16.02.2011

Tertulia Política número 269 (16 de Febrero de 2011)

Agustín García Calvo

Ateneo de Madrid


 

Tertu269-16-2-2011#Tertu269-16-2-2011.mp3

 

 

TRANSCRIPCIÓN:
 
 
Se trata de descubrir con toda la precisión posible en una tertulia política como es ésta, una tertulia en la que venimos a ver si, a pesar de las personas o máscaras que cada uno se trae consigo, algo de lo que no es eso, algo que está por debajo de eso, se deja hablar y dice algo. Está bien en una tertulia política como ésta que descubramos con precisión qué es lo que hace daño, qué es lo que mata, porque muchas otras rebeliones, que desde abajo surgen por ahí, suelen quedar engañadas precisamente por los fantasmas contra los que se les hace luchar por no haber descubierto qué es lo que realmente hace daño, no deja vivir, mata, y por tanto es importante desengañarse de esos otros objetos de la protesta, de la rebelión, y centrarse en lo que importa, cosa que estos días estábamos haciendo a propósito, el último, de eso del Tiempo.

En una palabra: lo que mata es la verdad, la pretensión de la verdad, la pretensión de verdad; es algo que tenemos que reconocer como un rasgo que a este tipo de cosas que somos los hombres nos define frente a las demás cosas. No se nos ocurre atribuir esto de la verdad, la pretensión de verdad, a las demás cosas que nos acompañan en este trance de la Realidad, ni a animales ni a plantas ni a astros ni siquiera a átomos. La pretensión de verdad es una cosa nuestra y esto tiene que ver con lo que el otro día reconocíamos a propósito del Tiempo: que nos caracterizaba, frente a las otras cosas, lo de saber la muerte. Saber la muerte por anticipado. Ya, como creo que se entiende bien que va por el mismo camino, eso de la muerte se os presenta desde el principio, desde que empezamos a hablar, como la verdad, la gran verdad. De esa gran verdad es de la que se derivan después todas las demás, todos los engaños de futuro, seguridades y, en fin, diferentes formas de la Fe que son, como digo, lo que nos mata, lo que propiamente mata.

Las demás cosas, y nosotros entre ellas en cuanto cosas, metidos como estamos en esto de la Realidad, no podemos menos de existir, es decir, estar en una guerra costante entre aquello que se impone desde Arriba (los ideales, la verdad, el ser uno lo que es, el futuro cierto, la muerte segura), una guerra entre eso y lo que queda siempre por debajo (de cosas no definidas nunca del todo, de gente nunca del todo definida ni contada, a lo que aludimos como pueblo), la guerra entre lo uno y lo otro, empleando la imagen tópica habitual: entre lo de Arriba y lo de abajo, eso es la Existencia. Y de esa guerra participamos las demás cosas y nosotros en cuanto cosas. Nada peculiar hay en eso; lo que es peculiar de este tipo de cosas especialmente maldita que somos los hombres es la fe en la verdad, es decir, que nos hemos puesto más bien de la parte de Dios, no de la mar o madre indefinida, de lo de abajo, sino de lo de Arriba, Dios, representante de cualesquiera otras formas de Poder, de Autoridad, Capital, Estado, lo que queráis pensar, el Padre, el Padre Celestial. Esto nos caracteriza, somos, como si dijéramos, los hijos favoritos del Señor, los hijos favoritos de Dios, y en esto es en lo que nos distinguimos de las demás cosas.

En ese sentido entendéis lo que decía en una palabra: es la verdad lo que  especialmente nos mata, o sea, que no nos deja ni siquiera existir al modo de los animales, los astros, los árboles, en esa guerra que es la Realidad. La verdad pués. Lo que hemos descubierto aquí es que una vez que esta Realidad es una guerra entre lo uno y lo otro, la pretensión de verdad en la Realidad no tiene sentido ninguno, no cabe verdad en la Realidad. De manera que ésa es la falsificación especial que padecemos: la creencia en verdad. Y caemos en ella, caemos en ese error todos los días, todos los días y a poco que nos dejemos... (no despreocupar sino al contrario), no nos dejemos preocupar por nuestra existencia, por nuestro porvenir, por el cómputo de nuestros años, nuestros días, nuestras horas, nuestros minutos, a eso a cada paso estamos obedeciendo, en eso estamos cayendo. 

No hace falta que os asoméis a los Medios de Formación de Masas de Individuos para daros cuenta (pero podéis asomaros, si queréis, para ver la cosa más clara) hasta qué punto la pretensión de verdad está dominando ahí, cuando os ofrecen Realidad en imágenes, por escrito o como sea, naturalmente os la ofrecen con la pretensión de que eso es “la” Realidad, que es verdad, la pretensión de que es verdad. Desde luego ahí se ve de una manera especialmente clara, por algo los Medios de Formación están dedicados justamente a sostener esta fe contra la que estoy hablando. Pero también, por desgracia, podéis encontrarlo en la vida privada y particular de cada cual, la pretensión de que algo que se ha visto, se ha sentido, se ha dicho en otro momento, es verdad. Las discusiones públicas, conyugales o lo que sea, nacen todas de ahí, de esa pretensión de verdad, y por tanto eso es lo que hace que no se pueda vivir ni siquiera de la manera que viven los animales y los astros, no se pueda vivir en realidad.

Esa pretensión de verdad, esa discusión, naturalmente arrastra consigo pues las guerras y los conflictos de todo tipo, que no son naturalmente la guerra de verdad en que la Realidad está costituida sino guerras de distracción, de entretenimiento, de ratificación de esta fe en el Tiempo. De ahí nacen todas, por tanto todo lo que digamos hará siempre poco contra esta fe que está dominando por todas partes y a cada paso en lo público y en lo privado.

