14.09.2011

Tertulia Política número 299 (14 de Septiembre de 2011)

Agustín García Calvo

Ateneo de Madrid


 

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TRANSCRIPCIÓN:
 
 
Vamos a reanudar pués este ataque contra la Realidad, es decir contra la Fe, al que nos venimos dedicando yo, unos cuantos, muchos tal vez de vosotros va a hacer pronto 14 años. Es un fenómeno relativamente notable, o tal vez muy notable, tantos años, tanta gente, aunque sean cambiantes, aunque no sean más que en parte los mismos, aunque no se sepa cuántos somos, que es lo que también se les pide a las asambleas al aire libre, para que haya asamblea: que se empiece a no saber cuántos somos, que el Poder no nos pueda contar, porque —como recordáis— aquí, a lo largo de todo este tiempo, se trata de a ver si algún rato, por descuido, a través de las bocas de las personas, la mía, las vuestras, se oye hablar algo que no sea personal, que no sean las ideas más o menos aceptadas, más o menos impuestas, sino que venga de abajo, de lo que nos queda de no persona, de lo que nos queda de no se sabe quién, de no se sabe cuántos, a lo que se alude torpemente con ‘pueblo’. En ese sentido se dice que esta guerra, este ataque, es de eso que nos quede por ahí abajo contra lo que está Arriba, contra el Poder en cualquiera de sus formas y contra la fe.

Pues tantos años llevamos. Este poco asombro de que tanto y de que tantos tenía que recordarlo algún momento, para haceros costar ahora que, como no tenemos futuro, como esto no tiene ningún futuro, por tanto no hay tampoco prisa. Esto es muy elemental, pero me gustaría que lo entendiérais conmigo: como no tenemos futuro, no hay prisa. Tal vez con eso hay que relacionar todo esto que nos ha permitido seguir con esta guerra. No hay prisa. Debe quedar claro que lo que mete prisa, lo que hace andar deprisa, es siempre que haya un fin al que las acciones se dirigen, al que las actividades se dirigen: que haya un fin, que haya un futuro. Solamente desde ahí, desde ese futuro, se entiende esta maldición que nos toca más o menos a diario: la prisa, andar con prisa. Si veis que alguien anda con prisa, si os veis cada uno de vosotros asimismo andar con prisa, ya podéis deducir sin más que aquello por lo que se mueve no valía la pena. Ésta es la conclusión. Es por lo menos un síntoma lo bastante preciso: si tanta prisa tiene es que eso que busca no vale la pena.

Es decir que para hacer algo, para que pase algo que valga la pena de veras, algo que sea bueno en el buen sentido de la palabra, lo que hace falta es que no haya un fin, que no haya un futuro. Entonces ya no vamos arrastrados desde delante, desde delante hacia atrás por esa cadena del fin, del futuro, y entonces es siempre posible que pase algo no previsto, que se haga algo que no sea lo que ya está hecho. Y a eso estamos aquí.

Pero conviene que esta situación en la que estamos metidos (personalmente cada cual y también esta tertulia, a pesar de sus pretensiones de guerra)... esta situación trato de hacer que se entienda o se sienta así: estamos en esta Realidad entre lo que nos viene de Arriba, las órdenes, la fe en el Orden, las istrucciones, las previsiones, proyectos, etc., todo eso que viene de Arriba, y Arriba, como recordáis, no hay más que Dios, Dios matemático; es decir que se puede decir, aunque parezca muy paradójico, que por ese lado, desde Arriba, estamos presionados por el eterno, por lo eterno, por la eternidad. Es algo estraño que eso pueda presionar, no está dentro de lo que se cree de ordinario pero es así: desde Arriba estamos regidos, presionados, oprimidos, como queráis decirlo, por el Ideal, por Dios, por el Poder en cualquiera de sus formas, entre ellas, el Dinero como la prueba más actual de Dios; todo eso está Arriba, todo eso es del ideal y todo eso es, en algún sentido, eterno. Y desde abajo (desde ese sitio en donde dejamos de ser hombres, dejamos de ser cada uno uno y la persona de alguna manera se pierde o se disuelve), desde abajo nos viene, nos invade, a veces, lo contrario de lo eterno: lo sin fin, lo desconocido.

Entre estas dos cosas, entre el encuentro de estos opuestos tan claros (Tiempo eterno, Dios, el Poder —Arriba— y lo desconocido, lo que nos queda de no ser cada uno el que es, lo que nos queda de indefinido, de no sometido a una idea fija), entre estas dos cosas está la Realidad, ésa es nuestra situación real. De manera que en ese sentido alguna vez hemos descubierto que esta Realidad no puede consistir más que en la contradicción entre lo uno y lo otro. Estamos en el encuentro, en la contradicción, entre lo uno y lo otro, y lo único que hay como real es esa contradicción.    

No sé si al tratar de haceros imaginar este esquema estoy haciendo bien. Notad que efectivamente imaginarlo, idearlo, no cabe: eso es ya ponernos en la parte de Arriba, creer que efectivamente se pueden tener ideas acerca de esto que estoy diciendo; pero pidiéndoos que no hagáis demasiado caso de vuestra imaginación en el sentido de que no la dejéis convertirse en ideación, en conocimiento, en saber —como suele suceder—, por eso deseo presentárosla así: la invasión de lo de abajo, de lo desconocido, nos sube de una manera continua. Y para entender esta noción de ‘continuo’, físico o dondequiera que se presente,  hemos apelado más de una vez a AHORA, es decir, a esto que evidentemente se da en la Realidad, puesto que se dice “AHORA”, pero se sale de la Realidad en el sentido de que AHORA no es ningún momento, no pertenece por tanto al Tiempo real, al de los minutos, al de los años, al de los segundos. AHORA que cuando se dice AHORA ya no es AHORA. La invasión de lo sin fin, digo, se nos presenta justamente de la manera más inmediata ahí, AHORA.

