27.08.2014

Tertulia Política número 243 (18 de Agosto de 2010)

Agustín García Calvo

Ateneo de Madrid


 

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  • Las dos muertes
  • La muerte futura (la real) depende de la Fe
  • ¿Quién es el que se duele ante la idea de la muerte?
  • Vivir de verdad

 

TRANSCRIPCIÓN:

 

Vamos a seguir con esto, si os parece, que era… esto era en la última sesión en torno a la muerte, a la muerte contra la que estamos en guerra en esta tertulia donde se pretende que puede hablar algo del pueblo vivo de vez en cuando, y que para esa guerra hemos partido en dos, para que una muerte vaya contra la otra. Y concretamente en la última sesión, usando el poema de Machado, veníamos a denunciar aquello de “¿Ha de morir contigo el mundo tuyo?”. Los que estabais aquí me seguís en ello, y tengo que insistir un momento para partir de ahí.

No sé bien para qué os hablo de estas cosas, no sé bien a quién a lo largo de estas sesiones trato de convencer, probablemente estoy tratando de convencerme a mí mismo, y vosotros, naturalmente, queráis o no, me acompañáis en el proceso de convencerme a mí mismo, que nunca acaba de convencerse uno, respecto a las falsedades de la Fe que nos está impuesta. Así a propósito de esto de la muerte, cómo a partir de ahí, a partir del fin, de tantas otras cosas en la organización social y en la organización del alma de cada uno, de la vida de cada uno, es una labor interminable ésta de intentar desengañarse, en ese sentido: convencerse. Ésa a la que os estoy aquí trayendo junto conmigo.

Es poco exacto, por tanto bastante mentira, decir que en el trance uno se duela de que el mundo mío va a desaparecer junto conmigo, porque esto evidentemente no es así, se trata más bien de que uno, el que uno es, se duele de que no sea él el que siga viendo el mundo, las cosas; algo de verdad le dice que de eso no tenía que preocuparse, que las cosas siguen, las cosas de por sí no conocen la muerte, no conocen el imperio de un fin que termine con todo, y que por tanto le toca reconocer que lo que le duele es eso: que no sea él el que lo vea o el que lo palpe.


¿Y quién soy yo en ese trance?, evidentemente no soy el que se palpa, porque por un lado se piensa de uno que uno es palpable, como real que es, que a uno se le ve, se le conoce, se le reconoce, se le toca, se le puede tocar. Esas cosas se dicen y evidentemente no es ése, porque ése es simplemente parte de todas las demás cosas, y lo mismo que las demás cosas están continuamente deshaciéndose, volviéndose de unas en otras, así le pasa a toda la parte de uno mismo que sea de verdad palpable, cosa. No es por tanto ése; yo soy más bien ése que es el que es, como Dios, a quien le es inconcebible la muerte, porque evidentemente él está hecho para la eternidad, como Dios, él es como Dios, y entonces que para él haya una terminación de ese reino, de ese imperio, le parece que no puede ser, no tiene sentido ninguno.

Es ése el que contradictoriamente se duele. Si se dejara no ser ése sino ser como las demás cosas que continuamente se hacen y se deshacen, entonces tampoco podría dolerle ni que el mundo con su muerte (lo mismo que antes de su muerte) se siga haciendo y deshaciendo en cosas que nunca están definidas, ni tampoco dolerle que aquello que era palpable de él (lo que llama su cuerpo, su alma y todo eso) igualmente se siguiera deshaciendo y haciéndose y volviéndose otras cosas.

De manera que con esto os estoy animando a localizar el punto del dolor, quién es el que de verdad se duele en todo eso, para que no nos engañemos a la manera habitual. Había que ser capaces de decir como aquél a quien se lo oí hace muchos años “Ya que yo no vivo, que…”, “ya que yo no puedo, que viva otro”. “Ya que yo no puedo que vivan otros”. Este reconocimiento de que a mí, como yo que soy el que soy, como Dios Eterno, no me cabe eso de vivir, que de verdad no es más que continuamente deshacerse como cualesquiera cosas animadas o no animadas, da lo mismo, no es ése sino lo que de verdad tenga uno de cosa, y que se sigue haciendo y deshaciendo antes como después. Uno cuando cree en la muerte, cree en el fin, y de esa manera se duele de algo que le resulta inconcebible, está traicionando no sólo a las cosas en general sino también a lo que en él hay de cosa (su cuerpo, su alma, como se quiera llamar).

Esto querría hacéroslo sentir tal vez mejor con unos versos que he registrado hace poco y que me he traído y que por tanto, como me los he traído, pues os los voy a leer para ver lo que dan de sí en este asunto:


 
“Esa piel con sus arruguitas, y sus vellos y sus pecas,
tanto y tanto rato que aquí llevo mirándola cegajoso,
metiéndole la nariz y casi que los ojos encima
que cada vez voy viendo y husmeando y apalpando en ella,
más cosas que me asombran de nunca haberlas conocido:
un mapa de rayuelas y veredillas y de señas de nada,
con tal esmero dibujadas y con tanta delicadeza
que apenas si ya me atrevo a alborotar a un leve soplo
el intríngulis de pelillos que ni tan crispos ni tan mansos
como claro bosquecillo que entre sus zarzales vagan
unas brujas diminutivas que aunque ya no pueda verlas
al aire de sus piececillos un temblor se me levanta
del sin tiempo en que apenas iban fabricándose las cosas.
Y esa piel… me dicen al paso los vecinos compasivos
“¿no la ves, papanatas, que es la piel de tu propio brazo
que es el tuyo, por más que tú no quieras reconocerlo?”
Pero no, no puede ser, no puede: ¿cómo va a ser mía
esta urdimbre maravillosa de pámpanos y junquillos?
¿Cómo van a ser de mí, que no sé casi hacer más cosa
que trazar en torpe hilera los palotes del alfabeto?, 
¿cómo va esta piel a ser la piel de un condenado a muerte?” 

    
 
Por si ayuda a esta labor que empecé llamando “convencerse”, desengañarse respecto a esto.

En cambio lo que se llama “una vida”, la vida de uno, es algo sabido, contado, y, que por tanto, en virtud de eso de ser sabido y contado, trae consigo todos los traspieses, las angustias, los disgustos que todos sabéis junto conmigo. Para que esté contada esta vida de uno, la vida de uno real, hay que partir, como sabéis, del fin; sólo desde ahí se puede contar: el fin es lo primero.

