25.05.2011

Tertulia Política número 283 (25 de Mayo de 2011)

Agustín García Calvo

Ateneo de Madrid


 

Tertu283-25-5-2011#Tertu283-25-5-2011.mp3

 

 

 

TRANSCRIPCIÓN:
 
 
Seguimos pués con esta guerra en la que llevamos… ¡Uf!, mucho más de 13 años ya, 13 años o no sé cuánto; no nos va a entrar impaciencia ahora, después de haber tenido paciencia durante todos esos años, de manera que con ello seguimos y coincide que algunas de las cosas que nos traíamos entre manos tienen que ver con este descontento público entre gente menos formada, que se ha levantado entre nosotros, en la Puerta del Sol o por ahí. Algo tiene que ver siempre.

Volviendo sobre cómo tomarnos eso de la Realidad o Existencia, en torno a lo cual tantos líos se han formado en filosofía, literatura y por fuera también de las letras, supongo que los que me acompañáis ya unos cuantos días habréis sentido lo razonable de considerar que esto de la Realidad o Existencia no puede entenderse de otra manera más que como una guerra, como una contradicción; como una contradicción naturalmente entre cosas  que vienen de Arriba y cosas que vienen de abajo, de forma que la Realidad o Existencia quede situada justamente en el choque, en la contradicción, de lo uno con lo otro.

No tengo que recordaros que los nombres que esto recibe no nos pertenecen a la lengua común: el verbo ‘existir’ es un invento de las escuelas, los términos ‘real’ y ‘realidad’ también, sólo que han entrado mucho en la lengua verdadera, que es la lengua corriente y común, y hay mucha gente que sin ser letrada ni filósofa dice de “existir esto o lo otro”, si existen los ogros o no, y de la Realidad que se confunde con verdad cuando se dice “En realidad” como si fuera lo mismo que “En verdad”, y otros usos por el estilo. De manera que simplemente aquí nos aprovechamos de lo estendidos que estos términos de las escuelas han llegado a estar  para engañarnos un poco menos en cuanto a la manera de entender la Existencia, la Realidad en general y nuestra existencia, nuestra realidad en particular como uno de los casos.

Si no entendemos como una contradicción, como una lucha, entre los ideales venidos de Arriba, de Dios matemático —como hemos descubierto como atributo suyo propio— y lo que viene de abajo, lo que queda abajo, lo que se pierde por abajo, que es justamente lo desconocido, si no acertamos a entender bien la Realidad o Existencia como el choque o lucha entre lo uno y lo otro, volveremos una y otra vez, como ha venido sucediendo, a equivocarnos y a llegar a la confusión, que todavía es bastante reinante, de pensar que esto de la Existencia es una de dos: o natural o verdadero.

Éstas son la idioteces multiseculares que han venido cundiendo y contra las que os hablo. Espero que se revele con claridad, por lo menos al sentimiento, que esto de la Realidad, de la Existencia, no puede ser ni lo uno ni lo otro: ni puede ser verdad ni puede ser natural. Cualquiera de las dos maneras de pensar nos equivocan y desde la equivocación, en este plano astracto, nos llevan a equivocaciones costantes en los planos más inmediatamente reales o políticos o psicológicos, como queráis tomarlo. No puede ser verdadera, lo cual sólo podría querer decir “matemática”, es decir, perteneciente a un reino en donde la identidad a lo largo de la formulación de cualquier cosa que sea se mantiene, y así  “A” puede ser igual a “A” y lo que es puede ser lo que es, cosa que en realidad —ya estaréis conmigo— no sucede nunca. Nos agitamos, existimos en aproximaciones; aproximaciones y... como que esos pájaros que ahí vuelan sean ciento, porque para ir tirando basta; qué más da si luego se ve que son ciento uno, ciento dos… No, eso no importa: para efectos de la realidad en que eso se dice basta; y si el comprador o el tendero piensa que lo que se decía 5 kilos de azúcar no son precisamente 5 kilos, o bien que aquello no era precisamente azúcar tal como uno la tenía concebida, pues, bueno, ¡qué se le va a hacer!: desgracias de la Realidad, así vamos tirando; pero para ir tirando, para existir, con esas aproximaciones basta y con ellas nos contentamos.   

No tengo que recordaros más ejemplos para mostraros que nada de verdadero en el sentido de rígidamente lógico, matemático, puede pertenecer a la Realidad: no hay cosa, no hay situación, no hay relación entre cosas que se ajuste con esa exactitud ideal; no se puede decir que sea verdad. Por otra parte no puede ser natural, no puede ser algo que proceda (tomando lo de natura en serio), que proceda de lo desconocido, de lo que no está formado ni costituido, aquello vago, indefinido, que lo hay, porque así lo sentimos pero que nunca se puede saber, nunca se puede conocer de verdad más que reduciéndolo a real. No puede ser natural nada de lo que nos pasa, nada de lo que les pasa a las cosas en ese sentido, porque es evidente su formación, de las cosas, de las situaciones, de las relaciones, su formación por ideas de la cosa misma, por ideas que vienen a ser, como bien recordáis los que me acompañáis en esto, los significados de las palabras que lo tienen, que tienen significado, en uno cualquiera de los idiomas reales en que la lengua o razón se manifiesta realmente. Están costituidos por, formados por, ideas, si no, ni habría existencia ni habría comercio, ni habría ordenación social de ningún tipo; todo eso se produce (el intercambio comercial, los intercambios del dinero, las ordenaciones políticas de una clase o otra), se produce por medio de ideas, de significados; no hay realidad sin ideas: la realidad o existencia consiste en esas ideas; ésas que, como en la primera parte hemos dicho, se descubren falsas en cuanto se pretenden verdaderas. Pero que, como ideas falsas o no, ahí están actuando y sólo con ellas se puede entender la Realidad.

