27.08.2014

Tertulia Política número 285 (8 de Junio de 2011)

Agustín García Calvo

Ateneo de Madrid


 

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TRANSCRIPCIÓN:
 
 
Sea primero un recuerdo... digamos “metódico”, que tendré que volver a repetirles, si llega el caso, mañana a la gente de la asamblea libre en la Puerta del Sol (recordadme que tengo que repetírselo): aquí lo que se hace, lo mismo que allí, es intentar… [Interrupción]  Aquí como allí de lo que se trata es de intentar decir NO, que es la sola cosa que dice el pueblo-que-no-existe pero que está ahí y hablando, de decir NO, No a la Realidad, No a la fe que necesariamente la sostiene. Esto desde luego implica una confianza en que hay algo, en que se puede. Esta confianza no es una fe y esto es importante entenderlo: hay una confianza en lo desconocido (eso de pueblo-que-no-existe, por ejemplo; aquello que hay por debajo del Yo en cada uno), una confianza en lo desconocido, lo cual quiere decir que si lo desconocido se conoce a su vez, estamos al cabo de la calle, ya no estamos haciendo nada. Desde ese momento ya en que lo desconocido se vuelve conocido, entra dentro de la Realidad y entonces ya no se trata de una confianza que podamos tener sino que se vuelve una fe, que es justamente lo que el Poder necesita para sostenerse.

Esto es muy sencillo, pero tal vez por eso resulta un poco difícil de aprender a la primera y de quedarse con ello. Se dice NO a lo que se sabe, se dice NO al supuesto Orden en el que nos tienen metidos, se dice NO a las diferentes formas del Poder, el Estado, el Capital o las que sean, se dice NO a la Ciencia al servicio del Capital, que también nos informa de qué es lo que hay, como si fuera ‘todo’. Se dice NO a todo eso, porque se puede gracias a que no es verdad que todo eso esté bien establecido, bien costituido. Ya recordáis que el Orden lo demuestra teniendo cada día que proclamar, predicar, intentar hacernos creer en la Realidad, en lo que ellos toman como Realidad.

De manera que es gracias a eso, gracias a que no es todo, como siempre cabe hacer algo, en primer lugar hablar, algo que no sea decir lo que está dicho, para romper esa fe. Y efectivamente alguien podía decir “Es que tú crees en el pueblo, crees en misterios, crees en lo desconocido”. No es creer, se tiene confianza en que lo hay y desde ello se intenta hablar y hacer contra el Poder; se confía en que lo hay fundándose simplemente en la costatación de que la Realidad, el Poder, nunca es todo y con eso basta.

Esto conviene repetirlo porque es raíz de muchas confusiones en cualquier forma de rebelión, en la lucha contra el Poder. Siempre se confunde. Siempre se confunde la fe con esta confianza que estoy llamando ahora, siempre se intenta aplicar las normas del Poder, de la Ciencia, la Verdad, el Todo, la Nada, a aquello que no se sabe, se intenta así colaborar con el Poder destruyendo esa cosa preciosa que es lo que no se sabe, convirtiéndola en algo que se sabe, que es también objeto de la Ciencia o de la Filosofía. No tengo por qué recordaros las muchas confusiones, creo que todos asistís a ellas y las padecéis conmigo.  

Esto es pués el recuerdo metódico que, si llegamos allá, tendré que repetirles mañana a la gente que siga todavía reuniéndose en asambleas libres en las plazas. Por ahora nosotros volvamos al hilo que nos traíamos en esto que es también una manera de decir NO. Por lo menos es lo que intentamos: que este NO que aquí estamos diciendo no se convierta en ningún sí.  

En el descubrimiento de la mentira que aquí practicamos cada día, las mentiras en que el Poder se asienta (porque no hay Poder que pueda asentarse en otra cosa que en mentira), en este intentar decir NO, hacer NO, contra el Poder, estábamos tratando el otro día de amor, por así decirlo, en la última sesión, estábamos viendo lo que ahora voy a resumir y deciros con más claridad: dado que uno, como ente real, no puede consistir en otra cosa que en lo que consiste la Realidad en general, es decir, en una guerra, una contradicción entre lo que se impone desde lo Alto, desde las regiones sublimes de los ideales, y lo que queda por abajo de todavía vivo, de todavía vivo muriéndose sin fin, (eso que es general vale para cada uno, cada uno no puede consistir en otra cosa que en esa guerra, en esa contradicción: tiene una parte de uno que, como el Estado o el Capital, lo mismo, necesita creer, necesita la fe, necesita que lo aseguren, necesita agarrarse a ideas o ideales como modo de sustento; y hay otra parte por abajo que no cree en esa necesidad, que por tanto se niega a admitir esa ley y que vive en perpetua rebelión contra la otra: dentro de uno mismo, lo mismo que fuera), siendo esto así en cada uno y, desde luego, cuando se trata de la relación entre dos, en cada uno de los dos y en los dos en conjunto y en la pareja en conjunto, está claro que en la Realidad, en esta Realidad, no puede haber un buen amor, un buen amor. O sea, como decían los chicos utilizando el verbo escolástico, “el amor no existe”, es decir, no pertenece a la Realidad, puesto que aquí nos hemos acostumbrado a emplear este verbo de las escuelas, el ‘existir’, como el verbo correspondiente a ese nombre también de las escuelas que es ‘realidad’ o ‘lo real’. Nos vienen de los dialectos teológicos.

De manera que no es [un bien] el amor queriendo decir lo que ahora estaba diciendo “un buen amor”. Eso no pertenece a la Realidad. En la Realidad lo único que se nos da, como ya el otro día veíamos, es una de dos: o la reducción del amor a una Teología, a una sublimidad, es el Amor de verdad, como de Dios se decía “de verdad”, una fe por tanto, como la fe teológica, un amor que necesita precisamente fe, nada de eso que antes separaba como confianza, sino una fe positiva, no negativa; y entonces es cuando el amor sirve, como ha servido desde el comienzo de la Historia, para fundamentar cualesquiera istituciones que el Poder necesita y que al Poder le convienen: matrimonio, cualquiera otra, la de la pareja misma y cualesquiera otras istituciones que están basadas en esa idea, en ese ideal.