Estamos ahora en la Realidad que, como recordáis, es una mezcla entre eso de lo que se palpa, lo que se siente, lo que en esos versos mismos trataba de sugerirse, y por otro lado el que es el que es (al que ahí se llama “condenado a muerte”, a futuro). La Realidad es una mezcla de lo uno y de lo otro, están juntamente dándose lo uno con lo otro y combatiéndose lo uno contra lo otro, como es natural, como es lógico. La vida de uno para ser la vida de uno tiene que partir de la muerte futura, tiene que partirse del fin.

Os pido también por tanto que meditéis un poco acerca de cosas que a propósito de esto se dicen, suenan por todas partes. Una de las cosas, que es la que a veces el coro cantaba al final de las tragedias áticas, era la proclamación “Hasta el fin nadie es dichoso”. Una proclamación que puede que a la mayoría de los espectadores de entonces y a más gente les haya dicho algo, los haya de alguna manera tratado de satisfacer, por más que aquí, con el sentido común que tratamos que en esta tertulia suene, se revele como absurdo. ¿Cómo va a ser uno dichoso en el fin, cuando justamente le están diciendo que el fin es el fin, es decir, que el fin es el fin de uno? ¿Cómo resulta que se vaya a hacer depender de eso todo lo que se llama “una vida”, ese camino, ese trecho medido a partir del fin y que nos obliga también a dotarnos de un principio, de un nacimiento, y contra el que aquí hablamos cada día o tratamos de dejarnos hablar cada día?

Os recuerdo todavía con otra fórmula, que a algunos de vosotros os sonará, para que la cosa quede todavía más al descubierto, ese absurdo “Un bel morir tutta una vita onora”. “Un bel morir tutta una vita onora”, esto es una cosa que no me acuerdo qué poeta de por el XVI pondría en alguna de sus octavas reales o por ahí, pero que desde luego ha cundido por todas partes. ¿Es así una buena muerte? -en el sentido que sea, en el sentido que ese verso lo decía (que era más bien un sentido glorífico evidentemente, porque la fórmula está hecha para que los muchachos de cada generación afronten la muerte en la guerra como un honor) o sea de alguna otra manera (como la buena muerte que se le pedía al Cristo no sé qué de la buena muerte, por otras partes)-, ¿es verdad?, ¿tiene sentido que eso honra, vuelve hermosa toda la vida anterior, toda esa vida condenado a muerte? ¿Tiene eso sentido?, ¿qué os parece?, os estoy preguntando para que dentro de un rato reaccionéis o respondáis como sea frente a esto. Y en ese caso ¿“un mal morir” -un mal morir-, una manera mala, torpe, indebida de llevar el fin, estaría deshonrando, estropeando todo lo que en la vida anterior pueda haber hecho uno de bueno, todo lo que le puede haber pasado de bueno, todo eso quedaría estropeado, deshonrado en el fin por un mal morir? Porque parece que lo uno va con lo otro, y si el proverbio que os he citado vale, pues el otro se arriesgaría a poder valer también. Y entonces un mal morir que yo mismo, por ejemplo, tuviera estaría ya deshonrando y estropeando cualesquiera cosas que he hecho, como todo esto de sostener esta tertulia durante doce años, por no citar cualesquiera otras cosas que haya podido hacer. Pues, ya veis, parece que el régimen al que se nos condena es así. Es así porque evidentemente la vida de uno no es vida de verdad, es justamente eso una vida: un cómputo, y desde ese momento está ya sujeta y pendiente del fin y puede dar lugar tanto a lo del “Bel morir” como a lo de una mala muerte que os estoy aquí sacando para ejemplo. Nada con aquel desencanto generoso de “Ya que yo no puedo, que vivan otros”, sintiéndose que “otros” da lo mismo que sean los restos de mi propio cuerpo o alma o hálitos que queden, que las demás cosas. De las cuales uno de verdad nunca puede distinguirse, sólo de mentira, pero de mentira imperiosa, esa mentira según la cual uno es uno, y en eso se distingue de las cosas: está hecho a partir de un fin, ese fin le es inconcebible, pero le es inconcebible porque una vez que su vida se ha vuelto un cuento, ese cuento pretende ser interminable, eterno, como en el caso de Dios. Esa paradoja, esa contradicción que los teólogos mismos no podían menos de descubrir a cada paso frente a Dios: la pretensión de la totalidad, que es lo mismo que la eternidad, es el que soy yo de mentira pero con esta mentira que lo domina todo.

Éstas son algunas de las incitaciones que os quería presentar respecto a cómo habérselas con esto de el dolor, sentimiento, ideación de la muerte de uno. Os voy a dejar por tanto que respecto a estas sugerencias que os he soltado vayáis diciendo lo que queráis. Si es caso, de ahí pasaremos a encontrar algo que nos ayude en ello, en el reconocimiento una vez más en la Realidad de esas cosas  contrarias que son lo común -también el sentido o razón común- y lo personal, lo determinado por el ser, por el ser de cada uno y el ser en general. Pero antes de pasar a eso, como digo, os dejo que respondáis a lo que hasta aquí os he soltado con cualesquiera forma de reacciones, a ver si sigo encontrando entre vosotros alguna compañía en esta labor que, como al principio he dicho, a lo mejor es la de convenceros a los que aquí venís, pero que en definitiva lo es porque es un intento costante de convencerme a mí mismo respecto a la mentira de la muerte y respecto a todo lo demás.

De manera que sin pasar a más por ahora, ya os dejo y espero voces por vuestra parte, caigan donde caigan.

        - Un verso frente a eso de un “Bel morire”, un verso de Quevedo que decía… con una palabra que además hace muchísimo tiempo que no oigo oída…

        AGC - ¿Cuál es el verso de Quevedo?

        - El verso de Quevedo dice “Llega la muerte y todo lo bazuca”.

        AGC - “¿Cierro los…?”.

        - “Llega la muerte y todo lo bazuca”.

        AGC - No sé quién…

        - [] en lo que se hace con un líquido, por ejemplo, el té, y las hojas se lían y se mezclan, ¿no?

        AGC - ¿Eso lo entiendes en el sentido de el contraproverbio que yo he sacao?, ¿o cómo?