No creo que haga falta insistir en esta especie de resumen. Nuestra realidad y la realidad de las cosas, la existencia de las cosas y nuestra existencia no pueden consistir más que en ese choque, ese intento siempre fracasado de identificación entre la verdad que viene de Arriba y lo vivo, indefinido y desconocido que viene de abajo. Sólo así os encontraréis situados vosotros mismos como cosas, y yo, nos encontraremos situados, como las cosas en general, de una manera no tan engañosa, no tan engañosa; porque lo dominante es el engaño, es decir, hacerlo pasar por natural, por ejemplo, llamar a esta existencia “vida” —vida—, llamar amor a lo que llaman amor, llamar libertad a lo que llaman libertad, es decir, hacerlo pasar por algo que está por debajo de la existencia, o bien convenceros de que los números, las estadísticas, las cuentas de las Bancas y demás tienen su sentido, son verdaderos, porque justamente están diciendo la verdad acerca de los productos, acerca de las poblaciones, acerca de las mercancías, acerca de todo lo demás. Estos son los dos engaños que sufrís, si queréis daros cuenta de ellos, que los sufrís costantemente, que se alterna el uno con el otro y que para engañarnos sirven, el uno y el otro, de una manera o de la otra. La Realidad, hay que decir frente a esto (ésta es la rebelión), no es ni verdadera ni natural. Ni verdadera ni natural. En ella nos encontramos. 

Ahora vuelvo sobre el caso del tipo de cosas que somos nosotros los hombres: nos pasa por tanto (en cuanto que hemos aprendido aquí, yo creo, a reconocer que no somos más que un tipo de cosas entre los demás tipos de cosas), nos pasa en cuanto cosas lo mismo que a las cosas en general: nuestra existencia humana, nuestra realidad humana, se coloca en una situación de guerra, pero —y esto es lo que da sentido a la rebelión de esta tertulia contra el hombre que venimos sosteniendo hace mucho tiempo— pero de una manera especial, diríamos desproporcionada, con respecto a las demás cosas. No olvidéis los que estáis conmigo que esto va a tener que ver inevitablemente con aquello que hemos dicho que nos separa de las otras cosas, que no es lo de hablar, ni por tanto llorar o reír, como a veces humanísticamente, patrióticamente pretendemos, porque eso es negarles a las cosas el habla, cuando las cosas están hablando, si se las quiere oír; están hablando y razonando cada cual en su lengua, que nosotros no entendemos porque entendemos sólo la nuestra, pero eso no nos priva de reconocer de alguna manera que están hablando, que hablan, que razonan, y por tanto no es eso lo que nos distingue. Nuestra lengua es una de las lenguas de las cosas, que nos parece naturalmente la única por puro patriotismo y sin ningún fundamento, de la misma manera que a los antiguos griegos las maneras de hablar de los bárbaros les parecían balbuceos y hablar de verdad era hablar  griego. En esa misma situación detestable y patriótica es en la que nos encontramos con respecto a la humanidad. No es eso lo que nos distingue; nos distingue (una vez más) saber la muerte. Eso es lo que no le podemos atribuir a las otras cosas, y este saber, nuestro saber, es el que efectivamente nos coloca de una manera especial y, como antes adelantaba, desproporcionada en cierto modo: saber lo que no hay aquí, saber lo que no se está dando, saber la muerte que nunca está aquí. Que nunca está aquí pero que como idea, como futuro, nos domina, nos estropea los restos de vida, nos mata y sirve para la administración de muerte, que es la función esencial, como recordáis, del Estado, del Capital, del Poder en general.

Eso es lo que hace que el dominio, digamos, de lo de Arriba, del ideal, del saber, sea en nosotros algo desproporcionado, que todas nuestras relaciones personales, familiares, sociales, estatales, de cualquier clase, están condicionadas por este saber del futuro, por este contar con el futuro. Esto es lo distintivo y esto justamente es lo que nos hace estar contra el hombre, porque ya comprendéis que no sólo es una mentira sino que es una mentira desproporcionada, tremenda. Esto es lo que, cuando entre la gente que se siente más o menos rebelde o descontenta, se habla, se hace notar de esa manera: os están cambiando cada día el vivir por el futuro, os están haciendo creer que vuestra vida es futuro, lo cual quiere decir que es muerte, que es la siempre futura. Y en ese sentido decimos una y otra vez “administración de muerte” como función de los entes superiores, como función del Estado, del Capital; si alguien quiere resumirlos todos en Dios, digamos como función de Dios: administración de muerte.

