12.11.2008
Agustín García Calvo
Ateneo de Madrid
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Nuestras dos clases de miedo: el miedo a perderse, y el miedo al fin que actúa como defensa de la perdición.
Tertu151-12-11-2008#Tertu151-12-11-2008.mp3
TRANSCRIPCIÓN:
Si recordáis, por lo menos los que estabais aquí, habíamos venido a parar al final de la última sesión en el problema del miedo, o de los miedos. Más o menos recordáis por qué vericuetos habíamos venido a dar ahí, y sobre eso vamos nuevamente a plantear el problema de nuestros miedos, porque, como ya os anunciaba el último día, los miedos tienen que ser, en nosotros, dos, y contradictorios el uno con el otro; el uno al revés del otro.
Pero antes de entrar a ello, y pediros también lo que tengáis que decir por vuestras propias esperiencias, o sentimientos, íntimos, hay que aclarar una cuestión metódica, que es más o menos así: si nos ocupamos de nuestras cosas (y ‘nuestras’ quiere decir ‘de los hombres’), si nos ocupamos de nosotros, no es porque nosotros tengamos que tenernos por especialmente interesantes; es simplemente que, siendo el tipo de cosas, nosotros, que tenemos más a mano y de inmediato, es bastante razonable que nos dediquemos también a eso: a nosotros, a nuestros miedos, a nuestras otras cosas. Desde luego, con miras siempre a generalizar, porque aquí no hacemos, como de ordinario, que las cosas sean nuestras, en el sentido de que nosotros ocupemos una especie de posición central (‘el sujeto’ de los filósofos, ‘el observador’ de los físicos), desde la cual se contemplan las cosas. Por el contrario, nos ejercitamos aquí cada día, en esta política que nos traemos, en renunciar a cualquier tipo de Humanismo, que al fin y al cabo es siempre un Patriotismo y, por el contrario, en considerarnos a nosotros mismos como un caso de cosas.
De manera que se entiende bien que, lo mismo que tratando de lenguajes, o de conciencia, el otro día teníamos que reconocer que lo que en nosotros se da (el lenguaje, nuestra manera de hablar, y de conciencia), tiene que generalizarse a las cosas (no sólo a animales: a las cosas), en las cuales tiene que darse algo semejante (que naturalmente no puede ser nada como el lenguaje nuestro, o la conciencia nuestra, puesto que son cosas de otros tipos, pero que evidentemente hay que contar en ellas con tipos correspondientes de conciencia, de lenguaje), pues de la misma manera respecto a lo que descubramos de miedos en este intento que nos traemos. Evidentemente, nuestros miedos tienen un carácter harto humano, y ‘personal’, casi digamos, y eso no se puede trasladar sin más a los animales, a las cosas, a los astros, pero desde luego que algo equivalente estamos tratando de descubrir en ellos. Es un principio; de eso partimos. No tenemos un especial interés en nosotros; nuestro caso es sólo muy interesante para nosotros, porque es nuestro caso; esto son reflexiones de andar por casa, reflexiones domésticas. Nada más por eso: a cada uno le parece que su caso es sumamente interesante, interesante sobre todos los demás, pero se ve bien por qué, y por tanto no hay por qué hacer caso de semejante cosa. No somos un caso especialmente interesante: somos un caso, y nos tenemos (‘nos tenemos’) a mano, y por tanto, está bien que lo estudiemos primero en nosotros. Normal. Esta era la consideración metódica, que espero que hayáis recogido lo bastante bien; si no, ya luego me diréis.
Pasamos a nuestros miedos. Los miedos de uno son dos, y contrarios: uno desde luego tiene miedo de perderse; de perderse hasta el punto de que no se sepa quién es uno, no lo sepan los demás, y por tanto acabe uno mismo por no saber quién es. Perderse en las ondas, en la vaguedad, en lo sin fin, ése es un miedo evidente, contra el que uno se defiende por todos los medios que puede: trata de asegurarse de que él es el que es, de que no es una cosa cualquiera, una onda que vaga por ahí: es él. Tiene en nuestro caso, para sostener esa defensa, su nombre propio, que pretende ser intrasferible, y que por tanto pretende valer como una definición para asegurarse de que uno es el que es, para no perderse. Esto es un miedo elemental, que es el que sostiene nuestra existencia.
Ya sabéis que empleamos el verbo existir, que inventaron las Escuelas y han impuesto a la gente, como el verbo que corresponde al término ‘Realidad’, y ‘real’, también inventados desde las Escuelas, y también divulgados con enorme éxito, pero que son términos todos ellos escolares, inventados para Dios y alrededores de Dios, por mucho que se hayan impuesto después a las poblaciones, ¿no?
Esta es la amenaza, y la defensa: la amenaza de perdernos. Siempre justificada y razonable, porque, como aquí sabemos, la Realidad nunca puede ser verdad, y por tanto uno, en cuanto real, no puede ser de verdad; no puede ser de verdad el que es, de manera que el miedo de descubrir esa falsedad, y por tanto el miedo de perderse, es esplicable, razonable; sin más. Y contra eso están todas las otras defensas, que tratan de garantizar que no, que no nos perdemos, que uno no se pierde, que uno sigue siendo el que es, sobre todo. Supongo que este miedo os lo he presentado lo bastante claro, pero espero que en la conversación todavía se aclare y se enriquezca más.
El otro miedo es el miedo contrario justamente, del revés: es el miedo de ser el que es; el miedo del ser, dicho a lo filósofo: el miedo de ser uno el que es, y todo el que es, y nada más que el que es. Resulta que es el miedo del fin, porque el fin es, al mismo tiempo, no ya la terminación temporal, sino la definición, la garantía de que uno es el que es. El fin justamente es lo que se había inventado, se nos había impuesto desde el reino del ideal, como defensa contra el perderse: la única garantía de no perderse en (lo que te) estás perdiendo, es que uno tenga un fin; que uno tenga un fin, que quiere decir ‘una definición’. Que uno tenga un fin; sólo a partir del fin puede intentar uno creer en sí mismo, estar definido, ser el que es. Sólo a partir del fin. Desde el fin empieza todo, en este terreno. Es decir, al revés de lo que, con interés para ellos, os cuentan desde arriba todos los días. Desde el fin empieza todo; el fin es lo primero.