El otro día lo estábamos viendo a propósito de eso del Tiempo, los que estabais aquí en la última sesión supongo que lo recordáis bastante bien. El sentido común, lo que nos queda de pueblo-que-no-existe, dice que no hay más que un sentido ahí: el sentido según el cual lo que no ha pasado viene a pasar, y que el inverso, es decir que lo que ha pasado venga a no pasar, es un sinsentido dicho así; y sin embargo de eso, como decíamos, se alimentan las discusiones, las teorías de los físicos, de los filósofos de la Ciencia, a cada paso. Ya recordáis: cuando plantean (partiendo de este error), plantean las cuestiones de la reversibilidad o irreversibilidad del Tiempo, nos hablan de la flecha del Tiempo, que tiene un sentido como flecha que es, pero que tal vez puede o no puede estar destinada a volverse del revés. Y, partiendo de este error, llegando a cuestiones como por qué no podemos recordar lo futuro. Llegados a estos estremos la cosa se vuelve un poco ridícula, pero por ello mismo reveladora, ésa es la que está rigiendo por todas partes, porque la Ciencia, como el resto de nosotros mortales, cree en un Tiempo que es el Tiempo real, el de los relojes y los calendarios. Un Tiempo que en verdad es un espacio, que tiene por tanto no ya sólo arriba y abajo, sino izquierda y derecha, y que por tanto, como el lápiz en cualquier esquema, puede trazar la línea del Tiempo como parezca, de izquierda a derecha o de derecha a izquierda y demás trampas por el estilo.

Ahí tenemos pués un ejemplo de la creencia en la verdad, porque evidentemente la Física en principio está destinada a servir a la Realidad y a mantener la Fe; es una nueva forma de Teología, es la que nos toca principalmente a nosotros y por tanto sus teorías tienen que tener la pretensión de la verdad, de llegar a una verdad, y eso se intenta hacer dentro de la Realidad, donde, como hemos descubierto aquí, la verdad no cabe, pero se intenta hacer dentro de la Realidad porque la Ciencia, como las otras Istituciones, está dentro de la Realidad, y por tanto dentro de ese Tiempo real que tiene pasados y futuros, etc. Cuando contra ésta nos lanzamos aquí a descubrir la falsedad de las verdades reales, lo encontramos enseguida: AHORA; AHORA que cuando se dice AHORA ya no es AHORA, eso es la verdad, es decir lo desconocido, lo inasible. Y lo otro, el Tiempo real, con sus pasados y futuros y hasta sus presentes, es simplemente un espacio sobre el cual el Señor puede reinar, el Capital puede operar, la Ciencia al servicio del Capital puede teorizar, y así en todo lo demás.

Esta cuestión no puede separarse de la de los números… (En otro tiempo, en la otra sesión, no dio tiempo a verlo un poco, voy a sacarlo ahora con permiso de los posibles matemáticos presentes. Bueno, ya sabéis que matemático de veras no hay más que uno, que es Dios. Hemos descubierto que es lo que esta Teología nos hace ver en este Dios en que centramos todas las otras alusiones al Poder y a la Fe, es matemático). Los números pertenecen a lo de Arriba, son entes ideales. Son entes ideales. Estoy ahora de momento refiriéndome a los números que algunos todavía llamarían “naturales”, es decir, los íntegros, los enteros positivos que se usan en las cuentas. Estos números de por sí, en cuanto puros números, en cuanto no siendo más que números (no siendo más que números en desnudo) pertenecen a los entes ideales, y por tanto cuando se plantea respecto a ellos la cuestión de cuántos a su vez son los números, ya veis cómo esto se nos escinde en dos rutas reveladoramente: porque, siendo entes ideales, los puros números tendrían que ser… ¿Qué diríamos tratándose de entes ideales? ¿Qué es lo que hay allí Arriba?, ¿qué es lo que nos está matando a cada paso con la pretensión de verdad?, ¿qué es lo que hay Arriba?

          -Agustín: lo que son.

          AGC -¿Son?

          -Lo que son. Lo que son y los que son, ¿no?

          AGC -Son lo que son, son ideales, y por tanto allí ya se puede decir en cuanto a la cuestión del cuánto, que son…

          -[]

          AGC -¿Eh?

          -Tantos cuantos son o todos.

          AGC -¿Eh?, ¿Sí?

          -Todos o tantos cuantos son, o… No sé.

          -Innumerables.

          AGC -Todos. Evidentemente tienen que ser todos, porque eso es lo propio… lo único que es propio de los entes ideales: todos. Tienen que ser todos. De ninguna manera pueden ser…

-Muchos.

          AGC -ni muchos ni exagerando…         

          -Ni indefinidos.
 
          -Infinitos.

          AGC -Ni infinitos de verdad, ni muchos ni… Eso no sería propio de los entes ideales. De manera que tienen que ser todos; de ninguna manera infinitos, sin fin, etc. Bueno, pues eso son entes ideales, los números ideales. Entonces ¿qué pasa con los números que de hecho aquí en la Realidad usamos para contar las cosas? Respecto a esos ¿qué diremos?, ¿cuántos son?

          -Los que hagan falta.

          AGC -Los que hagan falta para…

          -Para la cuenta que se trate.

          AGC -¿Para?

          -Para la cuenta de que se trate.

          AGC -Sí, para contar… Para contar…

          -Para echar cuentas.
         
          -Cosas.

          AGC -Para contar cosas, sin duda. De manera que tendrían que ser en cuanto al ¿cuántos? lo mismo que las cosas de la Realidad. ¿Y esos cuántos son?

          -No todos.

          -Cuantas cosas haya.

          -Que no todos.

          AGC -Desde luego no pueden ser todos porque eso sería entregarnos a la verdad impuesta desde Arriba, a la presión del ideal. Todos no pueden ser.

          -Son sin fin.

          AGC -¿Son sin fin?

          -Son sin fin, claro, si no hay todas las cosas…
       
          -No pueden ser sin fin.

          AGC -¿Cómo?

          -Que no pueden ser sin fin, que están…

          -Sí, porque no hay todas las cosas.

          -Se empieza y no se acaba.

          -Se empieza y no se acaba pero tiene fin.

-No tiene fin.

-¿No?

          AGC -Venga, venga.

          -¿Dónde lo vas a poner?

          -Son infinitos.