Esto también va mucho contra la habitual imaginación de las cosas, por eso hace falta insistir en ello.

Nos invade continuamente, que quiere decir sin distinción de momento tras momento (eso pertenece a la Realidad), nos está invadiendo AHORA, que quiere decir en ningún momento, que quiere decir AHORA que cuando se dice ya no es AHORA…

          — No se oye, Agustín.

Ésa es la entrada más inmediata que tenéis a lo de el sin fin que no sea una mera infinitud.

[Breve interrupción para colocar el micro]

¡Qué le vamos a hacer!, esto ha sido un momento, no ha sido AHORA, ha sido un momento. Esta interrupción no ha sido AHORA sino simplemente momentánea, no pasa nada por tanto, es como todos los demás momentos de la Realidad.

Se me ocurre, para que esto se entienda en el sentido de ‘se sienta’ de una manera más precisa, acudir a la observación de las cosas muy grandes, mucho más grandes que nosotros; y por esta vía (que parece un poco absurda) del tamaño, y de lo que las diferencias de tamaño pueden introducir en la cuestión, eso es por donde querría que me acompañárais un rato. Por ejemplo, nos quedamos mirando al lucero (sea vespertino, sea matutino o sea, como la Ciencia dice, el mismo), nos quedamos mirando al lucero y lo observamos día tras día (a muchos nos sucede que por curiosidad nos fijamos, un poco, dónde, cuándo aparece, en qué relación con el sol, con nosotros, se encuentra), y no podemos menos de asombrarnos de la exactitud con que cumple su recorrido, con que realiza esas apariciones. Día tras día y seguramente siglo tras siglo viene haciendo lo mismo y lo hace siempre igual. Si analizamos las relaciones que su complicada curva, por así decir, cumple en el proceso en relación con las otras curvas, las de la órbita terrestre y las demás, nos quedaremos asombrados de que esa ecuación que rige la curva de sus apariciones a lo largo de los días, a lo largo del año, se mantenga siempre igual, sea siempre la misma.

Esto es lo que nos hace sentir la aparición, en esta exactitud, en este cumplimiento preciso de la ruta del lucero, nos hace sentir la presión de lo eterno. Es que es verdaderamente matemático lo que hay en esa obediencia, es una exactitud aparentemente irreprochable y ni más ni menos. ¿Cómo puede ser en este mundo en el que estamos acostumbrados en la realidad humana,  social, a tantas inexactitudes, a tantas torpezas, a tantos traspiés, a tantas roturas de los propósitos y de las rutinas y de las acciones en general?, ¿cómo puede ser que junto a esto esté entre nosotros también una cosa como la curva de las apariciones del lucero de la mañana o de la tarde? Parece que no podría ser.

Bueno, pues por ahí vamos a entrar, si es que hasta aquí me seguís, y lo tenéis ahí delante, presente, día tras día, siglo tras siglo, al lucero, por ejemplo.

Pues es la cuestión del tamaño. Hay que decir enseguida “es que nosotros somos demasiado pequeños”. Que somos demasiado pequeños, es decir que sabemos que si en lugar de disponer de unas cuantas tardes dispusiéramos de unos cuantos siglos, de unos cuantos milenios, algo más de unos pocos millones de años para la observación, evidentemente descubriríamos imperfecciones, desviaciones en la ruta de ese astro, descubriríamos que no cumplía del todo exactamente su cometido, que no seguía con una perfecta igualdad lo que le estaba mandado, que se ha desviado, que ya no es igual como hace tres millones de años, que ya no va exactamente por el mismo sitio, que ya no aparece justamente a la misma hora a la vista de un terrestre, que se ha alterado. De manera que es sólo nuestra pequeñez lo que nos hace percibir como exactitud absoluta lo que evidentemente no lo es. Cualquiera sabe que las cosas cualesquiera, por tanto los astros, están, como nosotros, desmoronándose continuamente, sometidos a la invasión de lo desconocido desde abajo.

Pero lo que importa aquí es esto: que para que poniéndonos mucho más grandes y llevando la observación a unos cuantos millones de años se nos hagan perceptibles alteraciones, desviaciones, imperfecciones, cambios, en la marcha del astro, es preciso que reconozcamos que ahora mismo está sufriendo alguna imperfección en su curva, AHORA. Porque si no estuviera continuamente obedeciendo a la ley de las cosas cualesquiera, de alterarse, de estropearse, de desmoronarse, ¿cómo se podría aplicar que simplemente con una ampliación del número de años eso se hiciera perceptible?, ¿de qué otro sitio puede venir? No se cambia así de repente: incluso si se piensa en un accidente muy istantáneo, por ejemplo en el choque con un meteorito o cosas así, eso no hace nada respecto a la observación que se nos impone contínua de las alteraciones de la ruta, de las imperfecciones, a cada momento. Tiene que venir de ahí: sólo la presencia ahora mismo de imperfecciones, de alteraciones imperceptibles, en la ruta, en la hora, en el sitio… Sólo a partir de ahí se puede esplicar eso que la imaginación del aumento de tamaño nos revela de una manera clara: está AHORA, oscuramente.

Bueno, pues ésa es la manera en que tenéis cómo lo sin fin se produce AHORA, es decir cómo os libráis de las imaginaciones y las teorías que habitualmente reinan sobre el caso. Porque las fórmulas de la inercia, del movimiento, de la velocidad, de la aceleración, cuentan siempre con cuantías exactas incluso para referirse a la Realidad, y esas cuantías exactas con que cuentan, y con las que nuestra imaginación o teoría también está llena, están sin embargo montadas sobre ningún suelo fijo, ningún fundamento preciso:  están montadas sobre lo sin fin y justamente en la Realidad, donde tanto los luceros como nosotros estamos establecidos y moviéndonos costantemente.

