31.08.2011

Tertulia Política número 297 (31 de Agosto de 2011)

Agustín García Calvo

Ateneo de Madrid


 

Tertu297-31-8-2011#Tertu297-31-8-2011.mp3

 

 

TRANSCRIPCIÓN:
 
 
Vamos, pues, a seguir enlazando con la última a propósito de cómo es esto de que yo esté contra el hombre, de que se esté contra el hombre. La propuesta es que en esta tertulia, que es una guerra contra el Poder, se supone que una condición es ésa: estar contra el hombre… (¿No hay dificultad?, se oye bien).

          — Sí, sí. Estamos aquí…

Por ejemplo, esta tarde me había tumbado un rato a descansar de mí mismo, como a veces se intenta, y, bueno, de repente me sacó del sopor la voz de un vecino que gritaba por teléfono sus asuntos familiares y daba sus razones y todo eso habitual, pero a voz en grito por teléfono; me caía cerca, y me despertó de una manera muy desagradable. Cuando, al poco rato que me había pasado aquello, empezaron a sonar por lo alto los helicópteros que estaban también dando sus razones, es decir, haciendo sus ruidos para, de una manera análoga, tratar de vigilar a ver qué pasaba por allá abajo. No sé qué sería, pero me da igual, el caso es que fueron insistentes en esto de dar sus ruidos o razones y ya me acabaron de hacer volver a mí mismo, lo que menos deseaba. De manera que no puedo menos de decir que eso, tanto lo uno como lo otro, son manifestaciones del hombre, son el hombre, no se puede imaginar ni una cosa ni otra que se dé en otro tipo de cosas o de bichos o de seres. Y lo que trato de haceros sentir hoy conmigo es que esto de estar en contra es de el hombre, de el hombre, en los dos sentidos: el Hombre en cuanto eso que llaman a veces ‘la Humanidad’ o el hombre en general, que en principio es el hombre histórico, y que por otra parte es el particular, el idiotes, el ente privado, sobre cuya fe el Poder en cualquier caso de la Historia que conozcamos se asienta. Que es razonable estar contra el hombre o cualquiera de sus manifestaciones.

Esto es muy contradictorio porque yo, por ejemplo, me he dedicado toda la vida a eso que llaman ‘Humanidades’, me he dedicado a tratar sobre todo de leer, leer bien, tratar de leer bien, pues cosas como ésas como los diálogos de Platón o el poema de Lucrecio o cualquier otra cosa sobre eso porque he citado, y no sólo eso, sino que leo novelas de damas inglesas hace no sé cuántos decenios que tratan naturalmente de hombres y mujeres, tratan de gentes así, lo mismo que son los que en los diálogos de Platón, incluida una figura del propio Sócrates, se encuentran y discuten sobre problemas.  

¿Cómo puede ser esto?, ¿cómo puedo yo hacer compatible mi afición y dedicación a las Humanidades en este sentido de leer y hacer sonar algo de lo que nos ha quedado de los muertos, pero hombres? No es nada fácil. Desde luego volviéndome sobre esta lectura, sobre esta dedicación mía, me digo:  mira, ahí los tienes hablando de... discutiendo de el Gobierno, por ejemplo, de la mejor forma de Gobierno —entre hombres, por supuesto—, tratando de discutir las cuestiones de amor, las contradicciones y los líos de amor, entre hombres y mujeres principalmente, que es a lo que unas novelas pueden dedicarse. Y mientras me los encuentro en eso y se me ofrecen en esos libros para la lectura, alrededor (como sabéis) están sucediendo todas las desgracias entre la gente innominada, las miserias sobre las que se han levantado (desde que conocemos el mundo éste histórico), se han levantado esos centros donde se pueden escribir diálogos, poemas, novelas, alrededor está y sosteniendo a todo eso, la miseria de los otros, de los más innominados, hundidos en los fangos de la Administración Pública, de las disputas familiares y de toda la desgracia humana que conocéis igual de bien que yo. Y, mientras tanto, también por lo Alto allí están el Gobierno correspondiente a cada caso, la Democracia de Atenas, la Democracia desarrollada en nuestros días, atendiendo y subvencionando incluso de vez en cuando a la producción de esas obras filosóficas, literarias, que me admiran y me entretienen. Consintiéndolas, desde luego, porque en general parece que ninguna (si no, no habría sobrevivido) pone en peligro para nada ese estrato superior de los Gobiernos y de la Ordenación desde Arriba, y no sólo tolerándolas por tanto sino también (es casi inevitable) pues premiándolas, subvencionándolas y haciéndolas ascender a esa región del Poder que se llama ‘la Cultura’, y que es a la que esta dedicación mía se refería, esta dedicación filológica o afición a la lectura.

Ahí tenéis un poco un apunte ya de la contradicción. ¿Puede ser que uno tenga un amor, un cariño por las letras antiguas, por ejemplo, que trate de desarrollar un arte de leer bien y que luego diga que está contra el hombre? ¿Dónde, diablos, está el hombre puesto que desde luego en esas Humanidades no parece que esté? 

Confío en que me seguís en estas perplejidades, en estas contradicciones, porque espero que dentro de un rato me estéis ayudando, si no a resolverlas, por lo menos a hacerlas cada vez más claras.