Ése es uno de los estremos en los que nos debatimos. El otro era tal vez un resto de algo salvaje, no domesticado, que pudiera haber en nosotros, que pudiera en ese sentido resultar liberador frente a lo de más Arriba, pero que por desgracia aparece siempre reducido a una idea de sí mismo, por ejemplo la idea de sexo y las imaginaciones biológico-psicológicas que alrededor de esto conocéis y que habéis padecido más de una vez como yo, en los libros, en las predicaciones, en las revistas del corazón, en cualquier sitio. Está reducido a eso y por tanto ya no deja de ser una idea, entra bajo el reino de las ideas, no establece una verdadera contradicción. En medio de eso, fuera de eso, tendría que estar lo que estaba sugiriendo como ‘un buen amor’, que en cambio no existe. Existe el amor sublime, el amor teológico, existe el sexo, ideado, sometido a ciencia, a saber, pero otra cosa…, un buen amor, no existe.

Uno está condenado a lo uno o a lo otro. Y entonces se pregunta cualquiera ¿qué hacer?, ¿cómo hacer algo por que haya algo de buen amor dentro de la Realidad, donde no puede haberlo?  En esto es en lo que querría que nos paráramos un rato.

Voy a sacar a comparación el caso de una buena escuela en este mundo (una buena escuela) que me surge hojeando un libro que me dejó Isabel el otro día de Krishnamurti y que se llama Aprender es vivir, que es una colección de cartas y escritos de los años por los ’80 del siglo pasado, en que él había logrado fundar unas cuantas escuelas Krishnamurti, y entonces se dirigía en estas cartas a los maestros o a los que estaban interviniendo en eso.

Bueno, pues vamos a ver si esto está claro: no sólo ha habido este intento de las escuelas Krishnamurti, ha habido muchas veces, a poco que en cada momento aflojara un poco el Poder, intentos de una buena escuela. Era justamente tradición de los anarquistas el intentar hacer que la gente aprendiera, aprendiera bien, y todos recordáis o os lo han contado o lo habéis leído, que justamente anarcos de ese tipo, dentro de la guerra civil, estuvieron llevando a la práctica un tipo de convivencia o comunidad  s i n  dinero, que es lo esencial. Hubo pueblecitos, que duraran —no sé bien— o unos meses o unos años, que estuvieron justamente desarrollándose, viviendo,  s i n  dinero, lo cual quiere decir ‘fuera del Orden’: ya sabéis que Dinero quiere decir la Realidad de las Realidades, de manera que no hay manera más directa de salirse, de intentar salirse del Orden que ésa. Incluso más modestamente, en los pocos años que duró la II República aquí en este país, se desarrollaron rápidamente unas cuantas oleadas de maestros nuevos que estaban imbuidos justamente de un deseo de llevarle la contraria a la escuela, a la rancia escuela tradicional, y que efectivamente algo iban consiguiendo, haciendo sentir en ese caso. Yo tenía nueve años cuando el último año de la República y me tocó efectivamente conocer a algunos de estos maestros, entre ellos estaba una tía mía, mi tía Augusta, que siguió después por los pueblos de año en año. La mayor parte de ellos o los fusilaron o los domesticaron rápidamente en los años de la guerra civil y los siguientes. Pero el intento estaba claro.

Bueno, pues tenemos que reconocer con algún agradecimiento todas estas tentativas de ‘una buena escuela’, que sería justamente lo contrario de la escuela en el sentido corriente en que el término ‘escuela’, ‘istituto’, ‘colegio’, ‘universidad’, se entiende, algo que justamente negara todo lo que en esas istituciones está establecido.

No puede ser, no puede haber una buena escuela en este mundo, no puede haber ninguna buena escuela porque el Poder necesita la otra, sin la otra no puede sostenerse un momento, sin engañar a los niños desde pequeñitos, sin hacerles creer en cosas, sin imbuirles las ideas que son justamente costitutivas del Poder, sin eso los representantes del Poder se quedarían temblando, saben que el Poder no subsistiría un momento. Sin la fe, es decir, sin la mentira, no hay Poder ni hay Dinero ni hay Capital ni hay Estado. Todo se les hunde si alguna tentativa de ésas cunde. Por tanto, no puede ser, en este mundo no puede haber una buena escuela.

¿Qué decía en esas páginas Krishnamurti de cómo era una buena escuela? Pues lo que he visto al pasar, decía “¿Cómo tiene que estar un niño en la escuela?: “tiene que ser feliz”. Y agudamente él reconocía que ‘feliz’ quiere decir ‘no tener futuro’ (él no lo dice así, ¿eh?, esto es una glosa mía). Tenía que ser feliz, es decir no estar preocupado por exámenes, no pensar que está cumpliendo ninguna obligación de ningún tipo. Éstas son condiciones que para él se le presentaban como claras, y así es. La imposición de la fe, el engaño sobre las criaturas, se practica justamente a través de la examinación, de la obligación y de la conversión de los estudios en un trabajo.

No me digáis que no habéis sentido esto conmigo: por todas partes, desde niños, se les enseña que lo que están haciendo en la escuela es trabajar, están haciendo un trabajo, que como son pequeños, es un trabajo para el futuro, es decir: para los futuros hombres que ellos vayan a ser y que tienen por necesidad que ser, porque si no el mundo se hunde. Pero están trabajando. Están trabajando ya en eso y por tanto así se está imponiendo. Y no digamos cuando llegamos por el otro lado a las otras escuelas, la universidad, y vemos desaparecer cualquier resto de lo que todavía sigue llamándose investigación, curiosidad o lo que sea, bajo el imperio de la examinación para un porvenir, para un título que garantice que el Capital va a tener buenos servidores universitarios en los años sucesivos que vengan, porque si no se crían tandas de buenos servidores, incluso universitarios, entonces también los representantes del Poder estarán temblando que todo se les hunda. Hasta tal punto es necesario esto, este temor, esta dependencia del futuro, esta preocupación por el futuro de uno mismo a la supuesta armonía, Orden, que el Poder nos impone y que nos vende justamente como Orden.   