          AGC -Como veis, hay disidencia enseguida, por algo será, ¿eh? Siendo vosotros los que estáis aquí presentes, pues buenos representantes de los conjuntos de público, esa disidencia no puede menos de ser reveladora. Tal vez para aclararlo es mejor dirigirse a los matemáticos o lógicos que han intentado encontrar un fundamento de la Aritmética. Tal vez precisamente en el intento se ve más claro lo que a primera vista parece muy oscuro, en el fundamento, en el intento de fundamento, es decir el que a fines del XIX y un poco después presentaron Cantor, Dedekind y demás. Desde luego los números, por un lado, tienen que ser finitos en el sentido de que la serie de los números tiene un último número ‘N’, el último ordinal, que al mismo tiempo corresponde al cardinal de todos los números. Esto es lógico. De manera que por un lado tienen que ser finitos, porque además si no hubiera ‘N’, si no hubiera un último número, entonces ¿cómo podría haber un primer número?, eso no puede ser. Y la serie efectivamente tiene que empezar de alguna manera, se puede elegir, esto es una vacilación que aparecía claramente y se resolvía diciendo que es 1, que la serie empieza en 1. De otra manera tal vez más hábil, no: empieza en 0. Ésas eran dos variantes de la busca del fundamento de los números, pero en todo caso, desde luego, tiene que tener un principio, por lo cual tiene que tener un fin o viceversa: tiene un fin para que así pueda tener un principio. De manera que está claro que en este fundamento de la Aritmética los números son finitos. 

Por otra parte son infinitos, al mismo tiempo son infinitos, ésa es la contradicción. ¿Por qué? ¿Por qué los números de la serie son infinitos?

          -Siempre puedo tener n+1.

          AGC -Siempre puedes tener n+1, pero eso no satisface mucho porque eso quiere decir que uno puede estar añadiendo pero tiene que haber uno que añada, y eso ya les haría depender de nosotros, de los que estamos contando. De una manera más limpia estos fundadores lo decían así, entendían por infinitud lo siguiente: el hecho de que el número de los números pares o incluso el número de los números primos es lo mismo que el número de los números. Y ésta es la condición que de la manera más clara revelaba que no podían ser finitos, no podían tener una cuenta cerrada. Os dais bien cuenta, ¿no? Claro, esto es a primera vista bastante razonable: el número de los números pares, el número de los múltiplos de 3, el número de los múltiplos de 7, el número también de los que no son múltiplos de nada, el número de los primos, es lo mismo que el número de los números. No cabe pensar por un momento que el número de los números pares, por ejemplo, sea una parte del número de los números, la noción de parte ahí está perdida, y es justamente en eso en lo que Dedekind y todos los otros encontraban el fundamento de la noción de infinito.

Así que ya veis que en esta busca del fundamento se revela lo que podía habérsenos revelado en la vida ordinaria: que es que decimos “los números tenían que ser tantos cuanto las cosas”.

El hecho de que nunca puedan acabarse de contar, por decirlo de una manera vulgar, eso no es ninguna prueba de la infinitud. No es una prueba de la infinitud porque se hace justamente depender, lo que a los números toca, de las posibilidades que a nosotros, a los contadores, se nos dé de seguir contando. Sí, estamos obligados a decir que por mucho que se hagan progresaos ordenadores, como se les ha hecho progresar, por ejemplo, en especial en el descubrimiento de los números primos, nunca nos dejará el ordenador satisfechos, siempre habrá la posibilidad de encontrar algún nuevo número primo, siempre tendrá que haber seguido en números primos. Pero, claro, esto depende de los contadores, depende de nosotros, depende de nuestros computadores, y eso no es una prueba seria de sin fin —de sin fin—. Sin fin, recordad, que es lo que está por debajo de nosotros, por debajo de la Realidad, sería un sitio donde los números andarían perdidos. Por tanto, por el camino de contarlos no podemos alcanzar nunca a una infinitud verdadera, es decir, la que los matemáticos no consideran verdadera, precisamente del revés. Nunca podremos alcanzar a ese sin fin que anda por debajo y donde, lo mismo que las cosas se pierden, los números que las cuentan se perderían. Lo único que prueba esta incontabilidad de los números no es la infinitud sino la Realidad, lo que demuestra que los números son reales; no son aquellos puros números que decíamos que tenían que ser todos y de ninguna manera sin fin, son simplemente números reales. Es decir, que a fuerza de contar las cosas se han, por así decir, contagiado de la condición de las cosas mismas. Quiere decirse que los números en uso, 5, sólo pretenden ser verdaderamente 5, lo mismo que un girasol pretende de verdad ser ‘el girasol’, un  ejemplo perfecto, y una vaca ser ‘la vaca’, y hasta que tienen que atenerse a la condición de que se eliminen las diferencias para que se les pueda contar como siendo cada uno un ejemplo del ideal: ‘el girasol’, ‘la vaca’. De la misma manera 5, en principio un puro número y en la pretensión, y desde luego en el manejo matemático, tiene que seguir contando como un puro número, hay que reconocer que de hecho se ha contagiado de las cosas. De manera que así como una vaca es más o menos una vaca y un girasol es más o menos un girasol, pero nunca ‘la vaca’ ni ‘el girasol’, así también teníamos que decir que 5 nunca es de verdad 5, sino que él también, como las cosas que cuenta, es más o menos 5.

Esto a cualquiera de vosotros os sugiere —supongo-lo que os han contado en el Bachillerato respecto a la ampliación de la noción de número. En efecto, lo que ahí está pasando tiene que ver con eso y aparentemente es una casualidad, pero bueno, una casualidad bienvenida, que a la primera ampliación importante de los números (ya sabéis, la que se encuentra con la aritmetización de las relaciones en el teorema de Pitágoras) se les llame reales, sean reales (y ahora estamos tomando el término ‘reales’ por tanto en los dos sentidos), los números son también reales, no pueden serlo por menos, la sumisión de los números al cómputo de las cosas tenía que traer esto consigo.

De manera que ahí veis cómo nos encontramos una vez más, partiendo de la cuestión del Tiempo, con esta condición contradictoria de la Realidad en que vivimos: las cosas tienen que pretender ser todas, tienen que pretender ser cada una la que es, sí o no, ni más ni menos. Y esto que les pasa a las calabazas, en cuanto cosas, nos pasa también a nosotros: estamos sometidos a esta Ley que es la Ley de la Existencia. Lo único nuevo entre nosotros es que de vez en cuando a esta condición contradictoria se la quiere tapar o anular por medio de la fe en la verdad, en la verdad de ello, no en el más y menos, no en la contradicción, sino la verdad en sí.

