27.08.2014

Tertulia Política número 301 (28 de Septiembre de 2011)

Agustín García Calvo

Ateneo de Madrid

 

Tertu301-28-9-2011#Tertu301-28-9-2011.mp3

 

TRANSCRIPCIÓN:
 
 
Os recuerdo de qué se trataba, de qué se venía tratando. Recordáis que era… (bueno, recordáis los que estabais conmigo el otro día, que no son todos), que era el problema del columpio o del péndulo, que era un problema que se presentaba en la Realidad, que por tanto parece que era un problema de las cosas mismas (el péndulo, el aire), pero que por otra parte a nosotros se nos presentaba como un problema lógico. Creo que todos lo recordáis bien, los que estabáis: el problema era ¿cuánto va desde el último momento en que se está meciendo todavía hasta el primer momento en que ya no se mece, en que ya no se mueve? Ése era el problema y esto es lo que hacía que la cuestión que parece física, perteneciente a la Realidad, se convirtiera en una cuestión que afectaba al propio que tenía que decidir sobre ello. Estuvimos los que estábamos el otro día haciendo casi como una votación, ¿qué es lo que cada uno ante ese problema hace? Una de las cosas que puede hacer es recordar que este problema es efectivamente objeto de la matemática al servicio de la física, y que si no puede responder con un número corriente, con un número natural, puede responder con unas fórmulas, con unas ecuaciones que dan razón, que dan razón del problema (¿cuánto va desde el último momento en que se mueve al primero en que ya no se mueve?), el problema de la continuidad, si queréis decirlo, del sin fin entrando en la Realidad. Mientras que alguno podía más bien con sentido común decidir en desesperación del problema “No hay tiempo ninguno”, “No hay tiempo ninguno”. Con lo cual se comprometía con esa respuesta, con esa actitud, a negar el Tiempo real, el de los relojes y los calendarios, el que costituye la Realidad misma. Lo que nos importa aquí es cómo la cuestión aparentemente física, que lo es, se convierte en una cuestión lógica, y por tanto política, de decisión por una actitud o por la otra.

Bueno, esto por resumir un poco en honor a los nuevos que estén hoy por acá. Vamos a seguir con ello. Hay que hacer costar que el problema es específicamente humano, lo cual quiere decir lo siguiente: que aunque en las cosas en general, y nosotros como cosas, se esté dando una lucha costante entre la pérdida en la continuidad, el dejar de ser, lo desconocido, lo sin fin (que está por debajo de la Realidad) y la imposición de un Dios matemático (que, desde Arriba, por así decirlo, trata de introducir en eso ideales, nociones de todo y de nada, números perfectos) y esa lucha es común (los animales y los astros están sometidos a esa lucha entre lo uno y lo otro), la diferencia por tanto entre nosotros y las otras cosas es sólo ésta: que —digamos— (vamos a poner casos de animales muy ordenados socialmente) en las abejas, en las hormigas y de la misma manera en los astros y sus costelaciones, el problema está sólo de hecho, está de hecho, es costitutivo de ellos como cosas y, por tanto, como cualquier Realidad, sometido a esa lucha entre lo uno y lo otro: está sólo de hecho (si me seguís).

Lo específicamente humano, es decir, lo que nos hace, frente a las otras cosas, ‘mortales’ en el sentido propio —mortales—, que es una denominación que denuncia bien la situación, porque parece que las demás cosas mueren, los animales y los astros, pero los específicamente mortales somos nosotros... ¿Por qué?: porque lo que nos caracteriza, la maldición peculiar del hombre consiste en que tiene que saberlo no de hecho, no el problema de hecho, tiene que saber el problema porque tiene que saber su muerte, la que nunca está aquí, tiene que saber, está obligado a saber futuro, lo que nunca está aquí, y esto naturalmente no se lo atribuyo de ninguna manera ni a los animales ni a los astros ni a los árboles ni nada. Sólo eso, eso poco, es lo que hace que el problema, tal como planteado, sea específicamente humano (a ninguna ardilla cuando se le presentara el problema se nos ocurriría preguntarle “¿Tú qué decides? ¿crees en las soluciones matemáticas del problema o te niegas a creer en ellas y declaras “No hay tiempo que valga”?”), sólo tiene sentido para nosotros.

La matemática en las abejas, en las hormigas, en los astros, donde quiera, la matemática está, pero está de hecho, como costitutiva de esta lucha que es la Realidad; para nosotros es además una cuestión de fe y de saber: un problema: hay que creer en Dios (Dios matemático) o no creer. Eso no les pasa a las ardillas ni a las lunas del firmamento.

Bueno, esto es lo que quería aclarar, lo específicamente humano del problema con el que tenemos que seguir ahora.

Notad que cuando consideramos el péndulo y su balanceo y se nos presenta el problema de la continuidad, esta continuidad se introduce en nuestra Realidad AHORA. Esto es lo que debe librarnos de cualquiera desvirtuación científica o filosófica. Continuidad es un término que se presta a muchas elaboraciones de tipo científico o filosófico para admitirla o para negarla en la Realidad, pero AHORA es algo que nos está sucediendo AHORA. AHORA tiene la virtud de que cuando se dice ya no es AHORA, y esto, esta virtud, introduce la infinitud, el sin fin, la continuidad, dentro de casa, entre nosotros, AHORA.