Lo que esta tertulia en la que se pretende que de vez en cuando, a pesar y en contra de las personas, hable y diga algo que no sea lo que ya está dicho, lo que en esta tertulia no se puede menos es de estar contra istituciones como el Dinero (supongo), como la Muerte (supongo), llamando ‘Muerte’ (no volveremos sobre los debates de los días pasados), llamando ‘Muerte’ a la real, que es la que nunca está aquí, la futura: contra el Dinero, contra la Muerte, istituciones por el estilo. Y, entonces, lo que tengo que deciros es que esas istituciones son costitutivas de esto a lo que estoy llamando el Hombre. Que esto a lo que estoy llamando el Hombre, que es propiamente el representante general o particular de la gente humana, por lo menos la histórica desde hace diez mil años, estas cosas como la Muerte, la idea de muerte, saber la muerte, como por tanto el Futuro, el Tiempo, el Dinero, estas cosas son inherentes, inseparables del Hombre, lo costituyen. Eso del Hombre de que os han venido hablando desde el comienzo de la Historia no puede entenderse si no es costituido por esas creencias y por esos hechos: la Muerte, el Tiempo, el Dinero y cosas que vienen desde ahí. Por ejemplo, el Orden, creer que se puede ordenar desde Arriba, esto también es humano: creer que por Ley o Decreto desde Arriba se puede ordenar comunidades o que dentro de casa, si uno ha caído, como parece inevitable desde el comienzo de la Historia, en el Régimen de las familias, dentro de la casa también se puede ordenar y que uno puede ordenar la vida de uno. Esta fe también es costitutiva del Hombre. 

Fijáos que estoy diciendo que ninguna de estas cosas se las podemos desde luego atribuir ni a las bestias ni a otros tipos de seres que se nos ocurran: son todas humanas.  

De manera que entonces, sin necesidad de prolongarlo demasiado, si se está… es decir, si lo que nos queda de pueblo-que-no-existe está contra eso, y una política desde abajo, del pueblo, no puede menos de estar contra eso, eso nos obliga a estar contra el Hombre sin más, porque el Hombre está costituido por todo eso; de manera que mientras las políticas a que nos dediquemos, las protestas, subversiones o revoluciones que hagamos estén justamente dentro de la caja, es decir, dentro de la Humanidad y referidas a, y tratando de, y dedicándose a, los hombres (los hombres y las mujeres como representantes de el Hombre), entonces esas políticas no tendrán nada que hacer, no van a hacer más que ayudarnos a seguir justamente dentro de la caja de la Humanidad y por lo tanto perpetuar la desgracia costitutiva que es la Humanidad desde los tiempos en que se la conoce.

Un pequeño paréntesis de recordatorio: ‘desde que se la conoce’ quiere decir desde el comienzo de la Historia con precisión, es decir desde la invención de la escritura, alrededor de hace unos cien siglos. Pero es que esta invención es justamente característica a nuestro propósito: a partir de entonces ya el Poder, el Hombre mismo elevado al Poder, está dispuesto para confundir la escritura con la lengua. La lengua estaba desde tiempos inmemoriales hablando por la tierra y donde fuera antes (la manera de hablar de los hombres, como las demás cosas hablan), y desde el momento en que se inventó, vino el invento de poder fijar la palabra, que no se la llevaran los aires sino que quedara fija, visible y escrita, desde ese momento la confusión estaba en marcha, y desde luego esta confusión entre la lengua (que nos viene de lo inmemorial, que no es de nadie, que es para cualquiera) y la escritura (que tiene sus escribas y los dueños de los escribas y los sacerdotes y los amos del Poder de una cosa y otra), esta confusión está justamente en la base de todas las demás que os estoy presentando.

Me contento con volver con este paréntesis sobre esto, luego ya me diréis lo que os viene.

En suma, pués, si reconocemos que para el Hombre (al menos el histórico, el que conocemos, desde la escritura en adelante) son inherentes, están implícitas en su propia noción, cuestiones como las de la fe en la ordenación desde Arriba, el saber de la muerte, por tanto el Tiempo como Futuro, por tanto el Dinero y demás, si reconocemos que eso es implícito (y aquí no podemos menos de estar contra eso, porque ¿qué sentido tendría esta tertulia ni ninguna especie de acción de política de abajo, de política del pueblo, si no estuviera contra la muerte, si no estuviera contra la muerte y por tanto contra esos adláteres suyos: el Dinero, el Futuro, en la fe en la ordenación desde Arriba, cualquier otra forma de Fe, etc.?), de manera que parece que se desprende que algo que trate de hablar, es decir, hacer, contra lo establecido, contra la desgracia, la desgracia de los gritos familiares o de los ominosos trimotores o autogiros del Poder, algo que pretenda hacer algo contra eso, no puede menos de declararse en contra del Hombre.

Si todavía esta formulación os resulta dura, ya me lo diréis dentro de un poco, cuando os deje pasar la palabra.

Esto no justifica, en mí por ejemplo, la convivencia de los placeres y curiosidades humanísticos con esta política de contra el Hombre, no lo justifica, pero yo creo que lo presenta como una buena muestra de lo contradictorios que tenemos que ser, en conjunto y cada uno, y con esa contradicción con la que tenemos que contar.
 
Lo que antes de pasaros la palabra os quería hacer costar es que es de alguna manera natural que este levantamiento contra el Hombre se produzca desde los hombres. Esto es la formulación más simple de la contradicción costitutiva de la Realidad que se me ocurre: es natural. Desde donde no podríamos esperar para salvarnos invasiones bárbaras, por ejemplo, de animales nunca domesticados que acabaran con nosotros, que nos hicieran volver del revés, que nos envenenaran, como [en aquellas] invasiones de los bárbaros o, como os hacen creer desde niños en la televisión y los libritos, en estraterrestres que vinieran también a traernos la liberación, ya que parece que dentro de la Tierra no nos quedan esperanzas de tal cosa, o ¿de dónde?, ¿o podían venir una especie de genios divinos que nos convencieran de nuestra idiotez de repente y nos liberaran, nos salvaran?  Todo esto son ilusiones vanas; lo natural, lo inevitable es que, si hay alguna forma de rebelión contra el Hombre, esto tiene que nacer del hombre, desde el hombre.