Así es como andan las cosas por la vía del Tiempo, por la vía consiguiente de los números. Luego ya me diréis las dudas que os quedan respecto a eso, pero ahora quiero saltar a ver cómo en la vida corriente se puede descubrir lo mismo, la misma Ley: que es la verdad lo que nos mata. Nos mata de una manera especial, por algo nos llamamos ‘los mortales’, aparentemente con una gran injusticia porque se podía decir “Hombre, también los perros se mueren, y no sólo los perros sino que también la luna se está muriendo igual que nosotros —dura más, pero qué más da-y cualquier ente de los que pretendan ser reales, lo mismo: se mueren, hasta un átomo, en el momento en que deja de ser puramente matemático y se hace real, también, lo mismo que los astros, lo mismo que nosotros, y los árboles se mueren. ¿Por qué, entonces, los mortales somos nosotros?”. Pues somos los mortales por eso, porque tenemos este error sobreañadido de creer en la verdad, saber la muerte, saber la muerte de antemano, saber el futuro. Eso es efectivamente lo que nos hace dignos de este terrible nombre ‘mortales’ (brotoí, thnetoí), mortales, los de la muerte, los que la saben.

Pues, bueno, tenemos que ver cómo es la verdad, lo que nos hace especialmente mortales, lo que nos mata. Esto lo veis en la vida corriente en cualquier sitio. Pensad en cualquier situación de relación amorosa o conyugal, de reunión de gentes, de disputas políticas en un Congreso o sitio por el estilo; recorred la realidad humana de este tipo de cosas que somos de cualquier manera que queráis, y os encontraréis por ahí apareciendo una y otra vez la pretensión de verdad y por tanto introduciendo la muerte de una manera especial. Uno de los casos más claro es el del Amor: a eso del amor, que no sabemos ni debíamos saber qué es, se le entromete la verdad. Amor, a ese Amor que es el que tiende a escribirse con mayúscula, como el nombre de Dios mismo, es verdad, y que ése por tanto es uno, total, eterno, como Dios.

No diréis que no anda por ahí, porque anda por ahí; no os distraigáis mucho porque en cuanto busquéis cualquier caso de esos crímenes pasionales que los Medios os sirven cada día, si buscáis la raíz del conflicto, la encontraréis precisamente ahí, en cualquier caso de “la maté porque era mía” o “le maté porque es un traidor, un canalla”, y por tanto es que se están tomando los términos como verdaderos y definitivos (“mía”, incluso “traidor, canalla”), creyendo en eso, y eso sirve naturalmente para justificar cualquier crimen. No hace falta desde luego que sea ningún hombre ni ninguna mujer los que se dediquen a matar, porque nos matan de otras muchas maneras, pero de todas formas quiero centrarme en este caso en que algún individuo o individua se siente justificado precisamente en nombre de la verdad, porque cree, ha creído y tiene que seguir creyendo en una verdad, una verdad del Amor, una verdad del ser de uno o de una, o una verdad del ser del contrario o la contraria, eso está por ahí.

Me acuerdo ahora de una cosa que se cantaba en lo de La cara del que sabe, que, si me acuerdo bien, una estrofa decía
 
“O si ves por la turbia ventana
de frente a su amante
a la querida que, ya seca,
se aferra al cadáver
de su amor, y a cuchillo dice
“Como escapes,
te lo juro, aquí mismo
me siego el gaznate”,
grabada verás en la blanca piel
la cara del que sabe.”
 
Por ejemplo y como tantas otras cosas respecto a la presencia cierta y terrible del ideal en las realidades más cotidianas, que es lo que muchas veces tratamos de defendernos de ello. Es así.

Por el contrario, me encuentro cuando voy a ver una película, y muchas veces películas incluso de las de alto tono, de las bien hechas, de las premiadas, y naturalmente aparece normalmente el conflicto, la relación amorosa, sea como sea, y entonces las caras que ponen ellos, los actores y personajes, de que lo saben… (a veces ellas también, ellas, las actrices, pero me fijo sobre todo en la cara), la cara que ponen de que lo saben; lo saben, es decir, que eso que nadie con sentido común sabe qué es lo del amor ni cuál es el amor verdadero y cuál es el falso y dónde empieza el sexo y acaba el amor y todo eso… en una película bien hecha lo podéis ver en las caras de los hombres: ellos saben que se trata efectivamente no de una aventurilla o []: se trata de un Amor, un Amor con su destino y todo, y lo revelan en sus caras, que son al mismo tiempo (porque así es el cinematógrafo) la cara del personaje y la cara del actor, sobre lo cual vamos a volver dentro de un momento.

Pero allí lo veis, justamente eso es una de las cosas que a cualquiera que todavía sentado en la butaca y ante la pantalla le queda por debajo algo de sentido común, pues le llama la atención “¿Cómo coños sabrá este tío todo eso que en la cara se le ve que sabe?, ¿cómo puede saberlo?”. Es una cosa que no puede menos de asombrar “¿De dónde lo habrá sacado?”. Bueno, pues sobre ese ejemplo vamos.

En lo que el cinematógrafo se ha desviado radicalmente del teatro es justamente en eso: es un caso de pretensión de verdad, que la Realidad que se presenta sea verdadera. Esto de la manera más plástica se dice como lo acabo de decir: la cara y la careta se han confundido. En lo que tradicionalmente se llamaba ‘teatro’ había dos inevitablemente, más o menos separadas: la careta, la máscara y la cara; la máscara era el personaje, la cara era el actor, y estaban la una sobrepuesta a la otra y separadas entre sí; separadas pero al mismo tiempo ajustadas, íntimamente ajustadas, no muy separadas, pero estaban las dos. En la pretensión de la verdad cinematográfica que podéis estender no sólo a las películas de argumento sino también a cualesquiera películas documentales sobre la Realidad actual, inmediata, la de hace una hora, que os están vendiendo en un informativo televisivo, en las películas la verdad consiste en que el actor está plenamente identificado con su personaje y la cara que pone de saberlo es del personaje y del actor, porque en definitiva se tiende a que sean el mismo. Alguien diría “Pero, bueno, sigue habiendo dos realidades”. Claro, la realidad de la ficción, que es la que la película desarrolla, con su argumento, con sus personajes y caracteres, y luego la realidad del actor  que es que va a recibir los premios, el que dice sus chorraditas consiguientes cuando se lo dan o han dejado de dárselo, y que por tanto gana o pierde su sueldo y tal. Hay dos, es así. Sí, hay dos, claro, no se puede negar, pero la pretensión es que no se distingan, que no haya manera de distinguirlos.