        - No, la idea… Yo creo que ahí está la idea de que, bueno, que la muerte desordena todo lo que puedas ordenar. 

        AGC - Claro, claro, sí, eso es muy trivial. Eso está ahí… se refiere en todo caso a lo que he sacado en el comienzo y que el otro día usamos partiendo del poema de Machado, el pensamiento de que la muerte de uno, (aunque Quevedo no lo diga), ‘la muerte de uno’ quiere decir el caos, el desorden, la destrucción del mundo. Es mentira, eso es lo que hemos empezado desoyendo. No tiene mucho que ver con la aparición de esos condenados proverbios respecto al fin que os he sacao. Sí.

        - Agustín, frente a una bella muerte, ¿qué sería una muerte indigna?, porque yo eso no lo capto. ¿Qué sería, para lo que estamos comentando, una muerte indigna?

        AGC - ¿“Indigna”?

        - Sí, lo que has dicho antes… Bueno, sí, indigna.

        AGC - ¿Eh?

        - Mala muerte. Mala muerte, perdón.

        AGC - ¡Ah!, una mala muerte.  

        - Perdón: una mala muerte.

        AGC - Una mala muerte: cualquier cosa, por favor. El caso mío es muy fácil, por ejemplo que llame al confesor en el momento… A ver qué os pasa. A ver qué os pasa a vosotros. Eso es un caso, vamos, pero puedo pensar en otros miles. Simplemente que el Fulano en cuestión dé señales de miedo indigno, que pierda el juicio para decir cosas contra la []… Bueno, hay miles maneras de una mala muerte. Cuando al Cristo se le pide una buena muerte es porque se teme que hay muchas maneras de mala muerte, ¿no? En eso no hace falta insistir mucho. ¿Qué más? Es más complicado o ambiguo saber qué es lo que el poeta llamaba un bel morir, una hermosa muerte.


        - La despedida que hace Cervantes de la vida, cuando en Los trabajos de Persiles y Segismunda, por ejemplo, él dice “Bueno, yo he vivido todo lo que he podido, he cogido todos los momentos de placer que he podido (ambos escritores dicen lo mismo), dice “pero ahora os queda a vosotros el aprovecharos de lo que queda”. O sea, que eso ¿podría ser una buena muerte?... 

        AGC - Podría ser… No, no: podría ser un ejemplo de “Ya que yo no puedo, que vivan otros”, se llama vida. Lástima que no te acuerdes literalmente del trozo…

        - No, no.

        AGC - …porque me temo que lo has desfigurao bastante, Jaime, en la memoria, me temo. Pero, bueno, en todo caso se parecería a eso. ¿Qué más por ahí?

        - ¿Por aquí?

        AGC - Sí.

        - Que lo primero que nos recitabas, a mí me parecía que había un extrañamiento entre uno y esa otra cosa que veía, un asombro de aquello que había estado siempre y que se veía en ese momento como algo asombroso, me ha parecido. Y con respecto a lo de la buena muerte…

        AGC - Sí, pero, pero…, un momento, ahí, en los versos, lo importante es, yo creo… (a mí esto de esplicar lo que se ha intentado decir poéticamente me revienta un tanto), pero evidentemente parece que se está desmontando la distinción entre las otras cosas de fuera y las cosas de uno, porque ése, ese hombre, ese hombre torpe y cegato, está mirándose el brazo; lo que está haciendo es mirándose el brazo y descubriendo maravillas; son los vecinos los que tienen que venir a decirle “Pero si ésa es la piel de tu brazo”, “Ésa es la piel de tu brazo, papanatas, y el brazo es tuyo”; para que termine con la reacción “No puede ser, no puede ser. ¿Cómo va a ser mía esta maravilla si yo no sé hacer más que trazar en torpe hilera los palotes del alfabeto”, “¿Cómo va a ser mía esta piel?”, “¿Cómo va a ser esta piel la piel de un condenado a muerte?”, es decir, definido por su muerte futura. De manera que yo creo que eso es lo que más o menos trataban de sugerir los versos.

        - Pero hay una humildad…

        AGC - ¿Eh?

        - Hay una humildad o un… Es el propio asombro el que…

        AGC - No distinción, que es lo que he estao diciendo cuando he hablao de qué y quién es el que se duele de la muerte como fin; he dicho: no es desde luego lo que en uno haya de palpable, de cosa; ése no, no tiene por qué. Soy yo, soy yo como Dios, para quien por otra parte ‘muerte’ no quiere decir más que eso: eternidad, inconcebible. Más reacciones, por favor, acompañadme más, venga.

        - Yo lo que quería decir…

        - Digo que…

        - Perdona, Isabelita. Yo quería decir que la gente al menos en asambleas solía decir “Que Dios me dé una buena muerte” queriendo decir que no tuvieran agonía. Es decir, que el trance no fuera… no fuera…

        - Largo.

        AGC - Sí. Sí, ésa es una, sin duda, una de las formas…

        - …Un poco como sé bien que dijo Valle Inclán, que dijo “A ver cuándo…”, cuando quiso la familia traer al cura, y dijo “Se vaya [] ese cuervo y a ver cuándo cojones pasa de una vez esta historia”, ¿no?, ese trance.  

        AGC - Bueno, lo has desfigurao un poco. Lo que cuentan es…

        - Bueno.

        AGC - …que dijo “¡Jo!, cuánto tarda esto”. “¡Cuánto tarda esto!”.

        - O eso, “¡Cuánto tarda esto!”

        AGC - Sí. Eso efectivamente puede ser ejemplo de mala muerte, la agonía. Lo que pasa es que hasta ahí, si la buena muerte no es más que esa aspiración, al fin y al cabo, ¡jo!, eso es venial, eso es lo que se desea para cualquier trance, aunque no sea el último: no pasárselo mal. Y eso es otra cosa distinta. No es ésa la mala muerte que sería el contrario del bel morir que honra una vida entera. El deseo de que no haya una agonía trabajosa es todavía así, muy terrenal y corriente []. Uno prefiere siempre no pasárselo mal, lo mismo al final que en el medio, vamos, eso está claro.

