27.08.2014

Tertulia Política número 261 (22 de Diciembre de 2010)

Agustín García Calvo

Ateneo de Madrid

 

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TRANSCRIPCIÓN:

 

Tengo que pedir permiso a los presentes en nombre de unos amigos que quieren grabar un breve rato unas vistas de la tertulia, no para ir a la televisión ni nada de eso, sino para guardar un recuerdo, para el Ateneo mismo. De manera que, si no tenéis inconveniente, les diré que adelante.

          — Pues ¡adelante!

          AGC — Pues vamos a ver…

          — Agustín: te van a poner otro micro para…

          AGC — Otro micro más, va a ser una… Pero va a ser una complicación, ¿eh?

          — …esconder un poquito incluso. Lo siento muchísimo, la inconveniencia…

          AGC — Aquí, aquí, el otro. ¿No se interferirán?

          — No, no, no: no tiene nada que ver, son frecuencias diferentes… Estas cosas que son casi ciencia ficción ya, esto es como la CIA: ya estás capturado. Muchísimas gracias.

          AGC — ¿Ya?

          — Ay, perdona. Que lo he puesto justo al revés ahora… Vísteme despacio que tengo prisa. Ahora, sí. Gracias.

          AGC — Bueno, con todos estos aparatos, comprenderéis que uno ya casi recibe la impresión de que va a decir algo, que va a decir algo muy importante. Hace falta tener toda la desconfianza de mí mismo que yo tengo para convencerme de que no, que, a pesar de todo el aparato que veáis, no voy a decir nada importante, y en todo caso, pues será algo más importante que vuestras voces se recojan también respondiendo, protestando o lo que sea, con respecto a las cuestiones que nos traemos en esta guerra contra la Realidad, que es lo que es esta tertulia llamada política.

En esta guerra contra la Realidad los últimos días veníamos tocando cosas que me fuerzan a pasar un poco, digamos, a la Teología, para ver cómo Dios se mete en todas partes, incluso en aquellos sitios adonde menos se le llamaba. Para los que no estáis acostumbrados o no venís de continuo, tengo que aclarar un poco el término: ‘Dios’ lo venimos usando porque resulta cómodo una vez que justamente ya de alguna manera ha pasado de moda el nombre, está reducido a los restos de las religiones y regímenes de otros tiempos, y es conveniente, por abreviación, usarlo para designar todo aquello que viene de Arriba, que se nos impone (se nos impone en lo que nosotros estamos abajo, que tampoco es todo, porque cada uno dentro de sí tiene abajo y Arriba), pero podemos decir, con esa salvedad, que se nos impone. Es decir, todo lo que con diferentes nombres se llama Capital, Estado, el Poder, son apariciones de esto a lo que llamamos Dios, y que consiste en lo que Él mismo le dijo una vez a Moisés en el Antiguo Testamento: “El que es el que es”. Por tanto la orden o necesidad de ser uno el que es, de que una cosa también sea precisamente la que es, todo aquello en que se impone y por tanto se manifiesta esta necesidad de que lo que es sea lo que es; a esto se llama ‘Dios’. En la Religión, cuando estaba dominante en sus tiempos, en el antiguo Régimen, se preguntaban tonterías como si existe o no, nosotros creo que ya nos hemos aclarado bastante en que no es que exista sino que es el principio de la Existencia. Eso a lo que me he referido con diferentes nombres, la Ley del Padre, el Gobierno, el Poder, el Capital, etc., no es que propiamente se limiten a existir, como nos pasa a nosotros, como les pasa a las cosas junto con nosotros, sino que son el principio de la Existencia. 

Conviene entender esto con cierta precisión: esto de existir, esto a lo que estamos metidos, esta Realidad de la cual nuestro gran descubrimiento es que “No es todo lo que hay”, sin embargo está presionada por esa necesidad de ‘todo’, de que sea todo, de que sea del todo, que cada una de las cosas sea del todo la que es, que cada uno de vosotros sea el que es y no otro distinto. En ese sentido por tanto se establece y se impone el principio de la Existencia por todas partes; esta necesidad de ser el que es se impone sobre aquello otro que no tiene nombre, que nos queda por debajo y que justamente no es lo que es, no es lo que es; a lo que se alude con nombres como sinfín, o por otra parte AHORA (que no es ningún momento, porque cuando se dice AHORA ya no es AHORA), esto es aquello sobre lo que el principio de Existencia (el principio de ser el que es) se impone, y esto es una lucha constante porque nunca el Poder acaba de ser ‘todo’, como él quisiera; no acaba del todo a imponérsenos la Ley de la muerte, con la cual ya no hay nada que hacer,  sino que simplemente se está en lucha y cada uno de vosotros dentro de sí tiene esta lucha, esta guerra, entre su necesidad de ser quién es, es decir, Dios, y lo que sobre eso se impone y que se resiste y que nunca acaba de dejarse del todo de que se crea que es lo que es.

Ésta es la guerra en la que esta política de esta tertulia se inserta, en esta guerra estamos, desde luego estamos —los que estéis conmigo— con los de abajo (eso es elemental). En esta guerra estamos con los de abajo, con aquellos sobre los que se impone el Poder, sean quienes sean, los pobres, los desgraciados, los no conformes, como queráis decirlo, y estamos (o por lo menos creo que puedo decir) contando con lo que de vosotros haya de pueblo-que-no-existe (no de personas: de pueblo), contando con eso podemos decir que estamos contra ello, porque este tipo de cosas que los hombres somos se caracteriza por una especial adhesión o Fe a Dios. Como recordaré después, también las otras cosas padecen esta imposición del principio de Existencia, pero el tipo de cosas que somos se caracteriza por estar especialmente dominado por Dios, es decir por la necesidad de ser el que es, etc., el Capital, el Estado, el Poder, todo aquello que representa este principio o Ley de Existencia.