Esta administración de muerte, este saber de la muerte que nunca está aquí, de la muerte futura, es justamente lo que crea el tiempo humano del que muchas veces hemos hablado: el tiempo humano, es decir, el de los relojes y los calendarios que, salvo por mala intención, no se nos ocurre atribuírselo ni a los animales ni a los árboles ni a los planetas ni nada; es el nuestro. Y es el nuestro justamente porque es ése en el que el tiempo está reducido a un espacio —como cualquier otro espacio, que tiene arriba y abajo, derecha e izquierda, cualquier espacio de la realidad— y, partiendo del futuro —de la sumisión a la fe en el futuro, el saber de lo futuro—, se procede igualmente a convertir cualesquiera memorias vivas, desmandadas que nos queden en Historia, reducirlas al calendario. Y esto que con los libros se hace a lo largo, la televisión lo hace cada día de inmediato: convierte la realidad en historia; convierte lo que está pasando en historia en el mismo momento en que os la presenta en el informativo, os está diciendo “Esto es lo que pasa”. No: esto no es lo que pasa, esto es lo que pasaba convertido en realidad, convertido istantáneamente en mera realidad, en existencia, por tanto en idea de sí mismo, que es lo que al Poder le sirve para seguirse manteniendo.  Ésta es la característica, la distinción de nosotros, hombres, contra el resto de las cosas. 

Cuando nos lanzamos a alguna lucha, a alguna forma de rebelión, es por tanto bastante natural —digamos— que lo primero sea lanzarnos contra nuestra realidad, contra la humana, que el principal objeto de ataque sea el Hombre con todas sus istituciones, el Hombre en este sentido preciso, heredero de Dios, Hijo de Dios, es el todo-esciente, el que lo sabe todo. Es lo primero porque es lo más inmediato que nos toca, no por otra razón. Desde luego hay que entender que cualquier lucha contra el Poder Humano, contra el Estado, contra el Capital, tiene que estar respaldada por ese desengaño acerca de la Realidad y la Existencia en general, que por eso os lo he traído a las mientes, os lo he recordado.

Pero directamente, lanzándonos contra lo que nos toca más de cerca, ¿cuál es la desproporción que en este sentido nos distingue de las otras cosas? Bueno, cuando observamos esta lucha entre la idea y lo desconocido en animales, en bestias, plantas, en otras cosas, nos da la impresión de que esa lucha está relativamente equilibrada, es relativamente armónica en ese sentido, en los animales mismos, incluidos los herbívoros y los de presa y cualesquiera otros, parece que la alternativa, la coexistencia de morir, de vivir, seguir viviendo, de morir, de encontrar su muerte, se producen con un relativo equilibrio y que a ninguna cosa puede trastornar. Ésta es nuestra impresión; por algo nos dará esta impresión de armónico, de natural, de equilibrado, lo que vemos alrededor cuando nos dejamos sentirlo; será porque partimos de lo nuestro, y en lo nuestro evidentemente no hay tal equilibrio ni tal armonía.

Quiere decirse que, aunque cada uno de nosotros esté de alguna manera compuesto de lo que viene de Arriba, de esa idea de sí mismo, de esa convicción de que uno es el que es —toda esta gran mentira— y aquello que por debajo se resiste y continuamente quiere no aceptar, está decidido a no aceptar semejante idea, aunque eso sea así, tenemos que reconocer que la proporción, por lo menos en la mayoría de los hombres, está desequilibrada, que domina mucho más, está mucho más cerca del Poder, la convicción de que uno es el que es.

Así que, al atacar al hombre, estoy de la manera más razonable atacándome a mí mismo, atacando a uno, al uno, al Yo que no soy yo, en cuanto representante del hombre. Apenas hace falta recordar que en la famosa frase de Protágoras “El hombre, medida de todas las cosas que son lo que son y de todas las cosas que no son lo que son”, usando un poco la frase, lo mismo se refiere a ese el Hombre con mayúscula a que os tienen acostumbrados desde la escuela, que se refiere a cada uno. El Hombre quiere decir juntamente lo uno y lo otro y no hay peligro en confundirlos cuando se dice el Hombre.

Pues, bien, mirémoslo en cada uno de nosotros mismos, mirémoslo en mí mismo en cuanto un tipo real, en uno cualquiera de vosotros en cuanto siendo un tipo real, y fácilmente encontraréis que aquello que nos queda de indefinido, de vago, de sensitivo, de resistente al dominio, de resistente a la idea, está siempre como en derrota bajo la convicción que viene de Arriba, de la ordenación social, de la fe en uno mismo, de cada uno en uno mismo y de todo aquello que viene del ideal.

Supongo que me acompañaréis en este sentimiento que ahora os estoy presentando desde luego como desgraciado —desgraciado—, como un ejemplo y origen de desgracia que es lo que nos puede mover a cualquier tipo de rebelión política o la que sea: como desgracia.

Bueno, pero hay que añadir, porque las cuentas son así, en esto de las cuentas nunca acaba, que está claro que en unos cuantos ejemplares de esta especial fauna que nosotros somos la desproporción parece que tiene que variar. Todos estamos [] dominados por esta fe que viene de Arriba, en uno mismo, en que uno es el que es, y dejando lo otro como siervo, como sometido, como simplemente resistente; pero esta desproporción varía, sin duda, de unos a otros: hay alguno en que esta desproporción, por lo menos a ratos, sea menos grande y se deje dominar por lo que le queda de sentimientos, de sensitivo, de indefinido, de vago, de venido desde abajo; y hay otros en cambio en que el dominio de las convicciones, de las ideas, de los números impuestos en la Realidad, es mucho más poderoso.

Os estoy metiendo en un asunto que parece político, que es el asunto de “las mayorías”, de “la mayoría”. Supongo que os habíais dado cuenta. Pero voy a insistir un poco en ello.