Bueno, vuelvo a lo de la confianza: sin embargo, los intentos mismos, los meros intentos, como los que os he citado, tienen un sentido y un sentido bien claro. Precisamente porque esos intentos tienen que despertar inmediatamente por parte del Poder, por parte de los ordenadores, tienen que despertar una reacción (os he citado algunas de las más violentas, os puedo citar las más pacíficas): tienen que conseguir que aquello, que aquel asomo de felicidad, en el sentido de Krishnamurti, que se pudra inmediatamente, se domestique y se convierta en una nueva forma de escuela, progresada respecto a la anterior, como siempre, pero progresada para seguir igual porque ésa es la Ley del Progreso: el Poder sabe que si no cambia no puede mantenerse y por tanto cambia para seguir igual. Esto no tengo tampoco que contároslo, lo sabéis de todos los días, ¿no?, ya sabéis cómo el Poder está cambiando continuamente, cómo las ideas acerca del mundo, de vosotros, adquieren nuevas noticias, nuevas bibliografías que cambien un poco las ideas que teníais antes. Todo para seguir igual, todo para que no pase de verdad nada peligroso para el Orden. Y, entonces, como cualquier mero intento en ese sentido (mero intento, como los citados) no puede menos de despertar esa reacción por parte de lo Alto, por parte del Poder, eso ya es una utilidad clara para nosotros, eso está ayudando a revelar lo que tal vez no estaba tan claro, que es ese ajuste, esa necesidad de la mentira, de la educación engañosa, de la reducción al examen y al futuro que las istituciones reales de la enseñanza padecen.

Si alguien a lo mejor no se había dado cuenta, al ver despertarse estas reacciones contra estos buenos intentos a lo mejor se entera, a lo mejor se empieza a darse cuenta de lo que le estoy diciendo ahora tan airadamente: la necesidad que el Poder tiene de mentir y que es justamente contra la que aquí (y esto no es una escuela pero tampoco se sabe muy bien qué es, y ésa es la gracia que le queda), aquí en esto que no se sabe lo que es estamos intentando d e s m e n t i r  —desmentir—, hacer lo que se puede hacer, que es justamente descubrir la mentira.

Vuelvo al amor por tanto y creo que casi no hace falta porque el ejemplo de la escuela, aunque parezca algo alejado, no lo está. Hay que recordar el título de aquello de Unamuno, Amor y pedagogía, y de qué manera van juntos y se contradicen. No puede haber buen amor en este mundo. Estamos condenados o a la Teología o al sexo, o al amor de verdad y por tanto a todas las istituciones o al sexo, que no vale para nada tampoco, no porque sea nada sexo, nada animal en ningún sentido, sino porque es nuestra idea, es la idea humana de lo que pasa. Estamos condenados a vacilar entre un amor puro, verdadero, por tanto eterno, como Dios (sería un amor de ángeles, y cualesquiera hombre o mujer más o menos se deja pillar por esta ansia de alcanzar un amor de ángeles) o bien a un amor de animales, que es igualmente imposible, porque nosotros hemos dejado de serlo, porque por más que se nos cuenten de nosotros cosas fisiológicas, biológicas o lo que sea, por más que se nos hable de istinto y de cosas por el estilo, todo es ya una mentira,  porque son ideas que nos hacemos y que no nos corresponden para nada. Nos hemos separado de los otros animales mediante esta condena que tantas veces repetimos cada día: la muerte siempre futura, el anuncio para cada niño de “te vas a morir mañana”. Gracias a eso nos hemos encontrado reducidos a creer en el futuro (que los animales no tienen, por supuesto, pero que el Dinero necesita -los animales no tienen Dinero), y con esta reducción nos hemos separado de los animales y cualesquiera cositas que nos cuenten acerca de nuestro sexo, nuestras relaciones sexuales y la fisiología y la patología del sexo serán todo engañifas, porque es un intento de mala imitación de lo que a su vez nos creemos que pasa con los animales cuando los conocemos científicamente: tan imposible como un amor de ángeles este ansia de un amor de animales.    

Bueno, pues una vez convencidos de esto, es muy importante (por eso es por lo que dije al principio “tendría que repetírselo mañana a los chicos en la Puerta del Sol”), es muy importante dejar de creer que dentro de este mundo puede haber un buen amor, una buena escuela, un buen orden ni nada bueno. Dejar de creer en eso, renunciar a esa ilusión, es lo primero; porque si no, la rebelión, cualquiera que sea, vuelve a caer en la trampa de intentar reclamar a los Ministerios, reclamar a la Banca, reclamar al Poder algunas facilidades para sostenerse en la propia rebelión, lo cual quiere decir invitar al Poder a domesticarlo y a tomarlo a su vez a su servicio. Es tan importante librarse de esta ilusión. Esta negación es lo primero: dentro de este mundo no hay un buen amor, no hay una buena escuela, no hay nada bueno. Ni puede haberlo por la propia costitución de la Realidad humana tal como se nos da y tal como aquí la tenemos que reconocer todos los días.

Bueno, pero entonces viene, sin embargo, lo que decía para la educación también para el buen amor: cualquier intento de no creer ni en el amor de verdad ni en el sexo, cualquier intento de dejarse llevar por algo más, gracias a que estamos algo rotos, que no somos perfectos, dejarse llevar por nuestras imperfecciones, nuestras dudas, nuestros descuidos, de vez en cuando, acercarse a eso de un buen amor, eso, aunque no pueda nunca  r e a l i z a r s e  (eso es contradictorio), nunca pueda convertirse en un buen amor real, sin embargo está cumpliendo la función que he dicho: está dando guerra, también eso está dando guerra, que es de lo que se trata. Porque efectivamente se te echará encima en esos momentos, en cuanto te descuides, en cuanto te dejes vivir, en cuanto te dejes querer a alguien sin saber quién es y sin saber qué es querer (algo de eso de buen amor), se te echarán encima las autoridades gubernamentales, médicas, científicas, de cualquier orden, tratarán de aplastarte, quitarte de en medio para que reconozcas aquello: “Lo que pasaba es que era sexo” o que era lo contrario: amor; es decir que te ajustes a la regla, te sometas a la contradicción en la que la Realidad consiste. No podrán soportarlo un momento las autoridades del Poder, como no podrán soportar un momento una buena escuela.