Bueno, pues, por desgracia, pero hace falta, toca reconocer hasta qué punto Dios se mete dentro de cualquiera, de cualquier parte: fijándonos de momento sólo en este tipo de cosas que somos los humanos, tenemos que reconocer que también en aquellos que podrían pensarse como oprimidos, como sometidos, como dominados, también en ellos Dios se mete, y eso es lo que hace que las revoluciones, una tras otra, estén condenadas a fracasar. Porque las revoluciones, cuando se han producido, han confiado siempre (cuando se confiaba en este levantamiento de los de abajo contra lo de Arriba), han confiado justamente en los más de abajo, los más desgraciados, los más hambrientos, los más carentes de cualquier forma de riqueza, honor, todo eso que en cambio son las cosas de las que uno, cuando está en lo Alto, goza. Por ejemplo, se haya confiado de inevitable en (por emplear el término marxista) los proletarios, en general los trabajadores, es decir, aquellos que, con la definición marxista, venden su fuerza de trabajo, es decir, venden las posibilidades de vida convirtiéndola justamente en trabajo. Parece que estos eran el sujeto de la revolución en los tiempos o a la vista de Marx, y naturalmente el paso de este par de siglos nos ha hecho desilusionarnos de que efectivamente la revolución pueda venir por ahí. No es que hoy día todo eso de los proletarios y las clases sociales, burgueses, plebeyos, como se las llame, haya pasado de moda, se haya anulado, hoy día los trabajadores en general, de los cuales una mayor parte quiere decir ejecutivos, oficinistas, con el término del siglo XIX, todos ellos siguen caracterizándose por eso de ‘vender la vida’ —vender la vida—, vender las posibilidades y venderlas naturalmente para gloria de Dios, es decir para el fin.

Esto sigue así, sigue siendo así, muchos de vosotros seáis más o menos trabajadores, desde luego estáis (como yo mismo también) vendidos, es decir, vuestra existencia consiste en una venta; en una venta de la vida posible. Esto sigue pasando así pero con esta terrible desventaja: que no os dais cuenta, es decir, que se supone que era mucho más fácil para los proletarios de Marx darse cuenta, darse cuenta de lo que estaban haciendo con ellos; con vosotros están haciendo lo mismo pero con esta desventaja: que no os dais cuenta.

Es justamente a esto a lo que aludo cuando digo de cómo Dios se mete en todas partes, es decir que el progreso del Capital, del Estado y de las formas de Poder ha consistido en que uno cada vez más, nosotros, las criaturas humanas, nos lo traguemos sin darnos cuenta. ¿Por qué procedimiento?: pues creyendo cada uno en sí mismo, creyendo cada uno en su Futuro, haciendo todo lo que hace, por su Futuro. Eso es servir a Dios, pero no os dais cuenta. No os dais cuenta y eso es lo que hace más endemoniadamente difícil cualquier forma de levantamiento o de revolución.  

El Régimen más avanzado que padecemos hoy día, la Democracia desarrollada, confía ciegamente en eso: en que cada uno cree que es quien es, es decir, que sabe lo que quiere, sabe lo que vota, sabe adónde va, sabe lo que le gusta… Todo lo cual es mentira: no lo sabemos, no lo sabemos. Lo que nos gusta es lo que las Agencias nos manden que nos guste, no hay otra elección. Lo que uno quiere es lo que a uno le mandan que quiera, y esto que le mandan que quiera es esencialmente eso: el Futuro. La obediencia a Dios quiere decir esencialmente la obediencia al fin, al Futuro. Y esto es la desastrosa situación en que esta tertulia política del Ateneo se encuentra metida. Hay que reconocerlo así, y es desde luego muy poco recomendable distraerse con las visiones de otras formas de dominación más salvajes o más anticuadas cuando naturalmente con la que tendríamos que levantarnos es contra ésta, contra la que estoy tratando de describiros en estos momentos.

De manera que ninguna confianza en los trabajadores de cualquier grado de la escala, porque hasta los más sometidos tienen la Ley del Padre metida dentro, y por tanto sirven, y en ese sentido no cabe ninguna forma de rebelión.

El Futuro se come la vida, se la come, eso es lo que literalmente nos pasa. El Futuro es la gran arma del Poder. El Futuro se come la vida, el Futuro que en definitiva no es más que muerte, esto es muy lógico, muerte-siempre-futura, ésa es la que nos rige, es la que se come la vida. Nunca del todo; nunca del todo porque lo que hemos descubierto es que la Realidad, por tremenda que sea, no es todo lo que hay; por engañosa y poderosa que sea, no es todo lo que hay y nada se cumple del todo, y tampoco estáis cada uno de vosotros reducido del todo a ser el que es, es decir destinado a su muerte, sirviendo a su Futuro: tampoco del todo. Tampoco nunca del todo, gracias a eso estamos aquí, si no, ni a mí ni a vosotros se os ocurriría venir a intentar algo como un levantamiento contra esta Ley del Señor que se nos impone por todas partes: nunca del todo, solamente así.

Otra esperanza que también queda, ha quedado, derruida, es la que se podía poner y muchos han puesto en los niños. Es bastante lógica esta esperanza, esta ilusión, de primeras, porque uno reconoce de primeras y partiendo de su propio caso  la perversión que implica ser un adulto en este mundo. Hasta qué punto uno tiene que haberse asentado en su ser, tiene que habérselo creído y tragado, y por tanto en nombre de esa Fe, de que sabe lo que hace, pues puede hacer cualquier cosa, por ejemplo, con los niños infelices que le toquen a cada uno o a cada familia, y lo hace, y tenéis el testimonio todos los días: lo hace por medio de cualesquiera formas de dominación paterna, familiar, estatal, y sobre todo por cualquier forma de educación, esa pedagogía que Juan de Mairena declaraba: “Un pedagogo hubo, se llamaba Herodes”. Pues tenemos que recordarlo también aquí, y efectivamente uno de primeras, si no está del todo sordo, insensible, reconoce lo que hay de perverso en esto de ser un adulto, y que es entonces eso muy lógico que uno confíe de alguna manera en los que todavía no se han sometido del todo al Régimen: normal.

Efectivamente, como os he dicho y ahora repito, el Poder se impone sobre algo que no es el Poder. Sabemos que hay algo precisamente porque el Poder se impone sobre ello, no se puede el Poder imponer en el vacío: hay algo. Y por tanto debajo de estas personas que nosotros somos, creídas, convencidas, metidas en su Fe, hay algo, y en los niños, en la medida en que todavía no se han convencido, no se han educado, no han sufrido el trance, en sus protestas, en sus gritos, en sus llantos, podría uno reconocer algo de esa revolución contra el Poder.

También esta ilusión que en los niños se ponga se viene abajo, simplemente porque el Poder actúa deprisa, todo lo deprisa que puede, de manera que antes de haberle dado a un niño, a una niña, tiempo de crecer, ya lo ha sometido terriblemente a la Ley, a la que tiene que estar sometido. ¿Dónde lo cazaríamos a este niño? El cómputo que de ordinario echamos aquí consiste en que al terminar la guerra con la lengua, el idioma que le toque al niño, al terminar la guerra entre una especie de lógica no contaminada de una lengua verdadera con el idioma que al niño le toque —cosa que sucede entre el año y medio y los dos años de ordinario—, ya desde ese momento los adultos se apresuran a decirle al niño “Te vas a morir”, “Te vas a morir un día”, “Te vas a morir mañana”, y eso naturalmente es ya la entrada a la Existencia.