Esto a su vez no vuelve a justificar para nada la convivencia del Humanismo con el contra-Humanismo, pero sin embargo no por ello pienso que esté menos claro: desde ahí. Lo mismo que antaño recuerdo que cuando se produjeron aquellos alborotos de gente por el mundo, de estudiantes y eso, en los años ’65, una de las cosas que me salía al paso y se me ocurría es que la rebelión contra lo que entonces todavía se llamaba y se sigue llamando ‘Occidente’, es decir, lo que yo prefiero llamar el Régimen del Bienestar, el Régimen actual, que entonces se establecía, se estaba estableciendo, tenía que venir desde dentro, desde dentro de ese Régimen, desde dentro de ese Occidente, no podía venir de ningún otro sitio. Y, naturalmente, si tenía que venir desde ahí, tenía que venir gracias a que en ese Occidente, en esa Cultura máximamente desarrollada, en este Régimen del Bienestar, hay una contradicción que da sentido a esto de que sea desde ahí desde donde se pueda hacer, decir, algo en contra de este Orden y de esta mentira que nos está impuesta.

Es lo que se podría decir, para poner más ejemplos, de la destrucción de España o la desilusión de España: ¿de dónde puede venir? ¿De dónde puede venir?, ¿desde dónde ha venido en cualquier momento en que en este país nuestro se ha producido algo clarividente? Pues, naturalmente, desde dentro de los españoles. Cualesquiera apreciaciones estranjeras o invasiones, ya sabéis que no sirven de mucho, para destruir la ilusión de España, eso que José Antonio llamaba, si me acuerdo bien, “Una unidad de destino en lo universal”. Para destruir España eso tiene que venir también justamente desde dentro de los españoles, desde dentro de lo que en España haya justamente de contradicción inevitable, insalvable.

Todos recordáis a qué me estoy refiriendo, porque así a nivel histórico ha habido siempre una especie de crítica de algunos de los más clarividentes en cuanto a la idea y la ilusión de España como nación. Junto a los becerros ilustrados sin cuento que podían cantar a España y proclamar su unidad y todo lo demás siempre han surgido algunos de estos más o menos clarividentes o simplemente populares, de abajo, descontentos, que descubrían la inanidad y la mentira del ideal de España como de cualquier otro ideal que se nos presente.   

O se podía decir, remontándonos al mundo antiguo que me es tan conocido y tan acariciado: ¿qué es lo que entre los antiguos griegos podía lanzarse contra la idea de Grecia después establecida? Ellos no podían tenerla, ellos no podían tener mientras estaban vivos y andaban revolviéndose en guerras y filosofías, no podían tener ni siquiera una idea de sí mismos, como ésa de Grecia (ésa vino justamente con la muerte de todas esas actividades), y es contra el surgimiento de ella, contra la imposición de ella, como podemos decir que había algo negativo, crítico siempre, en un sentido profundo, que estaba justamente entre algunos de los de la gente griega antigua, de una ciudad o de otra, de un Estado o de otro, en medio de las filosofías o las guerras. Era condición casi normal de los griegos que tuvieran una resistencia a aprender lenguas bárbaras, ni se les ocurría generalmente nunca, aprender lenguas bárbaras, es decir a reconocer que las lenguas que hablaban los persas o los egipcios eran también lenguas como el griego.

Eso era más duro, más difícil. Hasta ahí no se llega. En muchos de vosotros reconoceréis también la dificultad que hay en llegar a reconocer que cualquier lengua estranjera es una lengua como la de uno, porque la lengua de uno es la primera.

Esto entre los griegos podía estar más bien exagerado. Efectivamente, hablar, en principio era hablar en griego, porque ni siquiera se presentaba la necesidad de decir “en griego”, se estaba hablando, se estaba discutiendo, se estaba filosofando, y eso era la lengua y eso era la actividad de la lengua.  

Hasta ahí tal vez no se llegaba pero otra vez por bajo, entre los más populares, más incultos, más oprimidos por el Poder, y algunos de los más torcidos, más quebrados de los que sabían, de los entendidos, tenía que producirse una negación de la universalidad, de la unidad siquiera de Grecia, que sólo          —como digo—, sólo después de la muerte entre nosotros se ha establecido: si a los griegos antiguos en su efervescencia les hablaran de Grecia no sabrían ni siquiera de qué les estaban hablando (eso ya lo comprendéis); nosotros sí,  nosotros sabemos y tratamos de dejar eso muerto para siempre.  

Pero, bueno, sea con el ejemplo del Régimen dominante, el Occidente, con el ejemplo de la Grecia antigua, o el ejemplo de España, como quiera que queráis, ¿veis cómo se cumple lo que estoy diciendo?: la rebelión sólo se puede producir desde dentro, no puede venir de ningún otro sitio alguna rebelión que sea eficaz. Y esto naturalmente viene a referirse también al hombre en el sentido más particular, el hombre como uno mismo o una misma, que yo soy lo que tú eres (en la Realidad, quiero decir). Lo mismo. ¿De dónde puede venir algo que en uno establezca la discordia, denuncie su mentira, descubra que no tenía sentido creer en él mismo, que él creyera en él mismo? Pues sólo desde dentro.

Normalmente el trato con los otros le enseña a uno, naturalmente, bueno, eso: que hay otros, que hay otros, que cada uno pretende que es uno, al parecer lo mismo que le pasa a uno mismo. Esto sucede, esto es lo que el trato nos da. Pero ni el trato ni la discusión ni el enfrentamiento ni la ligazón amorosa ni la guerra de los unos con los otros, nos puede enseñar mucho más. Si no hay dentro de uno un quiebro, una contradicción contra sí mismo, no hay mucho que hacer. Por eso esta política que aquí nos traemos del pueblo-que-no-existe justamente no puede estar basada más que en eso, en lo que dentro de uno y dentro de los conjuntos de unos está quebrado, es contradictorio y puede por tanto servir para la revelación de su mentira y por tanto la destrucción misma de su entidad.

Esto quería recordaros, de manera que ahora recordándoos de qué os he hablado os voy a dejar pasar la palabra sin más.