No sé si con esto acierto a haceros renunciar a muchas de las ideas que sobre eterno y sobre infinitud y demás reinan, en las que estáis educados, en las que tenéis que creer, pero ahora me lo haréis notar enseguida, con vuestras preguntas, vuestras dudas, en cuanto os pase la voz.

Recordad que en el curso... en el curso de un astro o de un lucero está desde luego interviniendo Dios matemático, que está, como decía Gauss, haciendo aritmética con las cosas. (¿Era por fin Gauss o…, el de la frase, el de “Hò theós aritmetítzei”?).

          — Sí, Gauss.

(Gauss. Sí). Está ciertamente ahí, de manera que el ideal, lo de Arriba, está operando, de alguna manera, está actuando. Sin embargo, la sola observación, en el sentido que os la he presentado, nos revela que eso está actuando sobre algo que por otra parte es necesariamente incierto, sin fin, contínuo, y que eso, que es incierto, sin fin, contínuo, no sólo es que esté ahora, es decir en un cierto tiempo, a lo largo de nuestra vida, a lo largo de nuestra historia, por ahí debajo de la Realidad, sino que ahora mismo se nos está presentando. Se nos está presentando ahora mismo.

Bueno, os voy a preguntar enseguida respecto a vuestras impresiones y espresiones acerca de esto. Pero ¿qué tiene que ver la cuestión en una tertulia política, que es lo que es esto, es decir, como os decía al principio: un sitio donde se confía en que, en lugar de hablar personalmente, por nuestras bocas personales se escape algo que venga justamente de lo no personal, de eso a lo que se alude con ‘pueblo’? Para muchos de vosotros supongo que está relativamente claro qué tiene que ver, cómo lo uno va con lo otro. Fijáos bien que todo aquello a lo que estáis sometidos en vuestras vidas, por parte de los gobiernos, por parte de las istituciones familiares,  por parte de cualquier cosa de las que los políticos llaman ‘política’, necesita una creencia en el Orden, es decir: en que se puede ordenar el mundo desde Arriba, y por tanto, en particular la sociedad humana; si no, ¿qué, diablos, estarían pintando ahí los gobernantes y los políticos? Es preciso que tengan esta fe, es decir que sean representantes de este ideal, y este ideal, para que fuera verdadero, requeriría que fuera matemático. No lo es pero hacen como si. Y hay que decir que de vez en cuando los propios órganos de información y hasta la propia ciencia en parte les ayudan a hacer como si, a hacer como si fuera verdad, como si hubiera motivo para creer en un Orden superior desde el cual se pueden ordenar las personas y también con ellas las otras cosas.

Éste es el fundamento del Poder contra el que aquí tratamos de dejar que de vez en cuando algo hable a través de nosotros. Es el fundamento del Poder y, por tanto, descubrir qué es lo que se esconde detrás de esta palabra ‘Orden’   (como he estado haciéndolo todo este rato) es de primera importancia para no equivocarnos, es decir, para no volver a obedecer a esa fe que se nos impone, a ese Orden.

Cualesquiera ordenación que se os presente o que se os venda, dentro de la Sociedad o también refiriéndose al Cosmos de los científicos, no consiste más que en la lucha (como en el ejemplo [de cada uno] es claro) entre la imposición de un Orden superior, infalible, eterno, y la invasión de algo que lo desmiente contínuamente y ahora mismo.

Con esto naturalmente, cuando se viene a parar a un caso particular, como es la ordenación de la Sociedad humana, todos los prejuicios y las creencias tienen que haberse ido al carajo sin más, si somos meramente consecuentes. Nunca se podría volver a hablar tal como todos los días os hablan los Medios y hasta los libros de ciencia acerca de la Sociedad y de la ordenación social y todas las demás cosas de que os hablan cada día; que os hablan cada día por los Medios, sobre todo, de información, que hemos comparado aquí con los predicadores del antiguo Régimen, los predicadores de la fe en el antiguo Régimen, pero que vienen a ser lo mismo.

No tengo que volver a recordarlo, muchas veces lo hemos dicho (es lo único que nos anima para esta tarea que parece ímproba, interminable), no hace falta recordar que esa predicación misma, esa información costante, en la que el Orden superior insiste, en la que se nos quiere hacer creer cada vez de una manera más firme, demuestra la inseguridad del Orden, lo que siempre se esconde. Los órganos de Poder, empezando por los gobiernos y terminando por la propia persona de uno, se declaran de ordinario seguros de lo que creen, pero justamente la declaración de su seguridad y la renovación de esa declaración es el testimonio primario de que era falsa, de que no estaban tan seguros, de que no se lo creían tanto como ellos nos hacen creer que se lo creen, no se lo creían tanto; y es así como tomamos ese testimonio: ¿por qué tanta información?, ¿por qué tendrían que predicar la verdad de los hechos, la verdad de la Realidad de una manera tan costante?, ¿por qué, si no fuera que están por debajo inseguros, nunca del todo seguros, teniendo que procurar justamente la seguridad?  

Bueno, pues para derruir esa pretensión de seguridad es para lo que estamos hablando aquí, para lo que os he traído, por si hacía falta, hasta el lucero de la tarde o de la mañana. Y ahora respecto a cualquier cuestión de ellas paso ya a dejaros correr la palabra, porque sin duda habrá muchas cosas todavía que contradecir y que debatir acerca de esto que os he soltado. De manera que ¡adelante!, cuando queráis.    