Si alguno de vosotros todavía no se deja sentir este misterio inmediato que en AHORA se nos da, poco podemos seguir adelante. La continuidad, lo sin fin, lo desconocido, se nos mete dentro de nuestra Realidad AHORA, que naturalmente es una negación del Tiempo. Por tanto quien al problema del péndulo le responde “No hay tiempo” se está colocando en esta denuncia que es AHORA: “No hay tiempo”, “No hay tiempo”; no quiere él decir que el último momento en que el columpio se mece es el primer momento en que deja de mecerse, no hace falta esta contradicción, porque eso sucede (el tránsito), sucede AHORA, y AHORA no es un tiempo ninguno, AHORA no es tiempo ninguno. La decisión que el sentido común puede tomar para decir en ese caso “No hay tiempo” es justamente el reconocimiento de AHORA como estraño a la Realidad, como intromisión en la Realidad de lo continuo, de lo sin fin, de lo desconocido. Porque ¿qué cosa más corriente, más inmediata que AHORA?, y al mismo tiempo (si os lo estoy presentando bien) ¿qué cosa más desconocida, misteriosa?

Eso (entre paréntesis) como para ayudar a librarnos de los que nos cuentan misterios y milagros. AHORA basta para denunciar todos los cuentos que podáis oír de misterios: el misterio es ése. ¡Qué cosa más inmediata!, ¡qué cosa más misteriosa! Ésa es la introducción en la Realidad.

Bueno, pues yo creo que de aquí podemos seguir con lo que nos pasa a nosotros (esto específicamente humano) ante cuestiones como ésta. Voy a pasar al análisis, a un psicoanálisis: ‘análisis’, o sea, disolución (análisis, disolución, son lo mismo) no de Mí —no de Mí—, porque Yo en cuanto Yo,  en cuanto me creo que soy el que soy, soy Dios, y entonces no hay manera de analizarme: soy eterno, como Dios; soy el que soy, no admito análisis ninguno. Supongo que los que me acompañan esto ya lo habrán oído de otras maneras otras veces y a partir de otras cosas: como Uno cuando es Uno, cuando es el que es, si se lo cree, es Dios, es lo mismo que Dios, por tanto una muerte le es inconcebible (es eterno) y desde luego un análisis también. No se trata pués del análisis de Mí de verdad, de Mí en la medida que soy Dios, sino del alma o como queráis llamarlo, que desde luego es un campo de lucha como todo el resto de la Realidad, es un campo de lucha entre este Mí que pretende ser Dios y estar aquí, y aquello otro que no soy Yo y que por tanto es cosa —cosa— más o menos palpable como las demás cosas. Eso es del alma, ese conglomerao o confusión es el alma, y desde luego ella es el objeto del análisis, es decir, tendríamos que volver a dejar que se disociaran, que se separaran esas dos respuestas al problema (una que dice “Creo” y otra que dice “No creo”) y ver cómo esa oposición tiene que ver con la oposición entre Mí y la cosa que soy, dentro de la costitución de mi alma o, para decirlo más a lo moderno, persona o el Yo, ¿eh?, que no soy yo: el Yo es un invento para la falsificación, pero no tengo que volver a recordaros que yo no soy el Yo, porque el Yo no es yo, y es imposible que lo uno sea lo otro. Así que no confundáis más: cuando queráis decir yo, decid yo y decid mí, y todo eso, pero no digáis ‘el yo’, porque entonces estáis diciendo lo que ahí queremos decir: la persona, la Realidad, el alma.

Vamos a pasar pués a entrar un poco más en el análisis de eso. Tenemos por cierto entre nosotros de ordinario algunos amigos que son psicoanalistas de profesión (ya estoy viendo a alguno) y voy a acudir seguramente a ellos para que me ayuden en este trance. También esto puede ser útil.

Vamos a ver... ¿Cómo presento yo el problema? Bueno, empiezo por una cosa que puede ser un caso práctico: es, diría yo, el caso del paciente reacio (o si el término [..], remiso) el paciente reacio, el paciente remiso, es decir: el paciente que ha aceptado analizarse, ha aceptado ir al psicoanalista, lo ha aceptado en principio y entonces se comporta de esta manera: que es que a la primera cita no va, se busca una cualquier disculpa para no ir; a la segunda, tampoco; cuando llega, con muchas dudas y vacilaciones, a la tercera, llega tarde, muy tarde, ya que ha procurao por los retrasos de tráfico o lo que fuera que el psicoanalista ya no tenga tiempo de hacer nada con él, con la hora establecida. Y sigue mostrándose así, en ese sentido, reacio, remiso, una y otra vez, y cuando llega a la consulta, pues naturalmente lo hace a regañadientes y mostrándose lo mismo: esa gran resistencia a ir a la consulta, a acudir.

Pues esta resistencia, esta vacilación, es el caso que quería presentar. ¿Cómo se toman estas formas de resistencia? ¿Cómo se entiende? ¿Cómo el psicoanalista entiende el caso del paciente reacio? ¡Horacio! ¿me puedes ayudar? ¿Cómo se valora eso?

          — Ponte remiso, Horacio.

          Horacio — Habría antes que hablar con él, a ver qué dice. Pero hasta que no diga algo, ¿qué podemos saber?

          AGC — Ya. No. No, no.

          Horacio — Debe ser diferente para cada uno que tiene esa dificultad y ese deseo.

