29.07.2009

Tertulia Política número 188 (29 de Julio de 2009)

Agustín García Calvo

Ateneo de Madrid


 

  Tertu188-29-7-2009#Tertu188-29-7-2009.mp3

 

 

TRANSCRIPCIÓN:

 

 

Si os parece, vamos a intentar que quede lo más clara posible la intención política de esto que estos últimos días nos traíamos, que venía a dar al fin en esa especie de psicografía o, más bien, grafía, descripción de uno -de uno-, que supongo que recordáis bien los que estabais, y sobre la cual tendremos todavía que discutir. Pero conviene que quede claro la relación que esto se trae con aquello otro que hace días os presentaba para iniciar con esta serie de las tertulias con una consulta que os dirigía, dirigía a los que estaban, respecto a “¿Crees que hace falta un Gobierno? (de la clase que sea). Los que estabais recordáis ¿no?, y las respuestas más o menos variadas o indecisas que se oyó decir. “¿Crees que hace falta un Gobierno de la clase que sea?” Porque es una pregunta después de todo por la Fe, como allí se vio.

Y eso es lo que estoy deseando que se enlace debidamente con esta cuestión del análisis, la descripción de uno, de uno mismo, con todo aquel tinglado en que juegan las viejas nociones de cuerpo y de alma, también las de herencia freudiana de cosciente y subcosciente, la propia presencia de la conciencia en todo este tinglado. Conviene, pués, que me ayudéis con preguntas y desde pronto a que esto se entienda bien.

Os propongo, para seguir por ese camino y utilizando lo del “¿Hace falta?” (un término popular), esta declaración de que “Para morirse ?para irse muriendo o para morirse? no hace falta nadie que lo mate a uno” (es una cosa muy perogrullesca, como suelen ser las cosas que aquí nos salen, pero que pienso que puede ser útil), “Para morirse, para irse muriendo, no hace falta que nadie lo mate a uno”, después añadiremos que “Para defenderse de eso, es decir, para tratar de seguir existiendo, tampoco hace falta nadie que se lo mande”.

Esta negación del ‘¿hace falta?’, dicho así, en lenguaje popular, es, como veis, una negación de la  n e c e s i d a d;  el ‘¿hace falta?’ tiene ese sentido, está diciendo “No hace falta”, se está negando la pretendida necesidad de que sí.

Vamos pués con la primera parte un poco: “Para morirse no hace falta que nadie lo mate a uno”: no hace falta que nadie lo mate a uno, y esto por supuesto quiere decir que no hace falta ninguna especie de mandamás, de guerrero, de patriota, de lo que sea, que lo mate a uno, pero no hace falta tampoco que uno mismo (aquí está cómo ‘uno mismo’ se enlaza con el Gobierno de las Alturas), no hace falta que uno mismo se lo mande a uno, que lo mate a uno. A algunos tal vez os parece un poco extraño esto de que uno mismo, como jefe, lo mate a uno, lo condene a muerte, que es lo mismo; no hace falta que nadie lo mate a uno, no hace falta que nadie lo condene a muerte, ni la Autoridad, ni los mandamases, ni siquiera uno mismo, porque es importante parar mientes en que uno mismo hace eso con frecuencia. Hace eso con frecuencia, es decir, que introduce la muerte desde Arriba como una orden, y esto por muy diversas vías. La vía de la obsesión, por ejemplo, o la idea fija, es una vía para conseguir eso. El suicidio vulgar y corriente es también una vía, una muestra de lo mismo. Y hay maneras que revelan cómo efectivamente uno se está presentando como Autoridad, como Juez, como verdugo.

Tal vez se entiende un poco mejor si se dice del revés, recordando alguna ocasión en que se presentaba la cuestión del ‘matarse a uno’, de matarse a uno mismo, de suicidarse, y la pregunta no de ‘¿por qué se mata uno?’, sino la de ‘¿por qué no se mata uno?’, es decir, porque en este trance que nos traemos, en esta especie de guerra política contra la Realidad, a esa pregunta de “¿por qué no se mata uno?” se puede responder sencillamente diciendo “¿Por qué?, ¿para quitarle trabajo al verdugo o al Juez?”, ?al verdugo y al Juez?, que efectivamente es lo que en ese caso se presenta.

Os lo digo así porque eso facilita el entender la conexión entre la Autoridad, el Poder costituido -verdugo, juez, y todo el resto del aparato- con uno mismo, que evidentemente puede actuar así, y desde luego no sólo en el caso del suicidio vulgar y corriente sino en muchos otros casos en que uno mismo efectivamente está condenando a muerte (lo que sea).

Para que esto se entienda bien y me ayudéis a entenderlo hay que recordar un poco de lo que salía con motivo de la psicografía o la descripción de uno que el otro día intentábamos. No se puede decir que eso del cuerpo o el alma padezcan los dolores o los gozos a los que se alude en un lenguaje más o menos descuidado, eso lo hacen siempre con respecto a uno: a uno le duelen las carnes porque son de uno, son propiedad de uno, y es a uno al que le duelen las carnes []. Lo mismo en las cosas que se llaman del alma: a uno le duelen los desencantos, los rechazos, las deshonras y lo que sea,  porque el alma es de uno, es de Dios, como se dice en Calderón de la Barca ¿no? “Es patrimonio del alma y el alma sólo es de Dios”, pero es que justamente lo que en el psicograma de uno veníamos a encontrar es que uno mismo, representado en nuestra clase de cosas por el nombre propio de la manera más clara, es lo mismo que Dios. Es lo mismo que Dios, de manera que eso orienta un poco en qué sentido va la cosa.

Ya recordáis, no voy a repetir ahora todo este intento de psicografía de uno mismo, pero recordáis que la cosa, en esta lengua que solemos llamar ‘la lengua’, que es la humana, la de este tipo de cosas, se complica por relación con lo del campo en que se habla, es decir lo que está señalado por los índices como ‘yo’, ‘me’, ‘tú’, ‘te’ y demás, que no apuntan a nadie realmente (es decir, en el mundo de que se habla, eso de ‘realmente’, el mundo de que se habla, es la Realidad) sino con respecto al campo en que se habla, que es otra cosa distinta ¿no?