          — Aquí. Yo me preguntaba cuando estabas diciendo esto de la…, esto de aquí, de la curvatura del astro, del lucero, si esa…, o sea, esa imperfección o esa desviación no podría estar contando…, ésa, la desviación del astro, no podía estar contando o formando parte de como de otro lugar, o sea, se contara con ello en otra realidad. Porque parece que son como sobras…

          AGC — Claro, claro, eso es lo que ellos creen. Cualquier físico ortodoxo, cualquier creyente, piensa que efectivamente hay un todo.

          — No un todo, sino que fuera, por ejemplo…

          AGC — No, no: un todo.

          — Ya, pero que, por ejemplo…

          AGC — Bueno, un todo. ¿O no? Un todo.

          — Bueno, pero todo siempre como que se escapa, hay una desviación…

          AGC — No, no, no.

          — …algo que no es completamente…  apresable.

          AGC — No, no, no. Cuando estabas diciendo lo que estabas diciendo…

          — Sí.

          AGC — …¿estabas o no contando con que hay un todo dentro del cual hasta las imperfecciones y desviaciones tendrían su esplicación?

          — Hombre, claro, al decir eso…

          AGC — En cambio, aquí el pueblo no cree que haya un todo, ni en el Cosmos ni en ninguna otra cosa. No hay ningún todo de nada, ¿no? Pero, efectivamente, la fe reinante, en su forma más severa o imperiosa, requiere eso, sí: hasta las imperfecciones formarían parte del Orden superior, siempre superior. Es decir que le dan la victoria al impulso de Arriba, puesto que la mención misma de ‘todo’ es de orden matemático, es decir, pertenece a las formas del ideal que se nos impone, mientras que aquí venimos a descubrir la Realidad como mera contradicción y a descubrir, frente a esta imposición del todo o de la nada, desde Arriba, lo sin fin, lo desconocido, que nos está invadiendo ahora mismo. Pero, más, venga. Tiene que haber muchos puntos útiles de ahí que debatir. A ver.

          — No, a propósito del desorden que introducen en el supuesto Orden a través del Poder, ahora a colación de lo que te inspiró el Cantar de las dos torres, y ahora que están con el 15 de septiembre… con el 11 de septiembre, lo están volviendo a… primero fue el caos pero lo reintegran enseguida en el Orden, ahora ya lo tienen asimilado como parte de la Historia, parte del plan, y la crisis igual: todo lo que es el futuro, da igual lo que ocurra, da igual lo que pase, siempre se va a integrar en un Orden superior (lo que hablábamos ahora del astro hipotético que tiene un Orden superior), el Poder siempre lo hace, da igual lo que pase, siempre va a tener argucias para integrar lo que sea.

          AGC — No pierde la fe. No pierden la fe. Desde luego derribar las torres gemelas es casi una minucia, no tiene importancia para la reintegración; eso casi está como contado de antemano por el Capital: “Bueno, las han derribado, pues las haremos mejores, más altas”, y ya está, no pasa nada y se gana a costa de unos pocos cientos de muertos, se gana pues muchos miles de trabajadores que se dediquen a la recostrucción, son cuentas del Capital, normales. Y nunca pierden la fe. Estamos hablando de ellos como si fueran un conjunto bien cerrado: tampoco es así. No: como conjunto bien cerrado, economistas o políticos, desde luego nunca pueden perder la fe, eso se hundiría. Sucede que tampoco ni siquiera los más acérrimos de los creyentes, políticos, economistas, están (como antes decía) tan seguros; si no, no tendrían que decir tanto lo seguros que están y cómo se las saben todas y cómo están dispuestos a recostruir. Solamente así y considerando que este ‘ellos’ contra el que hablamos formaran un conjunto perfectamente sólido y cerrado a su vez, tendríamos que decir que su fe es eterna y que ningún destrozo, ninguna alteración, ninguna revolución, puede conmoverlos para nada. Por fortuna no es así. No hay ni siquiera tal conjunto de acérrimos creyentes, tienen que estar echando cuentas, renovándolas y mostrando cómo tenían razón, cómo es verdad que están por encima de todo. Es como en todo lo demás: en el antiguo Régimen, la Iglesia naturalmente tenía que contar con los pecados. Los pecados de los feligreses eran una especie de cuantía continua, eran imperfecciones. Un perfecto creyente y un perfecto devoto de la antigua Ley no pecaría nunca. Hay que contar con que pecan, con que pecamos de ordinario, pero, amigo, eso está comprendido dentro del tinglado de la Iglesia, para eso se cuenta con la confesión, el arrepentimiento, formas de información para que también los pecados vengan a formar parte del Orden. Pues lo que pasa con el Capital hoy día no es muy distinto, viene a ser lo mismo. Bien, ¿qué más?  Tiene que haber muchas más cosas que debatir porque… Sí.

          — Yo creo que, por ejemplo, Dios se plantea como infinito…

          AGC — Perdón.

          — …Dios, los ideales, se plantean como infinitos y eternos a la vez.

          AGC — No: infinito es lo contrario de eterno.

          — Bueno, pero te lo enseñan así, como...

          AGC — En cuanto cogemos la palabra ‘infinito’, que es una trampa, la destripamos y hacemos que la negación vuelva a estar viva, y decimos “sin fin”, “no hay fin”, se acabó ‘el infinito’. Queda todo. Queda todo; pero, amigo, la Iglesia y hoy, hoy día, la confusión de ‘todo’ con ‘infinito’ es una mentira de las más necesarias y que más tienen que renovar. Sin eso no viviría ni la Ciencia ortodoxa siquiera ni por tanto el Estado al que sirve.

          — El otro día un político dijo “No nos podemos endeudar hasta el infinito”…

          AGC — ¿“No nos podemos”?