          AGC — No, pero lo que te pregunto simplemente es ¿cómo considera?¸¿cómo toma… [No, no te vayas, porque me tendrás que decir algo]. ¿Cómo considera el psicoanalista este caso?, ¿cómo lo valora, cuando piensa en las posibilidades de tratamiento? ¿Cómo lo valora este hecho de la resistencia, de los retrasos, del faltar a la cita, de poner disculpas, de sólo acudir a regañadientes? ¿Cómo valora a este paciente como objeto de un posible tratamiento?

          Horacio — Insisto en que habría que hablar con él a ver qué es lo que le pasa…

          AGC — No, no, pero antes, antes. Estamos… No…

          Horacio — …Y de todos modos algo está haciendo yendo con esa creencia al psicoanalista. Una vez no fue, otra vez tampoco, después encontró una excusa, y, bueno: algo le estará trabajando en la cabeza diferente de lo que le pasaba antes. Algo está haciendo.

          AGC — Ya. Y eso, con respecto a las posibilidades de tratamiento, cuando sabe que…

          Horacio — Yo no sacaría ninguna conclusión de nada. Y ‘resistencia’ es un término que, bueno, está ligado a cuestiones de la represión y que es como una dificultad de enterarse de algunas cosas, pero, no se puede generalizar en absoluto.

          AGC — No. Ahora estamos, [] te he puesto, nos he puesto, antes del psicoanálisis, antes del psicoanálisis, y se trataba de que consideráramos y valoráramos esta actitud, que no es la de cualquier paciente, hay otra actitud de paciente que puede acudir a la primera consulta ya tan confiado y tranquilo. Pero, como Horacio nos ha dicho, algo evidentemente se ve por este comportamiento que le está trabajando respecto a lo que con él pase y a las posibles intervenciones del análisis, ¿no?, es así. Por tanto se diría que es en principio una buena señal ¿o no?

          Horacio — Con que vaya…

          AGC — Es una buena señal.

          Horacio — …aunque llegue tarde, aunque vaya en otro momento, pero, bueno, está saliendo de cierto sistema de creencias que se impone. Y, bueno, va haciendo un movimiento, algo se aclara en algún momento.

          AGC — Sí. Parece que se puede decir que es en principio una buena señal, es decir que efectivamente el paciente, trabaje lo que le trabaje respecto a la enfermedad, tiene miedo, tiene miedo del análisis. Tiene miedo del análisis, esta resistencia, esto de lo reacio, es miedo, y miedo del análisis quiere decir que se toma en serio la amenaza que para su enfermedad puede representar el análisis, si no, no tendría miedo. Algo en él tiene miedo. En ese sentido es como podemos decir lo de ‘buena señal’ para las posibilidades: algo en él tiene miedo, y las resistencias, los retrasos más o menos coscientes, las disculpas, el tomárselo a mal, con mal humor al principio lo de acudir al psicoanalista… parece claro que es un fruto del miedo, miedo de que efectivamente le pueda pasar algo... a la enfermedad. Éste es el punto al que deseábamos venir: es un miedo de que le pueda pasar algo a la enfermedad.  

Bueno, pues este caso que, vamos, no es que yo me lo haya inventao de raíz, porque se encuentran casos semejantes, ¿no?, supongo que te has encontrao algo parecido, Horacio, ¿no?

          Horacio —  Alguna vez, sí. ¿Cómo no?

          AGC — Alguna vez. Bah, aunque lo he purificao un poco, pero nos tenía que llevar a esto, lo de considerar la cosa, lo que esto revela: un miedo de que le pase algo a la enfermedad con el análisis. Un miedo de que el análisis le pueda hacer algo malo a la enfermedad. ¿Entendéis como estoy hablando ahora, o no?

          — []

          AGC — ¿Eh?

          — Sí que te entendemos.

          AGC — Debería enseñaros un poco, ¿no?, pero… Bueno, pues que esto es lo que nos traía a profundizar en el descubrimiento de cómo efectivamente el Yo, uno, como ente real, no es uno sino que necesariamente está partido. Esto es un caso estremo, pero yo querría que lo tomárais como ejemplo a generalizar. Es un caso estremo. Uno acepta ir a la consulta, acepta ir a que lo traten. Ése es uno. Y otro tiene miedo de que le vaya a pasar algo malo a la enfermedad, que lo vayan a curar: tiene miedo. Ése es otro. Y si veis alguna manera de libraros de reconocer esta distinción entre el uno y el otro como contrapuestos, pues decídmelo ahora, en cuanto os deje pasar la palabra, porque es importante reconocerlo así.

          — Bueno, yo, es que me ha venido enseguida la relación, ¿no?: si tenemos en cuenta que esta tertulia es también un caso de psicoanálisis…

          AGC — ¡Ah!, no sabíamos.

          — …pues entones sería muy conveniente que fuéramos muy remisos, es decir…

          AGC — No sabíamos.

          — …que alguno tuviera miedo de venir tan devotamente, porque es que, si no, es como si se notara como que uno no tiene miedo…, que la enfermedad…

          AGC — No, no os toméis muy en serio esto de que esta tertulia es un psicoanálisis, es una invención de Isabel.

          — No, no. Es que no. Es que tú estás haciendo psicoanálisis y permanentemente.

          AGC — Es una invención de Isabel.

          — No, no es una invención, es un ejemplo.

          AGC — En cierto sentido ya querría yo.

          — No, no: es un ejemplo.

          AGC — Ya querría yo.

          — Nos tienes que recomendar que seamos más remisos, más remisos, que tengamos miedo, a que la enfermedad tenga miedo.

          AGC — Ya querría yo que con esta tertulia se estuviera contribuyendo a descubrir lo que ahora os estoy diciendo: la dualidad, no sólo dualidad sino oposición…

          — Pero es que no das opción a la dualidad.