Tal vez para eso sería útil, los que tenéis gusto en estudiar cosas de lenguas, de lingüística y así, ver cómo las diferentes lenguas de Babel, los diferentes idiomas, se comportan con respecto a esta conexión con el mundo en que se habla. Hay muchas lenguas en que, por ejemplo, para predicados del tipo de lo que nosotros llamamos ‘duele’ o ‘gusta’ naturalmente no emplean ninguna para nada parecido a una forma personal de verbo -¿no?- como en la nuestra es ‘duele’, ‘gusta’ con respecto a ‘mí’, que es lo que está señalado con el índice. ‘Huele’, incluso ‘huele’, ‘huele aquí’, ‘me huele’, con respecto a mí, mientras que en cambio con respecto a predicado como ‘machacar piedras’ se comportan de otra manera ¿no?, eso no, eso parece que se le atribuye ya… que le atribuye al punto del campo en que se habla una condición como de agente, mientras que en el otro caso, con una cosa del tipo de nuestro dativo de ‘me duele’, o ‘me gusta’, o ‘me huele’, no se trata de nada parecido a un agente ¿no?

Eso es lo que digo que puede ser interesante, y ahora yo no voy a seguir intentándolo el registrar las diferentes maneras de comportamiento de los idiomas con respecto a esta trama. Pero por interesante que sea la relación con puntos del mundo en que se habla, ya recordáis que por otra parte era característico de esta lengua nuestra el empleo del nombre propio, y que el nombre propio de uno mismo es más o menos como el de Dios, viene de Arriba, del ideal, y también implica algo como la eternidad. La eternidad: la aceptación del tiempo como algo consabido y que por tanto puede ser una totalidad, un todo el tiempo, porque evidentemente la idealidad de Dios, del nombre propio de uno, no admite componendas con otras formas de tiempo más pasajeros más que ésa: la eternidad.

Esto me ayuda de momento para volver sobre las maneras en que no sólo el Jefe, el Estado y el Capital, matan, sino que uno mismo también mata, y mata justamente esas cosas que no son propiamente uno mismo, sino a las que se alude como cuerpo, alma y todo lo demás ¿no?, por eso, aparte del suicidio vulgar y descarado, os hablaba también de cosas como la obsesión, donde el mando de uno mismo sobre lo demás se establece de una manera muy notoria. La obsesión, por ejemplo, que se suele llamar amorosa, y donde de lo que se trata es justamente de una fijación.

Naturalmente la fijación en uno o una, que es otro, otra, está implicando costantemente la fijación y el sostenimiento de uno mismo, es decir que las epifanías de Dios se llevan bien de alguna manera entre sí: si yo permanezco fiel, idealmente fiel, totalmente fiel, a otro u otra que elijo para esto y que divinizo con su nombre propio también, al mismo tiempo yo me estoy ratificando en mi propia divinidad, mi propia eternidad, y esto mata. Esto es mortífero y creo que no tengo que explicároslo mucho rato más. Esto es mortífero de cualquier otra cosa que pudiera haber.

Naturalmente que obsesiones no amorosas del tipo de las que trae consigo la carrera hacia la fama, es decir, la exaltación del nombre propio hasta todo el extremo posible, o que trae consigo el manejo del Capital, el poner al servicio del Capital o movimiento del Dinero, son cosas del mismo orden, tienen el mismo carácter de fijación y de sustento del nombre propio, de Dios, por encima de todas las cosas, y son en ese sentido mortíferas, son las que dan la muerte.

No olvidéis que he empezado por presentaros la cuestión del ‘no hace falta’: que estamos tanteando a ver si no hace falta para morirse o irse muriendo nada de eso. Esto otro, que se obtiene por esos procedimientos en que interviene la Autoridad y la Autoridad de uno mismo, tiene el carácter de otra muerte, la muerte propiamente real, que no es la que está en uno, la que nunca está aquí, lo que solemos llamar aquí ‘Administración de muerte’, que es otra cosa enteramente distinta ¿no? Suponemos que para irse muriendo, para morirse, no hace falta nada de eso, porque está dado en la Realidad de las cosas, entre ellas, nosotros, nos estamos deshaciendo continuamente, ahora mismo, si pudiéramos atraparlo; y esto que nos pasa a nosotros no se distingue en nada de lo que les pasa a las demás cosas. De manera que está dado en la Realidad: cualesquiera tienen esta condición del estarse continuamente deshaciendo.

Y, como recordáis los que venís conmigo, para defenderse de eso y tratar de seguir e x i s t i e n d o  (no viviendo, ‘existiendo’) tampoco hace falta nadie que lo mande, porque se supone que las cosas al mismo tiempo que se están deshaciendo cumplen esta ley de defenderse de ello, defenderse de ese deshacerse y tratar de seguir siendo las que son, es decir, de existir en el sentido preciso de la cosa.

De manera que tampoco para eso hacen falta ideales que recomienden la permanencia o la fidelidad: los mismos que matan son los mismos que tratan de hacer esa recomendación del Amor, por ejemplo, o de la Realidad misma, queriendo decir ‘Dinero’ de una manera más o menos disimulada. Los mismos que predican el ideal son los mismos que matan, no hay por qué establecer diferencia ninguna.

Así van las cosas, y todo ello, si esta lucha que nos traemos marcha bien en algún sentido, viene a querer decir ‘liberarnos de aquello que es específicamente humano’ y que consiste justamente en lo del nombre propio, en lo de la sumisión al ideal, para quedarnos con lo que estimamos común al resto de las cosas, de las que no nos diferenciamos para nada. Ése es el tipo de política que se nos ha venido… se nos ha venido metiendo aquí y con el que seguimos: ‘hacernos como las demás cosas’ quiere decir simplemente ‘desprenderse de la Fe’ que en cambio se exige de una manera específica y especialmente mortífera para nosotros, se presente en la manera de otra forma de Poder, o se presente en la forma de uno mismo.