        - Que digo que a mí me estraña un poco de que el estrañamiento de ¿cómo va a ser mío este brazo, esta red de?…, todo eso que tan bien se describe ahí, no implique también el estrañamiento de que tampoco es mío los palotes del alfabeto ni la técnica de irlo colocando. Es decir, eso también tendría que estrañar…

        AGC - No señor. No señor, no se parece nada, porque eso te lo enseñan…

        - No, la herramienta. A uno le estraña la herramienta…

        AGC - …te lo enseñan en la escuela y claramente se da como una convención que tú aprendes, que la haces tuya, sí, pero no de la manera en que pretendidamente por naturaleza “este brazo es mi brazo”, “es un brazo mío”, de una manera muy distinta.

        - El brazo que es una herramienta [] que tampoco es tuyo, es ajeno.

        AGC - No, no, pero eso ya está declarao. En cuanto a los palotes del alfabeto eso está declarao, lo malo es en cuanto al brazo. Y…

        - Es que no me dejó Isabel. ¿Y sería entonces buena muerte lo que le ha sucedido a Véronique Petit, que le vino una ELA fulminante y cada día se despierta para con sólo por mover un poquito un dedo para seguir escribiendo sus obras de teatro y escribir sus libros?

        AGC - Desde luego lo que el poeta ha llamao ‘un bel morir’ no es eso. Y lo que en las tragedias se decía, “Hasta el fin nadie es dichoso”, era una noción de fin que ésta era más importante, más a fondo. Las maneras en que uno quede maltrecho o no maltrecho… vamos, no van muy allá.

        - Yo es que no había terminao. Que el caso de mala muerte por excelencia es el no morirse. Por ejemplo, yo recuerdo aquel poema de Gabriela Mistral, de la vieja, que tú también recuerdas, porque es impresionante, el que va describiendo el rostro de la anciana como si fuera la tierra y cómo ella se asombra de que eso sea un sinfín, porque parece que nunca va a morir, nunca va a morir.

        AGC - No sé cómo lo enlazas, Isabel, lo siento.

        - ¿No sabes cuál es aquel…?

        AGC - No sé el enlace que has buscao.

        - No, que la peor muerte es no morirse…

        AGC - No, hombre, no, ahí no tiene que ver con el poema.

        - …que se haga interminable, que se haga interminable.

        AGC - En el poema de Gabriela Mistral es ella la que habla, la que queda ante el fenómeno de una vieja que nunca acaba de morirse, era de una impaciencia, por decirlo así, y perplejidad. Supone que la prolongación de lo que ha sido una vida, efectivamente cuanto más se prolongue es más dolor, más trabajo, más pena, supone, a lo mejor se equivoca y la vieja no sabe nada de eso, pero en el poema por supuesto se razona como si fuera así.

        - También en ese poema también se puede equivocar que sea un condenado a muerte, siempre es un condenado a muerte.

        AGC - ‘Condenado a muerte’ no hay equivocación ninguna porque tú estás condenada a muerte, te lo han dicho desde que no naciste sino que te metieron aquí.

        - Y la vieja también, pero no la llaman…

        AGC - No tiene que ver ya mucho la vieja, vamos a pasar a otro asunto menos literario. ¿Qué más por ahí?

        - Por aquí: que a mí esto de la buena muerte me ha recordado a esto de la Religión que…

        AGC - ¿De? ¿“A esto”?

        - A lo de la Religión, a la Religión que decía que toda una mala vida la salvaba un arrepentimiento de última hora.

        AGC - No: no exactamente eso, no.

        - Bueno, me ha recordado a esto, y yo creo también recordar que me parecía muy mal. Me parecía… pues no me parecía bien que en la última hora por un arrepentimiento y que valiera ya por todo lo malo o lo bueno que hubiera hecho, como que me parecía un poco…

        AGC - Ahí, Carmen, ahí no puedes razonar sin haberte antes decidido a ver qué posición tomas respecto a la noción de pecado, y después de la noción de pecado, la de pecado normal, porque si no… ¡Eh!, perdón: la de pecado mortal, porque si no te… si no te armas líos. El arrepentimiento de lo que te salvaba era del infierno, a lo cual estabas automáticamente condenada por un pecado mortal. Así era el tramo de la Teología, hay que recordar bien esos trampantojos con que a nuestros abuelos los engañaban y a nosotros nos siguen engañando en otra versión algo más moderna, ¿no? Era así, la noción de la condena eterna y de la salvación eterna eran en el antiguo Régimen, en la vieja Religión, simplemente frutos de la Fe en que uno es el que es, y por lo tanto es como Dios: eterno. Y si es bueno, es bueno del todo; y si es malo, es malo del todo. Bueno, estaba la transigencia del Purgatorio, pero en fin, eso no estropea el esquema demasiado. Lo que importa es que lo de que si te arrepientes en el último momento ya no quedas condenado al infierno, eso desde luego es una prolongación de lo que hemos sacado como “Hasta el fin nadie es dichoso”, le dice “Sigue contando con el fin. No puedes hacer nada con tu vida, pero mientras el cómputo siga, mientras que te quede un granito del cómputo, todavía puedes hacer algo trascendental como eso que es librarte del infierno”. Es efectivamente bastante revelador, no sé si merece la pena prolongarlo más, pero es bastante revelador ese trampantojo de la vieja Teología con respecto a lo que estamos diciendo. Sea de eso o sea de otra cosa, seguidme diciendo ocurrencias.

        - Agustín, yo quería decir: esto que hay ahora de elegir la muerte dignamente, esto que hay asociaciones y todo eso, a mí me suena eso como a morir… el único derecho que tiene un ser humano es a morir con libertad, sería el suicidio, ¿no?, según así. Entonces ahí entra todo el tabú de la muerte sobre el suicidio, ahí es como intocable, no se puede nombrar, o sea, a pesar de que no seas religioso ni nada. Entonces quería preguntar sobre la libertad de la muerte, ya que la vida parece que en lo personal [no dura la mecha] y no nos dejan decir ni pío, que en la muerte parece que hay cierta libertad.