Os he hablado de cómo es que hay que estar contra el hombre, puesto que hay unas cuantas cosas que os he mencionado que son tan de por sí horripilantes para lo que nos queda de vivo que no se puede menos de estar en contra, y esas condiciones son costitutivas del hombre. Os he mostrado eso de la manera que he podido, esta necesidad es por tanto de estar contra el hombre, y he tratado de haceros sentir que la rebelión contra eso, hablando, que es haciendo, no puede menos de venir paradójicamente desde dentro de uno mismo, que no hay más esperanza política que la que pueda venir de ahí: eso de pueblo-que-no-existe consiste justamente en lo que a las personas y a los conjuntos de personas nos queda de no bien establecido, de no cerrado, de no definido, de no contento consigo mismo. Eso es en lo que consiste “pueblo” y que es justamente lo que se rebela contra el Poder de por sí, en la medida en que eso de pueblo no tiene más sentido ni más definición que la negativa: es lo que no es el Poder, lo que está oprimido por el Poder. Es eso justamente en lo que consiste.

Todo esto viene a repercutir sobre la necesidad y el sentido del estar contra el Hombre y de estar contra él siendo nosotros hombres, y estar contra él yo siendo yo también un hombre, y todo lo demás que queráis decir.

Bueno, pues a esto es a lo que os invito a que aportéis vuestras contradicciones, vuestras objeciones, vuestras dudas, que es lo que aquí nos puede valer para algo. Así que dejo ya la palabra suelta. Sí.

          — []

          AGC — Perdón.

          — Que esto del descontento, esto último que has dicho del descontento con… el descontento con uno mismo, lo que veo también es que sería lo ideal, ¿no?, pero me parece que no sé en qué momento se rompe la cadena pero que puede ser inversa: es más fácil... como lo que contabas de que te estaba exasperando el vecino hablando por teléfono, el helicóptero… Que normalmente te exaspera siempre el vecino, luego tu primo, luego tu hermano y tu pareja quien te exaspera más de todos, ¿no?, mientras hay más cercanía. Pero luego, al llegar a uno mismo, en lugar de exasperarse verdaderamente con uno, ahí es como si se cortara, ¿no?, como si no pudieras… Verdaderamente ese descontento que en lo más vivo dices que sientes alrededor, contigo mismo es más difícil que se dé. Y no se trata de justificarse, porque también puedes justificar al vecino y a cualquiera, sino que… que no sé, que parece que contigo hay una tolerancia que no puedes dejar de… que me pesa por ahí encima, una tolerancia que a lo mejor también tiene que ver con el tiempo, ¿no?, que aparte de todo lo que ocurre, luego hay un tiempo en el que ocurre y lo que le ocurre a uno siempre es oportuno. O sea, lo que tú haces, entre hacer y decir, lo que tú haces siempre es lo oportuno y lo que hacen los demás inoportuno o es cuando a ti en ese momento no lo ves, no lo entiendes, no lo aceptas, todo eso, ¿no?

          AGC — Sí, algo de eso hay. Efectivamente es más difícil, es más duro, es, si quieres, lo más difícil, lo más duro. Hay que empezar por acostumbrarse a no hacer tan fácilmente eso de echar la culpa. Es una práctica normal. Tú lo has dicho: uno está muy bien dispuesto para echar la culpa alrededor, a veces Arriba, a veces es el Gobierno el que tiene la culpa, pero si no, es el marido y si no es el hijo, o cualquier cosa. Tienes muchas facilidades para echar la culpa. Desacostumbrarse a echar la culpa, porque efectivamente es razonable no echar la culpa. Es tan vano pensar que alguien tiene la culpa de nada, como si no estuvieran y estuviéramos más o menos todos trastornaos, locos, inhábiles, incapaces, como estamos. No es tan difícil perder la costumbre de echar la culpa, pero desde luego lo más duro sí, es no estar contento con uno mismo. Vamos, yo creo que cada uno, por lo menos a ratos, está descontento consigo mismo. Lo que pasa es, claro, que también ahí pues pueden empezar a echar la culpa al Gobierno, al prójimo, lo que sea, ¡qué se le va a hacer! Pero hay que contar con ese descontento, contradictorio, porque uno efectivamente está en principio contento consigo mismo, ¡cómo no va a estar contento!, uno tiene que de alguna manera quererse bien, tratarse bien, pero eso no es distinto de lo que pasa, si lo pensáis, para el hombre en general. Porque ¿no es verdad que los hombres y las mujeres en general son tan simpáticos, tan graciosos?, ¿no nos encanta tanto verlos, como os decía, lo mismo en los diálogos ficticios de Platón que en cualquier novela de esas damas que yo me leo por las noches para dormirme? Son tan simpáticos... Y uno, bueno, ya luego alrededor, si ve a los niños, a los niños todavía a medio corromper, a medio educar, que es a medio corromper, y que hacen tantas gracias y todo eso, es como… que parece que la humanidad es muy simpática; es muy difícil desprenderse de un cierto gusto por la humanidad, no es tan fácil como lo que  estoy proponiendo. Pues es lo mismo que pasa con uno mismo, es lo que pasa con el hombre en general. Es duro pero si uno acaba de reconocer que con él va el Hombre y uno mismo, eso de la muerte, la fe en el Orden y en la culpa, el Dinero, el Futuro, que son cosas desde luego que os presento como detestables sin necesidad de ningún razonamiento. Sin necesidad de ningún razonamiento estoy suponiendo que cuando digo, declaro todo eso detestable, inadmisible, estoy dejando que hable por mí lo que me queda de pueblo y no yo personalmente, porque yo personalmente ¿qué voy a hacer?: como los demás, acepto y aguanto mucho de todo eso. Pero declaro que esas grandes mentiras como son la Muerte, el Futuro, el Dinero, todo eso, son detestables de por sí y sin necesidad de razonamiento. Si alguno no siente esto, no debe volver a venir a esta tertulia porque justamente aquí de lo que se trata es de partir de un odio contra todo eso y de sentir ese odio como viniendo de algo que nos queda por debajo de la persona, algo de popular. Así que eso es lo que nos cabe, por difícil que sea, de romper contra la simpatía y afecto que tengamos por los hombres y mujeres de alrededor y que tengamos por uno mismo. Romper con eso y reconocer que sin embargo hay que estar en contra de uno mismo, del hombre en general, del hombre en particular. Bueno, más, venga.