Y con eso, por lo menos, el intento, ese intento fracasado una y otra vez de quererse bien sin saber qué es eso, habrá conseguido poner más en claro la necesidad que el Poder tiene de un amor verdadero, es decir, de mentira, o de un sexo verdadero, de mentira, la necesidad que tiene. Y con esto ya se está haciendo algo. Eso es lo que hay que recordar para quien nos pregunte qué es lo que estamos haciendo aquí, por ejemplo. Aunque no se pueda conseguir nunca nada en el sentido de la realización, sólo con que el intento despierte las iras del Señor y le haga revelar de una manera más clara de lo que conviene sus necesidades, sólo con eso estamos ya haciendo algo sin más.

De manera que eso era lo que quería recordaros respecto al amor. Tengo que añadir un poco, antes de pasaros enseguida la voz para que corra por ahí, que con el opuesto normal que tiene en nuestra Sociedad, con el odio, está claro que pasa lo mismo, por si queréis todavía entreteneros un poco con eso. Con el odio pasa lo mismo: o bien el odio se convierte en una istitución... ¿Sabéis cuál es, no, el odio domesticado convertido en una istitución, el regimiento?: eso es la Justicia —eso es la justicia—. De manera que es el odio elevado a ese Poder, se castiga al reo, se castiga al malo, es decir, se le declara en primer lugar malo, entonces se le castiga, y este odio tiene que aparecer detrás de las tocas de los magistrados convertido en algo imparcial, frío: viene de Arriba, es la Ley, la Ley suprema. Es el odio del Señor contra lo poco que nos pueda quedar de vivo. Esto es así. El Señor es justo en el sentido que odia y teme (porque nunca está seguro de ser todo lo que es) cualquier cosa que pueda surgir de abajo, y entonces aprovecha pues los desvíos, los errores de la gente en la rebelión, como puede ser matar al prójimo o salirse de la linde del campo o cosas de ésas, para echar la zarpa y decir “¡Ya lo tenemos! Esto es el desorden, esto es el caos que la justicia está tratando de reprimir”, desde lo Alto, ¿eh?

De manera que o bien el odio se ha convertido en una istitución, la que nos rige por todas partes, la de la justicia, o bien se supone que es un odio furibundo, rabioso. Otra vez como con el sexo, como si en nosotros pudiera caber algo de verdaderamente salvaje después de lo que han hecho con nosotros. Se dice, se presenta la furia de algunos humanos especialmente furiosos, la rabia, se presenta como algo que fuera muy animal, muy desmandado, pero es mentira: entre otras cosas porque los que me acompañáis sabéis bien que esa especie de furia se refiere a uno, a una persona, y una persona a su vez (como antes os recordé) está costituida en la contradicción. De manera que se puede decir simplificando “es un bravo porque se lo cree”, “está furioso porque se cree que está furioso”, “rabioso porque se cree que está rabioso”. No cabe en nosotros tampoco aquí ningún resto de animalidad de la otra, estamos reducidos a esta reducción.

De manera que, ya veis, ejemplo es el odio también (con esto voy ir dejando de hablaros), el odio entre los dos sexos de nuestra Sociedad, el odio de los hombres a las mujeres, el odio de las mujeres a los hombres. Un fenómeno que todos conocéis bien, os estoy citando algo con lo que os tropezáis a cada paso y todos los días, ¿eh?; no estoy hablando de ninguna cosa del otro mudo.

Efectivamente la Sociedad está costituída, como hemos recordao muchas veces, la Sociedad histórica, en este sentido ‘humana’, está costituída por la dominación de las mujeres, el sometimiento de las mujeres al llamado sexo fuerte; la conversión así de las mujeres en una especie de riqueza o primer dinero de los hombres, de los señores, motivo por tanto de guerra por la posesión, de guerra entre unos y otros.

Bueno, son cosas tan triviales que no querría entretenerme más en recordarlas. Es así, así está costituida la Sociedad y ya veis en qué sentidos exactamente contrapuestos tienen en la situación presente que desarrollarse los odios: los hombres odian a las mujeres, como Dios; las temen, porque, como en el caso de Dios, el dominio masculino no está nunca del todo bien establecido, está siempre temblequeando, como el propio trono de Dios, y esto efectivamente cualquier hombre en cualquier categoría pues lo siente y naturalmente de este odio o temor vienen los demás. El intento es desde luego someterlas. Unas veces es por el látigo, otras veces haciéndolas Ministras de Educación. Son cambios en los procedimientos, pero, como comprendéis, no hay una gran diferencia, se trata justamente del sometimiento.

Las mujeres odian a los hombres más desde abajo, podría ser un resto de lo que queda de antes de la Historia, resto de aquello de que se podía vivir, que podía haber un buen amor, todas esas cosas. Por desgracia, ya comprendéis que las mujeres son también hombres, que son personas, y generalmente su odio se revuelve contra el marido -¿para qué andarle dando vueltas?-, marido o cualquier sustituto de marido -vamos, ya entendéis-, cualquiera: el chulo, el chulo de putas, el amante, el padre, da lo mismo, contra cualquier representante del sexo masculino y, claro, pues así se equivocan, las pobres. Y al equivocarse justamente caen en la trampa contraria de volverse a hacer como hombres y participar como hombres en este mal negocio, en este sangriento negocio de la Historia que llevamos cien siglos más o menos aguantando.

Ésta es la situación. Claro, no pudiéndose dar por tanto un odio, ni puro ni animal, entre nosotros, queda siempre la posibilidad de intentar lo que aquí estamos intentando o ahí estos muchachos, sin saberlo, en las plazas del mundo del Bienestar: rebelarse contra ello [en un] odio contra el Poder. La rebelión no puede tener éxito, no tiene futuro, no puede realizarse, pero, como os he recordado para los otros casos, lo que sí consigue enseguida es despertar, reavivar los intentos del Poder en cualquiera de sus manifestaciones por reprimirlo, por hacerlo suyo, por impedirlo si puede, por la fuerza, y si no, asimilarlo, hacerlo suyo, convertirlo en una contribución al cambiar para seguir lo mismo.   