Esto de hacerse, dejarse hacer, como de verdad somos, igual que las demás cosas, que es a lo que lleva la declaración “No hace falta que nadie lo mate a uno”, y “no hace falta que a uno le prediquen su defensa”, eso viene a colocarnos en esta especie de relación amorosa con las cosas. Naturalmente si hablamos de liberación de uno mismo, de liberarse de uno mismo,  ya sabéis que esto quiere al mismo tiempo decir liberar, liberación del pueblo-que-no-existe, viene a ser lo mismo, pero la condena a muerte entre nosotros que es al mismo tiempo la condena de uno a su Futuro, que es muerte, y al mismo tiempo quiere decir la condena del pueblo a no ser más que unos y sumas de unos sometido a la misma Fe y perdiendo las posibilidades de ese no existir que le encontramos.

Pues sí, se implica de alguna manera una relación amorosa entre las cosas. Como las cosas son, somos, distintas unas de otras (porque si no ni siquiera tendría sentido hablar así, en plural, de cosas), somos distintas unas de otras, pero por otro lado somos imperfectamente distintas, es decir que estamos siempre más o menos pegados, entrometidos, contagiados y revueltos con las otras cosas que no son precisamente la cosa que uno es. De manera que en ese sentido cabe una simpatía o sympátheia, es decir syn- sympátheia, es el término griego ése de páthos que todos conocéis por la literatura sobradamente que hace referencia a los sentimientos y con el prefijo syn-, el prefijo sun- o syn- que es ‘con-’, que es lo que los latinos tradujeron, tardaron en traducir, con compassio -compasión- y que nosotros utilizamos de diferentes maneras con el término griego ‘simpatía’ y con el latino ‘compasión’, pero que ambos significados naturalmente tienen que ver con lo que estoy diciendo.

Entre las cosas, desde luego, en este trance figuran el cuerpo, el cuerpo y alma de uno mismo, es decir, justamente lo que como pueblo se define por estar sometido, y padecer esa Administración de muerte de que estoy hablando también con ellas. Ni que decir tiene que entre nosotros se da mucho que esa simpatía o compasión con los propios miembros, órganos y costumbres de uno mismo falla y uno se vuelve enemigo con frecuencia; se vuelve enemigo de sus brazos, de sus hígados, de cualesquiera otras manifestaciones de sus costumbres que tal vez están cargadas de una sabiduría que puede guiar sin necesidad de recibir órdenes ni de dictar leyes, y uno lo mata, lo mata sustituyéndola por lo que le han enseñado y le han mandado: recetas médicas, reglas morales, manuales de cómo comportarse en este mundo, del que están llenas todas las editoriales del mundo, y demás: dando muerte. Bueno, pues cuando ahora estoy hablando de sympátheia, compassio con respecto a las cosas, también estoy pensando en éstas, y está claro que el tratamiento que  a los miembros u órganos de uno se refiera no puede ser distinto del que se refiere a los demás. Eso es de lo que estoy hablando, eso es lo que podría llamarse amor si no fuera que la palabra está tomada, está tomada por el Señor, y nos la hemos encontrado ya hace un momento como representando una de las maneras de imposición del ideal, de la eternidad, de la Fe, y por tanto una de las maneras de matar. Quitada la ‘A’ mayúscula, destronado el Amor, esto que estoy hablando de -, de simpatía o compasión, sería un amor por las cosas y por uno mismo (el otro día, Tinuca, me hablabas de ‘apego’, pues esto puede venir aquí por alguna razón, el término te había interesado) y es de lo que se trata.

Se trata de que (lo que dice el prefijo syn-, con-) cada cosa comparte, no puede menos de compartir con las demás, y compartir naturalmente tanto la suerte de estarse muriendo continuamente como la obediencia a la ley de existir, separarse, contraponerse y demás cosas ¿no? Pues cuando se mata al Amor mayúsculo, cuando en general se destrona a las Autoridades que matan, pues evidentemente queda algo de ese tipo, el problema es ahora (y es la última parte del problema que voy a presentar), el problema es que ¿quién es el que con-, el que syn-?, ¿dónde colocamos ahí el ?como dicen los filósofos? el sujeto de la simpatía o de la compasión si lo separamos de lo que por el otro lado son las cosas, de los objetos a los que esa compasión o simpatía se refiere? Estamos condenados a equivocarnos mucho ¿no? en esto, después de lo que os he dicho de cómo uno se equivoca al tomar esas cosas de cuerpo, alma, órganos, costumbres, como siendo de uno y doliéndole, gustándole, solamente porque son de uno, ya comprendéis que las vías de confusión están abiertas, demasiado.

De una manera un poco cómica se aparece el debatimiento y la confusión en lo que le decía aquel muchacho que estaba mortalmente herido (no me acuerdo si de un tiro o de una enfermedad grave, es igual, el caso es que se estaba muriendo) y esperaba a su dolor diciéndole a la madre “Ay, madre, qué pena de hijo que se te muere”. Pues ahí tenéis de una manera un poco cómica, pero yo creo que bastante aclaradora, el tipo de confusiones que se pueden producir. Es decir, hay un movimiento por el cual uno mismo tiende a colocarse fuera, como cosa, “qué pena de hijo que se te muere”, él se ha quitao de sujeto y ha dejado a la madre, la ha dejado a la madre que se encargue de eso, se ha colocao fuera; y por otro lado hay una tendencia por el contrario a meter dentro de uno mismo todo eso, el muchacho quiere desprenderse de la muerte ésa que es inconcebible precisamente porque se refiere a el eterno, al uno y solo, y trata de defenderse en ese trance que os refiero, pues echando la condición de sujeto o de doliente para la madre, como si su muerte no consistiera más que en esta muerte de cuerpo y alma que es la que a la madre se le va a morir y la va a dejar sin su hijo.

No sé si acierto a sacaros del ejemplo las tergiversaciones en el uso de los índices de ‘yo’ y ‘tú’ que juegan, y en las equivocaciones entre lo que se refiere a lo vivo, no existente, que podrían ser esas cosas como alma y cuerpo vivientes, y las confusiones entre eso y lo otro, lo que es el ser establecido y el mantenimiento de la existencia propia de cada uno.