          — Aquí, aquí hay una voz. Un momento, un momento: este chico. Habla, camarada.

          — [] Yo estoy completamente de acuerdo en lo que has dicho esta noche y añadiría que es que las contradicciones son buenas; es decir, yo creo que es que las contradicciones son el motor del conocimiento, el verdadero motor de la filosofía, vivir es contradicción, ser hombre es contradicción y yo creo que cuando te encuentras cómodo en la contradicción se despeja el camino. Es decir que ¡benditas contradicciones!

          AGC — Bueno, uno —perdona— no se puede encontrar nunca cómodo en la contradicción. Uno está en la contradicción y desde luego puede tener la alegría de que le aparece que no tiene por qué ser idiota totalmente, y eso da un poco de alegría; pero por otra parte “comodidad”, comodidad no le da tampoco, no. Es el motor, pero no digas “de filosofía” ni cosas así. Estamos en política: es el motor de cualquier cosa que se pueda hacer en contra de la muerte, en contra del Régimen. Sí. Sí.

          — Estaba pensando que el dominio éste del hombre y de lo humano, que se ve que es una cosa tan pegajosa y tan… que está tan… que nos encierra de tal manera y nos condena a sufrir todo eso de la Historia de la Humanidad y eso, ¿no se parece un poco a lo de cuando ya esta gente que andaba por ahí, por la tierra ésa de los griegos, ya eran Grecia, y entonces tenían encima la idea de Grecia, cuando ya pues no eran los griegos aquellos que hacían aquellas cosas sino que ya eran Grecia?, y ¿no nos pasa a nosotros algo parecido?: que ya ahora somos la Humanidad, como representantes de la Humanidad, y nos hemos vuelto una cosa como si fuera de Cultura; que todo eso del hombre es cosa que se aprende por las películas, se aprende por la Literatura, se ve mucho en los tratos de por la calle, que parece que están hablando como en las zarzuelas y cosas así. Que te parece como una cosa muy falsa y muy… pero que viene por ese camino, que ya se ha vuelto una cosa como de la letra, de la Cultura y todo eso. Y por eso está tan difundido, enseguida se aprende.

          AGC — Sí. No se olvide que desde que se inventó…

          — Muévete, Agustín, muévete.

          AGC — …Desde que se inventó la escritura nos viene. Heredamos todo eso, tienes razón, lo heredamos por educación, por lectura, por historia, todo eso, pero, por desgracia, al mismo tiempo sigue estando presente, es una maldición presente, como lo puedes comprobar echando una ojeada a los Medios, a la prensa, a la televisión, cada día: cómo usan, con qué fe usan los términos, no ya sólo el de el hombre, no cabe duda, porque, como en el 69, “el hombre pisó la luna”, el hombre está pisando la luna. Supongo la mayor parte de vosotros sois demasiado jóvenes para acordaros del 69, pero sucedía eso, y los Medios lo presentaban y cacareaban; el hombre que pisaba la luna pues mencionaba a la Humanidad, decía “Un pequeño paso para mí pero un gran paso para el progreso de la humanidad”, es lo que le habían escrito y lo que dijo en la luna. De manera que el hombre, por supuesto, pero no sólo el hombre. ¿No los oís todos los días hablar de Alemania? —Alemania—, de Alemania, dicen “Alemania ha decidido…”, “Parece que se vuelve atrás Alemania respecto a un acuerdo…”. Pero, vamos, es que todos los días. Es decir que estos entes absolutamente forzosos y artificiales como se han establecido con la Historia se toman naturalmente cada día, esto ya no es tradición, se toman cada día como existentes y persistentes y de tal forma que su nombre tenga algún sentido. De manera que se dice el Japón como si se dice Pepe, están ahí, señores tan conocidos el uno como el otro. Bueno, pero ¿qué más? Sí.

          — A mí una cosa que me intriga de lo que se ha dicho es cómo entender la relación entre los hombres y el Hombre, porque parece que unas veces lo has presentado como si fuera más o menos lo mismo, los hombres… Ahora creo que ha salido, ¿no?, como que es tan odioso el hombre en general como el hombre en particular. Eso a mí me resulta muy difícil, por ejemplo.

          AGC — Eso no son los hombres. Los hombres generalmente, pues en el habla corriente son “unos hombres”, “había unos cuantos hombres”. Hombre, hay definición pero no más grave que la que se da con las ranas -“y salieron unas cuantas ranas”-, no es demasiado diferente. Cuando se dice el hombre en general, el hombre en particular, uno mismo, eso ha alcanzado otro grado, un grado de abstracción o idealización muy distinto. Yo lo que he dicho de los hombres es que es duro levantarse desde ellos contra el Hombre, porque son tan simpáticos, tienen tales ocurrencias, se les ocurren estas aventuras o la otra, hacen sus guerritas y tal, pero sin embargo son también el Hombre, y entonces, contra esa simpatía que tengamos por nuestros congéneres, la necesidad de levantarse contra el Hombre.  De manera que los hombres, ya sabes, supongamos que los hombres es el término real y realista, y ahí están por tanto confundidos y en guerra, como siempre, lo de abajo, que es lo que no se sabe, pueblo, pueblo que nunca aparece en la Realidad y estos entes ideales como uno mismo o el hombre, desde Arriba. Supongamos que el plural corriente está en la zona simplemente de la Realidad, entremedias, pero que sólo desde ahí, sólo saliendo desde ahí, os proponía, se puede pensar en una reacción contra, en una rebelión contra lo que los hombres tienen de el Hombre, de Humanidad y cada uno de creencia en sí mismo.

          — Porque son ellos los más sometidos, ¿no?, a esa idea. Vamos, son ellos o somos nosotros los más sometidos a esa idea, los hombres.

          AGC — ¿“A la idea”?

          — A la idea de hombre.

          AGC — Los únicos.

          — Los que más nos toca padecerlo.

