15.07.2009

Tertulia Política número 186 (15 de Julio de 2009)

Agustín García Calvo

Ateneo de Madrid


 

  Tertu186-15-7-2009#Tertu186-15-7-2009.mp3

 

 

TRANSCRIPCIÓN:

 

 

  Vamos a seguir, si os parece,  y a ver si consigo meterme a fondo y derecho en esta cuestión, que ya esbozaba el otro día, de la ‘denominación’, y por tanto de las vías o trucos para acabar con uno mismo, eso de uno mismo.

Los que estabais recordabais que estuve tratando de mostrar el carácter mortífero de la denominación ?la denominación, el dar nombre? que sin embargo, pues trataba de diferenciar en grados ?digamos?: hay una denominación venial que es simplemente el uso en la lengua corriente de las palabras con significado que haya en un idioma que, efectivamente son los que les dan a las cosas eso que se llama ‘existencia’ (no es que las creen de la nada: que les dan existencia), y esta existencia nunca puede ser verdad porque en la Realidad no cabe verdad, pero evidentemente es lo bastante para todos los fines prácticos, es decir, para irnos entendiendo y tirando; y luego, por encima de eso, está la denominación que viene de más Arriba, cuanto más Arriba con más pretensiones de verdad, de explicación o de razón de las cosas, y por tanto falsificando de una manera cada vez más Alta, hasta llegar, como os lo mostraba, al grado sumo que es Dios: la denominación. Cómo el nombre de Dios, aparte de servir para todo tipo de guerras Santas y cosas por el estilo (matanzas, inquisiciones… todos las recordáis, que no es que se hagan nunca en otra cosa que en el nombre de Dios, es el nombre, justamente la definición), aparte de eso, el nombre de Dios viene a matar lo que en las cosas quede de libre: las cosas, la maravilla incontable de las cosas, costantemente cambiándose unas por otras (ya recordáis) queda sustituida por el nombre de la causa, del Creador, Dios. Ya os hice notar cómo incluso, pues algunos de la gente más inteligente, es decir, más honrada que en el mundo han sido, se dejaban también engañar por esto, y a la maravilla de las cosas, cuando no la llamaban Dios, la llamaban Naturaleza, que viene a ser… que viene a ser lo mismo. Lo que importa es la denominación, el dar nombre.

Bueno, pues de esto se trataba y esto es en lo que hoy deseaba que ahondáramos y aclaráramos lo más posible. Desde luego esto no sucede de ninguna manera natural con las cosas, es de una necesidad precisamente de Dios, es decir, ‘Dios’: todo lo que en la Altura se imponga sobre las cosas, las comprenda o las unifique y todo eso. Es Él el que tiene necesidad, no las cosas, no nosotros en cuanto cosas, es una necesidad del Poder, de Dios. Lo que pasa es (y en esto es en lo que voy a insistir) que uno es Dios, que uno mismo es Dios. Uno mismo es Dios y por tanto la necesidad le toca igualmente, y esa necesidad mortífera, portadora de muerte, lo es tanto de Dios como de uno, no hay lugar a distinguir.

Uno mismo, que no es que sea una cosa entre las cosas (por ejemplo ese tipo de cosas que se llaman personas ?esto de las personas, pues podría caer dentro de la denominación venial, no iría mucho más allá que para entenderse, para fines prácticos?, no es que se trate de personas, ese tipo de cosas que está costituido por un alma o como se quiera llamar, una estructura, que tiene dominado a esto que nos     queda de cuerpo desconocido, y trata de convertirlo efectivamente en una persona), no: es algo más mortífero que eso: es el nombre propio (sobre el que en algunas otras ocasiones hemos vuelto): el nombre propio. Es el nombre propio, para el que alma, cuerpo, la persona entera, no sirven más que como una manifestación puesta a su servicio, al servicio del nombre propio de cada uno, que es lo mismo que el nombre propio de Dios, que es como ejemplo de todos los demás: aquella denominación común de los ‘dioses’ que acaba por convertirse en nombre propio: ‘Dios’.

Ése es el modelo de lo que nos pasa, de lo que hace cada uno de nosotros como Dios: el nombre propio, la singularidad, esta Fe que tenéis, que tenemos, porque nos la han impuesto, en que uno es singular, uno es el que es, único. Eso es lo que pretende atestiguar su nombre propio y el resto de las más complicadas denominaciones que tratan de perfeccionar la labor mortífera del nombre propio incluido el número del documento nacional de identidad y cosas por el estilo: la singularidad, que uno es singular, es único. (Y, efectivamente, hay que advertir entre paréntesis, porque aquí ya lo hemos hecho notar, que puestos en ésas, la muerte de uno es algo único, no hay ninguna experiencia de mi muerte. No hay ninguna experiencia de mi muerte, no hay ninguna experiencia de la muerte de uno, eso lo excluye de las cosas, sin más, de las cosas venialmente denominadas. De la muerte de uno no hay experiencia ninguna, es efectivamente singular, única, y eso es lo que muestra la identidad entre la singularidad del nombre propio y la de la muerte de uno que lo costituye, que lo costituye con ese nombre propio). Ésa es la necesidad de Dios y de uno.

Contra ese uno tenemos que seguir luchando en esta tertulia política, sin ninguna posibilidad de que por nosotros hable algo de voz común, de razón común, de lengua de nadie, mientras tenga que estar sometida a la presencia del nombre y tras él la persona y la muerte del hablante, del que habla. Tenemos por tanto que seguir, si es posible, incansablemente luchando contra… contra ese mostruo. Cabe, es posible, hay que negarse a la declaración de “Eso es imposible”, que desde boca de cualesquiera padres de la Patria, o padres corrientes, o de cualquier representante del Capital, sonará por doquiera “Eso es imposible”. No, no: se puede desde aquí luchar contra esa locura evidente que acabo de recordaros por lo breve, la locura que se revela de la manera más percutente en la muerte de uno, en la singular muerte de uno, que trae, que se confunde con la promesa de eternidad, de Dios, que el nombre propio incluía.

Pues es posible, simplemente es muy difícil (lo sabéis lo mismo que yo) justamente porque quienes puedan lanzarse a esa lucha son gente como nosotros que ya no es simplemente gente sino que son personas con su nombre propio, empezando por mí mismo, que no soy así, por las buenas, yo, soy Don Agustín García o cualquier otra mandanga por el estilo: nombre propio. Simplemente es muy difícil, pero bueno, procuremos no cansarnos de momento.

Voy a recurrir con vosotros esta tarde a mi propio caso, porque es que es muy fácil cuando se habla de ir contra uno, que eso se entienda en el sentido de ir contra ‘el uno’, el uno de cualquiera, y así se empieza a generalizar, y efectivamente así como ‘yo’ no puedo ser ‘el yo’, así uno es ‘uno’, no ‘el uno’, y cuando se empieza a hablar de ‘el uno’ y cosas por el estilo, pues ya se está perdiendo la fuerza del ataque. De manera que por eso, pues presento mi caso.