De hecho,  ya desde niño, recuerdo que cuando la gente iba a ver películas americanas o por el estilo, generalmente se quedaba con el nombre del actor o de la actriz y, cuando se refería al personaje, lo llamaba con el nombre del actor o de la actriz, porque del nombre del personaje se había olvidado. Hasta tal punto ahí se revelaba la identificación.

De manera que es un caso estremo de cómo la pretensión de verdad domina y cómo mata. Mata de una manera especialmente humana. Las posibilidades de descuido, de descuido del mañana, de dejarse vivir, que todavía quedan porque nunca el Imperio está terminado, nunca la serie se ha cerrado, quedan por debajo, pero dentro de la Realidad.

Esto me trae a las mientes (no sé si me acordaré de él) un soneto que tal vez alguno de vosotros mismos, de los que andaban por aquí, me pasó de un actor italiano, a mí me ha llegado anónimo, a lo mejor vosotros sabéis de quién era. Un soneto un poco en romanesco, en italiano romanesco, al estilo de los de El Belli, que era una especie de defensa del teatro. Lo traduje, no sé si me acordaré, vamos a ver:
 
 
“¡Viva el teatro!, ahí todo es fingido
mas nada es falso, y eso es cierto, sí,
de entrada sabes ya si se ha teñido Otelo
o si es que es negro de por sí.

No hay actor de verdad que quiera hacer
creer forzando el tono y el acento
que es verdad todo lo que vas a ver,
quiere que veas que es un fingimiento.

Si en escena morir toca, ahí ven
que es verdad que no muere ciertamente,
si no a ver, ¿moriría así de bien?

Entiende, por favor, sin más reproches:
si muriese definitivamente,
¿podría él morir todas las noches?”
 
Ése era. Bueno, sin duda tiene más gracia en el medio romanesco, pero eso. Bueno, tenéis que decirme, entre otras muchas cosas, qué es lo que os sugiere esa defensa del teatro como fingimiento, pero dice, a pesar de ello o por ello mismo, “no falsedad”,  “no falsificación”. Tal vez es un poco exagerado atribuirle al teatro que es una especie de artilugio cuyo nombre no se puede manejar muy bien porque está muy confundido, se llama teatro a formas muy distintas, pero, bueno, aunque sea un poco exagerada la proclamación a favor del teatro, no deja de ser interesante.

Lo que os recuerdo, y con eso voy a terminar y dejaros pasar la voz, os lo recuerdo —digo-a algunos que me acompañan hace mucho tiempo, porque de esto hace mucho tiempo que se habló aquí: hay en la función del teatro, como he dicho antes, dos realidades, dos cosas que son tan reales la una como la otra; una es la realidad de el actor como personaje que trabaja, que cobra, que sale, que tiene nombre, que le dan premio, no se lo dan, cuyo nombre figura a la entrada del teatro, por ejemplo, en un cartel, con su nombre propio, eso es una realidad. Esa realidad es también la de los señores y señoras que están en el público, no puede ser distinta: el actor como persona, pues forma parte de un conjunto social al que también pertenecen como personas          —como personas-los señores y señoras del público. Y luego otra realidad, igualmente real, que en una obra de argumento normal, en una tragedia, en una comedia, es la realidad del personaje (antes lo decía jugando con la máscara: la cara, una realidad; la máscara, otra), la realidad del sitio y el tiempo donde el personaje está, que puede ser un tiempo más o menos aproximado al que dura la representación, pero también pueden ser meses y hasta años en ciertas formas de teatro, y en un sitio que no tiene por qué ser para nada el sitio donde están representando la tragedia o la comedia. Bueno, eso es real. Supongo que ninguno de vosotros tiene ningún pero a esto de llamar real a esta realidad de la ficción y el argumento, porque os engañan mucho, generalmente en contra de lo que se hace en el soneto de este actor, os confunden ficción con falsificación, y no: la historia de los personajes, su carácter, el carácter de la máscara (que no tiene que ver con el carácter que el actor pueda tener), sus aventuras, sus años, su edad, su relación con los otros, su actitud política… todo eso es una realidad como la otra. De manera que propiamente en la función se hacen chocar las dos realidades, por eso el autor del soneto éste declaraba esto como propio del teatro: “Quiere que veas que es un fingimiento”, si no se mantuvieran las dos separadas no habría tal choque, no habría tal posibilidad de choque ni por tanto la posibilidad de juego, de juego teatral propiamente dicho.

Bueno, pues ya sabéis o hoy ya lo sabéis, cuál es la pregunta: En la función de teatro ¿esas dos realidades son todo lo que hay?, ¿son todo lo que hay? ¿Quién recuerda algo de esto?

          -Hombre, está el actor, el que actúa, o lo que actúa, que está entre el personaje que está en el cartel y el personaje que está representado.

          AGC -Exacto. ¿Cómo se podría chocar la cara con la máscara si no hubiera alguien que las hiciera chocar? El actor real es el actor real, él no puede hacer chocar nada, es el que se está ganando el pan, y el personaje no puede hacer nada, tiene que cumplir el destino que en el argumento le ha tocado. De manera que ahí veis cómo justamente el entrechoque de ambas revela, hace patente, no a los ojos, pero hace patente, hace presente, al actor que no es nadie, es decir, al actuador, al actor que se agota en la actuación, y que por tanto ni puede ser el actor que figura en el cartel y que tiene su persona, ni puede ser el personaje del argumento. Eso es uno de los juegos que se pueden hacer para descubrir la falsedad de la verdad que se nos impone; descubrir la falsedad de la verdad que en las vidas corrientes, fuera del teatro, se nos impone y dando lugar, como antes os mostraba, a cualesquiera crímenes o cosas por el estilo que queráis recordar.