El problema es ¿quién es quien se conduele? Y, como veis, después de todo lo dicho, es una pregunta grave, porque desde luego no encontraréis manera de que se responda aludiendo al nombre propio, a uno mismo costituido por su nombre propio, porque ése no se compadece de nadie de verdad. Ése no se compadece de nadie ni simpatiza con nadie. El caso del Amor lo demuestra bien claramente: cuando se ha llegado a la fijación, a la fijación obsesiva, en uno, el amado, que tiene la finalidad de conseguir que uno, el amante, quede igualmente establecido como fijo, eterno y perpetuo, ahí ya no caben sentimientos de ninguna especie. En ese trato, lo comprobáis todos los días, no caben más que cosas como las del trato comercial, es decir, cosas ordenadas, que tienen que ver con la posesión, con la administración, pero los sentimientos están muertos, estos sentimientos que estoy tratando de haceros ahora sentir de pasada con la exposición. No podemos responder a quién, pués, acudiendo ahí, ni desde luego podemos responder acudiendo a la cosa en sí, cuerpo o cuerpo con alma, mientras siga siendo una cosa humana, sometida. Os estoy sugiriendo que si no es así, y hay una liberación, por supuesto, ya la pregunta del quién, la pregunta del sujeto de la compasión, no tiene ni sentido: las cosas están interpenetrándose, están apegándose unas con otras, inevitablemente, sin más, pero desde luego no podemos responder al quién declarando al cuerpo o al alma el sujeto, ni desde luego ‘yo’ y ‘tú’, que no somos nadie, sino los que estamos hablando en este momento, no podemos ser tampoco quien compadezca, quien simpatice en cualquiera de los sentidos.

De lo que se trata con estas cosas es de, ya sabéis, luchar contra la Fe, romper la Fe, que es la que sostiene justamente esta imposición de los ideales, el ideal de la muerte futura, que viene a ser lo mismo, y para luchar contra esto, para intentar de verdad, como yo ahora, tal vez, intentando hacerlo, hace falta haber respondido claramente a la pregunta “¿Crees que hace falta un Gobierno de la clase que sea?”, es decir, que es lo mismo que decir “¿Crees en ti mismo?”, porque el ‘ti mismo” es un caso de un Gobierno. Una respuesta claramente negativa, una respuesta que no se quede con dudas respecto al ‘¿hace falta?’, respecto a que haya tal necesidad de Gobierno y de uno mismo, es la condición, es una lucha que, como tantas veces hemos dicho, es desde luego muy difícil dadas las condiciones, pero para nada imposible, como los padres y los padres de la Patria lo declararían; de ninguna manera imposible, sino simplemente muy, muy difícil.

Esto implica una confianza, el decir que no hace falta, que no hace falta lo que he estado recordando y denunciando, implica una forma de confianza, una forma de confianza en las cosas, una cierta forma de confianza en nosotros en cuanto nos dejemos de ser cada uno uno y el que es, y nos avengamos a ser cosas como las demás; una cierta confianza en que hay mucho más gobierno y mucha más sabiduría que toda la que pueda venir desde Arriba.

Bueno, y es una confianza que desde luego no está garantizada por nada, pero lo que me importa es que no se parece en nada a una Fe. No se parece en nada a una Fe y por tanto tiene que consistir en eso: una mera declaración de la no necesidad, del ‘no hace falta’. Sólo así puede haber una política de pueblo, una política de abajo, una política desde lo que no existe, sólo así. Cualquier mantenimiento de la creencia, miedo a la necesidad, ya hace imposible… hace imposible la lucha, la hace imposible de momento, la estorba, la estorba costantemente ¿no? Es el desprendimiento de esa Fe y de ese miedo a lo que debemos llamar eso: una confianza que no es más que desprendimiento, confiar en las cosas, no porque se sepa nada, sino justamente porque no se sabe.

Supongo que esto más brevemente dice lo que estaba diciendo y lo que diferencia de una Fe: confiar no porque se sepa qué es en lo que uno cree, lo que uno espera ?eso se llama Fe, no confianza, se llama Fe?, sino simplemente porque no se sabe. Con eso basta: porque no se sabe, ni lo que va a pasar ni lo que puede o no puede pasar. A lo mejor a algunos os parece un poco exagerado que una guerra anárquica como ésta que aquí se supone que nos traemos venga a parar a una situación que exige ese desprendimiento de Fe de una manera tan radical, si es así, pues que parece que es exagerado o algo así algo que os he dicho, pues ahora mismo lo diréis, porque ya con esto me voy callando por ahora. De manera que desde este momento y a propósito de lo que sea, pues ya esperamos vuestras voces por ahí. Dejando el silencio que haga falta ¿eh?, porque dada la situación, efectivamente es normal que haya que dejar un rato de silencio para que florezca lo que sea. A ver.

   -  Que yo quiero preguntar por eso de la existencia sin intervención de los ideales, que ¿qué clase de existencia es ésa?, ¿cómo es eso de existir?, ¿qué quiere decir existencia, cosa, Realidad, que más o menos se consideran sinónimos?

    AGC - Bueno, tú por lo pronto sí que has visto que no es lo mismo que he dicho que es común a las cosas, que es al mismo tiempo deshacerse continuamente y defenderse y tratar de seguir existiendo; la vía que no es eso ¿no?, es más bien algo que se sobrepone a eso, que toma la costumbre de existir que las cosas tenemos (las otras cosas y nosotros en común), la toma por su cuenta como una orden, como un ideal desde Arriba, y la impone. Ésa es la diferencia.

    - Perdona, ¿eso es la existencia?

    AGC - No: eso es… Esto que he llamado existencia (a lo mejor hago mal), pero es lo que he llamado existencia y que considero común a las cosas: cualquier cosa, sea la que sea, igual que cualquiera de nosotros, al mismo tiempo que se está continuamente deshaciendo no puede menos de estar defendiéndose de eso y tratando de subsistir (aunque tenga que emplear estos verbos filosóficos que me revientan). Eso de por sí lo reconocemos como común. Lo humano, y lo mortífero de una manera especial, es lo que se centra en la idea de muerte siempre futura, y luego cualquier otro ideal; tomar eso ya como un objeto de imposición, como si a las cosas para defenderse les hiciera falta que hubiera un Señor Arriba que les dijera “Defendeos”. Ésa es justamente la diferencia en la que quería insistir, y esa…

    - Entonces le llamamos existencia ¿a la defensa, a la perdición, a todo?