          — “No nos podemos endeudar hasta el infinito”. Dijo así y se quedó tan pancho.

          AGC — ‘Hasta el infinito’ ya sabes que querría decir, al estilo matemático, ‘en una progresión que tuviera por límite el infinito’. Ya los que me seguís hace tiempo pues sabemos cómo justamente la noción misma de ‘límite’ (de ese ‘hasta’) es justamente una noción inventada para confundir, para que esto que nos invade de lo sin fin se confunda con el todo, con la eternidad. Lo mismo con respecto a la muerte de uno, de la que ya hemos tratado otras veces: la misma confusión es necesaria. Por tanto, si para ellos es tan necesario confundir todo con infinito, no tengo que deciros la falta que nos hace aquí, lo contrario, es decir: no creer, desprenderse de cualquier resto de creencia que os quede en cuanto a esa confusión. Es a lo que estamos todo el rato. Más.

          — Quería preguntar que si, por ejemplo, las cosas no están cerradas del todo, ¿por qué el sin fin —digamos— tiene esa tendencia a…?, ¿por qué tiene esa necesidad de tender a hacerse cosas, o sea, a hacerse cosa? ¿Por qué?, ¿qué necesidad tiene?, ¿por qué no se queda suelto…?

          AGC — “A hacerse cosas” no entiendo bien.

          — O sea, si las cosas no están cerradas del todo, ¿no?, hay como una grieta por donde se escapa, ¿no?, en eso que se está llamando el sin fin, ¿no? Entonces ¿qué necesidad tiene eso de tender, digamos, a hacerse realidad, a hacerse… a tomar una forma o a intentar hacerse algo? ¿Qué necesidad tiene?

          AGC — Eso es la Realidad. He dicho que es esa contradicción justamente.

          — Yo lo veo eso como muy raro, ¿no?

          AGC — ¿Se entiende o no?: en la Realidad, en la realización de las cosas y de las personas, lo que hay es una lucha, una contradicción, y eso está ahí. Hay algo de verdad desconocido que anda por ahí y que nunca puede agotarse, que es lo sin fin, que se revela AHORA. Hay eso y hay también la orden de Arriba de realizarse, costituirse, adoptar una forma, adoptar una fórmula que convierta eso sin fin (por ejemplo, en política, eso de pueblo desconocido), lo convierta en cosas realizadas, en conjuntos, en conjuntos numerados, cerrados. Y la Realidad no es otra cosa más que esa contradicción. Pero, venga, más, tiene que haber más puntos… Sí.

          — Pero fe es necesidad de fe.

          AGC — Sí. Bueno, la fe es la necesidad del Poder, por así decir.

          — Es decir: Dios tiene tanta necesidad del creyente como el creyente de Dios.

          AGC — Eso es nada más en la Realidad. Dios eterno, Dios matemático, a  Dios eterno y matemático no le hace falta nada de la Realidad. En el supuesto, desde luego absurdo, de que no hubiera más Realidad que ésa, que la de lo eterno, la de Dios, estaría ya hecho del todo, no haría falta para nada. Pero Dios, los entes ideales, se meten a ser reales al mismo tiempo. Se meten a ser reales, entran en esa lucha, no han podido por menos de estar metidos en esa lucha, y entonces para esto, para esto la fe de los creyentes, de los feligreses y también de los representantes de Dios mismo en la tierra es una necesidad, sin la cual no hay nada que hacer. ‘Nada que hacer’, recordáis, en el sentido de lo que el Poder nos manda, que es hacer lo que ya está hecho, una y otra vez. Recordad que al principio os he recordado que, para hacer algo que no sea hacer lo que está hecho, de lo que hay que desprenderse es de el fin, que por tanto quiere decir esa fe, esa necesidad de fe que rige para las acciones normales, reales, en la Sociedad y fuera.

          — Insisto un poquito, pero como Dios no tiene sentido si no interviene en la Realidad, pues se podía decir que un Dios que no tiene creyentes, pues es como un Dinero sin ejecutivos.

          AGC — ¡Um! Un Dinero que no necesitara ni compra ni venta: absurdo, desde luego, pero a pesar de todo, en una especie de una imaginación sublime, imaginable. Tú mismo lo estás haciendo, claro, al decir que es inimaginable. No se puede precisamente imaginar, pero desde luego hay manera de inventar un lenguaje que trate de no contar con la Realidad y que se refiera solamente a Dios. Éste es justamente el intento que conocéis bien los que me acompañáis, del que tenemos testimonio en los restos del poema de Parménides. La Diosa, cuando le habla a Parménides, no hace otra cosa más que ésa: “Lo que es lo que es, es lo que es lo que es.” “Es”: eso es la verdad. Y “el saberlo es lo mismo que serlo”. Son citas literales. Todo eso se da y se desarrolla a lo largo de un poema hablando simplemente de Dios, del Ser. No lo podemos imaginar, evidentemente. No puede la Diosa de Parménides pretender que propiamente lo imaginamos; pero podemos hablar de ello, podemos fingirnos un lenguaje, puramente lógico, puramente teológico, donde se hable de Dios. Claro que se habla de Dios y se afirma una y otra vez que lo que es, es lo que es; que lo que es lo que es, es lo que es lo que es; que no hay más que Es, y que a eso no se le puede decir No. Se hace justamente para desbancar la Realidad: por tanto todas las cosas que los hombres dicen acerca de que se mueve de acá para allá, se cambia de color, etc., “todo eso no son más que nombre” (esto también es cita literal), “no son más que nombre”. De manera que la predicación, la pura predicación teológica de Dios, desde luego está declarando que eso se hace dejando fuera la Realidad, que la Realidad, entiéndase como se entienda, no es más que nombre, está fuera de la verdad, pero que la verdad no es más que Dios. No sé si tú mismo o cualquiera no sentís esto con bastante precisión, quedan ahí cosas todavía por lo menos debatibles. Sí, ¿y algunos otros también respecto a algún otro punto?