Este juego será hasta cierto punto revelador de la mentira de la verdad. No es el único juego. Lo que estamos haciendo o creo que estamos haciendo aquí en esta tertulia, si mi deseo, mi sentido común, tuviera algo que decir, es del mismo orden, es otra forma de juego, no precisamente teatral pero que en algo se le parece, que trata justamente de descubrir la mentira de la verdad, es decir, no luchar contra la Ley de la Existencia en la que participamos con los animales y los astros, sino simplemente con la especial mentira humana, la del saber la muerte, la de la verdad. Esta tertulia misma también tendría que tener eso: aparte de las máscaras, que son nuestras caras, evidentemente son nuestros personajes en la vida real y social, los que hacen lo que tienen que hacer, los que se ganan el pan, los que entran en relaciones políticas, conyugales o lo que sea, hay algo más —hay algo más—, como en el caso del teatro, fuera de la máscara, por debajo de la máscara, eso a lo que aludimos de vez en cuando con ‘pueblo-que-no-existe’, ‘yo-que-no-soy-nadie’, ‘yo que no soy el yo’ sobre todo, ‘yo que no soy el yo’, ‘yo-que-no-soy-nadie’, y eso que aparece en un tiempo inasible, ahora mismo, que cuando se dice AHORA ya no es AHORA. Todo eso que viene de abajo y que está apresado, oprimido, pero en los juegos estos se dirigirían contra el especial engaño humano, que es sumamente eso de la introducción de la verdad, de la pretensión de la verdad, la verdad en Política, en Amor, en Ciencia, en cualquier sitio.

Bueno, pues con esto ya os dejo correr, el rato que nos quede, la voz para que saquéis cualesquiera ocurrencias o contradicciones que os hayan venido. De manera que ¡adelante!, por favor.

          -Sí. Es sobre la aparente contradicción que hay en el soneto entre lo fingido y lo falso, ¿no?, que parece que son dos cosas iguales pero son distintas. Se me ocurre que lo falso verdaderamente lo es porque tiene pretensión de ser verdad, y sin embargo lo fingido no tiene esa pretensión en tanto que se vende como fingimiento.

          AGC -Al contrario: el juego consiste en por medio del fingimiento revelar la falsedad de lo que se tiene por verdad. ¿Qué más?

          -Que me llama la atención porque es… ¿por qué…, pues eso, los hombres tenemos esa tendencia a querer saber lo que son las cosas?, porque, por ejemplo, en la Realidad…

          AGC -Lo que son las cosas, no.

          -…esa tendencia a querer saber lo que son las cosas. ¿De dónde nace esa pretensión de…

          AGC -No simplemente saber lo que son…

          -O esa pretensión de verdad.

          AGC -…saber de verdad. Saber lo que son de verdad.

          -Sí, sí, pero que ¿de dónde nace eso?

          AGC -¡Ah!, pero es una condena, ¿no?, a… Deberíamos acudir a los mitos que nos esplican, por ejemplo, el de Prometeo, la manera… o, por ejemplo, el de Adán y Eva, la manera en que un animalillo prehumano comete el error de levantarse contra Dios, contra Zeus, contra el Señor, y se lo carga. Tontería, porque aunque sean mitos y por tanto engañosos como la Historia, siempre nos introducen el Tiempo real de donde nos viene. Es así: nos encontramos no sólo metidos en la Realidad sino costituidos por la Realidad. Es tal vez inoportuno ponerse a preguntar ¿por qué o de dónde nos viene esto? Es así, eso es lo primero, la Realidad, con todas estas falsificaciones y no hay más que o tragar y someterse, o no tragar ni someterse del todo, nada más. Sí.

          -Me venía esta frase que se dice mucho, así, en la vida, a veces, ¿no?, que es esto de “No hagas teatro”, “No hagas teatro”. Se dice “Di la verdad, no hagas teatro”, “no seas teatrera”, “no…”.

          AGC -Sí, porque esa frase se fundó antes del invento del cinematógrafo, si no, probablemente eso lo habrían dicho de otra manera. Hace alusión a hacer un mal teatro, y la madre que corrige a la hija así, no se da cuenta de que ese mal teatro es el que se hace costantemente en la vida corriente, ¿no? Bueno, sí.

          -Sí, yo es que en realidad yo no veo esa separación, entre lo fingido o lo real, digamos, hablando concretamente del teatro… A mí me da la impresión de que realmente esa máscara griega no está para decirle a la gente (o a la gente que lo veía en ese momento, en ese tiempo) “Esto es un juego sólo, éste no es el actor”, sino que está para decir… está más para decir “la realidad más profunda de lo que vais a experimentar, yo únicamente lo puedo dar a través de la máscara, no a través de contarlo en un cartel”. Es decir, como si siempre que tratemos de encontrarnos a nosotros mismos, saber quiénes somos, tengamos que mirarnos en un espejo. O sea, tengamos que encontrarnos en los otros que escuchan, en un momento determinao en la representación que hacemos, para indicar claramente y de un modo sincero: “No, si lo que te estoy diciendo no es sólo lo que te estoy diciendo”. Como si siempre encontráramos una limitación en eso que llamamos racionalismo o raciocinio, racionalidad, y tratáramos de algún modo mediante la representación, el mito, de no limitarnos a ese racionalismo. O sea… No sé si me estoy explicando…

          AGC -Sobre todo, según ha estado usted esplicándose cada vez más, se ha puesto más oscuro, empezó con bastante claridad. Y esto no le pasa a usted sino que suele pasar muchas veces. Desde luego el error principal que encuentro en lo que dice es que ha querido usted salvar el término Realidad hablando de una realidad más profunda. Y luego, me parece, que por desgracia, lo ha relacionado con lo de conocerse a uno mismo, de manera que eso queda —digamos-un poco aguado o entibiado con respecto a la manera en que lo hemos dicho. Estuve diciendo no reconocía que una realidad, la de la máscara, fuera distinta de la realidad de la cara, del actor. Eso es claro, lo hemos visto aquí, y eso es lo importante: es el juego de la una contra la otra, de una realidad contra la otra, lo que se podría usar para descubrir la mentira de la Realidad. Los espejos y los contrincantes generalmente no valen para mucho, generalmente tienden a confirmarnos la Realidad.  Hombre, un espejo, desde luego, tal como se usa de ordinario, no descubre nada, no nos descubre nada de la especial falsedad humana de la Realidad. Sólo, como hemos dicho aquí, cuando, en lugar de mirarse, se pregunta uno ¿cómo es que éste del espejo tiene el anillo en la mano derecha cuando resulta que yo lo tengo en la izquierda? Sólo cuando sucede algo de eso es cuando el espejo puede empezar a decirnos algo interesante, sí. Bueno, más. Sí, Isabel.