Efectivamente tenemos que contar con que en las colectividades, también las más dispersas, pero sobre todo las que están costituidas como población de un Estado, que es la forma de ordenación más avanzada, las mayorías son de la primera clase, es decir, de los convencidos; de los convencidos, de los creyentes en que uno es el que es, por tanto que uno sabe adónde va, que uno sabe qué quiere, que uno sabe qué compra, que uno sabe qué vota… El más avanzado de los sistemas, que es la Democracia, no podría subsistir un momento si la mayoría no fuera así. Esto está bastante claro: sólo se sostiene por la mayoría, y si se sostiene por la mayoría es gracias a que en la mayoría de una población cualquiera la dominancia de la fe, del saber de la muerte, de la convicción de que las cosas son lo que son y que uno es el que es, es dominante; es dominante con mucho, hasta el punto de que muchas veces pueda parecer que por debajo no les queda nada; que por debajo ya no les queda nada. Así tiene que ser la mayoría y sólo así puede sostenerse el Poder. Es lógico, si lo pensáis bien, es la dominación desde Arriba, la dominación del reino de Dios, el Poder, y por tanto es normal que sus súbditos y clientes se ajusten a esa fe de la manera más estricta y más dominante posible, si no, ¿a ver qué Democracia podría sostenerse un momento?

Esto es la mayoría en una población, en una colectividad; pero ahora tengo que haceros pasar (los que me acompañáis hace tiempo estáis ya acostumbrados a este paso) a la mayoría de uno mismo; lo cual, según lo que vengo diciendo, puede presentar algún lío, por eso conviene que intentemos aclararlo. La mayoría de uno mismo (decimos como hombre y sumiso y súbdito y cliente que uno es) es de fe, de atenerse a las ideas recibidas, pero evidentemente como uno mismo no es verdad que sea uno mismo, como uno mismo está demostrando y demostrándose una y otra vez que no es el que es, que eso era una mentira, tampoco uno puede tomarse como especie de costitución fija, de regla fija: también en uno mismo la mayoría será en un trance determinado la fe, la creencia, la sumisión al orden social, al orden psicológico, y en otros ratos no tanto; en otros ratos no tanto, en otros ratos la resistencia desde abajo, el deseo de vivir de verdad, de sentir —que es también pensar de verdad— puede desbaratar mucho, en una gran proporción, todo el montaje que está Arriba, en la persona, en la persona de uno, hasta cierto punto.

Esto tenemos, sin duda, que reconocerlo, y estas alternativas en la desproporción entre un componente y otro del ente real es lo que me interesaba ante todo que se entendiera bien. Notad que en el plano político está tal vez más claro que en ningún sitio: una población nunca son todos los que son, esto es imposible, pero según el Poder ha venido avanzando hasta la Democracia desarrollada, se ha desarrollado el truco por el cual ‘la mayoría’ sea lo mismo que ‘todos’. Lo conocéis bien, ¡cómo no lo vais a conocer, si estáis metidos en ello, estáis metidos en ello hasta el cuello, si es que no llegamos a ahogarnos en la cosa!  Ése es el gran truco: desde luego se oculta la imposibilidad de que un ideal se imponga de veras en la realidad. ‘Todos’, ‘todo’, no cabe en la Realidad, ni ‘nada’ (tampoco cabe) ni ‘uno’ (tampoco cabe).

‘Todos’ no cabe pero… porque no hay más que, como antes os mostraba, aproximaciones, pero por supuesto el reino del ideal necesita creer y hacer creer que sí, que hay ‘todos’; que, por ejemplo, la población de un Estado son todos y por tanto se pueden contar en un número de almas preciso y llevar una estadística del ascenso y descenso de la población en general, de los pertenecientes a un estrato social o al otro en particular, de los trabajadores, de los parados, de cualquier cosa, porque si no ¿cómo iban a hacer estadística si no se contara con que en la Realidad cabe, tiene sentido, aplicar los números sin mentir, cuando mienten?

Éste es el engaño en que estáis, estamos, metidos hasta el cuello todos los días; y efectivamente el gran truco consiste en eso, que una aproximación suficiente, un tanto por ciento de votos lo bastante, que señala una mayoría, es como si fueran todos; y el resto de los convecinos, pues tragamos, decimos “Pues, sí, si la mayoría quiere eso, si la mayoría quiere eso, es que todos queremos eso”; no cabe la menor duda, ésa es la ley, ¿quién se va a poner así, de repente, contra la ley?

Éste es el truco de la mayoría,  pero (por eso os lo recordaba antes) no tenéis que olvidar, que esto que pasa en un Estado, en uno mismo pasa lo mismo. En uno mismo pasa igual. ¿Qué es lo que decide las acciones de uno?, ¿qué es lo que toma sus decisiones, qué es lo que quiere esto o lo otro?: pues un acuerdo semejante. Es como si dentro de uno mismo, donde están en lucha los intentos de ideal y de fe con las resistencias vivas contra ello, en uno mismo se hubiera acordado que la mayoría es como todo. Y si “la mayoría” es lo de Arriba, la mayoría es lo más legal, lo más creyente, lo más establecido, y entonces la decisión de uno se toma en nombre de la mayoría, igual, igual que en un Estado. Se toma una mayoría y el resto, lo que nos queda de sensitivo, de sensible, de tal vez vivo, pues cuantías negligibles, eso se deja de lado. La mayoría vale por todos y así sucede también en cada uno.