Ese niño desde ese momento ya no podrá estar limpio, ya estará cargado de Futuro. Un niño de apenas dos años puede ya empezar a tener un Futuro y saberlo y hasta decirlo más o menos torpemente. Está ya tan tempranamente corrompido, y en ese sentido no hay manera tampoco de que este deseo de lucha contra el Poder pueda apoyarse en algo  tan deleznable y tan pasajero.

Otra vez así, pero nunca del todo, nunca del todo, es por lo que esta tertulia política sigue teniendo sentido: porque nunca es del todo, porque a pesar de todo lo mortífero de la educación y del dominio sobre los niños, nunca lo de niño que haya en uno acaba de morir del todo: nunca, si no, ni yo estaría aquí ni vosotros. Lo que nos queda de niño aun después de creciditos y de establecidos en el Orden y demás, nunca acaba de morir del todo. Atentos: el ideal es que muera del todo, ésa es la Ley de Dios, ¿eh?, la Ley de la muerte-siempre-futura: que la vida no sea absolutamente nada más que Futuro, muerte, pero ese ideal nunca acaba de cumplirse, por eso estamos en guerra, si no, no estaríamos en guerra. El hecho de que estemos en guerra y yo os pueda hablar así, por ejemplo, es la única muestra que tenemos de que nunca está cumplido del todo el ideal mortífero. Nunca uno acaba de ser del todo el que es; su niño, lo que tiene de niño, nunca acaba de morir. Pero que esto no nos quite todo lo que acabo de contaros de hasta qué punto puede llegar la dominación y la pedagogía en el ansia de matar a un niño, es decir, de convertirlo en un adulto, en una persona mayor que sabe lo que hace.

Bueno, y terminaré con el otro ejemplo, que ya a muchos de vosotros se os habrá ocurrido: uno naturalmente ponía mucha confianza en las mujeres. Ponía mucha confianza en las mujeres y esto también es muy lógico: uno conocer de verdad esta Sociedad no la conoce más que en su fase histórica, es decir, desde que aparece una escritura en un peñasco o en un trozo de madera, es decir, con el comienzo de la Historia, que son unos cien siglos, unos diez mil años de nada, porque de lo que evidentemente había, hay, antes, de eso no se sabe más que por figuraciones históricas: lo hay, había gente (esto la Ciencia misma tiene que reconocerlo), había gente hablando por el mundo, un millón y medio o un millón de años antes, y la Historia, estos diez mil años, que es lo que conocemos directamente, pues ya veis, es como la tela de la lata sobre ese abismo de lo desconocido.

De manera que era muy lógico porque es fácil reconocer que la Historia comienza justamente con la sumisión de las mujeres al Padre, a la Ley del Padre, a Dios. Empieza la Historia así, y dentro de las edades históricas no hay que hacerse ilusiones, nunca ha habido ninguna especie de matriarcado ni nada por el estilo. En la medida que ha habido Poder, en esa misma medida el Poder ha sido masculino siempre y ha seguido siendo masculino a lo largo de toda la Historia, y es de las cosas más dañosas la confusión que ahí se os establece, pero por eso quiero ponerla bien al descubierto: no hay ningún fundamento para creer que jamás ha habido un Poder femenino o matriarcal. El Poder es por su propia esencia masculino y la Historia ha comenzado con la sumisión de las mujeres y era por tanto lógico que uno pusiera confianza en las sometidas, en las vendidas, en las que estaban convertidas en esclavas, servidoras de la casa, del amo, del padre, del marido, de cualquier representante del Poder, y destinadas también no sólo a hacerle la comida sino a darle hijos de vez en cuando para que con ellos se hiciera lo que los adultos tienen que hacer. Es la situación de las mujeres en cualquier forma histórica de Sociedad, y era por tanto lógico que contra la Ley del Poder, del Futuro, de Dios, se confiara en las mujeres.

Bueno, también esta confianza se derrumba de primeras, no tengo que decíroslo a ninguno de los que estáis aquí ni de un sexo ni de otro, porque sólo con aludir a ello ya lo estáis sabiendo antes de que yo lo diga: esa confianza se derrumba y la Historia misma se encarga de demostrarlo. Cuando uno ve que esas mujeres, las sometidas, las servidoras, las vendidas, las que eran (como decía Engels) la primera forma de Dinero, el objeto y fundamento de no ya los deseos, sino las guerras, como decía Horacio en unos versos, la causa de guerra más tremenda fue el coño, siempre. El coño como causa-guerra del fundamento de la Historia. Pues cuando uno ve que ésas, eso que eran las mujeres, a lo largo de los siglos llegan a aceptar, como si fueran suyas, machadas; machadas de todo tipo como la Ley del Islán o la Ley de los judaicos o cualesquiera otras Leyes que son machadas típicas (supongo que no hace falta que os lo razone, vamos, en qué sentido la Ley del Islán o cualquiera otra es una machada), y cuando ve que las mujeres —casi en masa, diríamos— aceptan esa Ley como si fuera su Ley, de ellas, uno desde luego se desanima mucho. Pero cuando uno se fija en lo que más nos importa que es el Régimen actual, en el que estamos padeciendo, entonces la cosa se vuelve mucho más terrible todavía porque está mucho más oculta: cuando vemos que las mujeres en este Régimen ponen su gloria en ser iguales a los hombres. ¿Hay un reconocimiento más tremendo de la superioridad, de la superioridad de los hombres que esta pretensión de ser iguales a ellos?, como si los hombres hubieran sido a lo largo de toda la Historia alguna cosa envidiable, como si cualquier cosa que los masculinos han hecho no hubieran sido más que esas machadas: guerras, pedagogías y culturas sumisas y todo eso.  Pues no: como aspirando a ser iguales. Y cuando las ve que el sometimiento a la Ley de Dios llega a tanto como tener un Futuro prácticamente el mismo que el de los hombres, un destino prácticamente el mismo, hacerse ejecutivas del Poder, es decir, de Dios, de la Ley del Señor, de la Ley de los hombres, como es lo que en nuestro mundo vemos [], eso es todavía más tremendo que el sometimiento y la aceptación de cualesquiera otras machadas, porque ésta es la machada, no sólo la más progresada, sino la que nos toca, la que nos toca más inmediatamente.