        AGC - Bueno, también en lo demás te dicen que tienes todas las libertades posibles. Cada vez que entras en un almacén, en un supermercado, y eliges, estás ejerciendo tu voluntad. Es la cuestión de la libertad. En el asunto lo que no se suele sacar, porque se da por supuesto, es eso de que uno es el que es, que por tanto es dueño de su vida. Como []: que es dueño de su vida, que puede hacer con ella lo que quiera. Dada esta trampa y esta mentira tan tremenda que se aplica a la vida costantemente, a la vida real, en la cual uno es dueño, hace con su vida lo que quiere, lo mismo que con su cuerpo, con su brazo, con su piel, porque son suyos, de la misma manera también con el trance de su muerte, ¿por qué no?, que siga la misma libertad, que sea él el que decida. Si eso es un suicidio, eso, claro, plantea el problema que ya otras veces aquí ha salido, que está justamente derivado de la Fe en que uno hace con su vida lo que quiere, por ejemplo, quitársela. Por ejemplo: quitársela, matarse. Es una trampa, lo que pasa que en los casos de los suicidios, sean esos suicidios del dejarse morir, de quitarse los tubos, etc., o sean otros suicidios más decisivos, esa Fe ha llegado a un límite que evidentemente debería presentarnos revelador por lo tremendo: hasta ese punto, hasta ese punto he creído que mi vida es mía. ¿Hasta ese punto me he creído que mi vida es mía, que efectivamente cuando me he disgustado mucho he decidido quitármela? No sé lo que pensaréis, os lo sigo preguntando respecto a ello y respecto a lo demás. Así que, adelante. Sí.

        - Tiene que ver con esto, pero, bueno, vale, espero a que salga otro…

        - Yo lo que… no sé, lo que siento es que estamos condenados a muerte, a las dos muertes: a la muerte ésa futura…

        AGC - No: lo otro no es una condena. El deshacerse uno… nadie te ha condenao nunca, eso pasa, no hay condena.

        - Bueno, pues eso: costitucionalmente estamos ahí…

        AGC - Perdona: la noción misma de condena se refiere a la justicia y por tanto a la Realidad. El deshacerse inevitablemente uno como nos está pasando ahora mismo, que nos estamos deshaciendo, eso no es ninguna condena, eso pasa.

        - Eso también lo sentimos, o yo por lo menos lo siento así, como una condena…

        AGC - No, no: como condena no puedes sentirlo si no lo equivocas con lo otro.

        - Es que nos han enseñao eso.

        AGC - No: puedes sentirlo.

        - Y es tan difícil salirte de esa enseñanza…

        AGC - Pero ¿qué te han enseñao?

        - …te puede preguntar…

        AGC -¿Qué te han enseñao?

        - Que estás viviendo y que estás viviendo bien, pero que te estás muriendo, ¿quién te ha enseñao que te estás muriendo?, ¿dónde te lo dicen?

        AGC - ¡Ah!, no, eras tú el que lo decías, que te han enseñao eso, no sé qué.

        - Pero que te han enseñao a que te tienes que morir, a que…

        AGC - Claro.

        - …Bueno, te enseñan a que tienes que vivir y vivir bien. Y entonces lo del morir y lo de estarte muriendo lo vivimos y lo sentimos, lo vivimos y lo sentimos como un desastre.

        AGC - No lo veo claro. No entiendo claro lo que dices. Evidentemente lo que te enseñan es la muerte en primer lugar, y tu vida se convierte en un cómputo, y por tanto te invitan a que aproveches tu vida según ese cómputo, por sus trechos y por sus ocasiones, de la manera que puedas. Eso pasa. Que te enseñen que te estás deshaciendo continuamente, eso no lo reconozco, eso no está en la enseñanza, como no está en la justicia.

        - Respecto a lo que él dice igualmente [] los relojes decían respecto a las horas “Todas hieren, la última mata”. Y eso era una cosa que la gente lo entendía…

        AGC - Estaba muy bien…

        - …“Todas hieren, la última mata”. Será un cómputo o no, pero es muerte también eso de irse muriendo, o por lo menos cómputo también el irse muriendo. Y de tal manera…

        AGC - Las horas no son la continuidad. ‘Continuamente’ quiere decir AHORA mismo, y AHORA no hay horas. AHORA no hay ni horas ni minutos, ni la primera ni la última. Ahí está, naturalmente que de esa manera es como se utiliza el reloj como enseñanza para la vida; es decir, para confirmar tu concepción de tu vida como un cómputo cerrado con fin y principio. Así se ha usado el reloj en ese sentido, lo mismo que otro reloj, [en París había que enseñar] que el reloj enseñara la justicia, la máquina que divide tan justamente el Tiempo es la que te enseña justicia en la vida, en las decisiones.

        - Lo que yo quería decir antes era lo de la vida: cuando a este respecto… cuando ella hablaba de lo de estos casos de muerte buscada porque la vida se te hace invivible, y tú decías que hasta ese punto uno considera que la vida es mi vida y soy dueño de ella, pero es que en la cuestión de el término vida, el término…

        AGC - ¡Ay, madre!

        - ¿Puedo seguir? El término vida cuando está… Tú dime: a una persona que está enfermo, lleno de tubos, que está no sé qué, no sé cuanto, ¿cómo se le puede decir que eso es vida? No es vida ni es nada, es una decisión de no tortura. De no tortura. Y entonces no se puede ahí poner con esa dureza el término vida porque no es que sea uno dueño de su vida…

        AGC - Dejemos de… No, Isabel, déjalo.

        - …Uno nace condenado a la Realidad, a la muerte, y por lo tanto lo que hace con esta operación (que por eso se hace y que uno se haría) es intentar romper ese destino.

        AGC - ¿No te das cuenta que con todo este rollo estás tratando de defenderte de algo que podías sentir, como suele suceder? Evidentemente lo que he dicho ya, que es una cosa trivial, es que, no en el final sino antes, uno trata de pasárselo lo menos mal posible, y por tanto en el caso que sacaba ella, pues lo mismo evidente, o en el caso de la agonía que sacaba Galín, evidentemente se trata de que la vida de uno, aparte de ser la de uno, además pues mira que sea una buena vida, sea una buena vida, que no sea una mala vida; y que sea un buen rato, no un mal rato. Y no conviene que nos distraigamos mucho con ello. Un buen rato, un mal rato.

        - ¿Qué es vida? Lo que no es tortura.

        AGC - Vida es lo que he dicho: la vida de uno. Ésa se sabe. Luego además vida es lo que no se sabe. Vamos a no distraernos más. 

        - Pues me llama la atención lo que has dicho porque yo lo he pensao una vez, pero es la primera vez que vengo a decirlo en voz alta: la primera vez que a mí se me pasó por la cabeza la idea del suicidio fue la primera vez también que yo vi mi vida como algo completamente cerrado, como nunca lo había contemplado.