Pues, bueno, está bien que entendáis que cada vez que hacéis, cada vez que hacemos, un acto de decisión operamos de esa manera en general; operamos de esa manera en general, es decir, tomando lo más alto, lo más fuerte que en nosotros hay, que es la fe, el creer que uno es el que es y que las cosas son lo que son, tomándolo, como mayoritario que es, como equivalente de total, todo. []. Apenas tengo que recordaros que esto no puede ser más que mentira, sobre esa mentira se produce la Existencia, pero uno nunca es del todo uno; uno nunca puede ser del todo uno; uno nunca puede ser en la Existencia, en la Realidad, el que es; uno mismo en verdad no es otra cosa que división dentro de sí mismo, no es más que lucha entre tendencias encontradas, es simplemente un acto de fe, el creer en uno mismo como siendo el que es, pero es mentira, como en Realidad los demás artículos de la fe, sean psicológicos o teológicos o filosóficos o políticos, todos tienen que ser necesariamente mentira en la medida justamente en que se hacen contar como verdad, en esa medida se vuelven falsos, no hay tal cosa.

Y por eso, pasando de individuos a colectividades, por eso cuando se producen en alguna protesta, como la que estamos viviendo estos días con la gente de la Puerta del Sol y los demás sitios, cuando se producen asambleas libres (que eran como se llamaban también hace 46 años, cuando yo me encontré envuelto en el primer levantamiento contra el régimen actual y los estudiantes se juntaban en grandes asambleas libres, durante febrero hasta marzo del año 1965, ¡nada menos!), en cuanto se vuelven a producir, y se seguirán produciendo siempre una y otra vez, grandes asambleas libres, la gracia que tienen es que no se sabe cuántos son. Esa debilidad para el Poder es justamente la fuerza de la rebelión: no se sabe cuántos son, es imposible porque en una asamblea libre están continuamente entrando y saliendo gente, y no se sabe ni cuántos se quedan así  de permanente o están de paso o esto o lo otro, cuántos están más, cuántos están menos… Bueno, en realidad de esta tertulia a lo largo de sus 13 años y no sé cuánto, se puede decir lo mismo, tampoco se sabe cuántos son en esta tertulia, no es siquiera compararla con algo tan vivaz y tan animoso como una tertulia libre en la calle, pero, bueno, por lo menos esta gracia de no saber cuántos somos también aquí la tenemos, es imposible; a lo largo de los años hay algunos pocos que han ido quedando conmigo, a lo mejor tal vez desde el principio, alguno que otro, otros que han entrado después, otros se han marchado, otros que vienen, otros que van, de manera que aunque cada día sean alrededor de ciento, resulta que ese ciento no cuenta los mismos; ese ciento no cuenta a los mismos ni puede contarlos ningún número. Es así. Como mañana he quedao en hablar con algunos de ellos por ahí tendré que recordarles que lo primero es no admitir ningún truco democrático como las ‘comisiones’ o las ‘representaciones’. En la rebelión no puede haber órgano libre más que el de una asamblea libre, y lo que se decida no lo decidirá por votación la asamblea, porque eso es imposible, dado que no es ningún número, sino por murmullos, abucheos, gritos, todos los procedimientos que una asamblea tiene para manifestarse, que son muchos y lo bastante precisos.

Eso es lo que quería recordaros volviendo a la política más inmediata, pero ahora ya os voy a dejar pasar la voz para que me habléis sobre todo de lo que se refiere a la manera en que os he presentado la ley de las mayorías, tanto aplicada a las poblaciones como aplicada a cada uno o cualquier otra cosa que se os haya venido ocurriendo, así que, ¡adelante, ya!

          — A mí se me ocurre que estos días, acudiendo a alguna de las asambleas por Sol, me he dao cuenta de que hay como dos tendencias en las asambleas, ¿no?: por un lado hay asambleas que mayormente que tienden a buscar una eficacia, que tienden a poder consensuar unas decisiones para poder convertirlas en actos, y, por decirlo así, están buscando realizar una acción, están ahí para la acción; sin embargo hay otra gente que eso no lo acaba de ver claro y de algún modo busca una asamblea en la que la acción, de darse, sea algo así como espontánea e inesperada, sin consenso. Entonces, claro, esto a mí me plantea la cuestión de la posibilidad de una asamblea misma: ¿hasta qué punto una asamblea, si elimina toda organización, toda la forma de organizarse, no acaba convirtiéndose en algo así como una tertulia itinerante, un poco diletante, vaga?, que quizá sea la mejor forma en la que surja una acción auténtica, ¿no?, pero desde luego es muy difícil que una revolución acabe con el Poder de ese modo.