De manera que también se desvencija, se va a pique, la confianza en las mujeres contra el Estado, contra el Capital, contra Dios. Bueno, y [] para terminar: sólo que nunca del todo tampoco en este caso: nunca del todo. En cualesquiera de las mujeres que están sometidas a esta dominación masculina, pues toda la parte de arriba, toda la cáscara, que puede ser durísima y mucha, es masculina, son de Dios igual que los hombres, pero nunca del todo; nunca del todo, siempre en este caso queda por bajo algo de mujer que le repugna, que rechaza que eso de ser mujer se confunda con ser una señora, con ser una ejecutiva, con ser un ama de casa, con ser la madre de los hijos del hombre o con cualquiera otra de las cosas que le han inculcado. Es algo desconocido, por supuesto, como en el caso de lo que nos queda de niño, como en el caso de lo que nos queda de sometidos, eso que nos queda es desconocido, ésa es su gracia, ése es su poder, por eso estamos aquí hablando, pero conocer, conocemos lo de más Arriba: aquello en que estamos costituidos y costituidas como seres, como seres siendo cada uno el que es y sin remedio alguno.

Eso es lo que os quería sobre todo recordar, y entonces voy a dejaros correr la palabra para que digáis, corroboréis, protestéis, insultéis o lo que sea, porque desde luego de ahí  había que pasar a recordar que todo este cuento se refiere a un tipo de cosas nada más: a los humanos, en los cuales, como al principio os dije, se sospecha que la Ley de Dios ha penetrado de una manera especialmente profunda y arrasadora. Eso no quiere decir que el resto de las cosas entre las que estamos no esté también sometido a la Ley de la Existencia: están también en guerra, las cosas, pero de una manera tan distinta de la nuestra que bien podemos tirar por el camino que en la tertulia ya se viene proponiendo desde hace tiempo: matar al Hombre, es decir: hacernos como cosas, como lo que somos: como cosas y matar al Hombre.

Pero sobre ello habrá tiempo, si es que nos dejan de volver. Ahora os dejo por lo pronto correr la palabra, de manera que venga lo que sea y desde donde sea. Venga. Sí.

          — Tampoco parece que se pueda confiar demasiado en culturas más o menos ajenas a la nuestra, ¿no?, ni pasadas ni exóticas, porque ahí también parece (hasta donde yo puedo saber, que es poco) que también se intenta siempre matar al nuevo… al niño, a la mujer o reducir al hombre, de maneras diferentes pero siguen siendo maneras también de lo mismo.  

          AGC — Sí, haces bien en sacarlo, porque evidentemente es una ilusión que cunde bastante: hay muchos que, horrorizados por el Régimen que se padece en el Primer Mundo, siguen poniendo alguna esperanza en largarse por ahí, por ejemplo, a la Polinesia, ¿quién no?, donde siempre habrá alguna isla que no esté del todo ocupada y cosas por el estilo, o dentro de África, y no: en la medida que han entrado en la Historia, la Ley masculina, la Ley del Padre, es la que domina por doquier, y por tanto la sumisión al fin, a la Existencia o Subsistencia, por el trabajo o como sea, la reproducción para ser igual, el sometimiento de las mujeres a sus propios oficios, no se puede esperar mucho. Claro, que puede aun que quede, o en la Polinesia o en el centro de Nueva Guinea o de África, queden algunos que no hayan entrado en la Historia, desconocidos. Desconocidos, pero en lo que no se puede confiar es justamente en los que conocemos. ¿Qué más?

          — Sí, aquí. Que digo que incluso en el progreso de la Historia hay como una especie de hipocresía o disimulo, porque parece que el niño está inventao aproximadamente hace un siglo, anteriormente a eso los niños eran casi los trabajadores: si la familia era de un bar, un niño empezaba a trabajar desde muy temprano, era un operario más; en el campo pasaba igual. O sea, la invención del niño como figura de infancia, así de cursi, es una invención bastante moderna de la Psicología.

          AGC — No lo entiendo bien.

          — No entiende bien.

          AGC — No entiendo bien.

          — ¿El qué?

          AGC — En qué consiste la invención.

          — La invención del niño, de la figura del niño, de la infancia. En la infancia hace un siglo no… Es un invento más bien de la Historia progresada. Antiguamente…

          AGC — No sé qué quiere decir eso.

          — Que antiguamente los niños… los niños perdían la infancia muchísimo antes, dejaban de ser niños muchísimo antes…

          AGC — ¡Ah!, no.

          — ¿Cómo que no?

          AGC — Al mismo tiempo.

          — No, no, no, ¡qué va!

          AGC — No, no: es que tú confundes…

          — Bueno, déjame que termine.

          AGC — Sí.

          — Puedo terminar, ¿no? Vamos a ver: en las sociedades agrícolas un niño empieza muy temprano, muy temprano a formar parte del territorio familiar, y por lo tanto a tener funciones propias de un operario más, de un obrero más, de las viñas o de los campos. Un niño de un bar, de hace cincuenta años, en la Extremadura, era un niño que a los cinco o seis años repartía, ponía las botellas. Quiero decir que la invención del niño es también una cosa hipócrita, es una invención de la Psicología moderna, de la Pedagogía actual.

          AGC — Es que no sé qué es. No sé de qué hablas con la invención ésa.

          — Que el niño… que también tenemos que saber qué quiere decir ‘niño’ hoy día, la prolongación de la llamada infancia. Hay niños que se mantienen ahora en casa hasta los cuarenta años y más…

          AGC — Pero…

          — Es más, quiero decir, la mayoría de los niños tienen ahora cuarenta años y están en su casa.

          AGC — Bueno, abandona esa ruta que no va a ninguna parte.

          — No: es que quiero decir que hay que ser un poco más estrictos y saber qué queremos decir con alabar la figura en abstracto del niño.

          AGC — No, abandona esa ruta que no va a ninguna parte, porque confunde algo de lo que he dicho.

          — Y no he terminado esta cosa…

          AGC — ¡Ah!, ¿no?

          — …Tengo que seguir hablando. Tengo que seguir hablando respecto a las cosas, porque eran dos…

          AGC — ¡Ah!, no. Entonces déjalo.

          — Bueno, pues después la segunda parte, venga.