Ya hablando del caso de los hombres, con su lenguaje especial, hemos reconocido unas cuantas veces que a una criatura, a un niño (que no es todavía el que es, por más que sus padres se empeñen, incluso antes de salir del vientre de la madre, en bautizarlo, y en asegurarse ya de antemano de que es el que es, de que es la que es, para después, desde pequeñito, inculcárselo para que lo vaya creyendo), hemos reconocido que en este caso nuestro, esta criatura, que todavía no es el que es, a pesar de los bautizos, de los nombres propios, que él sigue sin conocer ni entender, se le hace ser el que es al dotarlo de un fin: apenas ha terminado la lucha con el idioma de sus padres (generalmente con victoria del idioma paterno y de alrededor, contra lo que el niño trajera), apenas ha terminado, es decir, normalmente sobre el año y medio, o poco más, se le anuncia al niño ‘te vas a morir mañana’. Ya está. Desde ese momento ya está establecido el fin, y desde el fin se costituye todo. Sin eso, nada; sin eso, a partir de ahí, nada: ni personalidad, ni nombre propio van a valer. Pero desde ahí, sí; desde ahí ya se establece la costitución, y entonces, pues empieza la lucha de la existencia, es decir, esa amenaza de perderse, y esa defensa costante para no perderse, y para seguir siendo uno el que es. Es por tanto el fin, que en nuestro caso se presenta como anuncio de la muerte- siempre- futura, lo que se ha establecido para garantizar esa defensa contra la pérdida, contra la indefinición, contra el sin fin, contra la vaguedad.
Bueno, y he aquí que ahora (segundo miedo), ese fin se ha convertido a su vez en objeto de miedo. Es lo que vulgarmente, y con mucho equívoco, la gente dice ‘miedo a la muerte’. Hay un lío, un embrollo, que aquí hemos tratado, y seguiremos tratando, de desenredar, pero que evidentemente, es eso, es precisamente lo contrario: miedo al fin; miedo al fin, a la definición, a quedar uno total y puramente en ser el que es. Eso es lo que la muerte futura consigue. Y eso, que servía para sostener la existencia, he aquí que se ha convertido en un objeto de otro miedo.
De manera que, según veremos más detenidamente en la consulta más general de sentimientos a que ahora daré paso, encontramos que uno no puede menos de tener miedos de los dos tipos: tiene que tener un miedo a no ser nada, no ser nada preciso, un miedo a que ni los otros sepan quién es, y él acabe por no saber quién es; es la necesidad de sostener la existencia. Y luego, naturalmente uno tiene miedo de quedar hecho para siempre, para la eternidad; es decir, tiene miedo a la muerte, en uno de los sentidos embrollados en que eso entre la gente suele decirse. Pero este es el miedo en uno de los dos sentidos: miedo al fin precisamente; miedo, no ya a la terminación, sino a la definición, que en la muerte- siempre- futura está implicada. De manera que esto es lo que encontramos en nosotros. Ahora me diréis hasta qué punto esto encaja en vuestros sentimientos y las reflexiones que hayáis hecho sobre esos sentimientos, pero eso es lo que os propongo, y eso es lo que parece que nos pasa.
Retornando a la observación metódica, tenemos que suponer que a las demás cosas les pasa algo semejante, que desde luego no será nuestros tipos de miedo, sino equivalentes. Pues bien, yo creo que no hay demostración más clara que esta de los dos miedos, para reconocer que uno no es uno, es decir, para descubrir la falsedad esencial que a uno lo costituye. Recordad que la existencia es por fuerza falsa; la Realidad es falsa, y aquí solamente nos alegramos al descubrir que la Realidad no es todo lo que hay. Pero la Realidad, la existencia, de por sí son falsos, y por tanto, digo, no parece que haya una demostración más clara que esta de los miedos contradictorios, de que uno no es uno, es decir, de que uno está partido, que uno es por fuerza contradictorio, que lo mismo puede tirar pa un lado que para el lado contrario, según el estado de ánimo, o los sucesos que le toquen. Según su talante, según su humor, pero desde luego siempre con los dos sentidos contrarios: defendiendo la existencia de uno por el camino de creer en su fin, y al mismo tiempo espeluznado de ese fin; espeluznado del reconocimiento de ese fin que le servía para defenderse. Esta contradición interna es pues la que de alguna manera tenemos que trasladarles a las demás cosas: tienen que pasarles cosas que vengan a equivaler a esto; a cada una en su lenguaje y en su manera, pero equivaliendo a esto: esta lucha interna a cada cosa entre la necesidad de existir, y por tanto creer en un fin, y el horror de ese fin, que le hace volverse por el contrario a perder, a perderse en lo que no se sabe, mejor que someterse o creer en ese fin absoluto. Estas son las cosas sobre las que deseo que el rato que tengamos, pues discutamos con la aportación de vuestras cosas.
El otro día, uno de mis queridos locos, a los cuales sin pedirles mucho permiso utilizo aquí muchas veces entre vosotros, tuvo de repente la ocurrencia, en la que insistió, de decir ‘provisional’; ‘la vida, provisional’. Con esto me he quedado, y os lo traigo: ‘vida provisional’. Él había recogido el término, porque es muy usual, y bueno, insistía en aplicarlo a esto de ‘la vida’, o como se quiera llamar. Con razón, razonablemente: se puede decir, sin necesidad de estar muy loco, que lo que se nos vende como vida, lo que se da como vida, es una vida provisional. Desde luego, esto no suelen decirlo de la vida los que mandan, pero lo suelen decir de muchas otras cosas de las que costituyen la vida: si echáis la mirada alrededor, os encontraréis con que las cosas de la vida, y las istituciones, y los negocios, y todo lo demás, tienen este carácter: son provisionales. Y además, los andamios, el Consorcio de las Bancas, los matrimonios, etc., no sólo son provisionales, sino que son cada vez más provisionales, en la medida en que nosotros podamos compararnos con los anteriores: como el Régimen, sintiendo la amenaza de descubrir su mentira, tiene cada vez más prisa, y no puede menos de tener cada vez más prisa, por eso mismo naturalmente no tiene que asombraros que el acrecentamiento de las provisionalidades sea una cosa muy notable. Si recordamos, incluso con respecto a la corta memoria de la vida de uno, pues reconoce uno este aumento en la provisionalidad; las cosas se vuelven provisionales todas. De manera que mi querido loco no tenía más que generalizar un poco, y decirlo de todo, de la vida en general, como provisional, y en eso era razonable.