        AGC - “Cerrao”.

        - Me sentí más… Sí, la Fe en uno mismo ahí para mí se hizo brutal.

        AGC -  A ver. A ver.

        - A partir de pensar en el suicidio.

        AGC - ¿Eso te reveló lo definido? ¿Cerrao como definido de tu vida? Es bastante…

        - Sí. Sí. En el peor sentido…

        AGC - …Parece bastante lógico.

        - …En el peor sentido, pero también era muy consolador, las dos cosas.

        AGC - ¿“Consolador”?

        - Sí. Pues no sé por qué.

        AGC - Yo tampoco. Yo tampoco tengo [] claro…

        - Eso era el sentimiento. [] te puedo decir que sí, que yo sentí ahí la determinación absoluta de uno y la Fe en el uno. Ahora, ¿de dónde venía la consolación?, no lo sé, pero también venía con eso, venían las dos cosas.

        AGC - Bueno, la consolación sería ésa que se siente a veces cuando cierra un discurso peligroso para la Fe de uno y por lo menos lo cierra, lo cierra con una conclusión. Y una vez que ha llegado…

        - Sí, el consuelo es un poco en poder romper la determinación. Estaba pensando que el suicidio puede romper esa determinación. Eso lo acabo de comentar con ella, porque yo eso no lo había pensao.

        AGC - Eso no daría consolación, eso daría suicidio. Es decir, la ocurrencia de que una vez visto el horror de la definición, el suicidio pudiera romperlo, daría suicidio, que es lo que está fomentando, pero consolación para el vivo: ninguna.  No, hablando de consolación, yo creo que es que dabas el razonamiento por terminao, y eso, como digo, tantas veces sucede que cuando uno se cansa de ir descubriendo mentiras del mundo, se cansa del razonamiento, si consigue cerrarlo sea como sea, pues ¡a otra cosa, mariposa! Bueno, ¡a otra cosa, mariposa!, y contentos, ¿no? ¿Qué más?

        - Sobre el aprendizaje de irse muriendo yo creo que simplemente con asomarse una noche de verano a esta hora, en el mes de agosto, y con que uno mire al cielo verá toneladas de masa cósmica que entran en la tierra…

        AGC - Bueno, eso no lo ves. Lo más que ves son estrellitas, pero “masa cósmica” no hay quien la vea.

        - No grandes masas, pero toneladas, que al llegar a la tierra se descomponen en luz, polvo, y aterrizan en el planeta, ¿no?

        AGC - Bueno, sin entrar en “masas cósmicas”, desde luego cualquier descuido de un niño o de un mayor, que deja llevar sin conclusiones -sin conclusiones- a eso, al cielo de una noche estrellada o cualquier otro…

        - ¿Sin conclusiones?

        AGC - …o cualquier otro deleite o tormento -da lo mismo- sin fin, que se le abre sin fin, todo eso efectivamente es… sí, podría ser una ayuda para el descubrimiento al que os estoy invitando. No funciona mucho porque enseguida eso se le idea, se le convierte en ideas, y por tanto entra ya dentro de la Realidad tranquilamente, no puede hacer gran cosa; pero no olvidéis lo que os ha sugerido el contrario de ese dolor de uno de que no pueda él seguir viendo deshacerse las cosas, no puede estar más que en la evidencia, lo palpable de las cosas mismas, las estrellitas de una noche de verano o cualquier otro suceso o cualquier otra cosa, sólo de ahí puede venir para quien no tiene Fe, para quien ha acabao con todo tipo de Fe, religiosa o científica o lo que sea. ¿Y qué más?

        - Me estoy acordando, me ha venido a la cabeza un poco cuando va, creo que era Solón, a ver a Craso, en Heródoto, le pregunta qué es la felicidad, yo soy feliz. Y le pone ejemplos de gente que es muy feliz pero todos están muertos, ¿no? Entonces me hace gracia porque es lo que has dicho de las tragedias áticas, que es verdad, que el fin es [] pero la felicidad parece que sólo se realiza cuando uno ha dejado de ser. Y siempre que yo me han definido “Eres así, eres asá”, “Soy feliz, soy infeliz”, me he sentido por un lado muerto, y por oposición, cuando hablan de mi muerte me veo definido. Entonces, sin embargo pienso que es mentira, que yo siempre por debajo estoy un poco más a otras cosas, no soy feliz, soy…

        AGC - No tienes por qué separar: lo uno es lo otro. Lo uno es lo otro. Esas declaraciones que te hacen y que tratan de definirte con cualquier cualidad que sea en cualquier momento de tu vida, y que te suenan a muerte, con razón, todo eso no son más que el reflejo de la Fe primera: de que tu vida es un cómputo que se cuenta a partir del fin, a partir de la muerte. Y de ahí, no sólo en la aparición de la muerte sino en cualesquiera apariciones que en la vida se tercien, te encuentras con los intentos de confirmarte que tú eres el que eres, porque eres así y asao, porque eres alto o bajo, porque eres feliz o desgraciao, porque eres así. Eso es una práctica cotidiana de la muerte, se puede decir, sí. ¿Qué más?

        - Agustín.

        AGC - Sí.

        - Esa idea del cómputo… del cómputo que nos lleva hacia la muerte, no la tenemos a lo largo de toda nuestra vida: cuando somos niños no tenemos esa idea, la desarrollamos a partir de cuando entramos en la edad adulta, incluso ahí…

        AGC - No sé muy bien a qué te refieres. “Desarrollamos” ¿qué idea?

        - O nos…, quiero decir, es que yo no estoy seguro de que si la desarrollamos nosotros o nos la imponen, como tú dices algunas veces, ¿no?, esa idea del cómputo.