          AGC — Gracias, porque lo has espuesto muy claramente, y no sólo gracias por mí, sino gracias para los demás que a lo mejor no están tan metidos en esto de las asambleas. No voy a estenderme mucho porque me estenderé mañana, o no, pero desde luego de esto hay que tratar mañana de una manera directa y a fondo. Evidentemente hay una noción de eficaz, de práctico, que es la que nos viene impuesta por el Estado mismo: las revoluciones, los partidos, rebeldes, una y otra vez han caído en la trampa, han tomado como eficaz y práctico lo que los banqueros y los administrativos y los militares toman como práctico, y así ya sabéis: el futuro. Tienen un futuro, tienen un fin al que se dirigen, hay un vacío que cubrir desde el momento en que se dice “hasta ese fin, y allá vamos y lo practicamos”. Así es como procede el Capital y todos sus funcionarios, así procede el Estado. Cuando se piensa en la eficacia como algo así, ya se está condenando a la rebelión a no hacer más que lo que estaba hecho. Una asamblea libre, cuando se produce, no está organizada desde Arriba, pero de alguna manera está organizada a la manera de los animales o las aguas del mar, o las nubes del cielo. ¿Quién va a decir que las nubes del cielo están organizadas numéricamente?, pero desorganizadas, no. Están bien organizadas y una asamblea libre también, y por tanto las decisiones que de ella puedan salir se toman como he dicho antes: se toman; se toman pero gracias a que hay medios que no son la votación. Hay medios que no son la votación ni la organización: por gritos, abucheos, risas, llantos, todo lo que en una gran asamblea puede producir y se produce, y que en mi esperiencia, de los años ’65 sobre todo, pues es suficientemente elocuente, puede ser lo bastante elocuente para poder seguir. Pero, bueno, digo que como esto va a tocar mañana hablar bastante, prefiero que os dediquéis a las cuestiones más abstractas. A ver.

          —  Yo digo que es que parece que hay dos tipos de asamblea: una que, como tú dices, están siempre entrando y saliendo, y otra que están siempre saliendo, que es lo que últimamente está pasando…

          AGC —   Imposible.

          —  …que últimamente están siempre saliendo…

          AGC —   Imposible. Si estuvieran siempre saliendo ya no estarían.

          —  [] hay menos, menos…

          AGC —   No, pero “siempre saliendo” no puede ser.   

          —  Siempre… o tiende a siempre saliendo.

          AGC —   ¡Ah!, bueno, pero eso de [], no.

          —  Y que casi siempre están aparejados con los dos modos de lenguaje. El modo de lenguaje (éste que se refería, que lo ha esplicao muy bien el chico), que es el usar el lenguaje como vehículo para la decisión, para la acción, de tal manera que la palabra es la preparación para una acción. Y otra es en la que el lenguaje mismo es al mismo tiempo juego con el decir, con la lengua, el decir cosas que en sí mismas las palabras son los hechos, son las acciones.

          AGC — Gracias, Isabel, porque por suerte mañana vendrás con nosotros…

          —  Pero mañana es futuro.

          AGC —  ¡Eh!, sí, sí. Y si por si acaso llegamos…

          —  Que mañana es futuro… Lo de la muerte futura.

          AGC — …por si acaso llegamos… Como hoy tenemos otras cosas que hacer, si te parece, no te adelantes.

          —  Agustín, di lo de mañana, que hay aquí gente que no sabe lo que es.

          —  Sí, mañana a las ocho de la tarde. Mañana a las ocho de la tarde, en la fuente central de la Puerta del Sol hablará de nuevo el maestro. Se llama el  speaker point , dicho en estremeño…

          AGC —  ¿Qué?, ¿y eso por qué?

          —  Hemos pedido hora a la comisión de organización de…

          —  De eventos.

          —  …no se puede pasar demasiao… no sé, pero, bueno, por lo menos tiene []. El problema es la megafonía. Yo propongo que el aparato ése desde luego es insuficiente…
[Discusiones sobre la megafonía o micrófonos necesarios para la charla al día siguiente en Sol].

          AGC — Bueno, y ahora dejemos ya la actividad supuestamente práctica, que es la de mañana, y volvamos sobre lo de ahora. Adelante, ¿qué más? Sí.

          —  Esa pelea que uno tiene entre… las dos posibilidades, ¿no llega a la inanición esa pelea?…

          AGC —   ¿A “la”?

          —  Inanición, a la muerte, o sea, a quedarte quieto. Si te estás peleando entre hacer o no hacer, no haces ná.

          AGC — No, ¿cómo va a llegar?

          — Claro, porque ¿voto o no voto o voto en negro?

          AGC — Cuando en uno domina mucho, mucho la fe, lo de arriba, la creencia de que uno es el que es, y por tanto que las cosas son lo que son,     —¡qué os voy a decir!— no acaban de morirse, pero están muertos. La gente de abajo decimos “están muertos”. No sé si lo de tu “inanición” tiene que ver o no, pero eso es el ideal del Poder; es un ideal un poco contradictorio, porque si llegaran a conseguir que del todo os creyerais cada cual lo que la tele dice, creyerais lo buenas que son las leyes, del todo os ajustárais y por tanto estuviérais todos ya muertecitos, estuviéramos ya todos muertos, entonces paradójicamente el Estado no tendría nada que hacer, claro; porque el Estado tiene que hacer, y el Capital tiene que hacer, gracias a que está administrando continuamente la muerte que nunca está, la futura. Bueno, más, venga, más cuestiones. Sí. A ver.

          —  Bueno, es que lo siento insistir, pero me parece que esto está muy caliente. Yo por lo menos tengo tantas dudas estos días y una de ellas muy gorda es lo de las decisiones de la asamblea, o sea, que de alguna manera si se da por supuesto que una asamblea decide, ¿cómo puede haber una decisión que no implique de alguna manera una acción… si no es futura a largo plazo pero de más o menos…

          AGC — ¡Ah!, no, de eso no hay que preocuparse. De una acción siempre surgen acciones, eso lo quieras o no lo quieras. De cualquier tipo de acción siempre surgen acciones.

          —  Pero la decisión ¿qué quiere decir?