          AGC — No hay fundamento, por supuesto. La sumisión de los niños tempranamente al trabajo, haciendo que el niño empiece ya a trabajar literalmente desde los tres años, no se distingue en nada cronológicamente de la sumisión, porque a los tres años al niño o lo han metido en una escuela o, si los padres son muy suyos, se han puesto a educarlo. Y al niño se le enseña desde muy pronto, desde que va a la escuela, que lo que está haciendo allí es trabajar por su porvenir. Y es verdad. De manera que no hay…

          — Pero si yo no te digo que no, pero son los estatutos que hay que distinguir.

          AGC — No hay ninguna invención: la sumisión es así, y los procedimientos cambian de unas partes a otras. Yo me acuerdo cuando mis primos, en el pueblo, estaban todavía en la infancia, eran niños como yo, se planteaba la cuestión de si se les podría dar estudios o si tendrían que irse a segar inmediatamente, a ayudar a segar desde los cinco años. Era una elección. Y naturalmente se considera que los que salían adelante y tenían estudios eran los afortunados, pero lo que ha cambiado son las maneras de sumisión. Una manera de sumisión es segar desde pequeñito, otra manera es ir a la escuela y tragarse las reglas de ortografía de la Academia, por poner un ejemplo ilustre.

          — Pero la manera de sumisión más terrible es someterlo, por ejemplo, a las perversiones de Walt Disney durante tantísimo tiempo, es decir, ser consumidores de Walt Disney.

          AGC — Bien, ¿qué más por ahí?

          — No, yo quiero la segunda parte…

          AGC — Antes de pasar a las cosas.

          — …la segunda parte de la historia.

          AGC — No: a las cosas, más tarde.

          — No, no, la historia, lo de las cosas, que venía con esto.  

          AGC — No, es que después. Déjalo, no. Vamos, habrá gente que quiera hablar de esto.

          — Después se me olvidará.

          AGC — Apúntalo. A ver, ¿qué más por ahí?

          — Yo. Bueno, es sobre esto, ¿no? Es que lo que pasa es que ahora hay una… eso que se llama lo de la protección de la infancia, ¿no? Entonces esto implica definir qué es la infancia y que el niño tenga que ser niño haciendo todo lo que implica ser niño, que no se pueda salir de lo que es ser niño. A lo mejor ese niño del que habla Isabel que ponía las mesas, con cinco años, en el bar de Extremadura, era más feliz que el que está ahora que no le dejan poner una mesa porque es trabajar.

          AGC — Bueno, de ‘felicidad’ más vale no hablar, pero eran desgraciaos todos: aquellos y estos, como es natural. Se lo pasan mal, sufren hasta que se hacen adultos, y entonces se quedan tan contentos de que han llegado a ser adultos y tienen un puesto en la Sociedad. Venga, más cosas, por favor.

          — El tema de las cosas es el siguiente ¿no?

          AGC — Sí.

          — Estaba pensando que en este progreso de la Realidad, al ser cada vez más perfecta, como a mayor dominación, pues creo que como que se podía dar la vuelta y decir que nunca logra ser perfecta, ¿no? Entonces es un poco como que da más ánimo en el sentido de decir “siempre está perdiendo de alguna manera”. Porque, claro, es como cuando juegan al futbol: el que ya va ganando mucho, parece que se crece. Entonces, si hacemos el discurso “es que cada vez es más perfecta”, parece que es que nos queda como la depresión, decir “¡Coño!, aquí no hay quien”… Entonces, si es como que al revés, es como que “Es que siempre está perdiendo”, o sea, nunca es capaz de ser perfecta y de la dominación total, incluso aquí en la tertulia, porque la tertulia, pues todos los que venimos aquí no dejamos de ser como esa parte de abajo pero que reproducimos lo de Arriba. Es un  poco…

          AGC — Pero, efectivamente, yo es lo que creo que es la única confianza (no esperanza) que se puede dar. La he repetido varias veces: sólo que no es del todo. Es decir, conviene reconocer hasta qué punto cuán tremendamente penetra el Poder de Dios, pero al mismo tiempo reconocer eso, que, como dice Ricardo, están siempre perdiendo por más que estén ganando a cada momento, porque el ideal nunca se cumple. Es de saber que la Realidad no es todo lo que hay, que en la Realidad no cabe todo, ni cabe nada, ni cabe uno, que todo eso son imposiciones desde Arriba pero que en las cosas y en nosotros no se da. Es el único aliento de confianza este reconocimiento de lo evidente: que el ideal no se cumple nunca. Que por mucho que ganen los Capitales, los Estados, y todo eso, por mucho que venzan, nunca será del todo, siempre quedará algo vivo, de mujer, de niño, de sometido. Y por eso estamos aquí. Cualquier otra esperanza es una ilusión, por eso conviene insistir en que el único aliento de confianza consiste en este reconocimiento: es que nunca se cumple del todo. No quiere decir que la revolución tenga un Futuro (eso es lo que se han creído las revoluciones), el Futuro es de ellos, pero ese Futuro es un Futuro que nunca se cumple, que nunca se realiza. Sí.

          — Agustín.

          — Evidentemente, según has contado, la corrupción del menor empieza cuando es niño y se le enseña que su Futuro es la muerte. Ésa es la mayor corrupción que se puede hacer de un menor. Yo estoy absolutamente de acuerdo con eso, pero sin embargo el Dios del viejo Régimen, la Iglesia del viejo Régimen, están probablemente lanzando un globo sonda de que la corrupción es la corrupción de menores en el sentido del cura que toca…

          AGC — ¡Ah!, sí.

          — …Lo que es evidentemente desviar la atención del problema principal, que ése es el problema…

          AGC — Sí, y desde luego no es que tenga mucho…

          — …Y no es casualidad que venga de donde viene.

          AGC — El Régimen, sea la Iglesia o cualquier otra forma del Régimen,  se las arregla muy bien para distraer. Y el caso que Jaime saca es un caso de distracción como tantos otros; os están distrayendo todos los días con problemas que se os presentan como los grandes problemas de la Humanidad, que no son más que eso; en ese sentido vienen a ser como pequeños escándalos, pequeños desvaríos personales, algunos crímenes, pero que tienen que despertar mucha atención y llenar muchas páginas y mucha pantalla, porque así están distrayendo. Están distrayendo de el descubrimiento de estas perogrulladas elementales que estamos diciendo aquí. ¿Qué más?