          — Sí. A mí se me ocurre que si entendemos…

          AGC — Perdón.

          — …Si entendemos que la Realidad es el choque entre lo eterno…

          AGC — Sí, entendemos Realidad como una contradicción.

          — Sí. Si se plantea como una contradicción o choque…

          AGC — Un choque.

          — …entre lo sin fin y lo eterno, entre lo desconocido y Dios, o sea, lo conocido, ¿no estamos de alguna manera haciendo como si fueran dos extremos de la misma categoría? Por ejemplo: ¿no podría ser uno lo desconocido de verdad y lo otro una cosa como una explicación que no tendrían la misma categoría, pero si no es así, serían tan sin fin los dos, el uno  como el otro, al compararlos de esa manera, o al situarlos en esos planos, si se puede entender como planos?

          AGC — Sí. No, tal vez mejor harías en decir que los dos son verdad,  justamente en cuanto se salen de la Realidad. Pero son verdad de maneras justamente opuesta la una a la otra. Son verdad, dejando del todo fuera la Realidad, Dios eterno, el que es el que es el que es; y es verdad que eso no es así, que hay siempre desconocido…

           — Pero ¿cómo puede haber dos verdaderos?

          AGC — No, es que no, es que son verdades completamente opuestas, que únicamente tienen de común que se eximen de la Realidad, que es su contradicción, la contradicción de la una con la otra. Es por tanto un planteamiento también que nos saca a nosotros fuera de la Realidad. De hecho lo que se nos da y en lo que nosotros nos hemos criado es de la Realidad, y por tanto la contradicción. Y para que dos se puedan contradecir de una manera tan neta como he tratado de hacéroslo percibir, naturalmente de alguna manera el uno tiene que ser contrario, opuesto, del otro justamente: ‘todo’ lo contrario de ‘sin fin’.

          — Pero en cierto modo, al ser contrario, adquiere la misma categoría o parecidas categorías…

          AGC — ¿Qué categoría?

          — …o sea, que eso se…

          AGC — ¿Qué categoría?

          — La categoría. No sé… la categoría... Que viene a ser un poco de la misma índole.

          AGC — No, no.

          — ¿No?

          AGC — No, no. Simplemente tienen de común que los dos son, para ellos, verdad, para cada uno la opuesta del otro, y para nosotros mentira porque está planteado fuera de la Realidad, que es justamente de donde partimos. Fijáos bien que respecto a lo de Arriba, el saber que lo que es es lo que es (saber de Dios, saber del Ser), en principio no le haría daño al Ser mismo. Por eso en el poema de Parménides se tiene que aclarar que “saberlo es lo mismo que serlo”. Es desde luego una pretensión irreal claramente; pero un saber teológico, un puro saber, parece que sería lo mismo que ser, según la formulación: no le haría daño. En cambio, ese mismo saber aplicado a lo desconocido, eso lo mata sin más, eso sin más lo mata. Eso tal vez demuestra, os muestra, la condición opuesta de lo uno con lo otro, porque efectivamente a lo sin fin, a lo desconocido, a AHORA, el saberlo quiere decir matarlo. Matarlo, es decir convertirlo ya en algo meramente real y por tanto que no era aquello de abajo y sin fin que nos invadía. Eso tal vez aclara bien la oposición, yo creo, hasta cierto punto. ¿Qué más?

          — Sí, Agustín.

          — Agustín.

          AGC — No sé quién. No sé quién de los dos: cualquiera de los dos.

          — Parece como que los astros podrían… tienen menos posibilidades de acceder a lo desconocido que nosotros. Es como si tuvieran más definidas las instrucciones desde Arriba.

          AGC — Eso es otra vez darle importancia al tamaño. Yo me he permitido poner el tamaño…

          — No, no: no por el tamaño. Digo…

          AGC — …pero supongo que sin engañar a nadie. Está claro que cualquiera cosa, como la que has dicho, que dependiera del tamaño, no tendría importancia ninguna. No tendría importancia ninguna porque Dios, el Capital, como hemos dicho, por muchos y más que se le pongan debajo, siempre está dispuesto a reducirlos a la fe. Y desde luego, por más que intentes conocer lo desconocido y someterlo a una regla, vas a encontrar, y lo encuentras ahora mismo, que eso se pierde; se pierde en el no saber, se pierde en lo de verdad sin fin. Sí.

          — Bueno. El Dios y el todo están ligados siempre, porque en caso de no existir ese trabazón, lo que ocurriría sería una terrible blasfemia. La blasfemia más terrible es decir que toda la creación del mundo no es comparable al sufrimiento de un solo ser inocente, por ejemplo. Pero con lo del Dinero, que es el Dios igual…

          AGC — El salto ése no te lo he cogido bien, Jaime. Vuelve, vuelve otra vez.

          — La blasfemia más terrible era la de Tolstoi, en Guerra y paz… 

          AGC — Tú habías partido de que Dios y todo están siempre juntos.

          — Sí, tienen que ser la misma cosa, porque es la única manera de que pueda la gente aceptar que Dios… hay algo en el fondo que lo ignoramos, pero…

          AGC — No, no.

          — …en el todo, en todo…

          AGC — No, no, no, no. Todo es lo que sabemos.

          — Que sabemos que…

          AGC — Sabemos, sabemos; mentira pero lo sabemos.