Presento mi caso, no porque tenga importancia especial sino a título de ejemplo, como se dice. Porque me entró el otro día una especie de ataque de repulsión contra mí mismo especialmente violenta y la quiero aprovechar. Se trataba de que, por mi desventura, me había tocao corregir la trascripción de una conferencia que había dado en Lérida, que era una despotricación contra los intelectuales. Era un trabajo de por sí fastidioso, peor habría sido la trascripción de un registro evidentemente mal hecho, y que se oía muy mal, y que yo sé de alguna a quien le habrá tocado antes que a mí.

Pero, bueno, el caso es que yo tenía que dedicar, maldiciéndome ese rato, a corregir en lo posible la trascripción, y según iba sometiéndome a eso, y con el calorazo que esa tarde estaba haciendo, pues más se me iba acrecentando la repugnancia contra mí mismo con ese motivo concreto. Era una despotricación contra los intelectuales, y yo tenía que haber [] “Pero si yo soy uno de ellos, ¡coño!”. Si yo soy uno de ellos, ¡coño!, y no hay quien me libre. ¿Quién soy yo para despotricar de esa manera contra la labor de los intelectuales y contar cómo están al servicio del Poder y colaboran artistas, músicos, poetas y sobre todo filósofos y científicos, en los cuales insistía especialmente? Yo soy uno de ellos, estoy aquí efectivamente habiendo pasado por enseñanzas y Universidades 40 años, desde jovencito. ¡Cátedra! (¿qué más se puede pedir?), cátedra, cátedras por todas partes y Istituto y Universidad, catedrático, y estoy cobrando en consecuencia una pensión que el Estado me rinde en pago de esos 40 años de servicio o de servidumbre, como queráis decirlo.

Bueno, y así en todo lo demás. No me puede disculpar, ni de la Cátedra ni de todo lo demás, el hecho de que tuviera que entrar por ahí con motivo de haber tenido un hijo a los 19 años y tener que mantenerlo y cosas por el estilo: disculpas… No, no sirve desde luego de ninguna manera de disculpa. Ni me disculpa tampoco el hecho de que durante esos 40 años, con gente de Istitutos y de Universidades, estuviera intentando desde dentro (desde dentro, metido allí), desde muy pronto, hacer algo al revés de lo que estaba mandado que hiciera, es decir, luchar desde dentro de la propia sumisión. Es decir, descubrir cuál era el negocio de los libros de textos en Istitutos, anularlo y dedicarme a hacer unos librillos para repartir a los curas y a los maestros de los pueblos que tenían que preparar a alumnos libres… Bueno, una lucha verdaderamente ímproba. Y desde luego, desde muy pronto, lanzarme contra la examinación que reconocía ya como el centro del veneno de la Enseñanza: negarme a examinar, no examinar, no tener que suspender a nadie ni cosas por el estilo. Y así lo hice toda esa vida académica, en Istitutos, en la Universidad y demás, arreglándome como podía.

Esto ya se lo contaba a los intelectuales en Lérida en esa ocasión. Pues tampoco eso, tampoco eso puede disculpar para nada el hecho en librarme de esta repulsión contra mí mismo establecida de la manera de la que no puedo librarme. Ni siquiera me disculpa el que al final, el año 65, a mis 39, me dejara arrastrar por el levantamiento de los estudiantes por el mundo y en Madrid y me jugara gozosamente la Cátedra y todo lo demás. Nada de eso me libra de ese asco y de esa hartura de mí mismo que os estoy contando. No parece que pueda tener mucho sentido esa lucha desde dentro contra la propia Istitución en los exámenes.

A pesar de todo ello, pues me queda siempre esta condición: el estrado, el ?a poco que me descuide? estar siempre hablando en estrado. Ahora estoy al mismo nivel que vosotros, pero de todas maneras, pues es como si estuviera también paseándome por un estrado: la pedantería; la pedantería insufrible con que uno no puede por menos de hablar dada su condición de catedrático y cosas por el estilo. Todo eso, que no os voy a seguir enumerando, y que me hace efectivamente estar muy no sólo disgustado sino sintiendo como insoportable mi condición personal.

Eso será lo que cualquier día me haga abandonaros en esta tertulia, al reconocer que es esa condición mía y el que sea yo el que tenga que iniciar las tertulias y dirigirlas un poco, lo que hace casi imposible que vosotros, los demás, oigáis eso como una voz que viene de verdad de abajo, de pueblo-que-no-existe.

Ésa es la condición: que la voz tenga que atravesar, usando la persona de uno, su cuerpo, su laringe, su lengua, y por tanto como perteneciente y ligada con el nombre propio de esa persona, eso es lo que estropea, no voy a decir ‘imposibilita del todo’, pero estropea enormemente las posibilidades de que se diga o se haga algo verdaderamente común, que es a lo que esta tertulia política está: ‘común’, que es justamente lo contrario de ‘propio’, lo contrario del nombre propio.

Este disgusto y repugnancia incurable conmigo mismo, ya os digo, será lo que cualquier día que me dé otro ataque como esos, acabe por decidirme que no aguanto más y que más vale que os deje ahí con la tertulia y que os las entendáis como podáis.

Bueno, éste era el ejemplo. Lo he traído para que la discusión no se dedique a hablar de ‘el uno’, para que se pueda entender gracias a esta declaración de odio contra mí mismo, de qué es de lo que se trata en esta lucha: no se trata de ningún ente abstracto como ‘el uno’, se trata de uno mismo, y liberar de uno mismo es lo mismo que liberar de Dios, las cosas.

Pero bueno, ahora voy a pasar (para daros sobre todo motivos diversos con que dentro de un rato dejaros hablar por vuestra parte), voy a pasar a considerar la cosa como fenómeno… fenómeno social.

La necesidad, ansia, adoración, de las inmensas mayorías por el uno, aunque el uno no sea uno, pero esa adoración, esa ansia, de ídolos, de héroes, de uno, es algo que tiene que ver también mucho a nuestro propósito. Ya sabéis de qué estoy hablando, pero os lo voy a recordar con ejemplos más bien de la narrativa, del Arte narrativa, o literaria o cinematográfica, da lo mismo, porque el cine en general no es más que una continuación de la novela, con imágenes, pero igual.

Uno de los casos lo recordábamos el otro día (uno de los  casos de esa necesidad, ansia y adoración de uno que está en lo Alto aunque el uno no sea uno), lo recordábamos con motivo de los funerales de Michael Jackson, y el ejemplo era bueno, bueno por lo inmenso y lo esplendoroso. Si nos dejamos hablar como pueblo, ante ese fenómeno uno se pregunta “¿De dónde, coños, puede venir esa adoración?” Esa adoración millonaria por el uno que hace [] “¿Es posible que algo de lo que ese hombre haga o haya hecho justifique semejante cosa?”. “¿Cabe ni imaginarlo siquiera?”. De los millones de adoradores y las rendiciones de honores al uno habrá dos o tres que declaren que alguna vez se tarareaban algunas de las canciones de Michael Jackson ?¿eh??, no quiero exagerar, pero creo que no exagero mucho. De manera que uno tiene que [] “¿De dónde, coños, viene eso?”. Y, ya veis, estoy sacándolo como muestra para entender el problema. Hasta tal punto vivimos bajo la condena a ser uno o a pretender ser uno, singular y como Dios, que incluso nos dedicamos y aspiramos fervientemente dentro de la manada a encontrar el pastor, el héroe, el santo, que se distinga y en el cual se centren todas las virtudes que uno piensa que debían corresponderle como Dios que es. Si uno reconoce que (la modestia habitual), que uno no las tiene, por lo menos encontrar uno, encontrar uno que las tenga allá en lo Alto. Es por tanto la misma necesidad de la que estoy maldiciendo desde el principio, de la que se trata.