          AGC — …sino oposición entre el uno y el otro…

          — No me contestas a lo que te estoy diciendo, Agustín.

          AGC — …El uno que desea curarse y que acepta... en este caso no a la Ciencia, sino al psicoanálisis, pero, en fin, como si fuera alguna forma de medicina, que la acepta, que cree en ello, y ése es uno, y otro…

          — O sea, que hay que sospechar de la aceptación, de la devoción a la aceptación, ¿o no?

          AGC — No entiendo nada.

          — No, no: lo entiendes perfectamente, Agustín.

          AGC — …y el otro que tiene miedo, como lo hemos mostrado, y que revela ese miedo en todos los retrasos y toda la actitud reacia que he mostrado: una manera de librarse enseguida de todo esto, ¿no? Antes de pasaros la palabra, puesto que me he atrevido a sacar cosas del psicoanálisis, tengo una vez más que aclarar mi relación, no con Freud mismo... un poco de psicoanálisis de Freud, por decirlo así. Alguno de mis locos (os lo conté una vez) decía que él se dedicaba a hacer el psicoanálisis de Dios. Esto antes os he mostrado que es verdaderamente una locura, no tiene sentido, porque el que es el que es… el que es el que es, el que es todo el tiempo, eterno, el que es como Dios, ése no admite psicoanálisis ninguno. Pero Freud es uno como uno de nosotros, después de todo, (la diferencia entre muertos y vivos no importa mucho, pertenece a la Realidad) y por tanto bien puede uno permitirse esto. Yo, que tengo tanto que agradecerle por su lectura y lo que en mí haya podido hacer él mismo de psicoanálisis, tengo que reconocer aquí por tanto la misma dualidad. Tiene que haber en él y lo había ya, no sólo en la marcha sucesiva del psicoanálisis sino durante la vida y escritos del propio Freud, que haber dos: hay efectivamente uno que está en el lado de abajo (ése de aquél que ante el problema del péndulo dice “¡No hay tiempo!”, que por tanto descubre la falsificación en que las almas están costituídas y le interesa el descubrimiento, justamente la disolución de las almas) y hay otro, en los propios escritos del propio Freud, que de alguna manera se siente obligado a creer todavía en la Ciencia, es decir, a creer que el psicoanálisis, la técnica del psicoanálisis, puede efectivamente ‘casarse con’, casarse con la medicina que él mismo profesa, y con la Ciencia que está detrás de esa medicina, y naturalmente esas dos cosas chocan entre sí, y tenemos que reconocerlo. El mucho agradecimiento que yo pueda tener por lo uno no me priva de que (esto del amor y la[s] gracia[s]) pues intente este análisis también ahí.

Bueno, pues nada: supongo que hay muchas cuestiones que efectivamente han quedado abiertas, sueltas, (tal vez he sacado demasiadas juntas) y que por tanto lo que nos queda es aprovechar vuestras ocurrencias, vuestras voces, para seguir penetrando en ello.

          — Agustín, ¿puedo?

          AGC — Puedes, puedes.

          — Bueno, yo o la cosa o lo que sea, ha intentado psicoanalizarse durante años…

          AGC — No te van a oír si no te pones de pie.

          — ¡Ah!, bueno. Que yo me he psicoanalizado o lo he intentao. Entonces el miedo que tú decías era doble: el miedo, por un lao, diciendo “Me tienen que quitar esta angustia, este miedo”, y creía en el psicoanálisis; y luego veía que tenía miedo, que no iba a la consulta, que lo retrasaba, que me parecía aquello…, vamos: todo menos ir.

          AGC — Bueno, pues nada, bien. Gracias por darme un ejemplo concreto del caso que había puesto en abstracto. Más, por favor.

          — Una cosa (aquí, Agustín): lo mío no tiene que ver pero es una cosa que me ha pasado justamente hoy, y yo creo que tiene que ver mucho con esto y es bastante chocante. Yo he empezado a trabajar este año en un centro y me han dado un horario; yo apunto mi horario y digo “¡Qué bien!, qué horario tan bueno tengo este año, por primera vez en mi vida”. Y hoy me llama el jefe de estudios y me dice “Lleva usted dos semanas llegando tarde”. Digo “¿De verdad?”.

          AGC — No te he oído el comienzo. Y después de eso ¿qué?

          — Hoy me llama el jefe de estudios y me dice “Lleva usted dos semanas entrando una hora tarde”.

          AGC — Y te habías dao cuenta de que era así.

          — No, no, para nada.

          AGC — ¡Ah!, no.

          — Digo “¡No!, yo tengo mi horario perfectamente copiado”. Dice “No”. Y yo saco mi horario y efectivamente lo había copiado mal. Llevaba dos semanas entrando una hora después. Entonces me he quedado muy chocada, pero mucho mucho, porque realmente era completamente incosciente lo que había hecho. Y me he dao cuenta del efecto que me ha producido...

          AGC — Era… [] ya sabes que aquí no se dice así, se dice en todo caso ‘subcosciente’. 

          — Incosciente, pero el caso es que a mí me ha…

          AGC — Subcosciente. Subcosciente.

          — …el caso es que yo he sentido esa partición de tal manera que, luego, cuando volvía hacia Madrid…

          AGC — Sí, bueno. Está bien.