        AGC - No, no: está impuesta, pero por desgracia un niño la tiene desde muy pronto. Desde (como siempre) año y medio o dos años, en el trance  en que termina la guerra de la lengua común con el idioma y el niño entra en el idioma de sus padres o de los mayores; a partir de ese momento no tienes más que ver a los niños con qué fiebre se toman cada cumpleaños, que cuentan los que los que les faltan, los que les vienen, que comparan con los de la prima, con los del otro primo, cuántos tenemos y… Bueno, por desgracia, el cómputo envenena la vida de los niños desde el principio de una manera, yo creo, perfectamente comparable con la de los adultos. En los adultos a lo mejor precisamente lo revelamos menos porque por fuerza de dar por natural eso del cómputo, ya ni lo mencionamos muchas veces. Pero es tremendo lo de los niños, sí, [el modo] de pensarse en eso. Eran libres hasta el momento en que les anunciaron “Te vas a morir”; eran libres porque no existían, y no hay otra manera de no existencia, es decir, de liberación respecto a la muerte real, que justamente ésa.

        - Un término que estamos utilizando muy poco, pero que yo creo que encaja muy bien con todo esto, es la individualidad. Es decir, hay una relación muy fuerte entre el sentimiento de individualidad y la idea de la muerte: que cuanto más individuo me siento, más claramente veo la muerte; en cuanto menos individuo me siento, más se diluye, más se disuelve.

        AGC - Bueno, está bien, pero aprovecho para una observación metódica: ¿no te das cuenta de la diferencia que hay entre emplear un lenguaje culto, filosófico, como tú lo has hecho, y la manera de decir “la Fe en que uno es el que es”?, que no emplea ninguna palabra culta. Es una diferencia enorme: no has ganao nada con hablar de la individualidad, has introducido una idea complicada, doblemente abstracta, porque ya individuo es un nombre de orden abstracto y la individualidad es un abstracto derivado del adjetivo, y te has alejado de la lengua verdadera, en el sentido de menos falsa, que es la corriente, donde se dice “uno” y se dicen cosas como “Uno es el que es”, y ahí está justamente el […].

        - Para mí está muy claro.

        AGC - Dime.

        - Pues se me ha ocurrido lo mismo que a él, que no sé cómo se llama, y no sé, y ha sido a raíz de la idea anterior de la infancia, de los niños. O sea, los niños empiezan a tener, o por lo menos yo recuerdo tener la sensación de la muerte y venirme a mí cuando empecé a tener conciencia de mí en mi existencia como individuo…

        AGC - ¡Ay!, pero ¿por qué empleáis términos…? Por favor, no: aquí se habla en el lenguaje de la gente corriente: ni conciencia, ni individuo, ni nada de eso. Al niño se le anuncia más o menos a la edad que he dicho y que tiene que ver con la lucha de las lenguas, más o menos “Te vas a morir”, y entonces a partir de ahí ya es cuando la vida se le convierte en una serie de cumpleaños y todo eso, y sienta lo que sienta, se lo tome con gusto o con terror, pero desde luego ya ha entrado en ello, ha entrado en la Realidad…

        - Cuando se ha dado cuenta de que…

        AGC - …No hace falta ni acudir a la conciencia de la individualidad ni a nada…

        - Vale. Cuando se ha dado cuenta de que…

        AGC - …Esto se puede decir en lenguaje corriente, y desde luego se gana. Se gana porque cada vez que se emplea un término culto está uno arriesgándose a caer en las redes de la Cultura o de la Filosofía.

        - Agustín, perdona: ¿no exageramos…?, por decirlo así, un poco exageradamente, ¿no exageramos un poco al hablar de (en relación con el niño), al hablar de la muerte? Es decir, se me ocurre que antes que la palabra ‘muerte’, que es como muy mortífera, estaría un poco la pérdida, ¿no?: un niño sufre una pérdida absolutamente sin importancia y le duele, ¿no?, y eso se maneja por parte del adulto, del mundo del adulto y tal. Entonces no sé si sería algo ventajoso hablar de… o detenernos un poco en esa palabra, ‘pérdida’, antes de usar la muerte, que es tan… ¿No?, ¿cómo lo ves tú?

        AGC - Ya. Pero sigue un poco porque no veo la relación. Sigue un poco. No veo la relación entre lo uno y lo otro.

        - ¿La relación entre qué?

        AGC - Entre lo del anuncio de la muerte y el dolor de la pérdida

        - Sí, porque la palabra ‘pérdida’ yo creo que se sitúa (no lo he pensao mucho, pero…), que se sitúa antes que la palabra ‘muerte’, ¿no?, en esa valoración o en ese acercarnos a algo que no podemos definir muy bien ni interesa definir, ¿no? Pero yo creo que los mayores, el mundo -por decirlo así- de los mayores, de la Sociedad, de las Religiones, de todo lo que se quiera, elabora antes la pérdida en ese sentido, ¿no?...

        AGC - ¿“La elabora”?

        - …para mostrarle al niño que esa pérdida que él siente desde una propiedad es importante y…

        AGC - Sí, ya te sigo algo pero no es la misma…

        - ¿Cómo lo ves? ¿Cómo lo ves?

        AGC - …No es la misma elaboración en los dos casos. La pérdida, que el niño pierda una cosa con la que tenía especial cariño, que la lavandera le quite un camisón con el que estaba sumamente apegao o enamorao…

        - Que desaparezca algo de su propiedad.

        AGC - …eso no hace falta que se enuncie, eso se pierde. Y en los adultos se sigue dando igual: uno está continuamente doliéndose de la pérdida de cosas a las que les había cogido cariño; en los niños es lo mismo. Pero la aparición del Futuro, del Tiempo, sólo por enunciación esplícita se puede dar, es una idea. Una pérdida es más que una idea, una pérdida es efectivamente algo sumamente rastrero y real, ¿no?, pero el cumpleaños, el “Eres mayor” o “Eres pequeño”: el Tiempo, que quiere decir lo que se cuenta desde la muerte, eso sólo por enunciación esplícita se puede dar, de ninguna otra manera. Si no, si creyéramos otra cosa, estaríamos creyendo que la muerte es una cosa natural, cuando aquí estamos mostrando que no es una cosa natural, que depende estrictamente de la Fe. 

        - Pero, además, anterior a todo eso, se supone que un bebé si llora es porque tiene de momento el sentimiento de falta de algo, aunque solamente sea de tacto, lo vive como pérdida. Y por lo tanto sobre ese sentimiento se genera luego…

        AGC - No: sobre eso, nada. Bueno, de eso ya…

        - …muerte, la idea que quiera, pero primero es una pérdida.

        AGC - …Con Antonio ya he hablao de que no veo esa conexión. No insistamos.

        - …yo creo que una pérdida que es un sentimiento que está ligao a la muerte.