Paso al cinematógrafo: estos días me ha tocado ver un par de cosas, uno es un peliculón (que, como era de muchas entregas, no pude llegar a verlo más que dos horas y media o tres) de los tiempos heroicos del cinematógrafo, de los años en que yo nací (no me acuerdo, será del 25 ó el 26, más o menos), era muda, de Griffith. Ése es el ejemplo viejo, un asombro en esos años, casi antesdeayer, lo que se le vendía al público norteamericano, a las grandes multitudes, era justamente el mismo material de folletines que se había venido repartiendo a lo largo de los últimos siglos por todo el mundo: folletines del cuño más destacado, y que este director y la empresa que lo sostenía, pues no podía menos de reconocer como ‘lo que se iba a vender’, la mercancía que se iba a vender todavía en Norteamérica, por el año 25 ó 26. ‘Folletín’ con todas las de la ley. En este caso el uno es una una, es Lilian…

    - Lilian Gish, la de Lirios rotos…

    AGC -  Lilian. Bueno, Lilian. Lilian, la protagonista. La protagonista es una chica guapísima, angelical (supongo que la más angelical que pudieron encontrar en los estudios aquellos días ¿no?), y todo es alrededor de sus penurias y martirios, eso, lo de siempre: la seducción, el seductor que mira de lao en la… la película es muda ¿eh? La película es muda todavía, tiene sin embargo fotografías, pues para las de la época, espléndidas; está evidentemente recostruida, recostruida con las técnicas que están hoy día a nuestro alcance…

    - Que nos hables un poco más alto, Agustín.

    - Que es mudo la película, pero puedes hablar más alto.

    - Que nos hables un poco más alto, porque castigas nuestro oído con severidad.

    AGC - Ah, sí…

    - No oímos nada esta zona.
    
    AGC - Es que, efectivamente, sí, sí, es que, claro, esto de colocaros detrás…

    - ¿Verdad que no oís tampoco?

    AGC - …esto de colocaros detrás es un poco…

    - Castigas nuestro oído con severidad.

    AGC - Bueno.

   - Tienes que hablar como Dios: por detrás.

    AGC - Lilian, sus martirios, los de siempre, es decir, seducida, un matrimonio falso, amañao, cualquier folletín del XIX: amañao; queda preñada, tiene un niño, el bebé se le pone malo, como la casera le dice que si no lo bautizan no verá a Dios, entonces, pues como a falta de otros, ella misma lo bautiza (Lilian, la guapísima); se le muere el niño, sigue adelante, se va a buscar trabajo en una granja cerca de Boston o por ahí, donde está (ya se le ha visto antes en la película) el que va a ser el enamorado, el enamorado que está enamorado desde antes de haberla conocido, como corresponde… como corresponde en las cosas ¿no?, en las cosas de aquéllas, y a cuya propuesta de matrimonio al cabo de estar unos meses en la finca, ella dice que no, dice que no le hable nunca más en ese tono. Entretanto en la granja de al lado está el seductor que vuelve a intentar a hacer de las suyas, y que seguramente las hará, pero ahí ya se terminó mi paciencia, y [] no pude… no pude ver más.

Éste es el producto. Éste es el producto, aquí el uno es una mártir, una mártir [], y en ella por tanto se centran no sólo todas las virtudes del mundo sino todas las maldades de la Sociedad que sobre ella recaen. Así es como se hace un uno también.

Y de ahí, saltando, el otro día fui con Isabel a ver (no sé por qué coincidencia) una película del 2009, una película de este año, que es una película germano-norteamericana-no-sé-cuántos, es decir, de las que se hacen por lo grande, con cinco o seis unidades de rodaje en diferentes sitios del planeta, y que se llama Brüno -Brüno-.  Brüno, que es un muchacho que dice en la película (y puede que sea verdad) que tiene 19 años, y que es un maricón que los atrae a todos, y que con sus amigos y con los demás que se encuentra, pues tiene aventurillas. Las aventurillas son las de siempre, son los mismos chistes de maricones y cosas así que podéis encontrar en cualquier sitio, pero montados con todo el esplendor de semejante… de semejante producción, ya os los podéis imaginar, todos los chistes que se pueden decir: los intentos de Brüno por alcanzar la cumbre de la fama. Todo el nervio de la película consiste en que Brüno quiere ser el más famoso, y el más famoso pues por medio de diferentes tipos de escándalos, sea en Frankfurt, o sea en Nueva York, o sea en Los Ángeles, o donde sea; escándalos incluso como el de intentar hacerse heterosexual. Una de las ideas geniales que se le ocurre para llegar a la cumbre del éxito es que como ve que los más famosos que le admiran son heterosexuales, pues entonces él también; hasta que en una función (en Arkansas, me parece), pues donde trata de presentarse como el heterosexual por excelencia, pues se le denuncia y lo echan y lo maldicen, bueno, y todo lo demás. Pero todo el  intento es encontrar el mayor éxito del mundo.

Pues esta pequeña película de chistes de maricones es la que está montada con cinco o seis unidades de rodaje en todo el planeta y que por tanto cuenta con millonadas de público y de venta de antemano. Éste es el otro modelo que quería presentaros ¿no?

Bueno, ya no os saco más ejemplos. Tengo que hacerlo porque es que estamos demasiao acostumbrados a tomarnos estas cosas como lo más natural del mundo y por tanto conviene sacarlas de una manera o de otra a la picota.

‘Protagonista’ (que es de lo que estoy hablando) en la novela, en el cine, no quiere decir el principal, el principal de lo que está pasando, quiere decir ‘aquél alrededor del cual gira todo lo demás’. Ésa es  la condición. Ya sabéis, en la novela, pues unas veces se ha hecho, según el modelo de la novela picaresca, en primera persona, generalmente se hace en primera persona cuando el autor quiere distanciarse precisamente lo más posible del personaje (seguro que el autor de Guzmán de Alfarache quería ser todo lo más distinto posible de Guzmán de Alfarache, lo pone en primera persona). Pero cuando, como en la mayoría de los casos, la novela se hace en tercera persona y arrastrando detrás de la novela, pues las películas noveladas, entonces resulta que es en torno a lo que pueda afectar al protagonista, a la protagonista, como todas las cosas que le rodean surgen. Uno no puede por menos de preguntarse cómo el autor de la novela, o de la película incluso, sabe tanto acerca de las interioridades de un personaje, pero desde luego sabe sobre todo del protagonista alrededor del cual gira todo lo demás. De los demás no suele saber tanto, sabe lo bastante para notar cómo afectan a la vida y a los sentimientos del protagonista nada más, lo que sea bastante. Pues eso es lo que pasa con la narración, ya sabéis, es lo que sirve para aclararnos sobre lo que pasa en la vida.