          — …por un lado te da una cierta alegría de sentir que hay una cierta resistencia, pero por otro lado por poco me mato en el coche pensando en la partición que tenía yo dentro de mí y en cómo se puede vivir de esta manera. No es ir al psicoanalista, pero desde luego es una resistencia clarísima que además para mí tengo que de alguna manera saltar porque es de lo que vivo. Y supongo que esto le pasa a muchísima gente. Más o menos esto es muy evidente porque he sido muy torpe al copiar el horario, ¿no?

          AGC — Sí, es un caso paralelo. Uno en uno no puede menos de alegrarse de que le den un empleo y tener un puesto, tener un curre. No puede menos. Y si éste es relativamente sustancial u honorífico, pues tanto más alegre. A uno le pasa eso. Y luego hay otro que queda por lo bajo y que se resiste. Tal vez le hacemos mucho honor al comparar una istitución pedagógica con la consulta del psicoanalista. Tal vez le hace uno mucho honor a la istitución pedagógica, que es la que te ha suscitado a ti esa duplicidad de reacción, pero vale, vale. Tú misma has sentido y, por lo visto, muy vivamente, esa dualidad, esa oposición, y así es como conviven dentro de uno, por así decir, los dos.

          — No, que iba a decir que ahora estaba pensando también que no sé por qué lo has referido sólo al psicoanálisis, cuando otras veces ha salido aquí el tema de la elección, y ya se ha dicho que cuando te presentas ante una elección, ya casi, cojas lo que cojas, vas a coger el lado erróneo, te estás equivocando, porque hay esa partición en todo: no sólo en la enfermedad que quiere salvar uno cuando no va al psicoanálisis, sino que parece que estamos enfermos permanentemente, porque en cualquier aspecto de la vida se da esa idea de que, en el momento que eres cosciente de que tienes que tomar un partido o una elección, ya…: malo, ya da igual la que cojas porque siempre te vas a quedar disconforme por eso, quizá porque has optado por una de las dos y te estás partiendo siempre, ¿no?

          AGC — Sí. Sí. Sí, sí. Pero me parece que no haces bien en reducir el problema que yo estaba planteando a ese problema. Es otro problema distinto. Efectivamente, dado el desastre que es la Realidad, está claro que todo lo que nos ordenan desde Arriba de tomar decisiones está condenado, por el propio planteamiento, a elegir entre un error u otro error.  No es eso de lo que aquí estamos hablando, sino que en uno hay uno que desea ajustarse al Orden (por ejemplo, tomar la decisión mejor) y otro que no acepta, que no acepta ni esta ecuación ni la otra, sino que dice NO al Orden en que él mismo está costituído. Sí.

Siento que… por favor, y los nuevos procurad hablar, porque si no, vamos a estar hablando siempre, aparte de mí, vamos a estar hablando siempre los mismos. Venga.

          — Digo que puede ser el miedo a lo desconocido. Ese miedo puede ser miedo a lo desconocido. 

          AGC — ¿Cuál?

          — El miedo que tiene el enf-…, la persona que va…

          AGC — ¿El paciente reacio?

          — Sí. Miedo a lo desconocido puede ser, ¿no?

          AGC — Pero si él lo conoce, se ha apuntado a la consulta, sabe además lo que es psicoanálisis.

          — Pero lo que va a descubrir… Pero tiene miedo a lo que pueda salir en la consulta.

          AGC — Tiene miedo a lo que yo he dicho hace poco: a que a su enfermedad le vaya a pasar algo. Él lo sabe. Si no, no lo entiendo. Si no, no lo entiendo. Él miedo a ir a una consulta, no, no tiene.

          — Miedo a encontrar lo que no quiere, a encontrar algo desconocido.

          AGC — ¿Y eso te hace sentir claramente lo de que eres dos, y que uno quiere ir a la consulta y curarse, y otro que no quiere, que tiene miedo de eso?

          — Porque es la disolución de la persona, ¿no?

          AGC — ¿Perdón?

          — Es la disolución. Uno tiene miedo a la disolución del…

          AGC — No, no, no: la disolución es lo que estoy haciendo aquí ahora. Él tiene miedo a que el psicoanálisis le haga algo; él no sabe, él no sabe de disolución. Tiene miedo de que le vayan incluso a curar, porque seguro que él en general se toma el psicoanálisis como un medio de cura, y ahí su propia enfermedad en él está diciendo NO a eso.

          — Sí. Sí. Yo lo primero que quería decir que… bueno, no tengo ni idea del psicoanálisis, pero creo que el concepto de resistencia se puede expresar de muchas maneras: una persona, por ejemplo, que cuenta demasiado y se obsesiona con una misma idea y la repite, también puede ser una forma de resistencia a curarse o a enfrentarse a lo que no quiere ver. No solamente la resistencia se expresa en la ausencia sino en la presencia excesiva, por ejemplo. Pero, bueno, eso es solo una pequeña cosa que quería decir. Lo que quería era poner un ejemplo que yo no entiendo: yo una vez fui a hacer unas entrevistas a un psiquiátrico de Barcelona, y ahí me encontré a un señor que era muy curioso, se llamaba Quimet…

          AGC — ¿Cómo?

          — …Era un señor muy mayor y él estaba allí dentro porque... era un hombre muy lúcido, brillante, era un matemático, y de hecho una vez al año lo llamaban de la universidad para dar una conferencia, salía a dar la conferencia y luego volvía al psiquiátrico, el resto del tiempo lo pasaba en el psiquiátrico. Y yo, hablando con él, yo, claro, yo esperaba encontrar cuál era su fallo y su punto débil, y él encontró los míos, no yo los suyos…

          AGC — ¿Y “él”, qué? ¿Y “él”, qué?