          — Agustín: que a colación de lo que ha sacado Isabel antes, bueno, que me ha hecho pensar así, que es cierto que los niños, por ejemplo ahora, pueden resultar mucho más provechosos, pues con ese halo de la infancia que se hace alrededor, porque antes, a lo mejor, pues un niño poniéndole a servir botellas, como sacaba Isabel, pues se le rentabilizaba, pero ahora mismo pues los padres le dejan todo… o sea, un montón de dinero que se deja y para los niños todo. Tú vas al teatro y una obra de teatro que es horrorosa, pues está llena hasta los topes, y a lo mejor en una obra interesantísima no hay nadie. O sea, para los niños se gasta mucho dinero, hay que llevarles, hay que comprarles y hay que mantener eso, ese niño que decía Isabel.

          AGC — No, no: no hay que mantener ningún niño que dice Isabel, es que a los padres…

          — No, pero esa parafernalia.

          AGC — …a los padres y al Estado les interesa naturalmente un niño porque es el Futuro. Si a ese niño se le convierte, por trabajo, por educación, da igual, pero se le convierte, se le mata como niño y se convierte en un adulto, eso efectivamente es una mercancía provechosa, en el sentido que has dicho, para el Régimen. Es una mercancía provechosa. Y no sólo es que, como has dicho, los padres se gasten por tanto en los niños todo lo que haya que gastarse porque son su Futuro y ocasionalmente su redención, es que el Estado mismo y el Capital se gastan montones en los niños, por todas partes, no sólo directamente en educarlos, en la escuela, sino en llevarlos a jugar a sitios…

          — Ludotecas.

          AGC — …llevarlos a jugar a sitios donde nunca hay un niño decente que pueda jugar, pero que si los llevan allí, pues tienen que montarse en los columpios, y trepar una escala. Y en montar cosas de ésas el Estado y el Capital se gastan montones, es natural: están confiando en que eso es una mercancía futura que dará siempre su fruto. ¿Qué más?

          — ¿Me toca a mí?

          AGC — Prefiero esperar un poco a ver si… Sí.

          — Yo no sé si tiene que ver… Cuando han hablao del tema de la Iglesia, yo no sé si estoy a favor o en contra de que las monjas puedan cantar misa, ¿o eso es otra distracción? Es decir, que igualen a las mujeres con los curas o es otra distracción del…

          AGC — ¿Tú estás en contra de que sean Ministras, o no?

          — No, me da igual.

          AGC — ¡Ah!, pues entonces te da igual lo otro, ¿qué más da? Si te da igual que sean Ministras… A mí me revienta.

          — Pero es que se niegan. La Iglesia se niega a que las monjas canten misa.

          AGC — A mí me revienta, por supuesto. Pues a mí me revienta, y que las mujeres aspiren a cantar misa, pues…

          — Si fuera en latín, ¿verdad? Lo importante es que sea en latín.

          AGC — Bueno…

          — Yo quisiera decir con respecto a esto que decía Isabel de niños que trabajaban de pequeños, pues ahora hay muchísimos niños que trabajan y en condiciones mucho peores, como son todos los niños que están metidos en la parafernalia de las películas, los telefilmes y todo eso. Porque conozco algunas madres que con un descaro tremendo los pasean por cuanto casting hay. Y ese sufrimiento para los niños, vamos, no tiene nada que ver con el niño que estaba en el bar jugando un poco, le ayudaba al padre, llevaba allí, o iba a la siega, cogía la bota de vino, llevaba el pan… Es mucho más cruel el sometimiento de los niños que trabajan hoy en día y que efectivamente cobran, y a su vez, pues bueno, es un dinero que cobran los padres y está muy bien pagado. Es una verdadera vergüenza.

          AGC — Sí, sí, es un negocio muy importante. Hace bien Galín en sacarlo. Efectivamente son muchos por todas partes los niños que ya tienen su porvenir desde los tres años; tienen su porvenir, lo tienen encima, porque lo han cogido en el casting de una película y le han enseñado a hacer las monadas que tiene que hacer en la película y por tanto tiene su porvenir.

          — Eso es una perversión.

          AGC — Bueno, eso y otras muchas perversiones: niñas, desde pequeñitas, criadas para bailarinas de los tipos más especiales de danza. El sufrimiento, el sometimiento que eso supone. Uno cuando ve en los grandes juegos las vencedoras de las competiciones de danza, uno, por lo menos yo, se queda acongojao pensando en todo el sufrimiento que eso ha tenido que costar.

          — Yo creo que hombres y mujeres somos poco coscientes de la importancia del mundo de la mujer en la Sociedad…

          AGC — ¿De qué?, ¿del?

          — Que somos poco coscientes de la importancia del mundo de la mujer en la So-…

          AGC — ¿Del?

          — La importancia…

          AGC — ¿Del mundo?

          — De la importancia, de la forma de ver la Sociedad, por la forma de ver el mundo la mujer. O sea, no valoramos que tenemos las mujeres unos valores que lo que… aspiramos al mundo del hombre (lo que estabas diciendo antes) pero nosotras mismas tampoco somos coscientes de nuestros propios valores. O sea, nuestra forma de ver el mundo, más cercano a la tierra, más cercano a la naturaleza, a las relaciones de unos con otros, a la humanización, es más propio de la mujer porque siempre ha estado más en el hogar y ha desarrollao más las relaciones y otro tipo de…

          AGC — Bueno, lo siento, no está bien dicho de alguna manera. Está dicho de una manera muy sometida. Has empleao un lenguaje masculino típico. Y cosas como ‘los valores’ o ‘la visión del mundo’, desengáñate, son masculinos. Los inventos como ‘visión del mundo’ o como ‘valores’ de unas cosas y otras, son masculinos. Si yo me hubiera puesto a decir aquí de las mujeres lo de que son la tierra y que están abajo, estaría hablando a lo masculino. No he hecho más que negar: no son del todo lo que les han hecho ser. Basta: no son del todo, porque nunca es nada del todo. Pero cantar la femineidad, hombre, eso no lo ha hecho sólo Göthe, sino cualquier filósofo masculino, igual que las mujeres. Y hablar de eso, de lo que la visión del mundo por parte de las mujeres puede importar, eso lo hacen los hombres. Las mujeres lo único que les cabe es o ser como hombres, que es lo que está mandao, o no, o simplemente no. O simplemente no, no creerse que eso es todo lo que les toca y lo que tienen que hacer. Sí.

          — Agustín: el niño… bueno, va… en la adolescencia…

          AGC — Bueno, por favor, entre otras cosas: no digáis nunca ni ‘la mujer’ ni ‘el niño’, porque eso es masculino, ¿eh? Eso es masculino y paternal, es como cuando se dice ‘el hombre’.