Con esto voy a iros dejando ya la palabra. Es decir, esto del uno mismo implica desde luego que todas las cosas, el resto del mundo, giren alrededor de uno y tengan sentido sólo en cuanto movidas por ese radio: hacia uno. Eso es así, y si os lo tomáis como lo más natural del mundo, esto de que uno sea así, pues aquí estoy haciendo para que no os lo toméis tan por las buenas: esto es lo que es mortífero, esto es a lo que se trata de decir NO. No es que uno sea el testigo del mundo, de las cosas que pasan por el mundo en su época o incluso en otras épocas que le presenten, no es uno el que está ahí viendo pasar, viendo cambiar costantemente las cosas a su alrededor como si le giraran, lo único deseable es lo contrario: que uno, el protagonista, cambie, se deje cambiar, vaya arrastrado con las demás cosas.

Fijaros bien que si esto se logra, con las vidas no sabemos lo que pasará, pero con la novela y el cine desde luego un desastre, porque la condición está hecha de forma que no sea así, que haya una separación tajante entre el testigo, el uno, que es esa costelación del autor o director con el protagonista, y para dar cuenta de y ver cómo todas las cosas le pasan alrededor: un desastre.

Bueno, confiamos en que esto no se puede aplicar a la Realidad contra la que luchamos. Vuelvo a repetir: siempre cabe, es todo lo difícil que queráis, por lo que os he expuesto, pero siempre es posible ir en el sentido contrario, es decir que la narración, o la vida, o lo que sea, arrastre al testigo, arrastre al uno junto con las demás cosas de manera que no se pueda hacer la menor distinción entre él y ellas.

Bueno, y con esto, de momento, me callo, de manera que ahora, pues vais soltando lo que se os ocurra.

    - Aquí, aquí.

    AGC - La primera, como siempre.

    - Pues…

    AGC - ¿Por qué?, ¿por qué? ¿Por qué siempre la primera?

    - Si te miras para acá, te hablo…

    AGC - Pero ¿por qué? Sí, ¿por qué siempre la primera?

    - …si miras para allá no, porque no me oyes.

    AGC - ¿Por qué siempre la primera?

    - No. En primer lugar la cuestión de que efectivamente en la relación entre nombre y Dios… es más, en la voz misma ?la voz misma? de la pronunciación del nombre de Dios (por eso se decía “No dirás el nombre de Dios en vano”)…

    AGC - ¡Ay, madre!

    - …es la primera de las istrucciones de… es justamente la primera de las istrucciones de este negocio que uno se trae con Dios desde el principio. El hecho de que si yo te nombro es sólo para que tú me nombres, es de alguna manera el mismo negocio económico del alma que se hace con el amor ?el amor, el tan famoso amor?, pero aquí es todavía muchísimo más -como si dijéramos-, más hondo o subterráneo, porque tiene unas conexiones tan tremendas con el habla, con el hablar, que no me extraña que en casi todas las religiones éstas mitológicas lo primero de Dios es la voz, la voz o la istrucción, el orden, el mandamiento, el mandato ¿no?, y esto opera reversiblemente, o sea, no es sólo Dios el que nombra y dice sino tú no puedes decir el nombre de Dios en vano y, así, Dios no te dejará en vano a ti, tendrás una costitución desde el principio. Esto es respecto a la cuestión de Dios. Respecto…

    AGC - ¡Ah!

    - Ahora vienen los humanos.

    - Sí, respecto a la cuestión del lenguaje, de lo del hablar…

    AGC - ¡Ah!

    - Respecto a lo segundo, pues yo me he quedao ?de verdad? asombrada cómo puedes… en el caso del tercer ejemplo que has puesto, el de Brüno, pues por supuesto, pues muy bien, porque sí, porque la película no da para más…

    AGC - ¡Ay, madre! Bueno, déjalo…

    - …pero en el caso de… No: es que yo soy testigo de lo mismo, y entonces yo te he dicho: el reduccionismo y la simplicidad con la que tú cuentas la historia de Griffith en Las dos tormentas, la de la mujer, la mártir ésta, es como si tú redujeras a semántica, a mensaje, el cine, cuando la gracia del cine (y más la gracia de Griffith) es que no importa lo que se cuenta, lo importante es cómo se cuenta: las imágenes, las tomas…

    AGC - De acuerdo.

    - …los rostros, la voz…

    AGC ? Ya, ya.

    - … es esto. Si tú… cualquier historia que se cuente…

    AGC ? Ya.

    - …Déjame que termine ¿eh? Oye…

    AGC - ¡Joé!

    - Mira (déjame que termine), cualquier historia que se cuente, hasta tu caso particular, es un bodrio de vida, aunque sea tu caso particular.

    AGC ? ¡Ay!, Isabel, por favor.

    - No. Quiero decir que si uno va a contar la vida de uno…

    AGC - No. Como no va a terminar, corta.

    - No. Cuando uno cuenta la vida de uno, sea el que sea, aunque sea Napoleón o sea un mendigo de la calle… El señor éste, cojo, que atravesaba hoy por mitad de la Gran Vía como un loco…

    AGC - ¡Ay, madre! ¡Ay, madre!

    - …Eso. Ése que va de héroe en el mundo, porque todo el mundo…

    AGC - Bueno, pero vamos a ver…

    - Pero, quiero decir, lo importante es el cómo, no el qué, lo que se cuenta…

    AGC - ¿Te das cuenta que estás…?

    - …Entonces yo no me siento identificada en el modo en como narras la película de Griffith, porque Griffith tiene Lirios rotos, tiene…

    AGC - ¡Ay, madre!, Griffith. Bueno, por favor, ya está… Ahora, vamos a ver…

    - Pero tú ¿cuánto…? Vamos a hablar.

    AGC - Corta, por favor.

    - Escucha, Agustín. Tú has dicho que una de las cosas que más te jode es el hecho de que eres tú el que tienes que iniciar… no oír la voz desde abajo sino que eres tú el que inicias la sesión de la impartición del conocimiento en la tertulia o lo que sea esto, ¿entiendes? Entonces resulta que cuando hay alguien que quiere decir las cosas sin necesidad de que venga a escucharlas sino que tú escuches, parece que te incomoda eso. Pues tú mismo lo has puesto como inconveniente o obstáculo. Obstáculo inconveniente el hecho de que tú tienes siempre que ser el que lleves la voz cantante y la batuta…

    AGC - Bueno, ya, te has desahogao…

    - …pues escucha alguna vez. Y no me hables de Griffith así, habla de Brüno y de tu propio caso que es bastante interesante.

    AGC - Te has desahogao lo bastante ya. Ahora, Isabel, un momento…

    - No me parece consecuente…

    AGC - …Un momento. Vamos…

    - …No me parece bien…

    AGC - …Vamos a hablar…

    - …No me parece justo.

    - Pero no vengáis aquí a discutir los dos, hombre.