          AGC — Los únicos. Ya hemos dicho que no podemos cometer este error de atribuirles a las otras cosas, bestias o así, atribuirles algo como el saber en nuestro sentido, el saber de futuro, el saber de muerte. De manera que desde luego ninguna de ellas puede tener un conocimiento de su propio género, por ejemplo. Desde luego hay que sospechar que si las ranas supieran lo que quiere decir ‘rana’ y tuvieran una noción de su propio género, seguramente caerían en una especie de ranaísmo semejante al humanismo que las haría tan prestas a la rebelión como a nosotros, ¿no? Pero no lo podemos atribuir. Estando nosotros por un lado entre las cosas y siendo cosa como son las cosas, sin embargo nos distingue de las demás una especie de exageración en la obediencia al ideal. Todas las cosas cualesquiera en la medida en que se están realizando, están metidas en la Realidad, son contradictorias, son una guerra consigo mismo, pero en nuestro caso de esta manera especial, que consiste justamente en eso, en la fe en uno mismo como si fuera Dios, en la fe en la muerte, la fe en el Dinero, cosas que parece que son estrañas a cualesquiera bestias o astros o lo que sea.

          — ¿Qué es esto…?

          AGC — ¿Perdón?

          — Sí. No, quería yo preguntar sobre la muerte: ¿qué es esto de la mentira de la muerte (que no lo acabo de entender del todo), o la fe en la muerte…?

          AGC — Pero has estado estos días pasaos, ¿no?

          — No. Estos días no he estado. El mes de agosto no estao.

          AGC — Claro, claro. Es que nos hemos dedicado a eso, no me puedo detener mucho…

          — Claro. Pues por eso no lo entiendo.

          AGC — …Tendrás que acudir incluso a estas maravillosas trascripciones que hacen de las tertulias. Hoy me he limitao a decir que de los otros usos he tomado el real, que es el de la muerte que nunca está aquí, la futura. Ésa es la real, es de la que he estao hablando. Cuando he hablado de fe en la muerte me he referido a ésa, a ésa esclusivamente. Luego hay otros usos de la palabra…

          — A la futura, no la muerte que nos hablan en los telediarios, ésa es la mentira, ¿no?, ¿te refieres?

          AGC — No, no: es la Realidad. Ésa es la Realidad, es la muerte de uno, claro, uno se la cree. Bueno, no sé, no puedo volver sobre eso. Por debajo está el hecho de que como cosas nos estamos deshaciendo continuamente, eso es morirse —morirse—, morirse o vivir, da lo mismo, y por encima está la muerte eterna, que decían los curas, mors aeterna, es decir, la creencia en uno mismo que le hace como Dios, y que hace que al mismo tiempo que tenga que creer en su muerte, ésta le resulte inconcebible, no temible sino inconcebible. No puedo volver mucho sobre ello, lo siento.

          — Ya, ya, [], gracias.

          AGC — Más.

          — Había pedido la vez. Que digo que precisamente lo ridículo de la idiosincrasia en… es donde se siente la compasión. La compasión, porque uno sabe que eso… si no se siente compasión por eso no vas a poder nunca descubrir lo común. Lo común está en relación... directo con eso, con la peculiaridad de la idiotez personal, ¿no? Si no hay lo uno no hay lo otro, y si uno siente sólo ira ante esas peculiaridades que tú dices, jamás podrá ni acceder a lo común ni a la compasión, que es lo común.

          AGC — He hablado de la simpatía, que viene a ser compasión, que es el término que emplea Isabel, es simplemente la traducción al latín del griego ‘simpatía’, es decir, una especie de participación en común en algo, sea sufrimiento, sea cualquier cosa, sentimientos. He hablado de la simpatía por las cosas, también por los niños, también por los hombres y mujeres, pero como cosas —como cosas—; porque ¿por qué vamos a detener, si no nos ponemos humanistas, por qué vamos a poner límites a la compasión? Nuestra compasión tiene que estenderse a la compasión de las manadas de reses que van al matadero todos los días. ¿Qué motivo hay para que no?...

          — Para que tú sientas la…

          AGC — …Tenemos una compasión por los muertos de cualquier guerra o las mujeres maltratadas, pero ¿por qué vamos a quedarnos ahí? La compasión no puede ser humanista, si no, ya no sirve para nada. Si es una compasión humanista, que se refiere justamente a las cosas que son hombres, nada.

          — La compasión es una acción de descubrimiento de lo común en la idiotez personal.

          AGC — Si tenemos que descubrir algo común en las cosas y sentirnos libres para de verdad sentir, tiene que ser con las cosas en general y con nosotros sólo…

          — En la idiotez personal. Es el único modo.

          AGC —…sólo, con nosotros sólo en la medida en que no estamos hechos del todo y que nos queda algo de cosas. Yo no tengo ninguna otra compasión legítima que [...]. Yo no puedo tener compasión por un marido o por una mujer en cuan-… o por una esposa en cuanto tales. No puedo tener compasión por un gobernador civil en cuanto tal, no puedo tener compasión con ningún presidente ni con ningún alcalde siquiera. Eso es justamente lo que nos venden…

          — ¿No descubres en ti…? ¿Es que tú no descubres en ti mismo al gobernador y al marido y a su señora, en ti mismo? Tú eres legión. ¿O eres tú solo?  

          AGC — …Lo que nos venden como adicción, como simpatía, es justamente esta falsedad que ahora estoy denunciando. Por tanto, aquí, desde aquí sólo puedo admitir como compasión de veras la que no se limita a la raza humana ni a las estructuras de la humanidad ni a todos estos entes así.

          — Estás hablando de humanidad. Eres tú quien hablas de humanidad.

          AGC — Que no se limita, que no escluye. Que no escluye. Uno siente la simpatía por los niños todavía no muy pervertidos justamente porque son cosas todavía, tienen más de cosa. Y en cambio a uno le cuesta mucho trabajo, mucho más trabajo sentir compasión, simpatía, por los mayores porque están tan hechos ya, se nos presentan tan con su estructura… ¡Y yo cómo voy a tener compasión por una estructura! No puedo tener compasión ni simpatía ninguna por una estructura. Sí, ¿qué más había? Sí.