Bueno, con esto por tanto os dejo por hoy, porque queda un rato, para que podáis sacar cualesquiera resistencias que podáis tener ante lo que digo. Yo aspiro a decir lo que cualquiera siente, pero claro está que me puedo equivocar y a lo mejor no tenéis por qué sentir como siento yo lo que estoy diciendo. Eso vamos a verlo en este rato, de manera que espero ya vuestras voces, cuando queráis.

          — Aquí, Agustín.

          — Sí, yo creo que además de la reflexión que ha hecho, maestro, creo que falta algo. El tema sí… El tema sí es la desobediencia mas la ilustración, mas el conocimiento. Porque, claro, primero tendremos que tener una escuela de verdaderos autodidactas, es decir de personas que nos creemos... que nos creamos... nos creemos a nosotras mismas, es decir, personas que se creen por sí mismas. Se tienen que crear esa fuerza de autodidactas, de conocimiento propio, singular, puesto que lo que verdaderamente se sabe es lo que uno sabe por sí mismo, eso es el autodidacta.

          AGC — ¿Y eso es lo que estás…? Perdona, que a lo mejor te he perdido yo. ¿Es lo que estás presentando como deseable?           

          — Sí, deseable una escuela de autodidactas. Porque yo creo que lo que verdaderamente se sabe es lo que se sabe por sí mismo, por uno mismo. Es lo único. La escuela de la vida no está en los libros precisamente sino en la experiencia; en la experiencia de todos…

          AGC — En los libros desde luego no está, en la esperiencia tampoco y en uno mismo, menos. Porque no sé si es que… (bueno, que no has hablao mucho con nosotros) conservas una fe en uno mismo.

    — Sí, sí.

AGC —Uno mismo es un esclavo, y uno mismo, por tanto, enseñándose a sí mismo, generalmente se enseña la obediencia, el truco, no hace grandes descubrimientos. “En mi soledad / he visto cosas muy claras / que no son verdad”. Ésa era la forma del desengaño en uno de los proverbios de Don Antonio Machado. No puede ser. No puede ser. En la escuela real, tal como se da, se aprende…

          — Si me permite. Yo creo que aquella palabra de disidencia…

          AGC — (Te voy a dejar, no te preocupes) …se aprende mal. En el caso de un autodidacta igualmente se aprende mal. Lo que pasa es que nunca se aprende mal del todo, de vez en cuando a pesar de eso alguno descubre (autodidacta o en la escuela pública), descubre algo, pero gracias a que ni el Régimen está hecho del todo ni uno mismo tampoco; si no, si uno estuviera bien hecho, no hace falta decir: como Dios. Termina.

          — Pues nada más, sólo una palabra: no estoy de acuerdo con usted, desde luego, pero puedo decir una cosa y es que la organización propia, la de uno mismo, es…

          AGC — ¿La qué?

          — …la única que puede alcanzar la…

          AGC — ¿La?

          — La organización de uno mismo es la única con la que uno puede contar al cien por cien para hacer algo en este mundo, en esta vida en la que estamos todos anclados y en la que yo me considero un objeto más o una persona más o un individuo más o como quieran ponerlo, o un florero más, me da lo mismo. Pero yo creo que la base de la organización está en creer en uno mismo al cien por cien. Es lo único que quería decir.

          AGC — Vamos a ver ¿y esta otra…?

          — Siento estar en contra suya.

          AGC — …y esta otra fe en la organización ¿de dónde te viene?, ¿a qué estás llamando ahora ‘organización’? Es que no sé a qué estás llamando organización. Porque organización es que es un terminacho de la Ciencia, que desde luego los banqueros lo emplean, los que mandan lo emplean, la Ciencia lo emplea, pero yo no sé cómo lo empleas tú.

          — Yo lo que considero es que en la organización de uno mismo…

          AGC — Pero ¿qué es eso?, ¿qué es? ¿Qué es?

          — ¿Qué es organización de uno mismo?

          AGC — Que yo no te entiendo.

          — Organización de uno mismo es tener verdaderamente un proyecto propio para llevarlo a cabo hasta el final. Ésta es la organización.

          AGC — También futuro. Bueno, por favor, sigue estando con nosotros este tiempo, te olvidarás del futuro y seguramente algo más. ¿Qué más cosas por ahí?

          — Agustín. Que digo que con el progreso de la pedagogía se ha acabado o se está… cada vez se está terminando más con eso de los buenos intentos de una buena escue-… de los intentos de una buena escuela. Me estaba acordando hace un rato en aquella época de los años ’70, entre los ’70 y los ’80, en que hubo el movimiento ése en el que participamos de los antipatriarcales, en que estaba al mismo tiempo una serie de escuelas, de intentos, entre los cuales estaba Paideya. Me he acordao ahora mismo porque he visto que Encarna, por azar, acaba de entrar aquí en la tertulia, ¿no?, aquellas cosas de Pepita Luengo en las salidas de Almería, entre los olivares, y cómo entonces había, junto con lo de Summerhill y otros movimientos, un intento en muchos sitios de escuelas que estaban floreciendo bastante y que tenían muchos niños, y que se hacían intentos de verdad. Hoy día, con el progreso sobre todo de la pedagogía progresada, tecnológica, y por el progreso de la televisión, que consideran que es la educación universal, ya no hay ni siquiera estos intentos, estos intentos se han quedao reducidos a una cosa histórica utópica, como dicen ellos, y ahora lo único que te permiten es lo siguiente: en la educación infantil y primaria todavía se permite hacer esperimentos de dejar que los niños usen la escuela como scholé, holganza, como lugar de holganza, pero para eso les llaman “ludotecas”, les llaman no sé qué, pero cuando un niño ya tiene uso de razón y se somete al programa pedagógico, el programa ministerial, ya tiene que ser un esclavo del programa y de la planificación ministerial y del examen. O sea, es como anecdótico lo que queda, queda un reducto.