    AGC - Lo he hecho así… Lo he hecho así, a la defensa, al tener que seguir manteniéndose. A lo mejor me equivoco empleando ‘existir’, ‘subsistir’. 

    - Se supone que eso pasa sin intervención ninguna de ideales, o podría pasar sin intervención de ideales. O sea, hay una defensa en la que sí intervienen los ideales, que es la humana, y otra defensa en la que no.

    AGC - Y luego hay una defensa que al mismo tiempo es muerte, pero muerte administrada, y que toma el carácter del Amor, del Futuro, del Porvenir, del Dinero, de [cualquiera de] estas cosas que consideramos que son mortíferas de una manera especialmente humana, mortíferas en otro sentido: las cosas nos morimos, es decir, nos deshacemos continuamente, estamos imbuidas al mismo tiempo de una necesidad de mantenernos, de existir…

    - Pero es que eso es un ideal. La necesidad ésa de existir es un ideal, eso no se puede cumplir nunca: eso de ser cada cosa la que es, separada de las otras…

    AGC - Sí.

    - …ya esa misma defensa es ideal.

    AGC - Está desde luego… está desde luego condicionada por el ser lo que es y seguir siendo lo que es. Es verdad, es así. Y hemos dicho muchas veces: es una intervención en contra del deshacernos que consiste en el tratar de ser cada cual quien es y seguirlo siendo. Lo que digo es que eso puede ser de las cosas, sin más, y que después, el recoger en nuestro idioma, en nuestra Sociedad, a nuestra manera, esa necesidad -tanto la de morirse convertida en un Futuro como cualesquiera otras formas de ideales- como una orden que tiene que aplicarse desde Arriba, eso es lo que he presentado como otra cosa. Y haces bien en que intente que se distinga bien, porque desde luego se presta a la no distinción. Desde luego en la imagen ésa que he dicho como si se pensara que para que uno se muera hace falta que uno desde Arriba lo mate, y para hacer que uno subsista, tenga un porvenir, etc., hace falta de Arriba alguno que se lo mande, las dos cosas juntas. Sí. Siento que…

    - A mí sí me parece, sí me parece que eso del porvenir es una imposición que viene desde Arriba…

    AGC - ¿Qué?

    - Que sí me parece que eso de la existencia y del porvenir es una imposición que viene desde Arriba…

    AGC - Sí. No: la existencia…

    - …no… que no hace falta… Sí, que lo de…

    AGC - …la existencia humana.

    - …uno para labrarse un porvenir tiene que obedecer…

    AGC - Digamos la existencia ‘a la manera humana’. Ésa es la diferencia.

    - Claro, es que si decimos ‘uno subsistir’, ‘tener un porvenir’, es que es humano…

    AGC - Claro.

    - …No me imagino un subsistir o un porvenir no humano.

    AGC - Y sin embargo tenemos que reconocer que las cosas de por sí al mismo tiempo que se deshacen se defienden, están hechas en contradicción. Por eso es por lo que tenemos este empeño en que se distinga esto que es sin más una condición de las cosas, nosotros entre ellas, de la forma de imperio o falsificación específicamente humana que toma eso, y lo impone como si hiciera falta imponerlo, como si hiciera falta imponer la muerte y dar muerte, o como si hiciera falta sostener el ideal del Futuro que es lo mismo. Podéis insistir, tú misma u otro, porque comprendo que puede haber…

    - El ideal del Futuro hace falta sostenerlo. Que sí parece que el ideal de Futuro hace falta sostenerlo, y no sé si las cosas…

    AGC - ¿“Que el ideal”?

    - De Futuro…

    AGC ? Perdón.

    -  …que sí, que hace falta sostenerlo; no sé si las cosas lo tendrán, ideal de Futuro, pero sí…

    AGC - No: idea de Futuro, seguro que no. Tienen esa condición de defenderse; la idea de Futuro, la idea de… eso es lo específicamente humano. Bueno, continúa.

    - O sea, que la cuestión es que para lo humano la Realidad está mediatizada por la idea, o sea, sin ideas no hay Realidad, y por ejemplo pa un animal, que no tiene ideas y no tiene Futuro, seguramente sea eso que se llama ‘el istinto’ la manera de sostenerse.

    - Pero ‘animal’ es una idea nuestra.

    - Bueno, vale, sí, el animal, sí, pero…

    AGC - Bueno, o las cosas.

    - …pa entendernos, claro.

    - Las cosas son ideas nuestras…

    - …o las cosas, pero, bueno.

    AGC - Las cosas en general. No podemos atribuir a las cosas (si queremos nosotros al contrario resignarnos a no ser más que cosas), no podemos atribuirles a las cosas formas de imperio de existencia o de ideación que sean específicamente humanas, es justamente lo que estamos debatiendo ahora: establecer esa distinción. Una cosa es que nos reconozcamos en común, sin que nadie nos mande nada, con el resto de las cosas esa contradicción de deshacernos y de defendernos y tratar de subsistir. Una cosa es eso, y otra cosa es que (lo de la pregunta), que haga falta alguien, que para morirse haga falta alguien que lo mate a uno. Esto no se lo aplicamos a las cosas en general; no pensamos que haga falta agentes, ni órdenes, ni leyes como las específicamente humanas, las mismas que también dentro de uno mismo he dicho que se dan cuando uno se costituye en juez y en verdugo en formas de suicidio u otras, que en las cosas, hasta la observación externa, no parece que las encontremos; hay formas de enfermedad, hay formas de administración de muerte, que reconocemos fácilmente como nuestras. Seguid insistiendo, no importa que insistáis en aclarar esta distinción.

    - Que en realidad lo que pasa es que ya la frase, desde el principio, tiene truco, porque dices que “para morirse no hace falta que a uno le mate uno”…

    - Tiene un significado engañoso.

    AGC - Que a uno lo mate nadie.

