, y la intercomunicación.


Hace poco me pasaste, me pasó Caramés, un artículo de Sofía Wechsler                      (W–e–c–h–s–l–e–r) de [] de Israel en todo caso, donde planteaba la cuestión de            –bueno– la necesidad que habría para el caso de dos supuestos fotones –que de momento suponemos que son dos– enredados en esa especie de relación de uno con otro, habría que contar con una intercomunicación, es decir, que el uno puede dar aviso al otro, para que justamente respondan con la misma fórmula matemática que es lo que hace que aparezcan como idénticos, en contra de la hipótesis de partida de que eran dos. Eso exigiría un aviso, y esta mujer reconoce bien que para que haya alguna especie de comunicación tiene que haber, quiere decir, un protocolo (no sé por qué, pero que como suele decirse más bien un código, como para cualquier lengua      –¿no?– tiene que haber un protocolo) y reconoce bien las dificultades de encontrar... de encontrar tal protocolo. Repasa las cuestiones lógicas elementales de el mismo otro, precisamente a través de estos problemas –de primeras– físicos. Físicos y por tanto donde la Lógica se convierte en Física y viceversa. La comunicación desde luego exigiría, entre otras cosas, una velocidad de comunicación mayor que la de la luz, lo cual sería contra la teoría de la Relatividad y la actitud de Einstein que pone la velocidad de la luz como límite. Pero hay otras muchas dificultades que ella misma saca ¿no?


Y, entonces, hay un –otro– un profesor de... esta vez de Moscú, Kurakin (como suena, Kurakin, con Kas), Kurakin que se hace cargo de este... de este estudio de la Wechsler, y que imagina lo siguiente: imagina lo que en la jerga de estos físicos se llama un hidden (escondido), hidden time (un tiempo escondido –un tiempo escondido–). Dice que es que a ésta, a la Wechsler y a muchos otros, es que lo que les pasa es que se plantean la cuestión como si fuera directamente una cuestión que se da en el plano físico incluidos en él el tiempo y el espacio. Que esto no puede ser, y que claro, que esto es lo que produce los líos de la intercomunicación entre fotones y las dudas de si son dos, si son uno. Y él propone que (espero no ser demasiado traidor) que por debajo, que por debajo de lo que pase en el espacio y tiempo de la Realidad, en los reales, hay unos procesos que se dan y es a lo que se refieren estos de la Mecánica Cuántica, se dan en un tiempo escondido (un hidden time) que está por debajo. De forma que esos procesos que se dan en el hidden time son no observables; son no observables, pero evidentemente están ahí para que podamos pensar que a partir de ellos se producen los fenómenos, es decir, los hechos observables en el tiempo y el espacio corriente.


El problema es el de nuestro animalito íntimo y singular. Como veis... como veis, puede el intento–... el intento de penetrar en las entrañas de la materia –como se podía decir– a través de estas indagaciones físicas resulta revelador también respecto a los problemas más inmediatos, de orden –se llamarían– psicológicos o políticos. Desde luego, nosotros nos quedamos con cosas, con las cosas; y las cosas evidentemente están en una perpetua intercomunicación; una perpetua intercomunicación cualesquiera con cualesquiera, –cualesquiera con cualesquiera–. Y esta intercomunicación no la podemos llamar ‘lenguaje’ en el sentido del nuestro, que no es más que un caso de comunicación, sino en un sentido más general que abarque cualquier forma de interacción-intercomunicación, viniendo a ser un interacción-intercomunicación incluso las atracciones de la Mecánica Clásica, o la gravitación o todas esas cosas –interacción o intercomunicación–.


Aparentemente comunicaciones–... interacciones físicas o intercomunicaciones lógicas que hacen que las partículas, los fotones, vengan a... vengan a parecerse a estos entes inteligentes que pretendemos ser. Pero esta intercomunicación está siempre dándose sobre lo que hemos descubierto que las cosas no son todas, en el sentido de que costantemente están entrando más y produciéndose más. Produciéndose más cosas, y esto es en lo último en lo que querría insistir por hoy (si es que tenemos tiempo).


-  Son las diez y cuarto.


AGC-  Bueno, pues que quede... que quede anunciado nada más: ¿cómo es esto? El otro día se apuntó algo respecto a niveles entre las cosas –niveles–. Efectivamente esto por lo menos para los primeros ejemplos se puede entender bien, y podemos seguirlo discutiendo otro día. Una relación entre cosas es la de que se mueven. Se mueven, las cosas nos movemos, se mueven. Se mueven...se mueven... se mueven los cuerpos, se mueven las almas con las emociones, se mueven las cosas, las inanimadas igual que las animadas, y todo eso.


El nivel siguiente de cosa es el movimiento (¿no?, se entiende bien). El movimiento quiere decir que ese ‘se mueve’ que les pasaba a las cosas se ha convertido a su vez en una cosa: el movimiento. Supongo que esto aclara bien en qué sentido no sólo es que de lo sin fin estén entrando cosas, sino que la propia creación de las cosas hace que puedan introducirse nuevas cosas por salto de nivel. Por ejemplo, he aquí una cosa: el movimiento.


Se puede seguir–... Entretanto no hay que confundir: han entrado cosas como espacio o tiempo, pero no por este camino, han entrado por otro camino a partir del hecho de que dos cosas que sean dos no pueden estar en el mismo sitio (el espacio), y una cosa no puede estar en dos sitios a la vez (tiempo). Es decir, que se han introducido por otra vía; pero introducidas, luego al movimiento se le puede hacer la misma operación para que surja la velocidad; la velocidad que evidentemente es de un nivel... de un nivel que está por encima del movimiento, puesto que trata al movimiento como una cosa, igual que el movimiento trataba a las cosas.


Eso es muy elemental dicho así, pero es precisamente lo que quería para la presentación de... la presentación de esto: movimiento-velocidad. Es como si se dijera que la velocidad es una cosa (ya es, según el dicho popular, como el tocino) desde nuestra actitud que es hablar de cosas en general; y entonces, efectivamente, en diferentes niveles: movimiento-velocidad, pero cosas; cosas son... cosas son ésas también ¿no?


Es como si dijéramos, acudiendo a la Gramática, que los verbos se mueven, se convierten en nombres sustantivos; o las cualidades, adjetivos, se convierten igual en nombres sustantivos. De manera que una vez que hay cosas dulces y amargas, está claro que en el nivel siguiente –la dulzura y la amargura– pueden convertirse en objetos, en objetos de manejo y de estudio igual que las cosas del primer nivel.


Bueno, en esto es lo que quería dejaros entrando, por si acaso el Señor no se enfada mucho con nosotros y nos deja seguir con ello dentro de siete días. De manera que, hasta entonces, basta.