          — Cuando tú has dicho otras veces que somos una cosa entre las cosas, yo creo que ahí está el quid de todo: si nos creemos ese antropoformismo de que todo es nuestro y alrededor nuestro, es cuando ni compasión ni narices; es que es tan amplio, tan amplio todo lo que nos rodea y tan bien capacitao para sufrir mucho como para ver que no somos nada, en cuanto vemos que somos una cosa entre las cosas.

          AGC — Sí.

          — Es repetirte un poco, pero creo en que eso de ser una cosa entre las cosas está el quid de todo.

          AGC — Es sobre todo la negación lo que importa en este caso, es la propuesta de modificar el verso de Terencio, en el Heauton Timoroumenos, algunos de vosotros la recordáis “Res sum, rerum nihil a me alienum puto”: en lugar de “Soy hombre y nada humano me es ajeno” es “Soy cosa y nada de las cosas me es ajena”. Ésta es justamente la forma negativa en la que hoy he insistido. Esta condición de ser cosas, lo que nos queda de ser cosas, es la que está por debajo oponiéndose a la imposición de los ideales, a los que he presentado como la fuente de todos los horrores y las mentiras que costituyen la Humanidad histórica con todas sus guerras, filosofías y engaños. ¿Qué más había por ahí?   

          — Luis va a hablar. Te toca a ti.

          — Estaba pensando que este invento del humanismo, yo no sé hasta qué punto se puede decir que es cosa de por el siglo XIV o XV  más o menos, ¿no?, tal como lo nombran.

          AGC — Hay… (yo no he seguido muy de cerca el término), pero hay desde luego en las universidades medievales, desde antes ya, una tendencia a decirte “humana litera, ad humaniores literas colenda”, para el cultivo de una cultura más humana. Se estaba estableciendo, aunque el término en ‘ismo’ desde luego sea mucho más moderno, pero se estaba estableciendo.

          — Es que pensaba que hay una cierta contradicción curiosa entre esto de humanismo, si es que hay que tomarlo a partir de ese momento, con el establecimiento ya de la ciencia como la dominadora frente a las llamadas Letras o Humanidades. Que yo creo que uno de los ejemplos que podemos tomar en el uso del astracto de ‘el Hombre’ es en el desarrollo de la frase ésta en griego de “”, que decían en el XIX, que Dedekind un poco después dice “Aieì hò ánthropos aritmetítzei”: “Siempre el hombre está haciendo Aritmética”, entendiendo Aritmética el desarrollo ya de una Matemática claramente desarrollada a cálculos que eviten la contradicción, cálculos que intentan ser reales y esplicadores, que para ellos no serían contradictorios seguramente. 

          AGC — Sí, desde luego es como una especie de confirmación, pretendidamente la confirmación perfecta del ideal, que es la Matemática; por eso aquí recuerdas que nos hemos acostumbrado a hablar de Dios matemático para referirnos a Dios sin más, que tiene que ser por esencia matemático, y que se confunde con el Hombre -tienes razón-: en la medida que la noción de el hombre se desarrolla, en la misma medida su equiparación con Dios se hace más clara y Dios no puede ser más perfecto que apoyándose en la Aritmética.

Por cierto, que esto me hace recordar que no os he preguntao [....] mucho más tarde, sobre la forma de la formulación de lo infinito que el otro día nos traíamos. La vuelvo a recordar: era a propósito de que Lucrecio, entre otros muchos, ataca a los que desean vivir más, vivir más tiempo, vivir más tiempo, más años, por el razonamiento de que da lo mismo vivir más años, vivir menos años, porque de todas formas estamos condenados a estar en una muerte eterna.  El mismo término que empleaban los curas o el Dante: eterna.

Y entonces el problema era ¿qué hacemos con el término ‘infinito’, con el signo mismo desarrollado en la Matemática? ¿Decimos “efectivamente da igual infinito menos treinta y siete que infinito menos tres mil quinientos cincuenta, porque de todas maneras seguirá siendo infinito por más que le quites, por más que le añadas, no tiene sentido quitar ni añadir”? Yo creo que el problema era, que os lo dejo otra vez planteao, tomando ‘infinito’ como (de la manera que falsamente se toma), como equivalente de ‘todo’, ¿qué sentido tiene esa resta del todo, de la eternidad? Ahí por lo menos parece que todo y los números se llevan bien entre sí, se tratan; hay que ver maneras, tendría sentido. En cambio si infinito se tomara como sin fin, una negación de la que no se salva nada, sin fin, entonces no tiene ni sentido restarle números, es decir, restarle años contados.  

Os lo vuelvo a recordar porque yo creo que es útil volver sobre ello y aparte de eso no sé si os queda algo más, antes de que cortemos.

          — Sí, por aquí.

          AGC — A ver.

          — Que a mí me parecía que este endiosamiento del hombre es una forma de justificar todas las barbaridades que hacen con el resto de las cosas que no son hombre. Y miedo: este endiosamiento... 

          AGC — Por supuesto. Es muy evidente y has hecho muy bien en decirl: todos los días y a cada momento. Antes he hablado de las reses que van al matadero. Eso está perfectamente justificado: no son hombres. Hombre, como se parecen algo, están las minorías o sectas de los que se parecen preocuparse por los animales, que no llegarían seguramente a preocuparse tanto por la tala de los árboles, salvo en nombre de cosas abstractas como la Naturaleza; pero ya veis cómo la justificación ésa se está realizando a cada momento. Desde luego cuando había legalmente esclavos, daba lo mismo: el que fueran esclavos justificaba cualquier cosa. ¿Qué coños, le vas a decir incluso a los españoles que estaban conquistando América que fueran a tratar a los indígenas que encontraran por allí como si fueran personas? ¡Puf!, ya tenían que venir detrás los frailes, los frailes bienintencionados, para intentar convencerlos de que sí, de que eran hombres, de que eran hombres, de que eran hombres también. La tendencia es a esgrimir la justificación en todos los niveles, y el supremo es el de la Humanidad, eso lo justifica todo. Pertenecer a una raza u otra, el ser de una nación u otra, puede justificar muchas cosas, entre otras, escabechinas interminables. Pero el ser hombre, el que se trata de cosas buenas para el hombre, se da tan como natural que puede pasar inadvertido, pero está ahí, en los Medios de cada día. Todos, cualesquiera horrores quedan inmediatamente justificados: “Son para el hombre”, “para bien del hombre”. 