          — El sapo, pero ten cuidao que…

          — Bueno, no sé…

          AGC — Unos niños, unos niños, algunos niños. Algunos niños…

          — Bueno, o lo que nos queda de niño. Cuando llegan a ser… Es que no sé qué decir, la pubertad, la adolescencia, y les venden el Futuro, y ya están hartísimos del colegio o de lo que sea, del trabajo, de vender en la taberna que dice Isabel, me da igual, se empiezan a escamar con eso de decir “Pero el Futuro, ¿qué es eso del Futuro?, ¿Y a mí?, y eso va a ser mañana, y mañana va a ser pasao, y pasao va a ser al otro”. ¿No hay ahí una especie de… tiene que haber una edad, que luego yo ya… ya no, ya no, que empieza uno a descolocarse y decir “A mí esto del Futuro me suena mal”. ¿No crees?

          AGC — Bueno, el niño protesta…

          — Pero a los quince años…

          AGC — …desde el principio…

          — Sí, pero a los quince años…

          AGC — …de una manera o de otra. Después le van cambiando los ideales de Futuro, el que le corresponde a la pubertad, el que le corresponde luego… Hay efectivamente una rebelión, generalmente muy torcidamente llevada, pero que se da en las sucesivas edades. La entrada de los púberes en la adultez da lugar a cosas tremendas como las luchas de pandillas y entre chicos de los istitutos, la manera de tratarlos… Eso ya son rebeliones ciegas, no sirven para nada porque en definitiva son sumisión y se sabe que están condenadas a acabar en el asentamiento y en la conformidad. ¿Qué más?

          — ¿Vale? Ya puedo, ¿no?

          — Allí enfrente hay una palabra. Aquí, aquí.

          — Una pregunta, porque al final, al hablar tanto del niño, la mujer, el hombre, el adulto… son categorías que…

          AGC — No hablar, que no hay que hablar, que no hay que hacerlo. Que no hay que decir ‘el niño’ o ‘la mujer’ ni…

          — O sea, el niño no tiene nada que ver con la edad. Cuando se habla del niño no es de uno, de dos, de tres, o sea, el niño es un estao deseable para toda la vida, ¿no?, digamos. Entiendo eso, o sea, cuando hablas de…

          AGC — ¿Cómo?, ¿es un…?

          — Un estado deseable a mantener.

          AGC — Ya, pero no digas ‘estado’. No hay estado, no hay estado. Yo he dicho ‘lo que’, ‘lo que’, lo que hay de niño debajo de cada uno de nosotros, eso nunca acaba de morir, nunca muere del todo. No es que…

          — Tiene que ver con el tiempo, no es algo lineal, no es algo…

          AGC — Sí, no hay que pretender defender eso a su vez como un ideal, no: simplemente la negación. El reconocimiento de que nunca acaba de morir; que en el más pervertido de nosotros nunca acaba de morir del todo esa disconformidad a la que responde eso de lo que nos queda de niño.

          — [] incluso hablar aquí del niño como si fuera algo ajeno, no es…

          AGC — No se puede hablar del niño, no se puede hablar de la mujer, no se puede decir eso, es ya como hablar del hombre. Hay que reconocer, hay que negar simplemente, ver, describir lo que pasa y en todo caso decir “Pero no es todo”; “Pero no es todo”, “Nunca es del todo”. A ver.

          — Que digo que sí, que cuando decimos que el hombre ya se atiende que está hecho a imagen y semejanza de Dios, y que cuando a un niño de pequeño se le preguntaba su nombre propio decía “Para servir a Dios y a usté”, siempre lo decía y no hay que dudarlo: eso estaba ya, se sabe de siempre. Pero que pienso yo que la ilusión… que también en la confianza en las cosas es una confianza también harto ilusa en el sentido siguiente: de que las cosas para ser cosas necesitan su bautismo, necesitan un nombre, un nombre común entre las cosas para distinguir…

          AGC — Tú estás pensando ahora en los hombres humanos.

          — Calla, que termine.

          AGC — Estás pensando en los hombres humanos.

          — No: cualquier cosa.

          AGC — Las cosas no necesitan eso.

          — Las cosas necesitan llamarlas por su nombre y…

          AGC — No: los hombres necesitan que las cosas…

          — …que el lagarto no sea lagartija sino lagarto. Quiero decir que para eso está el vocabulario semántico que está nombrando las cosas…

          AGC — Pero las lagartijas… Es que estás tan metida en lo de ser hombre que te ciegas: a las lagartijas no les hace ninguna falta, es a nosotros a los que nos hace falta…

          — Pero, bueno, pero yo te digo las cosas…

          AGC — Bueno, pues vuélvete atrás...

          — …Yo te digo que el vocabulario de una tribu responde a la realidad de la tribu…

          AGC — …No confundas.

          — …Y por lo tanto las cosas son ese vocabulario semántico; que luego haya cosas indecibles como el aroma…

          AGC — Quitando esta…

          — …que también hay que darle nombre, y sobre todo si es de marca.

          AGC — Quitando esta confusión de Isabel…

—    No es una confusión de Isabel, la confusión es tuya.

AGC — …que como veis confunde, nuestra necesidad de darles nombres a las cosas con la necesidad que las cosas tengan, no debe distraernos mucho. Había dicho (para volver sobre ello, pero hoy ya, con la hora que es y el calor, no va a poder ser) que a las cosas también les pasa por el mero hecho de existir (no que necesiten que los hombres les den un nombre, sino algo más profundo), son también víctimas de la presión de ser cada una la que es. Eso es propio de la Existencia en general, por tanto de las cosas. Y lo que os decía únicamente es que, claro, nuestro caso, nos toca más de cerca, es especialmente tremendo pero no esclusivo; no esclusivo: las cosas en sí mismas también padecen la necesidad de ser las que son y ser cada una la que es, lo cual nunca se cumplirá, y por tanto están establecidas en la imposición de el Ser sobre lo de abajo que no se sabe lo que es. Sí, yo, por lo menos, tengo un calor tremendo. De manera que voy a cortar, y si queda alguna palabra la recogeré.

          — Nada, que yo con lo que más me ha quedado de todo el discurso ha sido con la alternativa al sometimiento más que estar hablando de estas cosas…

          AGC — ¿“La alternativa”?