    - …Entonces… ¿Puedo continuar? Vale. Entonces es que ahí ya está el mal, la formulación ‘para morirse no hace falta…’, porque es como si dijéramos, “Bueno, pues ¿por qué voy a morir en vano? Porque lo que más le molesta a esa cosa entre las cosas que se llama ‘hombres’, es lo de ‘en vano’, por eso es necesario o se necesita la imposición de un fin. De un fin, yo no diría que un Futuro, ni siquiera que un ‘para qué’, un ‘para qué’. O sea, “puedo morirme, ya sé que voy a morirme, pero no en vano, por eso voy a hacer que éste me mate con la daga del Amor, o esta mujer o este hombre o Dios mismo”. Y es que como si lo del ‘vano’ no se aceptara, ‘en vano’, no puede ser en vano…

    AGC - Yo…

    - …Porque hay una especie de saber mucho más hondo que no es ni siquiera un saber administrado, es que para morirme, o sea, como si hubiera ya un saber de ese morirse fatal.

    AGC - Ya, ya, no repitas, de todas formas no vas a conseguir que te entienda. Yo no creo que te haya entendido bien, a lo mejor es que quiero…

    - Pero eso es buena señal.

    AGC - …a lo mejor es que quiero hacerte el favor de no entenderte, y yo creo que los demás también quieren hacerte un poco ese favor, porque si te entendiera...

    - …Es buena señal que no me entiendas, porque es que ahí está lo de la inclusión del ideal; es que no…

    AGC - …si te entendiera… No es ‘ya sé que voy a morirme’, eso es ya nuestro y específico, Futuro. He dicho que para el morirse, para irse muriendo, para eso no hace falta nadie que lo mate. 

    - Sí, por eso, en esa formulación hay un saber. Hay un saber, que tú ya sabes que hagas lo que hagas…

    AGC - Que no, hija, no.

    - …mejor es que te mate el Amor o te mate Dios mismo que dejarte morir.

    AGC - Para que no sea en vano.

    - Para que no sea en vano, como la voz de Dios.

    AGC - Desde luego eres… Es como si te estuviera pagando el Capital directamente…

    - Pues por supuesto que soy abogada del diablo, el contradiablo.

    AGC - …porque es una defensa del ideal. Es como si estuvieras cobrando del Capital.

    - No, mira, es que vamos a ver, ¿por qué todas… digamos, vamos a llamarles culturas, o razas, o gentes, gentes de todo el mundo caen en esto del apego, no puede ser sólo porque se nazca de un vientre de mujer y por lo tanto de una especie de apego a una cosa primordial como es el amor materno hacia un niño, que es puramente asfixiante y obsesivo -como tú le decías- tanto por el niño como por la madre ¿no? ¿Por qué?, porque está lo de saberse de antemano, lo del no querer morir en vano, no querer morir en vano…

    AGC - Bueno, Isabel, ahora ya te has armao un lío que no hay manera de entender nada…

    - No, no, no. Es que te digo, ¿por qué nos vamos a oponer a algo que es…

    AGC - Hombre, por favor, venga. Es que eres tan elocuente que te lías sola.

    - …la señal misma de la voz humana, de lo humano específico, que es el apego, el apego.

    AGC - No, no, no: eso ya no he llamado humano específico, el apego no. No, no, el apego no…

    - Mira, tú le tienes apego a venir aquí los miércoles, y le tienes apego a la tertulia, y eso para ti es como amor paterno.

    AGC -  …El apego lo he puesto del lao de eso que he estao llamando simpatía o compasión, y que no he declarao humano…

    - Pero no le quites lo de simpatía.

    AGC - No he declarado humano para nada.

    - …lo de simpatía es al mismo tiempo…

    AGC - No lo he declarado humano para nada. Sigue.

    - Vamos a ver, en esa palabra ‘simpatía’ tú lo quieres desdramatizar, pero ahí está lo de ‘compasión’ y es una contradicción, porque normalmente en la pasión no hay compasión, es una guerra a muerte.

    AGC - Bueno, puede ser. Déjalo, déjalo por ahora, porque estás tratando de distraerte. Déjalo por ahora…

    - No, no. Bueno, yo te digo que éste es el sentir común, tú luego lo puedes arreglar a tu estilo, como quieras.

    AGC - Dentro de un rato ya dirás algo más.

    - Además lo digo pa ver si se despierta el caballero de la esquina y deja de darle empujones a la pobre criatura ésa.

    - Agustín.

    - Por aquí, por aquí, Agustín

    AGC - Perdón. Perdón, que es que no estoy seguro. Parece que estaba él antes.

    - Dale un empujón y que se vaya pa allá, joder, que estoy sufriendo tó el rato.

    - Me toca a mí ¿no? Agustín, vamos a ver.

    - Un poquito de desapego.

    - Agustín, el compañero me dice que me toca a mí, y yo, pues gustoso uso la… Vamos a situar tu frase, que parece no sé si demoníaca, evangélica, filosófica, “para morir no hace falta que le maten a uno”. Es una frase tan llena de contradicción en sí misma, que me gustaría aplicarla a una realidad que acaba de ocurrir: un socio del Ateneo que venía conmigo a esta tertulia ha muerto, antesdeayer, Renato…

    - Pues se ha muerto otro un poco antes. Aquí hay una plaga.

    - … ¿quién le ha matado?, ¿quién le ha matado? ¿Quién le ha matado?

    AGC - Yo no soy…

    - “Para morir no hace falta que le maten a uno”, aplícame esta frase a alguna realidad que acaba de ocurrir.

    AGC - …no soy un detective, pero desde luego si lo fuera… si lo fuera te diría. Yo no soy un detective que averiguo sujetos del asesinato; si fuera un detective te diría quién lo ha matado.

    - Es que es una frase que la cuelgas de una manera… Pues métete un poco más con ella, desbrózala, ayúdanos a…

    AGC - Bueno, venga, no, para no perder tiempo. Una cosa es morirse, irse muriendo, y otra cosa es la muerte futura, que es de la que estás hablando ahora en pasado, y que es otra cosa distinta. De manera que a ese amigo, como a nosotros ahora mismo, para irnos muriendo como estamos muriéndonos no hace falta que venga nadie y nos mate y nos diga que hay una muerte futura. No hace falta.