Pero aquí tenéis que fijaros en esto: que cuando algo se declara provisional, se está implicando que se cree en un fin, en un Futuro, que va a ser definitivo. Porque si no, ¿cómo podría decirse de algo que es provisional?: es provisional siempre con respecto a un fin, a un Futuro. Y el término ‘definitivo’ nos cae aquí muy bien, ya que está emparentado con el de ‘definir’, que aquí hemos usado: en cualquier declaración de provisionalidad, en los negocios, en las relaciones de amistades, de amores, de negocios, de cualquier cosa, siempre se está implicando, al declararlo provisional, que se está creyendo que hay una definitiva. Por ejemplo, los matrimonios mismos: si un matrimonio es provisional, sólo lo es gracias a que se cree que hay uno definitivo; si no, ni tendría sentido siquiera el montar y desmontar matrimonios; sólo lo tiene, naturalmente, por la fe en que hay un matrimonio definitivo. Si unas obras y un desconcierto de barrios y de estructuras en cualquiera de nuestras ciudades están destruyendo costantemente todo, y se nos declara para acojonarnos que eso es provisional (son como andamios, es un montaje provisional), es evidentemente porque se cree, y se nos hace creer, que hay un estado definitivo en que ya las cosas no van a ser andamios, no van a ser para ir tirando, sino que serán ‘el puente’, ‘la torre’, para siempre, definitivas. Y sin esta Fe no habría provisionalidades que valgan, ¿no? Tenéis por tanto ahí desde otro lado la muestra de cómo el fin es lo primero, y de cómo el fin es lo que manda. Esto es así.
Poniéndoos en los casos más groseramente políticos, ninguna de las faenas que los Regímenes les hacen a las poblaciones, que les estropean todos los días la vida, y hasta el respiro, ninguna se podría hacer sin esa Fe en un Futuro definitivo; ninguna. Es de ahí de donde nace todo: el más vendido, el que más podáis denigrar de los mandamases, de los estafadores, de los capitalistas, lo que queráis, no puede hacer nada de lo que hace, si no es creyendo que eso es provisional, con vistas a, lo definitivo. Esa Fe es la que reina por todas partes, y en la que os quería hacer parar mientes a propósito de la frase de este muchacho.
Bueno, pues esas son las cosas que de momento quería presentaros. Ahora dejo ya que digáis lo que os parezca, por supuesto, pero sobre todo en cuanto aportación de sentimientos y reflexiones vuestras acerca de eso de los dos miedos contradictorios que he dado como costitutivos. De manera que adelante ya.
- Yo quería preguntar sobre lo del fin y la muerte, si son la misma cosa. Por ejemplo, tenemos que pensar que la gente, cuando tiene miedo a perderse, se aferra a la idea de muerte para librarse del miedo a perderse.
AGC- Así es; algo así. Acortando, así es.
- Pero sin darse cuenta, ¿no?, porque normalmente no se dice eso.
AGC- Claro, como los miedos son al revés el uno que el otro, es normal que las creencias sean también al revés. Generalmente se cree lo contrario, se confunde. Cuando os he advertido que en la locución de ‘miedo a la muerte’ había mucho barullo y contradición, era un poco en ese sentido. Sí.
- Yo, pensando en estos dos miedos, por un lado de estar perdiéndose, y por otro lado de ir a perderse definitivamente......
AGC- No, eso no es perderse: es quedar eterno.
- ......creo que el miedo a la muerte hay gente que lo siente como miedo a perderse también, interpreta eso como perderse, ¿no?
AGC- Eso es muy.......muy poco ‘carnal’. No, no puede decirse así, porque ya sabéis que, perdiéndose, uno está perdiéndose costantemente. Eso se llama ‘vivir’, y ‘viviendo’ quiere decir ‘muriéndose’, da lo mismo. Pero lo otro no es miedo de irse muriendo, que eso no ha lugar, porque está costantemente pasando, sino miedo de la muerte futura, de quedar uno fijo para siempre; nada de irse muriendo, nada de ir viviendo: fijo.
- Bueno, y luego yo creo que de alguna manera la idea de libertad trata de aparecer aquí como algo que soluciona ese miedo a perderse, ¿no? Uno, si es libre, se va perdiendo, o el ideal es que se va perdiendo conforme a lo que quiere, pero de alguna manera se hace responsable de cómo se va perdiendo, ¿no? Y sin que eso sea contradictorio con ser el que es, ¿no? Ser el que es, en posesión de una libertad que le hace perderse. Quiero decir que ese es el ideal de......
AGC- Pero lo es, tú lo has dicho: pero lo es. El ideal; eso es ideal. Libertad es perderse, y por tanto uno, como uno, nunca puede ser libre. Es un error en el que tiene uno que estar predicando todo el rato, no ya sólo entre gente más o menos de orden, sino hasta entre anarcos y demás, equivocándose con lo de la libertad: no hay más libertad que esa. Libertad es perderse, pero uno tiene un miedo fundamental, igual que el Estado, igual que el Dinero, igual que el Capital, igual que la Banca, igual que la Empresa; tiene un miedo fundamental a eso de irse perdiendo en la vaguedad y a cada momento. De manera que uno nunca puede ser libre: como no puede haber un Estado de libertad, como no puede haber un Dinero de libertad, uno mismo nunca puede ser libre. Uno padece eso: padece una tentación costante de perderse, porque eso no es más que dejarse vivir, ir viviendo, dejarse morir, que es lo mismo. Tiene una costante tentación de eso, pero tiene que existir, y para existir tiene que agarrarse a ser el que es, el fin, a la muerte; tiene que agarrarse a la muerte, es decir, a lo que os venden todos los días: al Futuro. Todo el mundo sabe que el Futuro es el procedimiento por escelencia para no vivir. Os pasa todos los días, y en esto también parece ser que el Régimen, según se desarrolla, no hace más que aumentar en esta necesidad, no en vano es la muerte el arma del Futuro. Eso es lo que todos los días os hacen pasar como vida, si os descuidáis: el Porvenir, el hacerse un Futuro, el alcanzar una meta, u otra meta, y todo lo demás; es el ejemplo palpable de cómo aquello que servía para defenderse contra la perdición, se vuelve una imposición de la muerte. Alguien puede, como dicen los políticos, ser muy conservador, y muy de derechas, y que el miedo de perderse sea tan lo primero, que de lo otro ni se de cuenta. Uno por el contrario puede ser muy de izquierdas, y libertario, y por tanto sentir el horror de el Futuro, del Capital, del Estado, pero normalmente, mientras se sigue creyendo en uno, que tiene su Futuro, pues no hay mucho que hacer. Adelante, sí.
- Yo pienso que desde el punto de vista sensitivo, o de lo que uno intuye, o recuerda, o ve, en los niños muy pequeños, a mí me da la sensación de que antes de esa información de ‘te vas a morir mañana’, que nunca es una información verbal, sino una metAGC- información, porque todo conduce a esta información, pues que hay un sentimiento de pérdida, un sentimiento de la muerte, basao en el perderse, en la pérdida. Y eso se ve claramente en un niño pequeño: un niño vive esa esperiencia premonitoria de la muerte antes de la información de la muerte, y está más basada, como decía este chico, en el perderse, que en el miedo de ser el que es. Yo lo veo así, pero no lo de la muerte futura, sino una muerte presentida como pérdida.