          -Que el soñador y el soñante también podría…

          AGC -Sí, sí, eso. No lo he querido volverlo a sacar. Cuando sacábamos esto del teatro antaño lo comparábamos con la situación de eso: el que está tumbado en la cama durmiendo es una realidad, duerme para descansar y volver a [trabajar el día] siguiente; cuando sueña con cosas entre las cuales está él mismo, por así decirlo, esa realidad, ese sueño, es una realidad como otra, igual que la ficción teatral. Y tiene que haber otro que es el que sueña y que no es ni el uno ni el otro, que no es ni el uno ni el otro: ni el que está dormido, que ya bastante hace con dormir, ni el que está en el sueño, que hace las cositas que le corresponden al argumento que se traiga en el sueño, ¿no? Aparte tiene que estar el que sueña que no es nadie, que no es nadie. Efectivamente es el mismo el caso.

          -Yo no estoy muy de acuerdo con la múltiple realidad que…

          AGC -¿Con la?

          -Con la múltiple realidad que se ha expuesto aquí, porque si partimos primero —digamos-de la visión trascendental de la metafísica de Kant, es decir que no podemos de ninguna manera saber nada de metafísica, por lo tanto sólo podemos aceptar la Realidad tal cual es. Ésa es la única base que tenemos para entender el mundo y verlo. Lo que vemos en la Realidad, ¿ésta cuál es? No es que haya una realidad, por ejemplo, en el ejemplo del teatro de los actores actuando y de los actores como personas antes de actuar o mientras están actuando pero a diferencia del momento de que actúan, sino que existe la realidad de que el ser humano es capaz de actuar y de imitar o falsear una actitud que no es la real, poner una cara, por ejemplo, de sonrisa cuando no siente alegría, y esa realidad le permite pues ser. Yo, por ejemplo, yo soy persona, puedo fingirte o intentar engañarte con una sonrisa, y esa realidad es al mismo tiempo conjunta, no es que exista la realidad mía como yo persona sin sonreír y yo persona al sonreír fingiéndote, sino que existe la realidad de que yo, como ser humano, puedo fingirte, te finjo y tú, como espectador, me miras. Y miras la historia que es real al mismo tiempo que yo estoy actuando a voluntad propia porque está la realidad de que puedo, tengo la capacidad de fingir.

          AGC -Sí, no sé por qué…

          -Yo lo veo así, como una única realidad.

          AGC -No sé bien por qué sacas esto. El que uno diga que tanto la historia del argumento es real como lo que está pasando en la sala del teatro es real, no quiere decir que uno ha dos realidades que no sean ambas realidad. He insistido en que las dos son reales. Yo no sé muy bien ya, después de lo que has dicho, si tú has cogido bien qué es lo que aquí se está entendiendo por Realidad. Me parece que te está engañando un poco el ser humano y la creencia en la voluntad de cada uno, y también te está engañando un poco Emanuel Kant, porque aquí no se hace filosofía, ¿eh?, aquí nada de eso nos sirve, aquí nos lanzamos contra la Realidad que es lo que tenemos, en lo que estamos metidos, descubrimos sus fisuras, contradicciones, mentiras… Y lo otro aparece precisamente como lo desconocido, lo que no…

          -[] como varias realidades, sino que lo veo como la realidad que se ve desde la actuación de la obra, del discurso, es al mismo tiempo… o sea, no es una realidad distinta a la realidad de los actores…

          AGC -No: todo es real. Todo es real. Lo que pasa es que en la vida corriente se hace mal teatro, no se hace…, se hace un mal teatro, efectivamente voluntario, es el ser humano el que defiende su careta, la de la cara. Y luego el juego del teatro tiene esa gracia de que separa dos personas en una, junta la otra y la una y las hace chocar.

          -Algo fundamental también es el tiempo, en cuanto a los tiempos de representación y el Tiempo real que está por debajo, ¿no?...

          AGC -Sí, señor.

          -…Es una cosa que no se ha dicho y…

          AGC -Eso iba con lo otro, es algo en lo que he insistido. Si queréis, en el libro Contra el Tiempo, el último ataque está dedicado justamente a eso, el último ataque contra el Tiempo, a lo que pasa ahí y que has recordado muy bien. Un Tiempo real es el tiempo de la representación, que normalmente debe ser hora y media, como también para las películas, salvo desviaciones, y otro Tiempo real es, por ejemplo, pues los tres días o los siete meses que pueden haber trascurrido en el argumento, y el choque entre un tiempo y el otro es justamente fundamental para el juego del teatro. Gracias por recordarlo. Sí, un momento…

          -Yo creo que para encontrar un conflicto entre dos realidades no hace falta ir al teatro, ¿no?, que se me ocurre que cuando a uno le dicen que es tal cosa y le cuelgan una etiqueta, ¿no?, y, bueno, a mí alguna vez me ha dao por pensar y darle vueltas y decir “Pero ¿seré eso que me han dicho?” y ponerme a recordar, o que poco tiempo después me digan que soy lo contrario. Entonces, en ese momento me parece como que me doy cuenta de que las dos cosas son como postizas y son como máscaras, intercambiables y yo estoy en medio.

          AGC -Lo malo es que te creas que tú no eres máscara, que ésas son falsas, ni “ésa no soy yo”, “ésa no soy yo”, si no pasas de ahí y te dejas desvanecerte, desengañarte de quién coños puedes ser, eso puede ser una liberación. Ahora, si te crees que tú tienes a tu vez una tercera convicción, que tú sabes quién eres de verdad, entonces ya estamos en lo habitual y perdidos.

          -Que puedo intentar buscar cuál es la…

          AGC -No, si te quedas en la pregunta y en la estrañeza…, lo malo es que eso se funde en que tú estás convencida de cómo eres de verdad.

          -No, o sea, me refiero también a que si lo intento buscar, pues no encuentro que sea ni ésta ni la otra ni… que cada vez es una.