          — Que Dios tiene razones que nosotros podemos… podemos no conocer las razones de Dios pero está en el todo. Sí, el…

          AGC — Bueno, y lo de que Dios no sería… (¿Cómo has dicho?), no sería nada en comparación con…

          — No, con el sufrimiento de un solo ser inocente.

          AGC — Eso no puede ser.

          — Ésa es la blasfemia más…

          AGC — Pues no. La verdad es que te puedo enseñar unas cuantas blasfemias peores, peores que ésa. Ésa no es muy buena, entre otras cosas porque en la formulación está introducido un resto de la fe; un resto de la fe, es decir, de Dios tal como en el antiguo Régimen se le presentaba: como         i n f i n i t a m e n t e  bueno pero al mismo tiempo  o m n i s c i e n t e, sabiéndolo todo, y con todo el lío formado. Y lo que se contrapone a ello, que es el sufrimiento de uno solo, no está bien: porque uno solo es también del mismo orden que todo: nunca hay uno solo. El sufrimiento de uno solo es algo que nos conmueve mucho a nivel real, ocasionalmente nos conmueve de una manera desesperada pero eso no ha de hacernos olvidar que nunca hay uno solo, que lo de uno solo es tan mentira como todo, que uno es tan mentira como Dios, forma parte de un ideal. Nunca es verdad, nunca uno es verdad. Que después el sufrimiento de uno, de unos cuantos -da igual-, Dios o el Capital se encargue de cogerlos y, como los pecados la antigua Iglesia, incluirlos dentro de su ordenación… ¡allá ellos!, eso es cuestión del Orden que nos imponen. Naturalmente tienen que incluir cualesquiera pecados para justamente intentar que nada se escape, que nada quede fuera, y nada más. Más, por favor.

          — Hay una cosa que yo no entiendo en toda esta cuestión. A ver: si lo de abajo no tiene fin, no tiene forma, ¿cómo puede estar en contradicción con el Orden, con el Capital, con Dios? O sea, parece que son de diferente pasta.

          AGC — [] hemos estao viendo que son de opuesta. Pero ¿qué es lo que te…?

          — Pues que a mí me parece que la palabra ‘contradicción’ forma parte del Orden.

    AGC — ¡Ah!

— Es que es lo de… No sé, no lo sé explicar bien, pero tengo la sensación.

          AGC — No. Yo no la he puesto así, yo la he puesto en la Realidad: he llamado contradicción a la Realidad. Por tanto, como la Realidad está costituida como contradicción entre el Orden supremo…

          — ¿Como ‘contradicción’?, ¿como un contraste?

          AGC — No, no: c o n t r a d i c c i ó n,  choque. Choque, contradicción. Realidad no es más que eso, no es otra cosa que eso, si acaso te queda alguna otra forma de creencia. Y entonces está claro que la presencia de esos opuestos o contrarios, o sea dentro de la Realidad, se les puede intentar, como hemos estado haciendo ahora, tomar fuera, pero de hecho se nos presentan de una manera directa en la Realidad misma: contradicción. La Realidad que es contradicción. La Realidad es contradicción, pero el eterno, Dios, no es contradictorio, Él es el que es. Y el que ‘el que es sea el que es’ no admite contradicción ninguna, es completamente estraño a la contradicción. Y en cuanto a la perdición, a lo desconocido, que nos invade desde abajo, ni siquiera tiene sentido plantearle una cuestión de contradicción, porque para que haya contradicción, para que haya guerra, tiene que haber lo uno contra lo otro, y naturalmente en lo desconocido, en la perdición, no puede haber ni guerra ni choque ni contradicción. Sólo se da entre nosotros, en la Realidad. Es la contradicción lo que nos define. Pero más todavía, por favor, que son puntos, los que sacáis en general, yo creo que útiles para perseguir esos restos de fe que se nos queden pegados y tratar este rato que estamos aquí de desvirtuarlos todo lo que se pueda, en público. 

          — En público: ¡habla público!

          AGC — En público.

          — Bueno, volviendo a la cuestión de la exactitud que sacabas con el lucero, hay que preguntarse ¿por qué maravilla tanto esa exactitud, cuando claramente se descubre enseguida que es una especie de falsificación inmediata, ¿no?, no solamente porque el lucero se pueda deshacer por una constante observación eterna, sino por la evidencia de que el lucero en su movimiento no es el movimiento del lucero sino, en este caso, del pobre hombre que observa (al mismo tiempo uno mismo tiene que engañarse, contradecirse, pensando que él no se mueve, que es un representante de Dios que es inmóvil y que puede observar), el propio lucero en otro sentido se mueve, porque forma parte de otro sistema que al mismo tiempo se mueve… Esas evidencias de la dificultad de la exactitud coinciden al mismo tiempo con hacer como si esas cuestiones ideales estuvieran ahí, dándonos la posibilidad de ser exactos: de que se puede aplicar una Matemática, que el lucero es un punto, la tierra es otro punto, incluso que tenemos leyes de gravitación que son reducibles a cálculos de fuerzas y de vectores… Es decir, que hay una especie de confianza en que algo pasa pero que tenemos al mismo tiem-… (que llamamos exacto, por supuesto), y que tenemos al mismo tiempo que suponer que es obediente a una ley. No sé si…

          AGC — Sí. Yo, vamos, la esplicación de que nos asombre o maraville es la que, usando la noción de tamaño medio en broma, he estao justamente presentándola aquí: maravilla porque, en comparación con las dificultades de la ordenación social, por ejemplo, con los líos que cada uno se trae en sus intentos de ordenar su vida, desde luego el comportamiento del lucero le parece, por contraste, perfecto. Y además no sólo es eso, es que la astronomía, es decir, una ciencia en la Realidad (no voy a plantear ahora los problemas de la Física más a fondo), una ciencia de la Realidad, la astronomía, ¿cómo podría haber operado —cómo operaría— si no es contando con efectivamente magnitudes de alguna manera finitas, computables, medibles, en cuanto a las curvas de las órbitas, en cuanto a los tiempos del día? No, no habría podido hacerlo, ¿no?