AGC- Pero este chico no decía nada de eso. El chico no decía nada de eso, era una cosa distinta.
- Le he oído perfectamente: ha asociado el miedo a la muerte como pérdida.
AGC- () que es preciso coger a las criaturas antes de recibir la noticia, por más que sepamos que nosotros eso lo entendemos muy mal, porque tenemos ideas acerca de los bebés. Y si uno tiene ideas acerca de los bebés, como las que has espuesto, pues no puede menos de hacerles la puñeta.
- ¿Y tú no has espuesto la idea acerca del bebé, de que se le informa de que tiene que morirse? Eso sí que es un ideal, más que una idea.
AGC- Pero no nos pasa nada, porque después de todo, ¿qué os he dicho en la observación metódica?: que lo que descubramos de los dos miedos contradictorios, tiene que aplicarse a las demás cosas, a cada una a su manera. De manera que si te empeñas en considerar a un bebé de verdad como a una cosa, que no está hecha del todo, algo le pasará de eso; algo le pasará de eso, y es natural que un adulto, como tú o cualquiera, observando las reacciones, las interprete a su manera; a su manera: diciendo que cuando el niño tiene miedo de algo, por ejemplo de caerse, o de lo que sea, pues entonces se dice “ah, de lo que tiene miedo es de perderse”. ¿Porqué tiene miedo de perderse?: para eso no hace falta los bebés, porque podemos acudir a las jirafas, a las águilas, a los ruiseñores, a los astros: evidentemente, hay algo que hace que costantemente se esté sosteniendo la existencia. El otro día salía ya, y saqué el término que suele usarse para esto entre gente más o menos científica: ‘istinto de conservación’; ‘istinto de conservación’, efectivamente quiere decir ‘intentar la cosa seguir siendo la que es, mientras pueda’. De manera que un bebé, pues claro, no tiene especial interés.
- Déjame que termine el razonamiento, que es el siguiente: si no fuera verdad que el hecho de la mera repetición de un ritmo, por ejemplo, de una canción de cuna, de un compás de vaivén, tranquiliza a un niño, ¿por qué eso es tan generalizado en todas las culturas? Porque efectivamente, el hecho de la repetición de lo mismo, es un modo de ser el que es, es decir, de volver a reconocer algo dado previamente. Por lo tanto es más miedo a la pérdida, al perderse, que no sería la ausencia de ritmo.......No, no, Agustín, es muy serio esto que te estoy diciendo.
AGC- He puesto ya a los bebés fuera para que no hicieras lo mismo, y vuelves a tratarlos interpretando con los términos........Bueno, para no perdernos demasiado, aquí os he traído el caso nuestro, con la intención siempre de pensar que se debe generalizar a las demás cosas; y el caso nuestro es el que hemos empleao, y es por el que os estoy preguntando a vosotros, que tenéis una memoria determinada por ese momento en que se os anunció ‘vas a morirte’, porque nadie, ninguno de vosotros, puede llegar al bebé. Nadie: ninguno de vosotros puede pasar de poco más de los dos años, con la memoria ni con nada, de manera que es a este caso nuestro al que nos estamos dedicando, y del que estamos recogiendo sensaciones, pareceres, pero siempre pensando que desde luego, una necesidad de conservar, no la vida, sino la existencia, es decir, de seguir siendo el que es, rige en los animales, en las cosas, y por tanto en los bebés también, claro. Eso es una de las dos necesidades. Evidentemente, como ya el otro día decíamos, aun reconociendo esta necesidad del mal llamado ‘istinto de conservación’ en cualesquiera cosas, aún así tenemos que reconocer que la Realidad nunca está bien hecha, y por lo tanto nunca triunfan plenamente los intentos de conservar la existencia ningún tipo de cosa. Otra vez tenemos aquí la aplicación de lo de ‘provisional’: son victorias provisionales las que un pajarcillo consigue para mantenerse siendo el que es, y de la raza que es; más o menos a la larga, falla, y entonces viene la evolución, que se ha reconocido en animales y plantas, la evolución de las especies, como un resultado de lo mismo, que evidentemente viene a ser una continuación del mismo intento de conservar la existencia, aunque sea paradójicamente cambiándola. Pero vamos, ¿qué queréis?: eso es lo que entre nosotros hacen los Estados, por ejemplo: cambian, con la intención de seguir siendo lo que son, no tienen más remedio: cualquier Istitución, el Estado mismo, se ve forzado a utilizar el procedimiento de cambiar (cambiar de Gobierno, cambiar de supuestas tácticas, cambiar de Presupuestos), precisamente para seguir siendo el que es. Bueno, espero que esto vaya aclarando un poco los términos, ¿Qué más?
- ¡Madre, qué frío entra por esta ventana! Estamos tosiendo todo el mundo.
AGC- ¿Ah, sí? Bueno, pues cerrad, pero yo la verdad es que estoy hasta sudando un poco. Y eso que no llevo más que tres camisas, pero bueno. A ver, sí.
- Quería insistir un poco en esto, porque yo siento que hay una relación del miedo a la muerte con el miedo a perderse. Yo por lo menos la he sentido, y pienso que es un sentir común, me parece a mí. Además, lo pensaba un poco en la línea de lo que decía Isabel: algo tiene que ver con eso del , que lo de perderse puede imaginarse como una imposibilidad de volver atrás, de manejar el tiempo como algo real, que en parte sería eso: el poder ir atrás y adelante. Entonces, el perderse, creo que tiene que ver con lo irreversible, con no poder volver atrás, con que el tiempo desaparezca, y eso yo creo que es algo que está muy ligado a lo de la muerte. Incluso lo de la eternidad, la continuidad, todas esas cosas, esas ideas en torno a la muerte, también están pegadas yo creo a eso, ¿no?
AGC- Sí, pero con esto último te vuelves a armar un poco de lío. Vamos a ver si esto se aclara: efectivamente: ‘miedo a perder el tiempo’, has dicho. Pero el tiempo es futuro. De lo que se tiene miedo es de quedar sin Futuro, de perder el Futuro, perder el fin. Cuando digo que uno tiene por un lado miedo de perderse, ‘perderse’ quiere decir eso: dejar de ser el que es, o sea, perder el Futuro. A ver: en la tradición, ¿cuándo una mujer es una perdida?, ¿cuándo se pierde?: cuando pierde su Futuro. Eso, por poner un ejemplo de los más groseros, pero que podéis generalizar por todas partes: cuando se queda sin un Futuro; sin un Futuro, que es lo que una mujer decente, una Señora, tiene: un Futuro. Y evidentemente, si un muchacho en sus estudios puede declararse que es un perdido, que se pierde y tal, ¿qué quiere decir?: que está perdiendo su meta, que se está quedando sin una meta que conseguir; el Régimen utiliza esto todos los días para convencer a la gente menos formada de cómo tiene que estudiar, y a qué tiene que aspirar. Si un muchacho entra en una curiosidad ardiente, y en lugar de estudiarse los testos se pone a divagar con eso, y a soltar por un lado y por otro, como pasa a veces, ése es un perdido, porque se pierde el examen; el de Febrero, o el del Junio; y por tanto, se pierde el Fin de Carrera, y ése es un perdido. Es un perdido, y es la propia pasión la que ocasionalmente ha podido perderlo, precisamente, y hacerle perder lo otro . A ver si con esto se van......