    - No me parece justo…

    AGC - No. Isabel, vamos a hablar delante de la…

    - Oye, Isabel, pero venir aquí a discutir los dos parece no procedente ¿no? Hablemos de cosas más profundas, no las de discusión de pareja, joer.

    AGC - …Que has soltao, como es habitual, un rollo y has sacado toda clase de filosofías y de literatura, lo contrario de lo que yo he estao intentando…

    - Pero ¿qué estás diciendo tú de ‘pareja’?, pero si esto no es una pareja, esto es un batallón, es legión.

    AGC - …lo que yo he estao intentando hacer. Ahora pregúntate ¿Por qué tienes que hacer esto todos los días?

    - Porque no lo has contado bien, no has sido justo en el contar…

    AGC - ¿Por qué lo tienes que hacer? Para no enterarte, Isabel.

    - …Habrás contao tu caso. También has sido injusto contigo mismo. Pues has sido tan injusto contigo mismo como con Griffith: no has contao la cosa como hay que contarla.

    AGC - ¡Ay, madre!, ¡ay, madre! Déjalo, Isabel, déjalo. Esta facilidad para hablar, Isabel, te pierde.

    - Mira, Agustín. Sigue, sigue impartiendo la tertulia.

    AGC - Quédate un poco tranquila…

    - Que sí, que no: yo no me quedo tranquila. Yo, lo que pasa es que no puedo escuchar bien las cosas.

    AGC - Quédate un poco tranquila. Recuerda lo que has oído, mira a ver si te hace algo, y no sueltes filosofías…

    - ¿No ves cómo me lo hace? Pues ¿no ves cómo me lo hace?...

    AGC - …no sueltes defensas del cine…

    - …Es que no me deja inocua, efectivamente.

    AGC -…defensas del cine, por favor. No insistas en eso, es muy feo.

    - Ya vale.

    - Bueno, venga.

    AGC - Más voces.

    - Sí.

    - Yo había pedido la palabra

    AGC - Ah, no sé quién.

    - Se me adelantó.

    - Me remito al principio de lo que dijiste, Agustín, y decías que el nombre de Dios, como explicación última, y tal, que anula la maravilla de las cosas, en su cambio continuo, en sus relaciones. Pero me he quedao pensando en qué quiere decir ‘la maravilla de las cosas’: si la contemplamos, si es maravilla porque percibimos esas relaciones… ¿Qué quiere decir ‘la maravilla de las cosas’?

    AGC - Bueno, que ‘las matan’ quiere decir que como evidentemente si uno se deja… si uno se deja oír, ver y todo eso, no puede menos de quedar invadido por eso, por las cosas…

    - Eso. Hasta ahí está claro, pero…

    AGC - …por las cosas. Y eso de ‘matar’ quiere decir que con la denominación ya no se deja invadir uno por nada.

    - Eso está claro, pero ‘maravilla de las cosas’, esto, que no sé qué quiere decir.

    AGC - ‘Maravilla’ quiere decir que maravilla es algo que es milagroso, que no es normal, y que no está en las leyes de Natura, ni de Dios, por eso acudo al término ‘maravilla’.

    - Cierto, pero ¿supone eso que alguien lo está recibiendo?, ¿o está fuera?, o ¿por qué es maravilla y no…? ¿Por qué tiene un calificativo que supone un sujeto?

    AGC - Porque es bueno; bueno, si no te gusta maravilloso, que efectivamente puede dar lugar a equívocos…

    - No: sería igual, sería igual.

    AGC - …‘Bueno’, se dice que es bueno, lo buenas que son las cosas. ¡Cuántas son y qué buenas son! si se las deja y no se empeña uno en denominarlas.

    - Pero ‘bueno’ sería igual. Quiero decir que si esa percepción de lo bueno o de lo maravilloso y tal, ¿es otra forma de decir “Yo lo estoy viendo” o “Me lo parece”, o…?

    AGC - Eso ya es Dios. Eso es una cosa que cuando digo ‘invadir’ quiere decir como las cosas invaden unas a otras, porque no puede menos de invadirse por las formas de sentidos o de percepciones que tenga y, en cambio, cuando ya es uno, uno es el protagonista, y es como si hubiera metido a Dios: uno es Dios. Bueno…

    - Agustín, tu pincelada personal en la significación del uno que has hecho me ha determinado la fijación de lo que se llama ‘la función asignada’. A ver, la función asignada: desde chico que eres un rebelde, un gran estudiante, el abanderamiento en los sindicatos, la salida de la Cátedra, la persecución política del franquismo que hace contigo, la obsesión por tu parte de juntar lo que se llama la base con el estrado ?el estrado y la base, conjuntarlo, hacerlo a veces una unión?, y lógicamente en eso has sido un perdedor nato, quiere decir que no has logrado bajarte del estrado, por tu propia condición intelectual de hombre de estrado, y no has subido a la base general a la que te refieres, que somos nosotros, al estrado. Y luego…

    AGC - ¿Eso de la “base general”…?

    - Retiro lo de la base. Que a la base, al común de los mortales, no nos has podido igualar a la categoría de ser estrado…

    AGC - ¿Dónde tenía que llegar?

    - …Con lo cual lo que has determinado es la función asignada: uno tiene una función asignada en la vida, que a veces pasa por el uno mismo, por el otro o por el tercero…

    AGC - []

    - …En definitiva, mi conclusión: que tu obsesión lógica de igualitarismo, de sentido del igual, de todo ese…

    AGC - No, por favor, no. No, por favor, no. Es que se ha establecido una serie de términos…

    - No, no, bueno, déjeseme decir, hombre, que aquí no viene uno para hacer cátedra de nada sino para hablar libremente.

    AGC - Estás trayendo una serie de términos, ‘función asignada’, ‘igualitarismo’, que no tiene nada que ver con lo que he dicho.

    - Pues que la función asignada: de que no te has bajao nunca del estrado, porque en definitiva te has cultivado en el estrado y en el cual vas a morir.

    AGC - Pero, bueno, eso yo me lo he dicho, y me lo he dicho mejor y más despiadadamente. No tienes por qué sacármelo ahora con funciones…

    - Como te has dado una función asignada desde niño…

    AGC - …con funciones asignadas y con cosas de ésas. Lo…

    - …Bueno, déjeseme filosofar también, que estoy en mi Ateneo, es mi Ateneo, caramba.

    AGC - Así sí puedes, puedes, como sabes. Tenéis todos los derechos, como sabéis. ¿Qué más?

    - Venga, adiós, amén.

   - Que tú le criticabas las discusiones de pareja y te pones tú a criticarle ahora personalmente…

    AGC - Bueno, venga, es lo mismo. Sí. Sí.

    - Bueno, pues dejemos la cosa así. Sí, sí, lo uno por lo otro, en paz.

   - Vamos a ver: cuando uno se pone a revisar su vida ¿no? y empieza a historiar los hechos que han dado lugar en su vida, una vida viva ¿no?, y hace una especie de balance, tiene dos opciones, una: o sentir asco, como dices tú, o sentir una cierta complacencia ¿no? Pero ése que…, claro, es que una vida vivida e historiada ya no es una vida viva, es otra cosa. Entonces, si uno siente cierta complacencia, lo que seguramente sientan los demás sea asco de él. Pero si uno siente asco de esa vida que ha vivido, pues es otra cosa ¿no? La cuestión está en que el asco que pueda sentir uno por esa historia de su vida es algo que le salva. Yo creo que sí.