          — Él encontró los míos, no yo los suyos. Porque lo vi bastante coherente. Él estaba obsesionado con el mínimo común múltiplo y el máximo común divisor. Ésa era su obsesión. Se encerraba y buscaba el máximo común múl-… (perdón, ya no me acuerdo ni cómo era). Se ponía a buscarlos todo el tiempo. Y un día —no me acuerdo qué le pregunté—, estábamos en una habitación bastante oscura, ¿no?, y le dije algo de lo que había fuera, ¿no?, que por qué no salía, que por qué no… Y él me dijo una frase y me miró fijamente y tuvo un instante que me pareció muy, muy lúcido, y me dijo una frase que la recuerdo, que es “Da miedo dejar de sufrir”.

          AGC — ¿“Dejar”?

          — De sufrir. O sea, aceptar que hay dolor en la vida y que ni tenemos que reaccionar en exceso contra él ni por defecto.

          AGC — La fórmula de por sí, aparte del resto de la historia, es simplemente una traducción del que yo he empleado: hay algo en uno que tiene miedo de que vaya a pasarle algo…

          — Eran los dos: era el lúcido por un lao…

          AGC —  …miedo de que le curen.

          — …y el obsesivo.

          AGC — Miedo de que le curen. Pero, bueno, tú lo habías sacao por otra razón (no sé si es que te has liao o por qué), lo habías sacao por otra razón, que es que efectivamente nos recordabas una técnica de resistencia que consistía en hablar mucho, sacar cuentas y tal. Supongo que en el caso de este hombre sería lo de dedicarse a contarte a ti cosas de mínimo común múltiplo y demás, de las que no tenías ni idea, ¿no? Supongo que ésa sería su táctica, ¿o no? 

          — No, él… Yo fui porque yo quería hablar con él, pero él no tenía interés en hablar conmigo.

          AGC — Ya, ya, pero él se puso a hablar contigo y hablaba de eso.

          — Él se dedicaba todo el tiempo, aunque nadie le observara, no para impresionar a nadie, él mismo…

          AGC — Pero ¿hablaba contigo o no?

          — Que no.

          — Hablaba algo pero porque yo quería hablar con él, pero no salía… No, la voluntad no era suya la de hablar, él…, era hacer números.

          AGC — Pero a ti ¿no te contaba lo del mínimo común múltiplo?

          — No, sí: cuando yo intentaba, me intentaba explicar, lo que pasa es que yo no me enteraba de nada, claro.

          AGC — ¡Ah!, pero eso es mucho, sí. Bueno, efectivamente…

          — Pero están como un poco las dos partes, era lo que tú decías (Agustín, perdón), lo de la parte más lúcida… ¿Cuál era la parte lúcida de este hombre y cuál era la parte, digamos, de fuera?

          AGC — No, no, aquí no hay ni más…

          — …¿La que estaba obsesionada o la que de vez en cuando decía latigazos?

          AGC — Aquí no hay ni más ni menos…

          — ¿No?

          AGC — …es el uno contra el otro. No hay más ni menos que valga. Hay efectivamente uno que, en ese caso, tiene miedo del mundo, tiene miedo de salir, está a gusto con su encierro, se ha buscado después de todo un hueco en este mundo, acude a un psicoanálisis de vez en cuando, y hay alguien efectivamente que sigue estando enfermo, de verdad, y que es el que dice que hay un miedo de dejar de sufrir. Están dos, no uno más lúcido, el otro menos: dos contrarios, dos contrarios, el uno con el otro. La táctica de resistencia que ella ha sacao al principio a luz, no por retrasos ni ausencias sino por excesos, por ejemplo, de [soltar rollos y eso], la conoce uno muy bien, está por todas partes. Hay mucha gente de la que podemos decir, visto desde fuera, que se defiende así. Ante un amigo que puede ser como excesivamente penetrante, curioseador y peligroso, hay una manera de defenderse que es empezar a contarle cuentos, hilvanar lo uno con lo otro, saltando de acá para allá, de tal forma que de esa manera no haya miedo de que el amigo le convenza de que hable de verdad un momento. De que hable de verdad un momento. Es una manera de defenderse que yo he…, todos vosotros conocéis, como también yo [he dado cuenta]. Cuando la policía me detenía, en años pasados, aquí en la Puerta del Sol o en la Prefectura de París (y te tenían naturalmente, pues una noche en adobo, de ordinario, para que tuvieras un foco encima, no pudieras dormir, y te pudieran llamar a la hora en que estuvieras más destrozao, a las cuatro o las cinco de la mañana, sin dormir, todo eso), pues, bueno, yo, cuando me llevaban a interrogar, la táctica que desarrollé fue, en varios casos, ésa misma: en lugar de no responder, de decir “No sé nada” ante el policía, empezarle a contar toda clase de historias complicadas respecto a los movimientos y las bandas y lo que había aquí y allá en mi vida y ya está. Hasta que nos cansábamos. Eso fue un caso de acción práctica que en la vida corriente me los encuentro a cada paso: gente que se defiende así, gente que se defiende, en lugar de callar y ponerse retuso, pues poniéndose muy elocuente, hablando mucho, soltando cosas de acá para allá, como medio de no dejarse pensar —pensar—, es decir, descubrir la mentira que está por debajo de todo este palabreo con que él se recubre. Bueno, más, más contribuciones, que supongo que muchos tienen cosas que decirnos respecto a esto de cómo uno está partido y cómo se lo toma.