- Pero yo creo que estos usos del perderse son en otro plano de las cosas. Yo estaba intentando como intentar recordar lo que yo podía haber sentido como miedo a perderme, y creo que tiene que ver con eso, con algo de no poder volver atrás.
AGC- A ver, pero di un poco más a que especie de recuerdos te refieres.
- Pues lo único que puedo decir es la sensación de que no se puede volver atrás, de que uno más o menos en la Realidad se maneja......
AGC- No, si en eso tienes razón, pero es que el no volverse atrás (y probablemente sobre eso si tenemos tiempo vamos a volver ahora), está condicionado por el Futuro. Es el Futuro el que fija el Pasado, y no al revés: el pasado nunca de por sí está fijo, el pasado es una perdición: la memoria indefinida, indistinta, la memoria viva. Pero la concatenación, que le ha llevado () el que es, el perder su historia, eso está condicionado por su Futuro; desde el Futuro se condiciona el Pasado. Con lo cual pensaba (ahora se me está ocurriendo) volver, no sé si vamos a tener tiempo: a ver cómo lo del fin se liga con lo de las causas; con la cadena de las causas, una vez más.
- Has dicho antes algo que me ha llamado la atención: lo provisional y lo definitivo. Yo creo que en la Realidad lo único que hay es todo provisional, no puede haber nada definitivo. Lo definitivo sería el fin. Entonces, lo único que hay en la Realidad es provisionalidad, no puede existir otro tipo de situación.
AGC- Sí. Lo malo es que, como has oído, ‘provisional’ quiere decir que se está creyendo, justamente, en lo definitivo. Esa es la contradición en la que estamos. Evidentemente, existir, como sabéis, en el sentido que lo decimos, (‘existencia’, ‘Realidad’; ‘falsa Realidad’, pero la única que se nos da), existir, ‘el fin’, no existe; ‘la eternidad’, no existe; ‘todo’, no existe. Estos son los que hemos distinguido como ideales. Pero están costantemente incidiendo en la Realidad, en las cosas, y una de las maneras de incidir es esta de imponérsenos, hacérsenos creer, efectivamente, en lo definitivo, en que hay un término de las provisionalidades. Ello de por sí no existe, como el resto de los ideales que he citado, pero está continuamente incidiendo sobre la existencia. Es, como si dijéramos, Dios, que supraexiste: no existe propiamente, aunque luego lo pretenda, pero está rigiendo, desde arriba, las existencias; las existencias de nosotros, y de las cosas existentes. ¿Qué más? Sí.
- Yo ahora estoy pasando una situación de paro laboral, y entonces estoy viviendo mucho esa contradición, ¿no?, porque por un lado tengo el miedo a estarme perdiendo (y además, a que mi cuenta bancaria cada vez......), y que eso no se va a poder mantener. Pero por otro lado, tampoco quiero digamos ‘encajarme’ en algo, coger ya el sitio donde...... O sea, que estoy viviendo muchísimo esa contradición, y entonces cada vez pienso una cosa, y estoy continuamente, yo que sé, volviéndome loca de la cabeza, y pasando muchas emociones también con eso. Y la verdad es que es una contradición, porque tienes miedo a las dos situaciones, y no te dejan vivir; ni te dejas perderte, ni te quieres encontrar un fin, ni sabes si vas a salir de esta. A veces piensas ‘bueno, cuando haya pasado un tiempo’, y ya piensas en un tiempo futuro, de cuando esté en otra situación, pero al mismo tiempo........
AGC- Sí, naturalmente, la mayoría de la culpa es que, a lo largo de los años anteriores, te has acostumbrado demasiado a perseguir fines; a perseguir fines, es decir, a perseguir éxitos, a perseguir contratos.......Como cualquiera; a cualquiera lo educan para eso, ¿no? Y entonces, claro, esa costumbre no se pierde así por las buenas. Y efectivamente, siempre el miedo primero, el miedo a perderse, a no ser nadie en este mundo, aunque tenga uno un odio terrible del miedo segundo muy fuerte, al fin, a lo definitivo, pues sigue también funcionando, y nos obliga a estar en esa contradición. Es así.
- Y por otro lado, he estado pensando, y intentando recordar el momento en que sentí que se me anunciaba la muerte, esto que has dicho del niño de año y medio. Y yo no sé si uno realmente se lo llega a creer lo del fin, porque incluso la muerte física, uno piensa que aunque esté ahí, pues que uno va a vivir ochenta y tantos años, y que todos, seres queridos y demás, lo mismo. O sea, que como que no terminas de creer en ello hasta que de repente viene.
AGC- No. Un niño tiene esperiencias de muerte muy inmediatas; no creo que de pronto se pueda aferrar uno a llegar a la remota ancianidad, porque en animales, o incluso en niños que mueren, se le ofrecen muestras de que no es así. Lo único que sabe, así en astracto, es el fin, pero nada más. Desde luego, cuando un niño empieza a decir eso de que tiene miedo a la muerte, ya está participando del lío de los adultos; y el lío, el embrollo de los adultos respecto a esta locución, es lo que he estado tratando de desentrañar, ¿no? Está ya confundiendo lo uno con lo otro, ¿no? Ved que, en sentido común, en razón común, de ir viviendo, de irse dejando vivir, no tendría que haber miedo ninguno, porque justamente es lo que nos pasa de todas maneras, así que buena gana de tener miedo de una cosa que nos está pasando costantemente. Y lo que nos está pasando es eso: nos estamos deshaciendo; todo el mundo lo siente, aunque no quiera saberlo: nos estamos deshaciendo, nos estamos desmenuzando, desliendo; es decir, dejando de ser nada fijo ni palpable. Esto nos pasa queramos o no queramos, creamos o no creamos, y por tanto, en sentido, en razón común, el miedo, para eso, está fuera de lugar; está fuera de lugar, porque para qué vas a tener miedo de algo que está pasando continuamente. Se le aplica mal este miedo que he puesto como primero, precisamente porque la palabra se confunde con la que tiene una acepción normal, respecto al miedo segundo, miedo a lo que va a venir, miedo al Futuro, miedo al Futuro anunciado. Esta es también otra de las maneras en que la contradición a su vez se divide en contradiciones referentes al hablar, a lo que se dice acerca de las cosas.