          AGC — No, no: “decisión” es mucho decir. Antes he dicho que he corregido la palabra ‘decisión’ con lo de la vaguedad de los murmullos y todo eso. Una asamblea nunca decide del todo como en una votación, decide más o menos decididamente, pero ya se sabe: decide más o menos decididamente, y el resultado pues por ahí viene, pero en todo caso no está previsto; no está previsto como el resultado de los negocios. Y, por favor, sí, dejémoslo, que ahora estábamos hablando y se nos va el tiempo de otras cosas más generales pero que tocan mucho al asunto.

          —  Agustín.

          AGC —  Sí.

          —  Yo quería hablar -bueno- un poco más de esto, de cómo se está… A mí me anima mucho ver cómo se está propagando por todo el mundo y ...gracias a Internet, gracias a que en todo el mundo había el mismo sentir, entonces creo que eso crea mucha vitalidad entre la base de gente que estamos abajo, ¿no? ¿Cómo lo ves tú?

          AGC — En el 65 las cosas empezaron desde los… Por ejemplo, (es el momento en que se estaba estableciendo este Régimen) empezaban por los teatros universitarios en Tokio, pasaban después por todo el esplendor de los hippies en Berkeley en California y en otros lados, como sabéis. Fue entonces cuando llegaron aquí en la ola hasta Madrid y por ahí, y después siguieron por Alemania las bandas, las bandas rojas de Alemania, y terminaron (porque fue la terminación de momento) con lo del mayo en París, ¿no?, Así ahora también. Esto no es nada español, así que no te asombre nada: esto es una cosa que se refiere simplemente al régimen que domina el mundo primero. A ver.

          —  Yo, Agustín, quería decir, rizando el rizo, yo no he tenido la suerte de vivir (no por edad) el mayo del 68, cosa que lo siento porque hubiera sido bastante bueno; pero a mí…

          AGC —  Mayo del 68 es la terminación: tenías que haber vivido, como yo, febrero del 65, para que no te equivoques.

          —  Bueno, [], pues mejor todavía, febrero del 65.

          AGC —  Es que lo digo no por otra cosa sino porque mayo del 68 se ha vuelto para los historiadores [] un truco repetido y por tanto odioso. Adelante.

          —  Bueno, no viví más que la época de Franco, que bastante he tenido con ello. Pero lo que quería decir ahora, que todos los que están en la Plaza Mayor… (No, no, ya, ya, no te pongas así, espera un momento). Los que están en la Plaza…, digo… en la Puerta el Sol, que salen y entran, que van y vienen y no se pueden contar, que estoy de acuerdo, casi todos son jóvenes, pero ¿qué ha pasao con algunos que son menores que yo de edad y que están como que no les importa nada lo que pasó en ese 65, como que no están en ningún lao, como que no hablan?

          AGC —  No, no, es exagerao. Se ha visto mucho. Se ha visto bastante gente mayor entrar por allí, yo creo. Hombre, ¿qué es la mayoría, es decir, lo ordinario...?, ¿qué es la mayoría, o sea, lo ordinario en el curso de una vida?: que según uno se hace más viejo se vuelve más imbécil, esto es normal. Esto es normal, la esperiencia lo trae consigo, pero lo que pasa es que no es tampoco ninguna ley, ninguna ley física. No, no pasa, no pasa siempre: es simplemente: lo mayoritario, lo que pasa la mayor parte de las veces. La mayor parte de las veces, sí. De esos chicos, de los mayores, los padres, si les bajo, les  cito hasta los abuelos, eran de los que andaban conmigo en los 65, sí. Imagínate adónde han venido a dar. Pero eso es la mayoría, ¿no?; hay gente que al hacerse viejo pues le entra al revés; le entra, al revés, una rebelión que antes no era capaz de sentir. Me acuerdo de mi amigo Rafael que contaba de su abuela que se volvió atea a los 90 años después de haber sido una devota todo el tiempo. Bueno, ¿qué más?, y dejemos estas cuestiones particulares.

          — Me gustaría un poco, dejando que mi lao sumiso hable, ¿no?, (con relación al poder que tú representas), tomar esa sugerencia de hablar de algo más general y más teórico, ¿no? En ese sentido esta contraposición que has planteao, entre lo verdadero y lo natural, yo lo interpreto como lo artificial…

          AGC — Perdona. Perdona que te corrija: yo no he planteao esa contraposición, he dicho que a la Realidad, a la Existencia, la falsifican por los dos lados: o te hacen creer que es verdadera o te hacen creer que es natural. O sea, que la contraposición entre lo uno y lo otro me interesaba sólo como que es por esos dos polos como se engaña a la Realidad.     

          — Pero me ha parecido entender en ésta y en la sesión de la semana pasada que planteabas la vida y en general, pues lo que pasa, en términos de una lucha entre lo de abajo y lo de arriba…

          AGC —   La Realidad.

          —  …y en cierto modo entre lo natural y lo verdadero. No sé si se podría hablar de lo natural y lo artificial, en cierto modo también.

          AGC —  Pero puede ser, pero ¿para qué utilidad? ¿Con qué utilidad? Vamos a ver.

          — Pero, bueno, en el fondo es cierto, no es necesario.  Yo lo que quería decir es que frente a esa visión de la cuestión, como encuentro de dos cosas, lo de arriba y lo de abajo, que se encuentran en lucha en el medio…

          AGC —  Y que eso es la Existencia.