          AGC — Muy bien. Merecía recuerdo, desde luego, entre otras cosas, el intento de los antipatriarcales, en el que estuvimos metidos, y desde luego el que las cosas se ponen cada vez más difíciles para estos intentos, se revela en el fracaso mismo tanto de aquellos intentos, que supongo que ahora están o de capa caída o desaparecidos, pero es lo que estaba diciendo: no importa porque aun como meros intentos, ésos y los demás, valen siempre la pena, porque hacen despertar en el Señor o formas de represión violenta o formas de asimilación como la que Isabel ha recordado, la educación al día con el ordenador individual para cada uno, con la televisión y todo lo demás. Más, por favor, más cosas.

          — Yo quería decir que también puede ser que, aparte de lo de la represión, que es claro, que despiertan… cuando aparecen esos intentos también se despierta por otro lao como una añoranza…

          — Un poco más alto, por favor, Ana.

          — Que también se despierta una añoranza en la gente de algo que podía ser bueno y que no se lo dan.

          AGC — Es [un recuerdo]. Tiene razón Ana, yo creo. Aparte de lo que he dicho como utilidad, que es justamente despertar de una manera más clara el odio y la mentira del Poder, está eso, que para muchos puede ser un recordatorio: que podía haber un buen amor, podía haber una buena escuela. Porque es que naturalmente la fe reinante intenta ser enteramente… nunca lo logra, pero intenta ser enteramente devastadora, que nadie crea que hay ninguna posible escuela buena ni amor bueno, que la Realidad ésta es todo lo que hay. La fe intenta ser devastadora pero nunca lo consigue del todo, y efectivamente algunos de estos intentos pueden servir como un toque, un recordatorio para los que estén más dormidos. Más.

          — Agustín. Que respecto al odio…

          — Levántate.

          — Respecto al odio me ha parecido que decías que por Arriba está el odio del Poder y la Ley y la cárcel. Pero por abajo no he entendido bien cómo puede ser el odio de las cosas que no tienen futuro.

          AGC — No, lo mismo: que generalmente no valen las furias, las rabias, porque aparecen siendo lo mismo que el sexo, esa pretensión de animalidad que a nosotros nos es ajena. Es frente a las dos cosas frente a lo que he contrapuesto esa posibilidad siempre abierta (un buen amor, una buena escuela) que no es ni lo uno ni lo otro.

          — Me estaba, Agustín, me estaba acordando de… (que oí el otro día que se ha muerto, ya aprovecho, en fin, para recordarle) un vagabundo que vino por la tertulia un par de veces…

          — ¡Ah!, ¿sí?

          — Diógenes, sí. Que estaba ahí…

          AGC — ¿El gordo o el…? El gordo

          — Sí, se ha muerto.

          AGC — Estaba muy fuerte.

          — El hijo puta se acabó.

          — Ya, no sé… no sé…

          — No se te oye, muchacho.

          — Que se ha muerto un hombre que vino unas cuantas veces por la tertulia, un vagabundo que le recordaréis más de uno, porque estaba siempre ahí en donde la comisaría de Huertas…

          — ¿Un gordo?

          — Sí, con barba.

          AGC — El gordo.

          — No, pero se caía de… se dormía donde…

          — Sí, que estaba ahí en Caja Madrid de Huertas.

          — Sí.

          AGC — ¿Cómo se llamaba?

          — No lo sé por qué se murió, pero se murió hace una semana. Pasé yo por allí una esquela.

          AGC — Lo había echado de menos más de una vez. Porque efectivamente, para completar lo heterogéneo de estas tertulias, le tuvimos ahí con un amigo también que vino menos veces, con otro compañero…

          — []

          AGC — …que sin pretensiones de política llevaban largo tiempo haciendo acampada ahí en los barrios de Las Letras. Haciendo acampada en el barrio de Las Letras. Pues cuánto, cuánto me duele, pero, bueno…

          — Sí, era muy majo. Yo recuerdo de ver a vecinos que le llevaban cosas y decir que no las quería y que se las volviesen a llevar. Era un tipo curioso.

          AGC — ¡Hombre!, escelente. Escelente.

          — Bueno, quería decir también, después de este recuerdo, es que cuando ves a un vagabundo normalmente (o los que somos más burgueses) siempre hay cierta atracción o miedo o vértigo hacia lo desconocido. Sientes, cuando les ves durmiendo en la calle, sientes algo especial, ¿no?, o a veces. Y entonces también me estaba acordando, por esto que has hablado del ideal por un lado en el amor y por otra parte esa parte sexual más animal, que en la atracción a lo desconocido, en lo que no se sabe, en eso que te llama, que hay un poco de las cosas, que participa de las dos cosas, antes de saber lo que es, ¿no?, pero que se ve cuando sientes pues un camino que se va y que te irías por él o alguien que pasa (del otro sexo, claro), está mezclado, y sientes una atracción y dices “Me iría… dejaría todo y me iría con ésta que me he cruzado ahora mismo adonde fuera”, ¿no? Que son momentos, pero en eso que no se sabe es donde parece que las dos cosas confluyen un poco, ¿no?

          AGC — Sí. Yo, sin entrar tan a fondo, más superficialmente, lo que se me despierta ante los vagabundos, no sólo ésos, que eran más bien escepcionales, sino en general, es una admiración, una admiración, una envidia... Es tan evidente que hace falta mucha valentía para echarse a la calle. Esto es lo primero en el nivel superficial. De manera que son sentimientos así, más bien demasiado humanos, del tipo de la admiración, la envidia. Luego, claro, que efectivamente lo que les mueva sea un rechazo del Orden social es difícil de decirlo, porque desde luego están conviviendo con el Orden, forman parte de las metrópolis, por ejemplo, (casi no se puede concebir en un pueblecito o en una ciudad pequeña, parece que tienen que ser sitios como Nueva York, por lo menos como Madrid, los que den acogida a éstos) y entonces eso, claro, les deja en una situación no de súbditos o en todo caso de malos súbditos, pero desde luego de incluidos en el Orden. Eso es lo que atenúa un poco la sensación de libertad, por así decirlo, que podrían darnos, ¿no? No sé lo que sentiréis los demás acerca de ellos.