- Alguna vez me pregunté qué se le puede decir a un niño cuando te pregunta por la muerte.
AGC- A un niño, es lo mismo que yo me puedo decir a mí mismo, y lo mismo que os digo a vosotros: desengañar. Como siempre hay tela que cortar, porque un niño, a la edad que lo cojas, ya está cargado de ideicas que le han metido, el camino está claro: decirle ‘es mentira, eso es absurdo’. Por cualquier camino, demostrarle que lo que le han contado es mentira, no hay otra cosa. En realidad uno, honradamente, ni con niños ni con nadie, no puede hacer más cosa que desengañar. Se da por supuesto que estamos engañaos, y gracias a que la Realidad no es todo lo que hay, ‘cabe’ que ese engaño nunca sea un éxito total: cabe desengañar, y por tanto esa es nuestra política; aquí se desengaña; al niño, o a quien sea.
- Pues yo precisamente voy a aportar un testimonio de mi hija, que claro, pues con tres añitos o así ya empezaba a decir ‘me voy a morir, todo el mundo se muere. ¿Yo me voy a morir, papá?’ Yo, sabiendo un poco la inutilidad del gesto, y más que nada por la alegría que me entraba a mí, y que le entraba a ella, le decía ‘yo no muero nunca. Dilo conmigo: yo no muero nunca’ Y le daba una alegría inmensa, le brillaban los ojos. He seguido unos añitos, hasta que hace poco ya no se lo cree, o por lo menos me responde, y esto lo interpreto como respuesta del Ser, me dice ‘sí que me voy a morir’, como diciéndome ‘sí que me como las alubias’, como diciendo ‘sí que voy a ser capaz de comer las alubias, sí que voy a ser capaz de morirme’. A mí me daba mucha rabia, pero efectivamente, es el Ser, que está dando salida a sus ganas de seguir siendo. Y también quería aportar otro que me pasó hace varias tertulias, que dije una palabra que estaba condenada a desaparecer, ‘dediles’.
AGC- No, no, ‘dediles’, se usa bastante. Dediles, de cuero, para muchos oficios, que no son dedales
- El caso es que yo lo condenaba entonces como palabra en desuso, y desde entonces me ha vuelto; no solamente porque a mí me ha venido a las mientes, sino por varias personas que luego me lo han dicho. O sea, que se ha resistido: yo la quería matar, y se me ha resistido.
AGC- No, no, no está tan desusada. No sé cómo lo ligabas, pero desde luego, con las palabras de un idioma pasa como con las cosas: se defienden, quieren mantenerse en una acepción fija, y les falla, porque están continuamente cambiando, y lo mismo. A tu niña, la primera vez desde luego la cogiste desprevenida, porque todavía podía oír ‘yo’ como queriendo decir ‘yo’, y nada más que ‘yo’. La segunda reacción es la normalidad, es la pura normalidad: ‘yo’ se identifica con el nombre propio, y por tanto la niña ya no entiende eso de ‘yo’ mas que queriendo decir ‘Fulanita de Tal’, ‘Mi Mendas’. Sí.
- Entonces, cuando uno se muere, ¿deja de ser real?
AGC- ¿Cuándo uno se muere, deja de ser real? La Realidad está condicionada por eso, por ese fin. A ver qué quieres decir. ‘Cuando uno se muere’, puede querer decir dos cosas, he dicho hace un momento: en razón común, a esto de estarse muriendo, que es lo que nos pasa, no hay posibilidad de tenerle miedo; no tiene sentido, de manera que, en ese sentido, cuando uno se muere, que quiere decir ‘cuando a uno le pasa lo que le está pasando’, pues estamos al cabo de la calle. Ahora, si al decir ‘cuando uno se muere’, estás refiriéndote al Futuro, entonces, ahí, ¿qué pasa?: eso es una cosa de la que solamente se puede hablar, pues como se habla de los Futuros: en términos de presagio, de adivinación, de cualquier otra cosa por el estilo, ¿no? No tiene mucho sentido. Si uno está ligado con su nombre propio (y a eso ya en sesiones pasadas le dimos muchas vueltas), lo que se gana con el supuesto cumplimiento de su muerte, que nunca está aquí, es la eternidad; la eternidad, la fijación: pierde ya la existencia, y a cambio gana la eternidad; eso es lo que pasa con el supuesto cumplimiento de una muerte futura. Pero entretanto, la muerte futura tiene la gracia de que es futura, y de que no está aquí nunca; no está aquí nunca, y por tanto, uno no está en el sitio ese en el que pregunta. Si se identifica con su nombre propio, uno queda fijo, eterno.
- Respecto a lo que ella dice, cuando uno se ha muerto, se ha convertido en nombre propio, y en dos cifras en la lápida. Es más real que nada.
AGC- ‘Cuando uno se ha muerto’, no se puede decir, porque uno no se ha muerto. De esas cosas del Futuro, en contra de lo que os enseñan, sólo se puede hablar en Eventual; en Eventual, en Potencial. De manera que si tú lo preguntas buenamente, hay que decir: “cuando uno se ha muerto’, no: ‘cuando uno se haya muerto”. “Cuándo uno se muere’, no: ‘cuando uno se muera”. Es decir, siempre en Eventual, porque uno no se ha muerto. Cuando uno se muera, pues el cálculo que hemos hecho puede ser eso: que gane la eternidad, a cambio de la existencia. Pero por lo pronto, uno no se ha muerto.
- Era una pregunta como que quería tener esperanza, o algo así, porque bueno, por lo menos cuando me muera abandono esta Realidad falsa, y como que hay una salida a esto.
AGC- Sí: salida definitiva; lo definitivo: la eternidad, es decir, el objeto del segundo miedo, que es justamente el miedo que tenemos que mantener aquí. No hay esperanza; no hay esperanza. Eso sería como lo que a propósito de la libertad decíamos antes: uno no es libre, uno no puede ser libre: la liberación, por supuesto, es eso, perderse, pero evidentemente implica que no es uno el que se libera. La Esperanza es para ellos, para los que mandan, ellos son los que viven de eso: es de lo que ha vivido la Iglesia, de lo que vive el Capital, de lo que vive el Orden: de la Esperanza, que es en verdad una Fe en el Futuro; no es más que una Fe en el Futuro, de manera que fuera, no hay. Si es que preguntabas por eso, no hay. Vamos, ya querría yo que no hubiera: sigue habiendo; sigue habiendo esperanzas, y hasta ilusiones, y eso. Pero digo que, en razón común, no hay esperanza que valga.