          — La alternativa a la educa-… no a la educación, etc., sino a someternos a la idea de Futuro y a la muerte que acaba llevándonos todo eso, la lucha personal que tiene que llevar cada persona…

          AGC — Sí. No hay alternativa. La alternativa no es más que decirle NO a eso. No te hagas ilusiones. No hay alternativa, no hay una alternativa. No hay una alternativa.

          — Vale. No es una alternativa, es una cosa con la que…

          AGC — No, no: de la negación sale todo. Tú no sabes los frutos que cuando no se le pide da la negación, el desengaño, respecto a lo que nos venden. No hay que preguntarle ¿qué va a salir de ahí?: lo da de hecho. Y es un error establecerlo como alternativa.

          — Vale, a lo mejor no me he expresao bien entonces. Pero me refiero a que la lucha que llevamos en la vida con las cosas que se nos han sido impuestas y que acarrearemos siempre, porque es una rebeldía que está contigo, no deja de hacer este sentir un poco fuera de la Sociedad y un poco te lleva a deprimir, a sentirte solo y no acabas de ver muy bien si a lo mejor tú eres el equivocado o crees mucho en ti mismo y te va a ir bien, pero estás jodido, ¿no? O sea, me refiero que efectivamente…

          AGC — Sí, pero, mira: uno, la verdad es que uno personalmente no tiene mucha importancia, ¿eh?, eso hay que reconocerlo. Yo podría ponerme como un ejemplo de encontrarme, pues sí, muchas veces solo, y después de haberme hartado de hablar y no encontrar… Pero no merece la pena quejarse de eso, porque no se trata de la suerte de uno. Uno siempre está mal hecho, tiene su obediencia a su Ser y luego le queda lo que no es eso, ¿no? Y entonces, normalmente uno se las arregla, se las arregla con esa alternativa y haciendo más o menos trampa, pero no demasiado trampa, para que no lo maten demasiado pronto, para subsistir; suele en muchos casos arreglarse para ir tirando. De manera que no hay que preocuparse mucho por uno. Lo que importa es reconocer que efectivamente siempre por debajo hay algo que no acaba de morirse nunca, que es esa rebelión de la que has hablao, que es una rebelión que está, que actúa o no actúa, pero nada más. Uno es (eso podemos coger de los demás), uno es más o menos astuto, más o menos hábil; por más rebelde que sea, sabe que tampoco tiene mucho sentido que lo maten demasiao pronto, y entonces procura escurrirse, y para escurrirse hace trampas y hace más o menos trampas, cuantas menos tenga que hacer, mejor. Pero en todo caso no está ahí la cuestión, no está en la suerte de uno la cuestión.
Bueno, pues…

          — Quiere hablar aquí Ana.

          AGC — Sí

          — Que según iba repasando los casos que podían haber así, más cercanos de sacudirse el yugo, que si trabajadores, que si niños, mujeres, a mí me iba sonando cada vez como algo que veía que condenaba esa posibilidad, siempre lo mismo: la familia, la familia, la familia. Entonces como algo que llevase la muerte dentro, de…

          AGC — Sí, es muy importante, es muy central, desde luego. Es la Ley del Padre que he dicho, no en vano se llama la Ley del Padre, porque efectivamente eso implica ya pues la familia, es decir, implica la madre, implica el padre, y que se confundan en sus funciones la madre con el padre, que es lo que es la familia, y eso es lo que acaba con la mujer y acaba con el niño y acaba con cualquier otra cosa de lo que en el padre pudiera quedar que fuera no-padre sino niño. Sí, es una istitución fundamental; no creo que se conozca ninguna civilización histórica que no haya pasado por una u otra forma de familia, lo cual dice bastante, ¿no?

          — Por eso en los Centros de Menores necesitan apretar bien las clavijas.

          AGC — Perdona.

          — Que por eso, porque no son de la familia, no se crían en familia en los Centros de Menores, que los hay en todas partes, tienen que apretarles bien las clavijas.

          AGC — Bueno, no: cumplen su función. Efectivamente se nos olvidaba que dentro de nuestra Sociedad hay de eso, hay orfanatos y hay Centros de Menores, siempre los ha habido: las monjas trataban de ser las madres sustitutas. Y la verdad es que aunque es un orfanato, no es propiamente una familia, desde luego trata de suplir; trata de suplir las deficiencias de la istitución familiar y hacer que la educación mortífera de niños y de niñas se cumpla de todos modos. ¿Qué más se os ocurre?

          — Pero si hoy día el modelo dominante es la familia del Uno, el individuo Uno y único casado consigo mismo. Ésa es la familia dominante.

          AGC — Uno creyendo en sí mismo, ése es Dios. No se os olvide.

          — Lo del dos es una antigüedad, o uno esquizofrénico.

          AGC — ¿Qué más se os ocurre? Sí.

          — O sea, que el suicidio sería un triunfo del Poder.

          AGC — Perdona que no te oigo bien.  

          — El suicidio si sería un triunfo del Poder.

          AGC — No te oímos bien.

          — ¿No me has oído? Si el suicidio sería un triunfo del Poder.

          — Si el suicidio sería un triunfo del Poder.

          AGC — ¿El qué?

          — El suicidio.

          — El suicidio un triunfo del Poder, si sería.

          AGC — ¿El qué?

          — El suicidio.

          AGC — ¡Ah!, el suicidio. No te había cogido la palabra. Es un triunfo del Poder, como los otros. El seguir tirando también es un triunfo del Poder. Que lo que importa es quitarle al suicidio el prestigio de ser algo distinto. Es una manera de obediencia muy impresionante, pero es una manera de obediencia. La Ley de Dios es la Ley de la muerte. Generalmente se aplica por otros procedimientos, en esos casos escepcionales se aplica así; no hay por qué creer que tengan nada de distinto ni de escepcional, es una obediencia, un sometimiento a la Ley. ¿Qué más se os ocurre por ahí?

          — Nada, que hace mucho calor.

          AGC — Sí.

          — Tal vez su visión o su planteamiento en su discurso se basa en un Dios occidental, trascendente, el Dios del libro, el que está afuera…

          AGC — Oye, oye, perdona, no: no vamos a perder el tiempo, porque yo al principio ya he dicho que para que no hubiera líos tenía que esplicar cómo se empleaba aquí el término ‘Dios’. De manera que no me digas. Dios es el Poder, el Capital y cualquier otra forma de Estado, de Poder, que se nos impone desde Arriba. De manera que me dan igual todas las Religiones. No me saques historias de Religiones.

          — …Si se parecía a un Dios inmanente…