          — Yo lo que creo es que cualquier cuestionamiento de qué es lo que pasa que hagamos desde este lao, desde el lao de lo humano, del saber humano, solamente se puede formular en forma de pregunta, de una pregunta abierta y repetitiva, porque la verdad es que no tenemos demasiadas señales para fundarnos en nada. Ayer… es gracioso, porque en los encuentros gramaticales ésos que tenemos donde Mario, al final acabamos cantando una letanía que decía “¿Qué pasaría / si el pájaro supiera ornitología?”, y cada uno iba pasando -“¿Qué pasaría / si el agua supiera fontanería?”- y al final una dijo: “¿Qué pasaría / si el coño supiera ginecología?”. Y así nos estuvimos... Realmente era interesante porque hasta los niños que estaban entraban en el juego de la distinción entre el saber como ciencia humana y lo que pasa en eso que no sabemos lo que es. ¿Verdad, Mario? Dilo, tú, hijo…

          AGC — Bueno, ¿qué más aparte de esas alegrías? No había sobre el caso de los vagabundos nada más que responder, ¿no?, por si acaso, ¿no? ¿Qué más?

[Se oyen unos balbuceos de una niña pequeñita que está en la sala]

          AGC — ¿Qué querrá decirnos ese niño?

          — Habla.

          — Seguro que…   

          AGC — Esa niña. Esa niña.

          — Has dicho algo, pajarilla.

          AGC — Bueno, si os calláis nos vamos, ¿eh?, si no…

          — Como no hay buen amor ni buen no sé qué…

          AGC — No, no, eso no importa. No creo que ése sea el motivo. Aquí lo único que hace falta es estar un poco…

          — Yo digo, cuando esa cosa que llaman el sentir mariposas en el estómago. ¿Eso qué es?, ¿ganas de follar?, ¿ganas de…?, ¿el amor?, ¿el famoso amor…? ¿Qué es eso? 

          — El gusanito.

          AGC — Yo… es que no me es muy familiar la metáfora.

          — Eso pasa cuando eres un adolescente, luego es muy difícil volver a sentirlo.

          AGC — Ya, ya, pero que yo… la metáfora no la había usao yo…

          — El enamorarse. El enamorarse.

          AGC — La metáfora de las mariposas no la había…

          — Ese sentimiento que tienes hacia otra persona, que no sabes si… ¿Ése qué es?

          AGC — Ya, ya, que tú lo has incorporao en esa metáfora.

          — Que era más sentido en la adolescencia, vamos.

          — Pero es lo del gusanillo y el carajillo de por la mañana del obrero, que luego el gusanillo se hace mariposa.

          AGC — Bueno, bueno. No lo acabes de arreglar.

          — No, no. Era por desarrollarlo un poco.

          AGC — No acabes de arreglar la metáfora, porque es lo que nos faltaba.

          — El gusanillo se le hace mariposa y se pone parriba …

          AGC — [Es] el descontento, es lo mismo que mueve a esa gente a acampar en la Puerta del Sol. ¿Por qué estáis aquí, si no tuviérais algo de ese descontento?: falta, una falta. No te crees que sean todo. No te crees que esto que te dan como Orden y Sociedad sea todo; que no te crees que eso que te dan como amor, la pareja o lo que sea, sea amor. No te crees que eso que te dan por dinero, las putas, sea amor. El descontento es la primera condición, vamos, para estar aquí y en cualquier otro sitio. Si uno está conforme con el Orden, estamos al cabo de la calle, no hay nada que hacer. El que se lo cree, se lo cree, tiene su fe y con eso le basta. No tiene que venir aquí ni andar sintiendo pajarillos en ningún sitio porque ya le tienen todo ordenao para cómo curar esas desazones.

          — Agustín, lo que yo no veo posible, lo que tengo grandes dudas es de que lo de la Puerta del Sol, si no es porque nosotros vamos por allí y empezamos a charlar de cosas de éstas, lo veo muy posible que desaparezca muy pronto, porque ellos mismos se asustan de lo que se ha… ya les ha sobrepasao a los propios participantes. Me parece.

          AGC — A estos chicos, a los de aquí, por lo visto (hablaba hoy con uno de ellos)... que dicen que, aunque no van a quitar del todo el punto de voz y eso, que la acampada parece que tienen que levantarla porque les resulta muy costosa, les sobrepasa. Es que uno no puede negarse a eso. Evidentemente son muchos días y sostener el campamento desde luego tiene que ser costoso y no tienen muchos recursos, ¿no? Pero, en fin, por otra parte el espíritu de los de la acampada o las grandes asambleas es un espíritu heterogéneo, diverso, y hay unos que están completamente equivocaos y otros que están menos equivocaos, con eso hay que contar, ¿no? Algunos que están equivocaos en el sentido de ir hoy en manifestación hacia el Congreso a pedir no sé qué tontería, pero sin darse cuenta de que al Congreso no se le puede pedir nada bueno (es una cosa elemental) ni al Ministerio ni al rector ni a nadie. A ver.

          — No sé si como intento vano de darle voz a la niña que gemía por allí, a ver si os parece, que ya que Agustín nos oponía tan claramente un amor bueno al amor ideal y a la entrega al sexo y también un odio (no sé si llamarle bueno o llamarle malo, igual es más propio llamarle malo) opuesto al odio istitucional o al odio…

          AGC — Salvaje.

          — …hecho idea, salvaje, como puede ser el de las hordas de los aficionados al fútbol que se lanzan contra el equipo contrario…

          AGC — ¡Adelante!

          — …pues a lo mejor es que las dos cosas son un poco lo mismo, ¿no?: ese amor bueno pues parece que nace de un odio o desesperación de lo malo que cae de Arriba y que…

          AGC — Sí, de sentimiento. Bien, viene a coincidir (perdona, luego te dejo seguir) con lo que llamábamos ahora descontento, falta. ¡Adelante!

          — No: era eso. Ya.

          AGC — ¡Ah!, bueno.