- Pues yo estoy de acuerdo con la hija de aquel hombre, que me parece a mí que la muerte, por mucho que queramos decir que no existe cuando nosotros estamos...
AGC- ¡Ah, no, no, no, no, no! Eso no se ha dicho así ni por un momento, ¿eh?; ni por un momento.
- No, pero estamos entendiendo que cuando nosotros somos, no está; que la muerte......
AGC- ¡No, no, no, no!: es que eso aquí no ha salido, perdona, eso lo traes de otro sitio.
- No, de otro sitio, no, yo te lo he oído aquí.
AGC- ¡No, no, no, no, nunca! Nunca; meterme con ello, sí; meterme con esas cosas que a veces dicen los filósofos.
- Pues tú estás diciendo continuamente que la muerte está más allá, y que no tenemos que pensar, porque el Futuro no existe, y que la muerte no existe como tal, en tanto en cuanto que nosotros estamos más o menos en la Realidad esta que estamos hablando. Entonces, como de eso no podemos hablar, porque es el Futuro, no existe. Pero la muerte es incluso más fuerte, pienso yo, que todo este discurso de lo que estamos hablando, y la muerte está presente incluso en el discurso que estamos manteniendo. Al hilo de lo que has dicho, y de la hija de este hombre, que me parece.....
AGC- En la segunda etapa de la niña, que, como dije, era la recaída en la normalidad. El fin, como el resto de los ideales, no existe, pero está costantemente incidiendo sobre la existencia, y por tanto el fin, la muerte en cuanto fin, en cuanto siempre- futura, evidentemente, nunca está aquí, pero está, como tú mismo reconoces, costantemente incidiendo y, entre otras cosas, obligando a desarrollar creencias, y hasta religiones, filosofías, y todo. Sí.
- Es que me ha llamado mucho la atención lo que has dicho sobre la muerte continua, porque de hecho el oxígeno nos va oxidando, y es lo que nos da la vida y lo que nos da la muerte. La idea de la existencia de la muerte, a mí me parece que está ligada un poco con el tema del pensamiento: la muerte no me da miedo, y yo no creo tanto que incida en la existencia como que incide con el pensamiento.
AGC- ¡Pero si la existencia está llena de ideas, no es más que ideas!. Esa es la manera de incidir.
- ¿Existe la existencia, sin ideas?
AGC- Existencia, sin ideas, no. Cosas, sin ideas, no. La existencia, depende: para nuestro caso, de esta cosa que somos nosotros, ideas, que son significados de un idioma determinado. Para las demás cosas, algo equivalente que no conocemos. En nuestro caso, desde luego, ideas, es lo que nos llena por todas partes, y es la manera en que está siendo......
- ¿No se puede concebir una existencia sin ideas? ¿Se puede concebir la libertad sin pensamiento?
AGC- No, no, no. A eso, si quieres, llámalo con esos nombres con los que hay que tener tanto cuidado, como ‘vida’, ‘libertad’......Pero ‘existencia’, pa nada. ‘Vida’, ‘libertad’, con tal de que se sepa que vivir quiere decir eso, desleírse, irse muriendo, con tal de que se recuerde que libertad nunca es la de uno, ni ninguna otra cosa que sea: que es el perderse. Pero existencia, nada: la existencia está hecha por la contradición que hoy he tratado de poner aquí al vivo.
- Pero la contradición es si lo piensas, porque la idea de la muerte es lo que nos aterroriza, porque la muerte misma no creo que sea una cosa tan terrorífica.
AGC- No, no, no, no: es el pensamiento el que está...... Tú no puede separar el pensamiento.
- A lo mejor es simplemente una puerta maravillosa, ¿no? No sabemos, porque como nadie nos hemos muerto como para comprobarlo....
AGC- ¿Pero cómo puedes separar el pensamiento del resto de tu existencia?
- Pues en Oriente se lleva haciendo durante milenios, lo de separar el pensamiento de la existencia.
AGC- No, no, déjalos, déjalos. Déjalos parar ya, que menudo lío. Vamos a ver, sí.
- Que para mí la Esperanza sí existe. Y que yo creo que si no existiese, ahí sí que me pierdo. Y cuando pierdo la esperanza, quiero llegar al fin de mi vida.
AGC- No, al contrario: entonces es ya cuando no tienes ninguna esperanza del fin de tu vida: se acabó el Futuro.
- Pero desde mi punto de vista, si yo pierdo la esperanza, pues pienso a lo mejor en la palabra, que es horrible, de ‘suicidio’. Yo sin la esperanza no tiraría para delante, y me perdería.
AGC- ¡Si eso es una esperanza!
- ¿El suicidio? Bueno, es como querer acabar con todo.
AGC- Estamos hablando del Futuro: ¿qué vamos a decir de tu vida? Si luego quieres hablar de que pierdes las esperanzas que el Régimen te ha puesto, que son las esperanzas de ir consiguiendo esto y lo otro, y que eso te desespera mucho, eso es otra cosa; pero no creas tú que por ese camino vas a hacer otra cosa más que ratificar la Esperanza, la Fe: Futuro, Suicidio. No es ningún camino de......
- Son palabras muy fuertes, pero que yo antes estaba pensando qué es para mí perderme, y yo pensaba que para mí perderme es perder la esperanza en algo.
AGC- Perderse es perder las cositas; las cositas de la vida. Pero no olvides que eso está pasando costantemente, y no pasa nada.
- No pasa nada, por supuesto, pero que para mí la esperanza sí que existe.
AGC- Hombre, ‘existir’.....no emplees otra vez el verbo ese: la Esperanza nos está rigiendo: es el fin, y lo mismo da que sea sonrosada que negra: es el fin, el Futuro; y eso no es que exista, sino que está costantemente, malditamente, como hemos visto, condicionando nuestra existencia.
- Yo tengo un compañero que cuando le pones de manifiesto alguna de las contradiciones que costituyen la Realidad, te salta con una espresión que dice ‘tú lo que quieres es, ni morirte, ni quedarte vivo’. Entonces para mí la cuestión está en que la condena es a morir. Y como alternativa hay la esperanza, y por eso hay religiones de la vida eterna. Pero si verdaderamente esistiera la posibilidad de no morirse nunca, sería igual de angustioso no morirse como morirse, o daría igual de miedo.