    - Desde el día siguiente de nacer se está muriendo uno, claro que sí.

    AGC -  No hace falta que nadie venga a decirnos “Te vas a morir mañana”, como le dicen a un niño. Sí.

    - Yo, para mí, esto… (no sé, por lo que estamos oyendo y tal) está claro que morimos porque tenemos un nombre propio, si no tuviéramos ese nombre propio (bueno, no sé si podríamos morir) desde luego la muerte ésta de la que hablamos no se daría.

    AGC - Es que no sé de qué muerte hablamos en este momento, ¿de cuál de las dos?

    - Pues hablamos de la muerte ésta anunciada, de la muerte futura.

    AGC - Ah, la real, que es la futura.

    - Entonces tenemos ese nombre propio porque interesa desde luego, efectivamente nos interesa a nosotros mismos separarnos de las cosas, pero también le interesa (lo que estamos diciendo) al Poder, al Dinero, a la Autoridad, que cada uno seamos cada uno, para mantener el orden…

    AGC - Por supuesto.

    - …que hace falta mantener, para que esto marche en existencia. Pero al mismo tiempo efectivamente hay una… (eso para mí, eso puede ser una ley, la ley de la existencia) y al mismo tiempo…

    AGC - Yo no la he empleao de esa manera, lo de la existencia, pero bueno, ya lo hemos estao discutiendo antes: es la ley de la muerte futura, es la ley que mata, es decir, la ley que mata no ahora que nos estamos muriendo sino en el futuro. Es la manifestación del ideal, pertenece íntegramente al Capital, al Estado, a uno mismo en cuanto se convierte en sabedor de sí, en juez, en verdugo. Para que no haya confusión, es eso, cuando se dice “¿Crees que hace falta alguna forma de Gobierno?”, no hace falta hablar de ningún fin, porque si pones un fin “¿Hace falta alguna forma de Gobierno para llegar a un fin, es decir, a la muerte?”. “Sí, claro, para eso están”. Para eso están todos los Gobiernos que tenemos. Y lo mismo “¿Tú crees que para morirse hace falta que alguien te lo mande, te mate?”, está haciendo lo mismo. La muerte de la que has hablao, que no es la de esa de irnos muriendo (que nos está pasando ahora) sino la futura, la muerte real, que es la que nunca está aquí, la futura, desde luego se refiere por un lado al nombre propio (esto ya el otro día lo estuvimos viendo) en cuanto que es por ahí por donde se establece, pero al mismo tiempo es inconcebible para el nombre propio, es inconcebible. Al mismo tiempo que pertenece a lo de la istitución ésta, humana, del nombre propio, que es el que hace que uno tenga que ser eterno, uno solo, singular, externo, al mismo tiempo es inconcebible. Es lo que aquel muchacho -que os decía- trataba de evitar al acercarse la muerte ésa, futura, se estaba muriendo, ya, si moría, quería echar la cosa sobre la madre porque evidentemente él, como cualquiera, reconoce esto que hemos repetido más de una vez: es del nombre propio, porque uno, en cuanto uno singular, es eterno como Dios, y la muerte futura no es más que la eternidad; por otra parte es inconcebible, precisamente por eso mismo. Bueno, ¿qué más entre tanto? Sí.

    - Agustín.

    - Yo quisiera hacer referencia…

    AGC - Ah, no sé quién.

    - ¿Sí? Gracias. Yo quisiera hacer referencia al ‘apego’. El apego, tengo mis dudas, porque no sé si el apego verdaderamente tiene que ver o está ligado siempre al amor, puede ser el apego… hombre, el amor a una mesa también es sentimental, pero… el apego a un perro, el apego, en fin, a un horario, aquí estamos todos, el apego a una persona, el apego a la madre, el apego al hijo, no sé si tiene que ver con el amor, lo confundo un poco.

    AGC - Ah, bueno. No hay que molestarse demasiao. Sabemos que utilizamos un idioma, un idioma que está ya de por sí bastante falsificao, en su significado sobre todo. Amor, he dicho… lo he distinguido en dos, lo mismo que la muerte, lo mismo que una cosa es irse muriendo y otra cosa es la muerte real, la futura, he puesto el Amor mayúsculo como aquello que es igualmente mortífero, que impide cualquier forma de sentimiento; y luego, con simpatía y compasión y apego, he  hablao de algo que puede llamarse también (que se le quitara la mayúscula) amor entre las cosas, amor de unas cosas por otras, que es de lo que he estado hablando un rato largo ¿no? Pero, claro, desde luego un apego a los horarios no cabe, eso es una cosa que ya implica simplemente la fidelidad, el atenimiento a las reglas, que es lo contrario de esto a lo que quería llamar compasión, simpatía, apego, ¿no? Apego a la madre, ¡menudo problema!, porque una madre (como cualquiera, la propia madre del muchacho ése del chiste, el muchacho muriendo), no de cualquiera, por un lado, naturalmente como es una cosa, igual que cualquiera de nosotros es una cosa, y como se trata mucho con uno, ¿cómo no puede menos de desarrollar ciertas formas de apego, de simpatía, de compasión?, estamos llenos, o cualquiera otro que ande rodando mucho a nuestro lado ¿no?, y por otro lado es ‘la madre’, es decir, es una istitución familiar bien conocida, bien establecida, y entonces, pues en el conflicto ¡sálvese quien pueda! Desde luego a la madre, en cuanto madre de uno, no se le puede tener más que fidelidad -fidelidad- y atenimiento a ella. Apego hace falta olvidarse: apego, simpatía, cualquier forma de sentimiento, hace falta olvidarse de que uno tiene que amar porque es 'la madre',  [] porque si uno tiene que, si uno está obligado, están ahí metidas las leyes del principio y a los sentimientos no le queda nada que hacer ¿no? Eso es una cosa, yo creo, clara para cualquiera. Por eso es, no hace falta que te manden, si te mandan están introduciendo muerte, muerte de lo que sea, muerte de los sentimientos, muerte de cualquier cosa que sea. De manera que cabe con alguien que está haciendo de madre o incluso de padre o de lo que sea, caben formas de apego entre las cosas. Ya estuve diciéndolo de las maneras más sensitivas, nos estamos interpenetrándonos en interacción, apegotados unos con otros. Pero contra eso y muerte de eso es la orden, el tener que, el deber, para los fines que el Señor sabe.