          — Agustín, perdona que hable otra vez, pero es que estaba pensando si no estaría bien relacionar (no sé si lo has hecho adrede o no), el sermón... Ahora estoy viendo una relación clara entre el principio del sermón (del movimiento del columpio) y esto último de estar partido, ¿no?, y el AHORA. Parece que uno está partido y que ahí está introduciendo el tiempo, el pasado y el futuro, la contradicción, no se queda ni con uno ni con otro, y eso es lo que te lleva a ver que en el momento en que metes el tiempo… no puedes, en el AHORA.

          AGC — No, no: la relación está clara. Yo tal vez no la he puesto lo bastante pero está clara: AHORA es un descubrimiento del que nos libramos convirtiéndolo en ‘el ahora’, un momento, el Tiempo, algo que está en el calendario y en la esfera de los relojes. Si conseguimos eso nos hemos librado. Lo que está amenazando es descubrir que a pesar de todo eso (calendarios y relojes) AHORA es un misterio, un misterio intragable, indisoluble.

          — Cuando nos olvidamos del Tiempo, ¿no?, es cuando no habría esa contradicción también. Cuando vives en el AHORA, cuando no estás...

          AGC — No, no, no, es más inmediato: hay una defensa, que desde luego consiste en la aceptación del Tiempo real (después de todo, eso es la aceptación de la muerte futura con todo lo que ella arrastra consigo), hay una aceptación de eso, un ajuste a lo que se nos vende como vida, una aceptación al reloj, al calendario, y por debajo de eso sigue latiendo…

          — Pero ¿no tenemos…?

          AGC — …lo inmediato, lo sin fin, el misterio de lo sin fin, pero apareciendo AHORA, AHORA. Es el peligro del que se trata.

          — Sí. Una cosa, Agustín: yo me acuerdo ahora que… (igual te parece oportuno), que no tenemos ningún interés en romper esa contradicción, ¿no? Decía Valery que si el movimiento es imposible, no hay línea, y si no hay línea no hay imposibilidad. Pues sería ninguna de las dos cosas estar en…

          AGC — No entiendo bien, no sé muy bien si tiene que ver o no. Más cosas, por favor. Sí

          — ¿Por qué ver como una resistencia algo que es un ataque a un orden formal, del tiempo, de tal hora, a este horario, a esta cosa…?  ¿No? ¿Por qué no verlo como un ataque? Algo está en cuestión en esa persona que no…, le da vueltas en la cabeza, ¿no? Tú lo has expresado de una manera genérica muy bien cuando dices “miedo a la enfermedad”. La enfermedad es algo como muy general y bien empleado en el sentido de que no se trata de ir a descubrir ningún misterio fundamental de cuando la persona tenía cuatro años o diez o esas milongas, ¿no?, digamos. Hay un sis-… el Yo, la persona, se sostiene en la Realidad con unas creencias, y hay que hacer mucho esfuerzo para sostener esas creencias mentirosas. En algún momento eso entra en conflicto, ¿no?, uno no termina de creerse las cosas y, bueno, a lo mejor, se le ocurre a uno ir al psicoanalista, ¿no?, pero unas creencias que terminarán transformándose en otras, porque de eso no podemos salir, ¿no?, que sean más llevaderas, que sean más benéficas, pero serán siempre religión.

          AGC — Bueno, esto último desde luego admitiendo el aspecto de cura del psicoanálisis. Lo que has sacado Horacio al principio... efectivamente en mi ejemplo yo mostraba la resistencia, el reacio, como muestra de un miedo de que le pudiera hacer algo a su enfermedad, y por tanto un testimonio de que se tomaba en serio el análisis y lo que podía hacerle. Pero he anotado muy bien que al mismo tiempo eso se hace a través de (lo hice a través de citas, de horas, de citas en el calendario, en la hora), de tal forma que esa resistencia tiene que romper, tiene que empezar por romper con aquello en que la cita previa estaba establecida, que era una fecha en el calendario, una hora en el reloj. Tiene que empezar aparentemente rompiendo con la propia realidad que él había aceptado (ha querido la consulta, luego quería todo lo demás). Más, por favor.  

          — En relación a esto que dice Horacio, es que en las pocas veces que uno se ha acercao a esto de que te psicoanalicen y tal, los actos estos que por un lao se pueden interpretar como resistencia, tienen en primer lugar una desfiguración del Orden: intentar, pues si es a tal hora, que son las seis, pues, mira, rompo con las seis porque me viene tarde, porque no quiero, y tal… Puede ser que en el fondo haya una resistencia lejana al descubrimiento de imágenes muy primordiales, ¡vete tú a saber qué!, no lo sé tampoco muy claro, pero lo que está claro que el movimiento primero, inmediato, es una desfiguración del cuadro, romper el cuadro de alguna manera. Y por lo tanto es lo que creo que…, es lo más decente: atenernos a eso.

          AGC — Sí, sí. Eso es lo que creo que... lo de es lo primero y de lo más inmediato, desde luego no es lo primero de ninguna manera; no se esplicaría, si uno no fuera dos y estuviera, como estamos todos, partido y contradictorio, no se esplicaría que le diera de repente por rebelarse contra el calendario y contra el reloj.