          — De todas maneras cuando decías tú que las autoridades caerán sobre uno en cuanto uno lleve un amor desordenado que no sepa lo que es, cómo llamarlo (si es sexo, si es amor, si es matrimonio, si es… yo qué sé, enamoramiento de un jarrón, lo que sea, ¿no?), el tema está en que la autoridad… el primero que se echa encima es uno mismo. Uno mismo se desconcierta muchísimo cuando no sabe “¿Y a mí qué es lo que coño me pasa?”. Metes lo del coño, pues, bueno, por decir algo: “¿A mí qué coños me pasa con este tío o con esta tía?”.

          AGC — No, no. Desde luego desde dentro viene también porque uno está muy bien educao. Pero amor, amor del acariciar un jarrón ¿cómo se acaba eso, esa manía? Lo más vulgar es, y grosero, que te rompan el jarrón, pero si no, viene una escuela de Arte, te lo hace una obra de Arte, te lo hace estética, y entonces el gozo se acabó. Eso es lanzarse sobre cualquier asomo de gozo, de una manera o de la otra. Sí.

          — Me parece que en lo que decimos se da como por supuesto que eso del buen amor sí que lo hay…

          AGC — Lo hay. Se confía. Se confía.

          — Vale, lo hay… Incluso en este mundo, a pesar de este mundo, que lo hay [].

          AGC — Eso es lo que al principio dije: la confianza contra la fe. Se confía en lo desconocido. Se confía en lo que no se sabe. Si se empieza a creer en lo que no se sabe, se acabó. Pero se confía en lo que no se sabe, sin saberlo. Se ve que, se deduce después de todo de que el Orden, la justicia, no es nunca perfecta ni está hecha del todo. Para la confianza basta, para la fe no. Para la confianza basta con eso.

          — En cambio que la buena escuela… Yo quería abundar un poco en esa comparación porque parece que eso del buen amor, si se da, desde luego es en la medida en que no es una istitución, en que no se istitucionaliza. En cambio lo de la buena escuela… ¿Puede la escuela no ser una cosa istitucional?, ¿cómo nos lo podríamos imaginar eso de una escuela buena?

          AGC — Claro, los ejemplos que os he puesto son de una cierta conformación al Orden reinante: los pueblecitos [utilizados por los] anarquistas eran pueblecitos establecidos por el Orden, las escuelas Krishnamurti a lo mejor no tenían muchas subvenciones -no me acuerdo-, pero eran unas escuelas.

          — Parece que la escuela está muy ligada con que haya familia, ¿no?, con que esté esa otra istitución educativa que es la de la familia; que se va de lo uno a lo otro.

          AGC — Sí, Sociedad en general. No, no podría ser así, desde luego. Lo que uno echa de menos como una buena escuela desde luego niega esa condición. Lo que pasa es que he estado hablando contra el despreciar los intentos. No se pueden despreciar los intentos porque sirven para eso, pero desde luego no puede dentro del Orden haber una buena escuela; no sería escuela, sería eso que decía en griego scholé, que era eso: ‘holganza’, el no hacer nada, que viene a ser como la felicidad que dice Krishnamurti en esas páginas…

          — Pero digo que…

          — No, espera, Isabel, que hay aquí una voz, que lleva un rato. A ver, habla. Agustín, que van a hablar aquí.

          — Sí, Isabel, que te cuelas…

          — ¡Ah!, ¿que me cuelo? Como el agua.

          — No, sobre los intentos de buena escuela, yo pienso que de alguna manera los niños están necesitando eso, porque al estar costituídos…

          AGC — ¿“Están”?

          — A los niños se les presenta como una necesidad eso, ya que al estar costituídos por el idioma que habla su tribu, de alguna manera esas istituciones que el idioma les impone (la familia, las relaciones de dependencia...) exigen que de alguna manera desde fuera se niegue…

          AGC — ¿“Se”?

          — Se niegue eso. Se descubra que ese idioma... que evidentemente no es todo lo que hay respecto a la lengua, al entender ni al saber; y de alguna manera está exigiendo que vengan voces a negar eso, porque de alguna forma los idiomas que constituyen las familias y las tribus imponen ya un orden claro. Y que ese orden claro, yo creo, que cuando alguien dice “Mi organización, mía, de mí mismo” está dado un poco por eso.

          AGC — Sí, sí. Sí, bueno, y la escuela normal o real está dada por eso, para ratificar eso mismo, sí. Lo otro es el descontento, la falta que queda por lo bajo, por la que estamos aquí.

          — Pero, por ejemplo, ahora mismo, esto que dice Caramés, que ahora se da mucho, es... El bum pedagógico es la llamada ‘diversidad’: las escuelas en las cuales la mayoría son chinos, otros son polacos, otros son rumanos, y hay…

          AGC — Caramés no ha dicho nada de eso, ¿eh?

          — No, respecto a la cuestión de los idiomas estoy hablando. El tema está en que el modelo, aunque el maestro sea español, normalmente español oficial contemporáneo, y ahí la mayoría sean chinos o la mayoría polacos o la mayoría sean rumanos, finalmente el modelo uniforme pedagógico es la equiparación al modelo dominante, aunque ese modelo dominante… bueno, aunque la cantidad de niños que haya allí sea muchísimo… proporcionalmente muchísimo más bajo. Es decir que es tan uniforme el modelo de organización, que puede con cualquier diversidad idiomática.

          AGC — Claro. Uno sabe que el Régimen del Bienestar abarca todos los Regímenes y la Cultura Occidental, que se llamaba antaño, abarca todas las culturas y que todas las demás no hacen más que entrar a formar parte de esto, y que por tanto todos los niños que caigan en una escuela occidental, del Régimen del Bienestar, participan de la misma esclavitud. Es así.

          — Y que además... lo cual indica que la televisión es universal, la escuela es universal…

          AGC — La [] es universal.

          — …Porque estoy usando el término ‘universo’ así, como que no hay más que eso.

          — Como la universidad.

          — Sí, como la universidad. La universidad viene de universo también…

          AGC — Que por lo menos ésa es la pretensión…

          — …Ahí es descarao.

          AGC — La pretensión del universo, el todo, contra la que aquí seguimos debatiéndonos. Bueno, hay que cortar, yo creo. De manera que si el Señor no se opone demasiao y nos corta, dentro de siete días, seguiremos dándole a esto.