    - Sí, a mí también me causa perplejidad que las cosas podamos estar deshaciéndonos y resistiéndonos a dejar de ser la cosa que somos sin recurrir a los ideales, porque, por ejemplo, tendríamos que pensar que puede haber una Realidad sin ideales, tendríamos que pensar que esa disputa, entre irnos muriendo y resistirnos a ser lo que somos, no se produciría en un Tiempo real,  o que habría un Tiempo real sin ideal.

    AGC - Cabe (es un poco demasiao atrevido para mí), eso implicaría negar que haya cosas, así, simplemente. No sé qué es lo que estás entendiendo por Realidad, pero desde luego cosas no, porque para que haya cosas y tenga algún sentido emplear este plural, de forma que una cosa sea distinta de otra y se vaya cambiando una cosa en otra, etc., etc., lo que se llama Realidad y estoy llamando Realidad, para eso hace falta desde luego una resistencia al deshacimiento; si no, lo otro te llevaría a una forma de ideal que también surge a veces en la Filosofía o en la Ciencia, ‘el continuo’, ideal del continuo. Un deshacimiento continuo que impediría que jamás haya, ni haya habido, ni pueda haber cosas distintas, te lo impediría. De manera que sí, puede uno venir a esa especie de negación de las cosas. No es la actitud que he tomado, pienso que cuando digo ‘Realidad’ estoy diciendo ‘cosas’, y que el empleo de este plural tiene, a pesar de todo, algún sentido, y eso ya exige resistencia. Resiste al mismo tiempo que la dinámica del deshacerse, la dinámica de la resistencia a deshacerse. Lo que pasa es que, como le decía antes a Virginia, tengo que distinguir eso de una utilización de una y otra, de una y otra cosa de las que pasan a las cosas como ideas y por tanto como órdenes que tienen que impartirse desde Arriba, como muerte, como Amor, como ideal, lo que sea. Sí.

    - Una cosa sería, por ejemplo, deshacerse, que implica resistencia, pero sería distinto dejarse morir ¿entraría la confianza, por ejemplo?

    AGC - No, porque no hace falta: te dejes o no te dejes eso está, te estás muriendo. No hace falta que presumas de que te dejas. Te dejes o no te dejes, te estás muriendo, nos estamos deshaciendo, únicamente lo que puedes hacer es obedecer al Poder y creer en la muerte futura para olvidarte de que ahora te estás deshaciendo, y en cambio estar presa de una Fe en que te vas a morir de veras de una vez para siempre.

    - Pero ¿confianza?...

    AGC - Confianza quiere decir lo que he dicho: confianza en que no hace falta, en que no hace falta ninguna intervención. Confianza no porque se sabe, sino justamente porque no sabemos.

    - Pero, por ejemplo, vamos a distinguir entre lo que pasa con los lenguajes formales, por ejemplo ‘un triángulo’ y ‘una mesa’: ¿qué grados de perseverancia en el ser hay para un triángulo y para una mesa? El triángulo es que ni siquiera tiene que perseverar en el ser, porque es ideal desde el principio hasta el final, siempre va… no necesita ni perseverar. Una mesa, claro, necesita perseverar porque en el trato contra las otras cosas está eso de poder dejar de ser mesa, o ser una silla casi, o de ser otra cosa que parezca una mesa. Es decir, hay una cuestión de aproximación que la hace peligrosa.

    AGC - Es verdad, es verdad. Es razonable, no sé para qué lo sacas, pero es verdad, es razonable: entre las cosas hay que distinguir no sólo las cosas que se llaman artificiales, y que no hay por qué distinguir de las naturales, como una mesa, sino esas otras cosas artificiales que efectivamente pretenden ser puramente ideales. Un triángulo, que no existe (puramente ideal), ése desde luego no está condenado ni al deshacerse ni al resistirse; si empieza a existir, como suele pasarle a los triángulos, amigo, eso ya es otra cosa, entonces empieza ya a someterse a las mismas leyes, y esos entes ideales se desgastan, se equivocan, se embrollan, y se resisten a ello. Bueno, tal vez se ha hecho muy tarde ¿no?

    - Jaime.

    - Podemos usar tanto la palabra eternidad y la palabra muerte, el día de hoy, y sobre todo el concepto de las cosas que pueden ser de dos naturalezas, la concreta o la mesa y la idea…

    AGC -  No, no, no, no: no te metas en eso, no.

    - No, pero quiero decir, entonces ¿cómo se puede aplicar el término de muerte eterna o vida eterna?

    AGC - La eternidad es muerte. Es la muerte futura, eso es eternidad, y ésa es la que pertenece a uno en cuanto siendo el que es, con su nombre propio, y al mismo tiempo que le pertenece le es inconcebible, intolerable. Y luego está…

    - ¿La muerte eterna?

    AGC - No, no: la muerte eterna es la eternidad; es que la muerte es eternidad; no hay otra eternidad más que la muerte, la muerte futura, es la que pertenece y al mismo tiempo es inconcebible. Y luego está el de morirse; luego está el irse muriendo, lo que nos está pasando ahora. []. Bueno…

    - Un ente ideal, como un triángulo, si comienza a tener atributos ?longitudes, ángulos, []? ¿puede ya no ser un ente ideal?

    AGC - Sí, sí. Es lo que he dicho: y efectivamente es además lo que suele pasarse a los entes puros o ideales que nosotros elucubramos: empiezan a cobrar existencia. Y si empiezan a cobrar existencia, sea en el plano que sea, entonces ya están sujetos a la ley de la contradicción: a desgastarse y a defenderse del desgastarse. Bueno…

    -  ¿Y por eso se le toma como símbolo de Dios al triángulo, el ojo divino, porque es el ideal de…?

    AGC - No, no, no. Eso ya… ilustraciones ya no. Bueno, pues nada, si eso, si el Señor nos deja medio vivos (medio vivos por lo menos), seguimos con esto dentro de siete días.