    AGC - “Le salva”, ¿qué quiere decir?

    - Le salva… que le deja un poquito fuera de la Realidad…

    AGC - Eso suena mal. No hay salvación ninguna.

    - …Es decir, que no lo asume o no lo asimila. Es como que hace balance cuando acaba el año ¿no?

    AGC - Bueno. Muchas gracias, pero eso en mi caso tampoco sirve: el hecho de una confesión todo lo despiadada y todo lo verdadera no me cura, no me cura de la repugnancia, y yo no digo que tú o cualquiera otro tenga que sufrir el mismo tipo de repugnancia ¿eh?, a lo mejor hay gente que tiene muchos menos motivos…

    - No, pero, por ejemplo, esta gente de los cuadros que hay aquí ¿no?

    AGC - ¿Eh?

    - La gente ésta de los cuadros. La gente está orgullosa de su historia y de lo que han hecho, y lo asumen y dicen que son el resultado de toda la historia que han vivido.

    AGC - Sí, hijo, sí.

    - Eso me parece a mí que es muy distinto a sentir asco de la historia de uno.

    AGC - Ya, ya. Lo que pasa es que no sirve de mucho. Sí, yo cuando hablaba en Lérida contra los intelectuales, pues claro, podía decir todas esas cosas y peor.

    - Yo de alguna manera lo he entendido como una manifestación de lealtad...

    AGC - ¿Eh?

    - Una manifestación de lealtad, de honestidad, de generosidad y de nobleza. O sea, todo lo contrario que has venido a decir…

    AGC - Pues no. Gracias, Ricardo, pero no me cura de ninguna manera.

    - No, gracias no. Es que como conozco más o menos lo que ha sido tu vida personalmente ¿eh?...

    - Te invita a cenar.

    - ..No, no hace falta que me invite ¿eh?, porque a mí no me gusta hacer la pelota, pero que es un ejemplo, y que se manifieste de esa manera es más ejemplo todavía.

    - Un ejemplo de una gran contradicción personal…

    - No. No, no, ¡qué va!, ¡qué va!: una gran coherencia…

    - …que la está diciendo hasta el último día de su vida.    

    - …Y una gran coherencia…

    - Coherencia en la contradicción, como estamos todos…

    - …Y el valor personal que hay que tener para manifestar lo que él ha manifestado de sí mismo.

    - …como estamos todos. En una contradicción viviente costante estamos todos.

    AGC - Bueno. “Valor” no, porque es una cosa que le entra a uno, como el otro día, con el calor y todo, y con la corrección en sí.

    - Virginia.

    AGC - Ah, perdón. No sé quién.

    - Bueno. Yo es que estaba pensando…

    AGC - Por favor, por favor.

    - …en esto mismo: esos ataques de repugnancia o de asco, que se puede sentir con uno mismo, siempre los veo como mezclados, no sé si a vosotros os pasará igual, como que… Bueno, no se me ocurre mejor manera de decirlo que lo de Arriba y abajo: como que hubiera algo abajo que está harto de tener ese peso encima de toda una historia personal, y luego también (y según tú lo has contado) me parece que hay un Juez, desde Arriba, diciendo “No te creas que tú te escapas. Tú eres también uno de esos intelectuales. ¿Qué derecho tienes tú de andar…?”. O sea, veo una mezcla que no lo sé separar bien…

    AGC - Sí, así es. Así es.

    - …un ideal que está exigiendo más, y luego hay algo, que no se sabe muy bien lo que es, que está harto de...

    AGC - No: un ideal no. Es que hay una pretensión de la que se parte, y, naturalmente, el descubrimiento de que esa pretensión pues no tiene [], o tiene los pies de barro. No hace falta un ideal, no. Y desde luego, sí, sí, uno está hecho de capas diferentes y con diferentes contradicciones. Yo…

    - Y el juzgado ¿quién es?, ¿uno que está en el medio?

    AGC - Vamos a ver: cuando se aparece la persona de uno tal como la he contado, hablando de cátedra, estrado, todo lo que pertenece a la condición social de uno, pero desde luego interviniendo lo de la pertenencia a uno mismo: el nombre propio. Eso es lo que algo, que no es del todo uno, siente en algún momento dado como intolerable; como intolerable trata de romperlo. Uno se niega a que uno mismo (esto que habla y estas manos que se mueven) sea su nombre propio, no quiere. Yo, cuando se me pasa, en momento de descuido y de olvido, y me encuentro, pues sano, ágil, y fresco y lo que sea, pues naturalmente lo aprecio y me lo paso muy bien, pero es porque pienso que eso no le pertenece a este señor, no le pertenece a mi nombre propio, porque si pienso que le pertenece, pues ya se acabó, se acabó el gozo y el contento ¿no? No sé, sigue, porque efectivamente la cosa es liosa.

    - No, es que a mí me daba la impresión de que cuando alguien le está diciendo a alguien “Tú has sido catedrático, y luego has hecho esto…”, son como los cargos de un juicio, y que el Juez está Arriba, que es una Entidad superior la que está haciendo esas acusaciones. Y casi me da pena de la persona.

    AGC - Bueno, “superior”… te la puedes encontrar en…

    - En ti mismo. Yo digo que está en ti mismo o en mí misma, que es…

    AGC - Sí, y alrededor de uno, entre prójimos de cualquier clase. Hombre, precisamente entre vosotros, los que me acompañáis, efectivamente, no es el sitio más adecuado para esperar juicio y que me recordéis que soy un maldito catedrático por mucho que lo disimule; la mayor parte de los presentes no lo hará. Pero, vamos, te lo puedes encontrar por cualquier parte, y como yo mismo lo siento, pues por eso es por lo que os digo que puede cualquier día que me entre… que me entre esta repugnancia por dejar eso, vamos a ver.

    - Que a mí… Bueno…

    - Sí. Agustín.

    AGC - Perdona, que es que estaba ella levantando la mano hace un rato.

    - Me parece un poco que es como cuando decimos que venimos aquí a hablar de lo que queda de pueblo ¿no?...

    AGC - No: ‘desde’, sí.

    - ‘Desde’ lo que queda de pueblo. Entonces, lo que pasa es que cuando tratamos de definir una cosa, decimos que nos acercamos mucho más a la Realidad, y estamos más lejos de eso que se llama ‘sentido común’, ‘verdad’ o ‘pueblo’. En ese sentido, creo que lo que ha pasado, o lo que es definido, es que has intentado definir todo eso que es la persona. Entonces, lo que queda de pueblo no quedaba aquí, por eso estabas casi preocupado por el público, por el…, digamos, ya somos mayorcitos para nosotros captar, desde nuestro lo que queda de pueblo, si hablas como persona o como pueblo. No sé, que no tendrías por qué preocuparte.

    AGC - Está un poco lioso, perdona ¿eh? Está un poco lioso, la verdad.

    - Eso, eso. Quiero decir que, vamos, es como lo he sentido ¿no?