          AGC -Sí. Sí, sí. Mientras la cosa quede ahí, es un descubrimiento, es una revelación. ¿Qué más?

          -Yo es que quería…

          -Hay una cosa evidente que…

          AGC -Un momento, que es que no sé. Perdona, Jaime, a ver.

          -Que antes decíamos que la Realidad es falsa porque pretende ser todo lo que hay…

          AGC -No.

          -Antiguamente decíamos eso.

          AGC -La especial…

          -…La Realidad es falsa…

          AGC -La especial…

          -¿Qué especial?

          AGC -…condición de la Realidad humana consiste en…

          -Que es falsa porque pretende ser todo lo que hay.

          AGC -Eso es lo humano.

          -No sé, se hablaba de la Realidad. Ahora, en cambio, hoy parece que añadimos: no cabe verdad en la Realidad…

          AGC -Claro, no es que añadamos…

          -…luego entonces si a esto añadimos que la mentira, que se dice la mentira de la verdad, ahí yo veo como una contradicción. Una contradicción porque se supone que lo que no cabe en la Realidad es precisamente la verdad. Y si llamamos que la mentira de la verdad, no podemos decir eso porque justamente lo diríamos si está en la Realidad pero como no cabe, ¿cómo vamos a decir eso?

          AGC -Si en la Realidad no cabe la verdad y uno descubre la mentira de la verdad que en la Realidad se nos da, ¿qué le pasa a uno?: que se está saliendo de…

          -No, no está ya.

          AGC --Si en la Realidad no cabe la verdad y uno descubre, dice NO a la verdad de la mentira que en la Realidad se nos vende, se está saliendo uno de…

          -Te estás saliendo, te estás saliendo del propio…

          AGC -¿De?

          -…de la definición misma, de la cosa.

          AGC -No: te estás saliendo de la Realidad.

          -De la Realidad, claro. Pero es que entonces eso es una trampa. Eso es una trampa, es un juego que no conduce a nada.

          AGC -No, no, no: es simplemente cuestión de pensarlo un poco mejor.

          -No: cuestión de que no es posible.

          - Yo voy a ser muy breve porque ya ha pasado el tiempo. Pero hay una cosa evidente: en estos momentos se utiliza la corrupción, se está atacando la corrupción, parece ser…

          AGC -¿La qué?

          -La corrupción, pero se acusa a unos señores de corruptos, a otros señores de corruptos, y entonces dice “No, esto que lo resuelvan los tribunales”. Pero inmediatamente dicen “Pero, cuidao, que los tribunales también pueden estar vendidos al otro enemigo político”. Y entonces ves allí mismo, ellos te están explicando que todo es mentira.

          AGC -Sí, señor.

          -Que es mentira cuando dicen que son corruptos, que es mentira cuando dicen que son honrados, es mentira cuando un juez o una jueza va a dictar quién es el que dice la verdad y el que tal. Entonces, todo eso…

          AGC -Pero por desgracia…

          -…Reconocen la mentira de la Realidad…

          AGC -Por desgracia nunca te sacarán la conclusión…

          -…Y eso se mueve en la Realidad.

          AGC -Nunca te sacarán la conclusión de que lo uno y lo otro es mentira y que dónde coño estamos. Seguirán creyendo en la verdad; unos en una, otros en otra, pero creyendo en la verdad. Sí, me parece que tal vez se ha hecho muy tarde, tenemos que…

-Nos han tocao el timbre ya.

AGC -Sí, pero un momento.

          -Bueno, como la cuestión de los ideales en matemáticas no salió ahora y se planteó al principio, yo creo que la manera en que la matemática [] para ponerse no quizá a juego, sino al servicio de la Realidad, establece cuestiones como por ejemplo (la has presentao bien, pero la matemática jamás la presentaría así) el número de los números, devienen que hay un ideal que es ‘todo’ que está de alguna manera actuando, de tal forma que cuando los matemáticos han intentao esplicar ‘número’, siempre lo han hecho a través de conjunto, como totalidad. Entonces, normalmente ellos dicen “El conjunto de todos los números (que es finito en ese sentido, que está definido, que es ‘n’, ese conjunto) al cual hay que dotarle después de un número” (esa cuestión que acabó evidentemente en contradicción; en contradicción que es el conjunto de todos los conjuntos, acabó necesariamente y tuvieron que padecer ese desgarro).  Pero esa cuestión de un ideal como ‘todo’ que tenga que hacerse compatible con número en cierto sentido, porque de alguna manera los números, como entes ideales, parece que surgen en cierto sentido de otra manera aunque sean íntegros ellos, pero podíamos decir “5, 6 estaban ahí sin que alguien lo pensara como un todo, como algo pensado como un conjunto”, es decir que en el momento en que ese conjunto de cosas o de elementos, como dicen los matemáticos, ese conjunto de elementos perfectamente definidos permite definir o establecer otro número, digamos, de cardinal o de potencia superior, estableciendo entonces esa manera de finitud, hay una finitud del total de los números y hay una finitud del número que cuenta el total de los números. De manera que hay N grande y ?0  (aleph sub cero), por emplear las dos primeras maneras de aparición. Como consecuencia, la complicación yo creo que nos surge en este paso de que se aspira a que los números sean tratados como cosas pero al mismo tiempo sean ideales.

          AGC -Sí, bueno, ésta es otra cuestión, lo de los números como cosas o que se contagien de cosas. En lo otro yo creo que es razonable. Aunque digamos que son imposiciones desde Arriba ‘todo’ y ‘5’ evidentemente pertenecen a regiones o mecanismos del ideal distintos, más o menos que se hagan después compatibles, pero esto no creo que tenga que ver tan directamente con el desarrollo de los trasfinitos y cosas así, y yo creo que está más bien condicionado porque estaba mal planteado lógicamente el problema y incluso hasta el rebatimiento de la noción de conjunto de conjuntos. 

Es muy tarde para volver sobre ello y ya lo hablaremos o juntos o aquí, pero desde luego lo otro, sí, hay que reconocer en el ente ideal y en la imposición de ideal, de exactitud, de ser lo que es, hay mecanismos distintos por así decir.

Bueno, pues si nos deja quien puede, dentro de siete días nos encontramos.