          — Sí, pero al mismo tiempo es conocido el problema de la astronomía inmediato, que el llamado movimiento, no del lucero y la tierra, sino de ‘n’ cuerpos, más de tres, es incognoscible, propiamente no se puede resolver dentro de los datos matemáticamente manejables. Es decir que es un problema abierto, como dicen los matemáticos: no hay posibilidad, ¿no? Es decir, que la complicación a partir de dos pasando a tres ya se hace inviable, ¿no? Simplemente que, efectivamente, se da un sentimiento de que para nosotros, a un tamaño tan pequeñito, tenemos que maravillarnos ante una cierta confianza en que al menos ese tipo de juego de dos con tres lo manejamos.

          AGC — Sí, sí, pero además es que la astronomía vulgar es un saber que está hecho para que la gente sepa y los niños sepan cómo se mueven los astros y a qué leyes obedecen. Desde luego tú no piensas que una astronomía en ese sentido se habría desarrollado si en el propio cálculo hubieras, claro, tenido en cuenta de lo que aquí he demostrado, es decir que la desviación, que en definitiva siempre se puede llegar a observar al cabo de milenios, está produciéndose ahora, en este momento. No habrías dado un paso, así no hay astronomía que valga. Bueno, muy bien, y más. 

           — Cuando estabáis diciendo que se podía decir que había verdad por un lado, el lado de los ideales o de lo que es eterno, y por otro lado, en el de lo que es continuo o sin fin, me parecía que se podía decir que la mentira o lo que es falso es la justificación, el intentar justificar como si estuvieran dentro de la Realidad tanto lo que es eterno o lo que es esacto o lo que es idéntico, como lo que es continuo.

AGC— Sí.

—Y que el error que todo el rato el hombre, que dice que ama tanto la verdad, que la quiere demostrar, [] la quiere poner como en las cosas, deducirla de… pues de las repeticiones o las apariciones de las cosas deducir por un lado el saber o el ser y por otro lado pues que no se escape, no quede nada fuera. Entonces, que a lo mejor el mal o la mentira está ahí, en intentar justificarlo.

          AGC — Bueno, de eso habíamos estado hablando antes. Efectivamente, lo que dices: por un lado, verdad tanto lo uno como lo otro. Pero ‘verdad’ que quiere decir simplemente ‘irrealidad’. Son verdaderos en el sentido de que no son reales y en la Realidad no cabe ninguna verdad. Por tanto, desde el punto de vista de esta política de decir NO al Poder, mentira lo uno, mentira lo otro (pero mentiras a su vez sólo en cuanto pretenden ser verdades, que si no, el descubrimiento de la falsedad no tiene sentido), en la medida en que pretenden ser verdades. No tengo que recordaros que no se puede equivocar el descubrimiento de lo ‘sin fin’, que es lo que de verdad se opone a ‘todo’, con ‘nada’, que es lo mismo que ‘todo’. En esa equivocación alguna vez se cae y el otro día insistíamos en ello: nada y todo se oponen en el sistema de lo Alto. Se oponen, por decirlo así, en el cielo, el uno con el otro. Pero la oposición de veras es con lo desconocido, lo sin fin, que sigue andando por debajo y que nos sigue invadiendo AHORA. No sé si hay algo más. Tendría que haber mucho más…

          — Pues hace calor, ya podemos… todavía...

          — Son las diez

          — Aquí hay una voz.

          — Agustín.
         
          — Yo me preguntaba si los ideales de ‘todo’ y ‘uno’ actúan sobre las cosas independientemente de lo que el hombre haga.   

          AGC — ¿Qué hombre?

          — El hombre contra el que aquí estamos. El hombre como humanidad, o son lo mismo.   

          AGC — No sé, ¿cómo podrían…?

          — Quiero decir que, por ejemplo, en el caso del lucero que hemos estado considerando, yo no sé si hay que entender la aparente perfección del curso de los astros como una aparición o una in-… sí, una manifestación de la intervención del ideal de ‘todo’.

          AGC — Sí... Desde luego lo que aquí hemos reconocido como ‘humano’, al maldecir del hombre, es justamente la exagerada fe en lo de Arriba, el ser siempre exageradamente fieles a Dios. Esa desproporción que no encontramos en las otras cosas es lo que aquí nos ha hecho maldecir del hombre, denunciar al Hombre. Sí, efectivamente en ese sentido. Además el ideal de ‘uno’ se nos impone al igual que el de ‘todo’, y lo mismo que se nos tiene que confundir las agrupaciones imprecisas de gente con conjuntos cerrados, numerables, con ‘todos’, lo mismo cada uno tiene que estar confundiendo el ideal que lo costituye (de uno, de ser uno, por tanto como Dios) con el hecho de que se le demuestra a cada paso que es mentira, que uno no es uno. Y, sí, eso efectivamente es también humano, estas exageradas presiones de la fe de Arriba son características del hombre. Contra ellas estamos cuando pedimos o deseamos abandonarnos, dejarnos ser cosas como las cosas, y no más; reales todavía -¡qué se le va a hacer!-, sometidos a la ley de la Existencia, pero no tanto, no con tanta fidelidad, no con tanta fe como parece ser que tenemos que estar. Pero habrá que volver sobre ello, así que si el de Arriba no se opone mucho, dentro de siete días todavía seguiremos viendo (como no tenemos prisa, como no tenemos futuro) a ver qué pasa.