    AGC - Se pueden coger algunas cosas, pero no es muy congruente. Desde luego lo de pueblo es lo que no es persona, es lo común. Pero mientras las personas (he dicho) fueran simplemente un tipo de cosas (las personas, denominadas como tales) ahí la labor mortífera del nombre, de la denominación, le he dicho, sería venial; sería venial y lo malo es cuando se llega a la cumbre y viene Dios y el nombre propio de uno, [en la que hay que fijar] que no es una persona: es uno; es uno mismo, es otra cosa muy distinta.

    - Sí. Esto… al final yo de alguna manera creo entender que las personas que ya tenemos una cierta edad y somos medianamente honestas (no quiero entrar ahí), nos queda una cierta insatisfacción (no asco, sino insatisfacción) por no haber podido conseguir el cambio que hemos deseado todos a lo largo de nuestra vida. Pero ¿asco de lo que uno representa, de lo que…?

    AGC - Bueno. No. Pues sí. No, no: porque de esa insatisfacción te puedes curar enseguida. No: esa insatisfacción viene de que efectivamente habías formulado un proyecto y un deseo, y en la formulación misma estaba el mal, porque esas cosas no se cumplen. Aquí venimos a aprender de ese engaño, y por desgracia el desengaño me lleva a cosas como las que he soltao. ¡Qué le voy a hacer!

    - Es condición de la vida, yo creo.

    - Sí, yo tengo también la voz pedida.

    AGC - De otra manera, Isabel.

    - Pues que yo pienso que cuando llegan estos prontos -como si dijéramos- de rebobinación o rebobinamiento de cosas, le llegan a uno con una carga de Fe excesiva, en el sentido de que uno es uno, porque ¿cómo reconocer que uno es el mismo el que se deja llevar por los estudiantes, que el que se casa, que el que saca la cátedra?, y llamar a eso uno y ser uno mis-… creer que uno es uno, cuando resulta que uno es una cosa deshilvanada, deshilvanada. Por lo tanto… 

    AGC - Razonable. Es razonable. Es lo que estaba también Virginia sacando.

    - No: lo que Virginia decía que siempre ese juicio, esa cosa está teñida de un juicio demasiao soberbio de creer que uno es uno, y por lo tanto ahí está encarado de so-…

    AGC - No, no. En eso Virginia no estaba…

    - Déjame que termine, por favor. Está encarado desde un exceso de desconfianza en que uno es uno.

    AGC - …no estaba acertada porque para la repugnancia con uno mismo no hace falta juicio…

    - ¿Por qué entonces esto lo haces siempre, estos rebobinamientos…

    AGC - …Es algo (como dicen a veces), es algo visceral.

    - …salen siempre desde uno que está muy cuajao y muy consolidado? Porque uno que está muy desgraciao no hace esos rebobinamientos, lo hace cuando uno está muy hecho, muy cuajao.

    AGC - ¡Ay!, Isabel, déjalo. Yo he hablao de mi caso, habla del tuyo.

    - Claro, no, digo en general: cuando a uno...

    AGC - He hablao de mi caso, habla del tuyo. ¿Qué más? Si alguien…

    - Cuando a uno le pasan esas cosas lo hace desde un juicio.

    AGC - …Si alguien lo hace, aparte de Isabel, tanto mejor.

    - Desde un juicio.

    AGC - Yo he hablao de mi caso para no hablar de el uno, lo que le pasa al uno y caer en la filosofía. He hablao de mi caso.

    -  De una manera has hablao cruda y desnuda, además. Sí, sí, una carga de crudeza bárbara.

    - No, no es que para la repugnancia haga falta un juicio, para la repugnancia de uno, pero que esa repugnancia rápidamente se le convierte a uno en un juicio, se le tiñe, viene de repente una istancia superior, parece que hace esa repugnancia suya y la convierte en una acusación de la que no intenta salvarse.

    AGC - Sí. A eso se tiende en general. Pero, vamos, no es necesario. Por ejemplo, yo no creo que la expresión que os he ofrecido de mi repugnancia fuera un juicio, no creo. No creo que haga falta, debe ser algo más profundo. Sí.

    - Lo que pasa es que las personas somos muy tramposas y enseguida son capaces de definirse basándose tanto en la bondad como en la maldad. Yo he conocido en mi vida casos de gente que se odiaba profundamente, me estoy acordando de algunos yonquis que te relataban con detalle la repugnancia que sentían por sí mismos, y eso no dejaba de ser un tostonazo y un coñazo. Y lo que tú estabas oyendo ahí era “yo, yo, yo y yo”, y de ahí vienen todos los malditismos y etcétera ¿no? Al pueblo lo que le aburre es oír hablar de uno, que uno hable de uno.

    AGC - Ése es el…

    - …sea para bien o para mal.

    - Y la repugnancia también es una forma Fe en uno mismo.

    AGC - Ése es el peligro de mi intento. He intentado hacerlo de una manera lo bastante cruda para que no resonara nada como el Yo pecador, pero reconozco… reconozco muy bien lo que dices: la tendencia es que incluso cuando uno se dedica a maldecirse, como esos que dices, efectivamente parece como si estuviera ratificando su preocupación y su afición a sí mismos: aburre, cae en el aburrimiento, sí. Sí.

    - A mí me hace de creer más por ejemplo en el Sistema el que haya un banquero que tenga mucho prestigio y que esté muy bien mirao, y que de pronto, de la noche a la mañana, se sepa que es un estafador. Que la gente anti-Sistema, por ejemplo, me hace descreer más del Sistema. Entonces, en ese sentido…

    AGC - ¿Por qué?, ¿por qué?, ¿cómo?

    - Sí, porque ?digamos? que ése está en el centro del Sistema y es el que lo sostiene, y que al darse cuenta uno de que es un estafador y que va a la cárcel, pues el Sistema se cae solo.

    AGC - Pero, bueno, era un estafador ya cuando estaba normal y no descubierto. ¿Eh?, no, no, no. No vayamos a caer ahora en esas cosas que cultiva la prensa.

    - Bueno, pero no cuenta como estafador…

    AGC - ¿Eh?

    - …Bueno, esto viene al caso de que por ejemplo, tú, Agustín, que tienes una historia, y tienes un curriculum, y tienes tal…

    AGC - Por desgracia.

    - …lo que tú digas contra la Realidad tiene más valor seguramente que lo diga Pepito Pérez

    AGC - Pues no, ya ves, yo de lo que me he quejao es que eso precisamente puede hacer que oigáis, como Isabel misma lo ha oído, como una especie de Filosofía o declaración el hecho mismo de que se olvide que esta condición nefasta, mortífera, del pasar por uno mismo ¿no? Ayuda, da brillo, da facilidades para… pero al mismo tiempo se vuelve inútil para lo que aquí se pretende, que es luchar contra el Orden y dejarse hablar como el pueblo que no es nadie, para eso estorba pesadamente, mi propia formación y mi propia acumulación de saberes y demás. Sí

    - Pero mira en la tumba de Don Miguel de Mañara, llegó a poner “Aquí yace el hombre más falso que en el mundo ha habido”…

    AGC - ¿Otra vez? Ya lo hemos dicho [] Yo pecador. Sí.