          —  …y por eso recurro a los términos de naturaleza y artificio, me da la impresión de que lo que ocurre, matizando lo que comentas, es que lo natural de alguna manera… Es decir que no es una contraposición o no es una lucha simétrica o de dos cosas iguales, sino que de alguna manera lo natural preexiste, lo natural es anterior, lo natural ocupa una situación más amplia sobre lo que lo artificial o lo verdadero podría actuar…

          —  No se oye.

          —  ….De alguna manera entiendo que hay una cierta similitud.

          AGC —  Es un parecer. Es un parecer, es decir —dicho en términos un poco groseros—, que crees que la madre natura es antes que Dios.

          —  Sí, ‘antes’ en el sentido más amplio de la palabra, no sólo temporal.

          AGC —  La madre natura no es ni antes que Dios ni nada, porque no se conocen entre sí, sólo chocan en la Realidad. Dios es eterno, como se sabe, lo mismo que el amor que es el que es, lo mismo que uno cuando es el que es. Madre natura, lo que hay por ahí abajo, no es eterna, es sin fin, que es lo contrario de lo eterno: sin fin. De manera que no hay manera de comparar cronológicamente lo uno y lo otro, eso sería un engaño, sí. ¿Qué más? Bueno, en cuanto a los artificios, que tanto te llaman la atención, no hay por qué. Los artificios pertenecen a la Realidad y forman parte de las cosas de la realidad humana. Supongo que te refieres a artificios humanos y no de cosas semejantes a ellos como las telas de la araña, no estás pensando en esos artificios, porque se supone que esos vienen de abajo y que nacen del encuentro, de la lucha. Los artificios humanos están hechos de ideas impuestas sobre la Realidad. Una caja, un automóvil, un reloj, están hechos de esa manera, forman parte de la realidad humana, simplemente, y son por tanto un testimonio de un encuentro de la lucha; hay algo que especialmente es materia y hay un plan, hay un plan de ingeniero, de mecánico, hay un plan que se realiza. Solamente así se producen artificios, no nos sacan de la cosa.

          — ¿Puedo continuar mi racionamiento? [] Pero vamos a ver, quiero decir que si hay un artificio por excelencia es la lengua, el habla; el hablar es el artificio por excelencia. Y justamente se puede usar de dos sentidos, en los dos sentidos: desde abajo o desde arriba, como imposición de realidad o como disolución de la realidad. Por lo tanto esa separación entre artificio y natural me parece traidora...

          AGC —  No [], eso se lo he corregido a él. No, no…

          —  No, pero yo lo digo no a ti, lo estoy diciendo en general.

          AGC —  Bueno, pero no, no. No, no, no, no armes líos. Bueno, me obligas a aclarar. Efectivamente, como Isabel ha dicho y sabemos, la primera máquina, sin duda, es decir, el primer artificio humano, la primera máquina es la lengua —la lengua—. Es la lengua, es decir, esa gramática, esa sintaxis, esos elementos que todos manejáis así de bien en este idioma mismo, gracias a que no tenéis ni idea de cómo son. De manera que es una máquina que está metida muy a fondo en nosotros, pertenece a lo que he llamado subcosciencia, la subcosciencia técnica (se supone que para que eso se establezca tiene que haber pasado por la conciencia y después haberse olvidado) [pues ahí la] tenemos así de establecida. Y luego en un idioma cualquiera efectivamente la lengua se usa para cualquier cosa, se usa para engañar al personal, para imponerle planes, leyes, lo que sea, se usa para desmontarlos, para descubrir la falsedad, para hacer lo que aquí llevamos 13 años intentando: desmentir —desmentir—, que siempre se puede gracias a que la Realidad nunca es todo ni está del todo hecha.

Bueno, perdonad, pero hace un calor aquí que voy a tener que cortar. De manera que…

          —  Agustín, un minuto.

          AGC —  ¿Qué pasa?

          —  Un minuto, un minuto. Quería decir algo yo, así de lo que nos pasa inmediato. En las asambleas de Sol, en las cuales hemos participado, no son tales, es decir, es una banda de chicos organizados…

          — No. No.

          — Sí, una banda de chicos organizados comunistoides que no nos permiten hablar…

          AGC —  ¿De qué hablas?, ¿de qué hablas?

          —  De las asambleas… Que no nos dejan.

          AGC — ¿Qué hablas tú? En la que yo estuve, cuando eso estaba en vivo, era una asamblea libre. Y la asamblea como tal... y estaba hecho de la gente más heterogénea. De manera que no sé lo que habrá pasado después; no me estrañaría cualquier aberración...

          —  La de la Plaza de Pontejos en concreto, y no dejan hablar, y sólo dicen “¿qué se propone?”, “¿qué se propone?”

          — No, no es así.         

AGC — Bueno, eso ya veremos, ¿eh? De manera que perdonad, pero… ¿Sí? Un momento, un momento. Un momento.

          —  Nada más que el sábado a las 12 hay asambleas en todas las plazas de Madrid y en todas las plazas de los pueblos de la Comunidad.

          AGC —  A ver, repite. ¿El…?

          —  A las 12.

          AGC —  ¿El?

          —  El sábado, a las 12.

          AGC —  El sábado, a las 12, en barrios y en pueblos.

          —  En todas las plazas.

          AGC —  Bueno, pues ¡buenas noches!, y a ver si llegamos, si el Señor nos deja, a dentro de siete días.