AGC- Esacto; esacto, porque la contradición no desaparecería: daría lo mismo. Es lo que antes he mencionado como ‘eternidad’: por un lado estaríamos perdiéndonos, estaría quien fuera perdiéndose, y por otro lado estaría la condena al tiempo eterno, como en el Infierno, o en el Cielo, del antiguo Régimen, ¿no? De manera que seguiría la contradición igual de viva, llevada a sus estremos.
- Lo que yo pienso es que si está tan arraigada la cosa esta de la muerte- siempre- futura, (pero arraigada no solamente a nivel de la gente con conocimientos, sino de la gente más popular, mas baja, menos istruída), si está tan arraigado eso de la muerte- siempre- futura, es porque hay un presentimiento de una cosa anterior, en otro plano, que es la muerte- siempre- pasada. Lo de ‘siempre’ coincidiría (siempre- futura, siempre- pasada), pero no son del mismo rango, en tanto que efectivamente una está condenada por la existencia, por la esperanza, por el fin, y la otra es de una índole mucho más profunda, que está más ligado a esto que te he dicho, y que Penélope también entraba en ello.
AGC- No, no, no quieras compararla. A ver, lo del Pasado. A ver qué quiere decir eso.
- Yo comparo lo que me da la gana. La muerte- siempre- pasada está por ahí debajo, está fundando eso de la idea y de la existencia de la muerte- siempre- futura.
AGC- No, para que no sea un juego de palabras, ¿qué quiere decir ‘la muerte- siempre- pasada’?
- Si no, no tendría tanto éxito. Porque hay un presentimiento de algo que está mucho más hondo, que no depende del sujeto que la padece.
AGC- A ver: ¿quieres decir, con respecto a uno, la eternidad en que uno todavía no había....?
- Es un sin fin que hay debajo, que también está desapareciendo.
AGC- ¡Ah! Ahí no es muerte, hija: eso es sin fin.
- Bueno, se vive como pérdida, y ese sentimiento, esa huella rítmica que hay ahí debajo, es lo que va a fundar la muerte- siempre- futura, y si no, no tendría tanto éxito en esta cultura, en esta otra, en esta clase social, en este sexo, en esta edad.........
AGC- ¡Uf! Bueno, no insistas, por favor. Aunque el término sea muy poco adecuao (‘una muerte- siempre- pasada’, que es un mero juego de palabras), pero está bien sacar lo del Pasado, a veces perdiéndose a su vez, a veces fijado como Historia, o todavía fijado como eternidad anterior. Y está bien sacarlo, con tal de que no se olvide lo que he estao diciendo ya tres o cuatro veces: el fin es lo primero. Si uno no reconoce que el fin es lo primero, y que es eso lo que condiciona el Pasado, la (concatenación) del Pasado, con sus causas, entonces no tenemos mucho que hablar aquí, porque nos estamos condenando a las mañas del Régimen. Evidentemente, el Régimen no está fundado en un Pasado, por ejemplo la Tradición Histórica de un Estado, o lo que sea: todos esos Pasados, de un Estado por ejemplo, se inventan una vez que se necesitan para sostener el fin, es decir, ‘la unidad de un destino en lo universal’, para el caso de un Estado, para seguir las palabras de Jose Antonio. Es lo primero: no hay ningún Régimen más que el de la muerte; no hay ningún Régimen que nos venga de atrás; no hay mas que un Régimen, que se nos impone desde arriba, y esto cualquiera, hasta los más iletrados, lo reconocen. Lo que nos están imponiendo desde allí es el fin, y lo que nos cuentan todos los días respecto a Pasados y Tradiciones, es un complemento, porque lo que primariamente nos imponen son Futuros a los que alcanzar, Metas del Desarrollo, y todo lo demás. Y por tanto, quien no se mantiene fiel a esto, que es un sentimiento corriente, está poniéndose a defender el Régimen.
- .....a una pulsión que viene de abajo, y que por eso lo de arriba se acopla también. Porque abajo hay algo que mueve a esa pulsión, y tienes a todo Freud que.......
AGC- Está poniéndose a defender el Régimen. Por debajo no hay más que lo que hemos dicho: nos estamos muriendo, nos estábamos muriendo, y no hay más que eso: nos estamos muriendo, nos estamos deshaciendo, y eso es justamente lo que no da lugar, no debía dar lugar, a miedo ninguno. El Futuro, sí.
- Estos miedos contradictorios, sin embargo hay ocasiones (alguien ha hablado de suicidio), hay ocasiones continuas en que son complementarios: el miedo a perderse, tanto a perder la razón como a perder la economía, como la familia, como el propio ser, el estatus, te hace verdaderamente suicidarte, perderle el miedo a la muerte. Ahí no hay contradicción, hay complementariedad.
AGC- Has reproducido el razonamiento del buen Lucrecio con respecto al suicidio; lo has reproducido casi literalmente: para Epicuro, para Lucrecio, el origen de todos los males es el miedo a la muerte. Lo entiendo de una manera muy tosca, no puedo hacerme cargo de él, pero es el miedo a la muerte: el miedo a la muerte empieza por hacer perder todas las cosas apreciables de la existencia, (él no habla de ‘vida’): perder la honra, perder el buen nombre, llegar a matar a prójimos, o a familia.........Todos los horrores proceden del miedo a la muerte, todos los crímenes. Y termina el razonamiento como tú: ‘y cuando se llega a lo definitivo, pues ya se sabe: llegan a coger tal odio, dice él, tal odio a la lumbre del Sol, una vez que la vida se les ha puesto así, que se dan la muerte a sí mismos, para acabar’. No es nada del otro mundo, por desgracia, el suicidio, forma parte justamente del tinglado que hemos analizao; no resuelve nada: confirma; de una manera un poco espectacular, pero confirma lo que está pasando generalmente, aunque uno no se suicide.
- ¿Pero no elude al miedo a la muerte, el suicidio?
AGC- No, no: está hecho por el miedo a la muerte, en el razonamiento de Lucrecio. El miedo a la muerte va estropeando de tal manera las cosas de la vida, que llega a engendrarse un odio tal de vivir, es decir, de aquello en que la vida se ha convertido, que uno acaba con ella y se da la muerte. Es la culminación; es la simple culminación, el cumplimiento. ‘Miedo’, ‘Esperanza’, da lo mismo: el caso es que la condena es del Futuro en primer lugar, y de ahí hay que partir.
Pero precisamente pensaba de ahí pasar a eso de cómo se liga lo del fin con las causas, y el encadenamiento de las causas pasadas. Pero me temo que es muy tarde, de manera que nada, si no pasa nada, sobre eso volvemos. No quita que repasemos todo lo que traigáis respecto a miedos y demás, ¿eh?, que hay cosas que no han quedado lo bastante claras. Pero si el Señor nos deja, volvemos sobre eso, y seguimos.