    - …Y entonces es que es un modo de dejarlo en la tumba escrito.

    AGC - Sí, ya, ya.

    - Sí. Yo quería ir a lo de la… a conciliar la cosa con el fenómeno social. O sea, lo del ansia de la adoración de ídolos, de héroes de uno, con el tema de que evidentemente hay una servidumbre voluntaria -¿eh?- de un yo social -digamos- que es el que está continuamente acrecentando el valor de la persona, sobre todo cuando tiene una biografía, ¿no?

    AGC - Sí, sí. No es la persona, es el nombre. La persona es todavía algo venial, es el nombre, el nombre propio, sin nombre propio: nada. Es como en el caso: el nombre.

    - Vuelve a lo del Dios y el nombre, que era lo que más venía interesando.

    - Y que si tú no fueses Agustín, no tenías esta tertulia en el Ateneo, ¡qué curioso!, con tu pasado.

    AGC - Agustín no la tenía. No, si no estaba Agustín…

    - Si no tuvieses tu pasado no mantenías esta tertulia en el Ateneo [], no hay ninguna duda.

    AGC - Si no estaba Agustín, pues ¡qué se le va a hacer!, ni Agustín ni nada. Sí, ¿qué más?

    - Aquí.

    AGC - Sí.

    - A mí lo que me ha sonado, cuando has hecho esa declaración de repulsa, me sonaba a creer en uno mismo. Igual que cuando uno habla en el otro sentido de uno mismo, si no, se produciría un extrañamiento, una curiosidad, el decir “Ese papelón, en esa circustancia soy yo, ¡qué curioso!, y en otro lugar, pues soy el marido de esta señora”. Pero pasar a decir esa declaración es creer que uno mismo es ése, el catedrático. A mí me ha sonao a eso.

    AGC - Bueno. No hay que distraerse mucho con las condiciones de la persona ¿eh?, todo eso está sometido al nombre propio, que es de lo que estoy hablando sobre todo. Por lo demás, mi intento, para que no sea lo que tú dices, lo he lanzao con ciertas condiciones. Pero, como le decía a Isabel, yo he hablado de mí, tú habla de ti…

    - Hombre, ya. Lo estamos tomando por ejemplo.

    AGC - …cualquiera hable de sí. De manera que no generalizar, no decir “Pues es que parece que es cuando uno hace esto está haciendo lo otro”. No, no: no generalizar.

    - Pero lo hemos tomado por ejemplo. Yo puedo hablar, si no, de mi caso, o sea…

    AGC - Puedes hablar de tu caso, pero…

    - … A mí me pasa, hablando de mi caso, pues. Hablo de mi caso, pues, pues, pues no me lo termino de creer. Me puede parecer curioso el papel que me toca representar en cada situación, pero no por ello me lo voy a creer, porque si no…

    AGC - Eso es muy venial.

    - Yo es que ni me reconozco, ni sé que soy la que soy…

    - ¿Eh?

    AGC - Eso es muy venial; muy venial todavía. Aquí se trata de el peso que uno mismo, con su nombre y sus pertenencias, tiene para que a través de él pueda hacer, hablar, eso que nos queda de común. Fíjate en el final: que deje de ser uno el testigo de su vida, sus acontecimientos, el mundo entero, los años que le han tocado: que deje de ser el testigo y que se deje arrastrar con las cosas que pasan, no que las vea pasar; no que las vea pasar: que el que ve se deje arrastrar con las otras. Eso es lo contrario, si ayuda para entender con lo que me meto del derechas, pero es del revés, [].

    - Dicen que, cuando uno se está muriendo, la última visión es que se ve en todos y cada uno de los istantes de su vida. Y eso lo ha repetido mucha gente…

    AGC - Eso se cuenta.

    - …así, como si dijéramos, no es el pasar, es que es como una película.

    AGC - Bueno, eso se cuenta, sí, Isabel.

    - No, que me estoy… a lo mejor no viene muy a cuento, pero… A diferencia de la novela o el cine, la tragedia parece que es lo contrario, que los que allí se  mueven son las cosas que se les vienen encima, en vez de lo que has dicho tú del protagonista de la novela, que parece que es el referente de lo que pasa. Por ejemplo Edipo, que se le viene el mundo encima sin él saber muy bien quién es ni quién no, y también siente repugnancia de sí mismo.

    - Y a la mártir de la película, lo que pasa que ella no siente repugnancia, es mucho más…

    AGC - Por motivos especiales. Sí, no vamos a entrar en la crítica literaria. Desde luego en las tragedias hay que distinguir, el Edipo rey mismo, que es una tragedia muy bien hecha, pues tiene argumento. Tiene mucho argumento. Las tragedias más viejas no tenían casi ninguno, y el coro se comía a los personajes. En un siglo de evolución de la tragedia antigua vemos cómo la tragedia viene tirando por el camino de hacerse novela como acaba haciéndose el drama. No entremos en eso ahora, no tiene tanta importancia. ¿Qué más? Sí.

    - Sí, que lo que se me ocurría es que el nombre propio viene a ser una especie de la idealización de la vida de uno, o de la reducción de la vida de uno, de lo que podía ser y que no se supiera, algo que se puede manejar fácilmente.

    AGC - Una idealización no creo que sea, no. No está en el sitio de los ideales, es mucho más agudo y decisivo, y la mejor manera de hacerlo sentir que tengo es recordarlo como la  l o c u r a,  no sólo de Dios, si de uno mismo: la locura de la singularidad de uno que se revela en lo inconcebible de la muerte de uno, que efectivamente es única; es única porque no hay ninguna experiencia de ella, y esta condición es lo que no se puede ya describir ni con intervención de ideal ni nada, es mucho más directo, mucho más directo y agudo.

    - Por eso yo te había hablao de lo del nombre de Dios, lo de la divinización, que es interesante.

    AGC - A ver.

    N - Puede pasarles que a la persona tenga nombre, no importa que sea fea, feo nombre o bonito: no importa, lo importante es que la persona tenga nombre. 

    AGC - Eso es lo que nos mandan, sí señor. Eso es lo que está por encima de todos.

    - Después de muchos años sin leer una novela, este fin de semana me he tragado una, y… así, escrita a la ligera, sin puntos, de éstas más o menos modernas, bastante obsesionante y, así, un poco absorbente, me la devoré en dos días. El caso es que, como me había deshabituado un poco de la lectura narrativa, pues, claro, enseguida me llamaba la atención lo mucho que sabía el narrador de todo el mundo. Pues el caso es que al escritor también le debía pasar un poco lo mismo, y de vez en cuando se encargaba cada equis páginas de… en fin, de preguntarse o hacer una llamada al lector diciéndole “Y se sorprenderá el lector de que este cronista sepa tantas cosas sobre los personajes que está contando”. Y decía una justificación que ahora me resulta (por lo que has dicho del argumento), me resulta muy sintomática, y decía “Pero es que es necesario para contar la historia, es para la historia”.

    AGC - Claro, si no, no hay literatura. Es una confesión: si no, no hay literatura, n