          — Pero son los hombres a los que más se machaca, ¿no?    

          — Está aquel chico. Un momento, Virginia.        

          — Iba a decir, a propósito de lo que comentabas de la Humanidad justificando sus crímenes, sus aberraciones, mediante la propia Humanidad, también un aspecto más sibilino, que creo yo que sale, cuando el hombre se objetiva a sí mismo en la Realidad, dice “No, es la naturaleza humana”, que es una invención también bastante hermosa, y sobre todo en la ley de la evolución, que ahora se menciona mucho en las empresas, en todo lo que es… además lo aplican a todo: el gen egoísta, esos libros que justifican el avance de la Humanidad apelando a una evolución natural, que no es humana pero que justifica también todo lo que el hombre hace. Es [] rizar el rizo…

          AGC — Sí. Se progresa, como dices, así se progresa en la elaboración y el sostenimiento de la noción. Nunca están seguros del todo de ella por más que lo parezcan y tiene que hacer cosas como ésas: la invención de la Naturaleza en general naturalmente es una falsificación (ya sabéis que aquí no admitimos tal cosa como que se llame Naturaleza ni a la Realidad propiamente dicha ni a lo sin fin), pero la invención de la Naturaleza luego sirve indirectamente, como has dicho, para que también dentro de la Naturaleza se iscriba una Naturaleza humana, como si el hombre fuera tan natural como las demás cosas. Progresos en la mentira, sí. ¿Qué más? Sí 

          — Yo, con respecto… A lo mejor es repetir lo que ya se ha dicho, pero con respecto a lo que acaba de salir, a mí me parece que lo que principalmente  machaca la idea de hombre no es a las otras cosas, que también, sino a los hombres. Que es en nombre del Hombre y de la Humanidad en nombre de lo que se machaca a los hombres o a la gente o como se los quiera llamar.

          AGC — Sí.

          — Y que no se hace por bien de los hombres, que los hombres no estamos mejor por eso. Porque, bueno, aun si estuviéramos mejor a costa de que otras cosas estuvieran peor… Pero no puede ser, hay una comunidad: que si las otras cosas están peor, nosotros también.   

          AGC — Pues sí, señor. Pues ya ves, las dos cosas: te machacan, nos machacan, pero es por el bien del Hombre, por el bien del Hombre. Es así, no cabe duda, eso es lo que tenemos todos los días. Con eso hay que cargar. No sólo nos machacan en el sentido de otras injurias sino sobre todo el de la educación: cogen a nuestros niños y los educan. Y ‘educarlos’ quiere decir hacerles creer en todas estas mentiras desde pequeñitos, les machacan. ¿Son unos desgraciaos por esto los niños? Parece a veces que no les ha sentao muy bien, que no son tan graciosos como cuando no estaban educados, pero ¡qué importa!, es por el bien de la Humanidad, es por el Progreso, por el Progreso de la Humanidad, para que sea cada vez mejor. Así es como se comenten los crímenes de ordinario. 

          — Es que me estaba volviendo sobre la simpatía, ¿no?, sobre esa simpatía. Antes cuando lo decías intentaba ponerme en la situación de sentir esa simpatía, ¿no?, y también se me mezclaba, como lo que decía Isabel, con eso de la compasión o con incluso una mirada bondadosa o que a veces, pues, le ocurre a uno o la ve por ahí; y no sé, la verdad es que me parece que esas miradas tienen que salirse precisamente… para poder sentir esa simpatía con lo humano tiene que ser como desde fuera de ellos, ¿no?  O sea, que…

          AGC — Desde fuera pero desde dentro, porque te puedo decir también que esto que nos queda de pueblo que [normalmente] está también dentro, ¿por qué no?, lo mismo que he dicho que en general la rebelión contra el hombre no se puede hacer más que desde los hombres, ¿no? Desde luego para poder sentir de verdad algo como compasión o simpatía, la primera condición es que uno se descuide, porque eso es peligroso, los sentimientos son peligrosos. De manera que son momentos en que uno se descuida, pero no te vayas a dejar llevar por ese arrebato de simpatía o de compasión que te ha entrao, ¿no?, no te dejes llevar, ¡a dónde podríamos venir a dar si no! Bueno, se ha hecho muy tarde, parece, ¿no?

          — Yo quería decir sólo una cosa, ¿no?

          AGC — A ver.

          — Que también parece que se justifican esos desmanes en la incapacidad de entre los hombres de entenderse, como si hubiera una incapacidad para entenderse, entre dos…

          AGC — Pero…

          —  …y mucho más también entenderse a uno mismo, ¿no?, y a lo mejor de ahí viene toda la...

          AGC — Pues ya ves cómo es: la única manera en que nos podemos entender es cuando renunciamos a las ideas ésas fundamentales que nos están impuestas por educación. ¿Cómo se va uno a entender si incluso en las relaciones familiares, lo mismo que en las públicas, se está contando con todos esos fantasmas que hemos estado denunciando aquí? Eso es lo que hace el no entendimiento y la contradicción. Un entendimiento es como lo que estaba diciendo de la compasión o simpatía: por descuido, gracias a que no estamos bien hechos, de repente en un momento dado podemos sentir compasión o entendernos; pero, ¡cuidado!, sin pasarse, enseguida reaccionando y restableciéndonos en nuestro puesto y al vecino en el suyo, porque si no [].

          — []

          AGC — Bueno, pues no sé qué pasará, pero os he vuelto a plantear el problema ése de la muerte, y con esto y lo del hombre que os he dicho, si nos dejan, seguimos dentro de unos siete días.