        AGC - No, no: no insistamos. A ver, más cosas, por favor, antes de que se nos pase esto del Tiempo.

        - ¿Por qué tiene tanto éxito el ritmo con los niños?

        - El dolor de la muerte.

        - ¿Eh?

        - El dolor de la muerte, ¿de dónde viene ese dolor?

        AGC - Es con lo que he empezao, he preguntado “¿quién?”. Del otro día, partiendo del poema de Machado “¿Ha de morir contigo el mundo tuyo?”, y criticando: “¿quién se duele?”, he dicho: “No es verdad”. No es verdad que yo me duela de que al morir yo el mundo se va a acabar o se va a desordenar, [] un caos: no es verdad. Lo único que me duele es que no esté yo para verlo -que no esté yo para verlo-, lo otro es un invento, es una trampa. Y éste que se duele es ese ente paradójico que es el que es, y que está costituido por tanto por la muerte y le resulta insoportable que se le aparezca o se le presente.

        - Pero cuando al final dice…

        - ¿Ese dolor produce el miedo a la muerte?

        AGC - No, no: “produce”, no. No…

        - Entonces [], porque algo hay…

        AGC - Las reacciones de miedo o de esperanza, que puede ser, las de Santa Teresa, “que muero porque no muero”, o cualquier otra reacción [], son cosas secundarias, uno se lo toma como quiere, lo importante es que es futura, está ahí, es la Fe lo importante. Las reacciones sentimentales de esperanza, de temor, de lo que sea, ¡pschs!, da lo mismo el verla.

        - Pero cuando pregunta al final “¿Los yunques y crisoles de mi alma trabajan /  para el polvo y para el viento?”…

        AGC - ¡Otra vez!, están…

        - …ahí, eso lo tenemos que ligar con lo del mundo suyo, porque esas cosas…

        AGC - …estuvimos el otro día, Isabel. No…

        -  Pero ¿no puedo hablar de esto, que es de lo que estamos hablando?

        AGC - Me temo que volvemos atrás, pero bueno.

        - No. No, no. Pero que quiero decir ahí que él cuando dice “suyo” es porque dice que los otros trabajan para el polvo y para el viento si no lo ve él, si no está para mirarlo.

        AGC - No, hija, no: él dice que “los yunques y crisoles de “tu” alma…

        - Claro, de “tu” alma.

        AGC - …trabajan para el polvo y para el viento”, refiriéndose a esa creencia, que es la que cayó bajo la crítica, de que efectivamente…

        - Pero eso es un sentimiento, no es una creencia.

        AGC - …eres tú el que has creado tu mundo, y por tanto es lógico que al morir tú, el mundo desaparezca. Esto es mentira…

        - Es una pregunta lo que hace, es una duda…

        AGC - Sí, por supuesto, eso ya,  aparte de eso, después de todo ya el otro día bendecíamos la condición de duda de todo el poema, atacábamos lo de []; la pregunta: bendita siempre. Pero no insistamos, ¿eh?, en lo que ya se ha tratao. Más. Sí.

        - Pues que se ve bastante bien que una vez que la muerte es una condena, será pavoroso, y sea incómodo, y sea intratable el hecho de que llegue o vaya llegando siempre, se hace desesperante en cada presente, en cada… está como… Parece que se entiende bastante bien la condena, y desde luego entonces ya siempre se quiere huir de esa condena.

        AGC - Debería. Debería ser pavorosa a cada momento, pero en cambio, ya sabes, no lo es, la gente se las arregla muy bien. Se las arregla muy bien, o sea, que se las arregla para creerlo y que no le sea tan pavoroso. Si de verdad lo que viviera fuera el sentido común, la lógica del pueblo, eso no podría ser, pero estamos en la Realidad, y la Realidad es esa mezcla contradictoria. De manera que por supuesto, creerlo: sin duda, no hay negociante que pueda dar un paso sin creer en el Futuro; el Régimen está hecho de Futuro. Ahora, tomárselo, pues, bueno, divirtiéndose, aburriéndose, teniendo miedo algún rato, tratando de entender de maneras distintas... Como ves, la cosa no marcha con esa condición de ‘pavoroso’ tan costante. ¿Qué más?

        - Es que yo creo que si fuese como dice la compañera, tan pavoroso, no habría un buen rato ni un momento, porque, claro, si cada momento estás pensando en la muerte futura, lo que estás es… vamos…

        AGC - Eso es, Isabel: aquí estamos haciendo [], a ver si eso es así, cuando os digo de a ver si os convenzo, es ahí: que os resulte completamente intolerable la Fe, que la Fe os resulte hasta tal punto intolerable que ni por un momento podáis soportarlo. Y cuando intento llevaros por ahí y convenceros de eso, me estoy tratando de convencer a mí, que nunca termino de convencerme, pero por eso pido ayuda. Más. Bueno, pues si nada más, aparte que vamos a…

        - Yo quería añadir algo: dos planteamientos respecto a la muerte, primero: creo que hay dos tipos de muerte, la  voluntaria y la involuntaria. La voluntaria es el suicidio y muy pocas personas se la quitan voluntariamente, la gran mayoría les llega aunque no lo quieran. El segundo planteamiento…, bueno, y ya cuando el que se la quiere quitar, pues ya puede escoger “¿Me pego un tiro un rápido y muero rápido, o me pego fuego y me inmolo, y hago un punto que es un sufrimiento intenso y muero de esa manera? El segundo planteamiento es que me parece la gran trascendencia del concepto de la muerte para el ser humano es si esa persona piensa que después de la muerte hay algo más, si hay otra vida, si hay reencarnación… Entonces…

        AGC - Perdona, vamos a dejarlo. Me doy cuenta de que no has oído…

        - No, lo que quiero decir es que…

        AGC - …que no has oído casi nada. No has oído casi nada, porque vuelves a emplear los términos habituales en que se habla de esto como si no hubiéramos dicho nada. Empieza por esto: no es que haya voluntaria o no voluntaria, es que hay una muerte que es la futura, la que te anuncian, y hay una muerte que es la que te estás muriendo AHORA. Empieza por enterarte de esto, porque entonces tu planteamiento se va por tierra. Bueno, pues entonces lo dejamos, y si nos dejan, si el Señor nos deja, dentro de siete días seguiremos dándole vueltas.