          — Sí, pero vamos a ver: en cuanto a la partición… Déjame que hable de la partición. Es que la partición puede ser en horizontal (la cabeza por un lao, el cuerpo por otro, como Alicia) y también puede haber la partición vertical, del eje…

          — Longitudinal…

          — …la vertical, la separación de los incongruentes esos y todo esto que has esplicao en las tertulias de las dos manos imposibles. Es que es así, ésa es la más difícil…

          AGC — Pues sí, bueno, que no entiendo la metáfora.

          — Pues sí, porque hay particiones que están más dentro del cuadro de la locura o de la… no sé, la más tópica, la más literaria, que es la que viene en lo de Lewis Carroll, de Alicia… 

          AGC — ¿Cuál?, ¿cuál?

          — La de cortarse, verse el cuerpo muy lejos de la cabeza, la partición por el cuello. La partición por el cuello es casi tópica en los sueños de algunas escisiones. Pero hay la otra, la otra, que es mucho más tremenda, la de la verticalidad, la de los incongruentes.

          AGC — Y aparte de las dos hay…

          — Hay que somos legión.

          AGC — Aparte de las dos, hay una partición, que es lo que estábamos aquí tratando de revelar…

          — Sí, que es legión, somos legión. No hay partición, somos legión, múltiples.

          AGC — …Es lo que aquí estamos tratando de revelar. El que sacabas de “somos legión” de repente es un caso típico de defensa por distracción, es lo mismo.

          — ¡Ah!, ¿sí? No, no, no. No, no. Ya lo decía el demonio. El demonio lo decía: “Somos legión”. 

          AGC — Efectivamente no hay ninguna razón para seguir insistiendo en dos, el uno frente al otro, [].

          — Cada uno se divide en dos, y como somos muchos, pues imagínate, echa la tabla, ni los mínimos comunes denominadores ni los máximos comunes…

          AGC — Ya sabéis que lo del diablo, lo de somos dos, no es…, no es la cuestión así, es una cuestión… que esto nos llevaría… lo de “soy legión”, que dice el diablo, nos llevaría a un análisis también, digamos ‘colectivo’. La parte que... de la Sociedad, de la legión, de soldados y de funcionarios que somos en la Realidad, la parte que…

          — Somos legionarios con cabrita.

          AGC — …la parte que sigue el calendario y el reloj o que acepta el Orden, es efectivamente la parte de Arriba, y aquello que le dice NO, que no está conforme y que busca maneras de decirle NO y se revuelve desde abajo contra ello es lo que llamamos pueblo-que-no-existe —pueblo-que-no-existe— y que pertenece por tanto también a la región del continuo y del AHORA, o se acerca a ello. No acepta; es después de todo lo mismo. Si analizáis los llamados movimientos sociales, las revoluciones y demás, os daréis cuenta de cómo el esquema se parece mutatis mutandis y…

          — Pero eso en el caso de la legión y los legionarios es la cabra, que es el amor común de toda la legión. ¿O no? La cabra, la cabra… Sí. No, no, no. Vamos por ahí, vamos por ahí, vamos a delirar un poco.

          AGC — Estás haciendo lo que hemos dicho: practicando una defensa por medio de contar cuentos. No cuentes cuentos, dedícate a…

          — A la legión.

          AGC — …dedícate a descubrir en ti lo que es un creyente y aquello que tiene miedo —que tiene miedo— de que lo curen.

          — Sí. Pero ¿te acuerdas de la fábula de la… La careta de oro? La careta de oro, que se quita la careta de oro y la careta de oro... Cuéntalo.

          AGC — No me importa nada ninguna fábula, todas consisten en defensa…

          — Cuenta la leyenda. Pero cuenta la leyenda ésa.

          AGC — (No lo voy a contar).

          — Sí, pues cuéntala, bien bonita.

          AGC — …en defensa por distracción. Por favor, alguna cuestión más que no sea tan de defensa…

          — Yo no voy a defender nada: el miedo a que te curen en el psicoanálisis yo creo que para muchos pacientes es lo último que creen, que van al psicoanálisis…

          AGC — “¿Que van a?”   

          — O sea, que van al psicoanalista a quitarles el sufrimiento, y resulta que luego se dan cuenta de que es lo que más miedo tienen: que le quiten el sufrimiento.

          AGC — ¡Ah!, no sé yo. Eso dependerá del curso de cada paciente, de cada vez; no creo que se pueda generalizar. Por favor: maneras en que se toma uno este descubrimiento de que uno no es, como creía, uno, sino que al mismo tiempo es cosa y por tanto contradicción.  

          — Aquí, habla este chico.

          — Mira, para mí, en el análisis que hacemos de la persona podemos,  para mí, encontrar que la mente que es parte del sistema, es más, que ha sido fruto del poder del sistema, viene a ser una instalación foránea, viene a ser un gran paraguas que se ha extendido, ha emanado del poder y se ha metido casi hasta el cuerpo del pueblo, de la persona. En ese momento, en la resistencia a ir a una terapia o un psicoanálisis, tiene miedo a perder su sitio de control, de poder, y dejar libre al ser, al ser. Yo aporto la palabra ‘ser’ aunque podría ser, no sé si la persona más pura, esa parte de pueblo, ¿no?

          AGC — Perdón, perdón. Perdóname: más vale que lo dejemos, ¿eh?

          — Vale.
 
          AGC — Me conmuevo un poco porque veo que eres novato completamente aquí y me conmueve ver lo no tocado con que aparece, estás todavía tan ingenuo creyéndote todas esas cosas que te han tocao y te han contao en el istituto y la universidad: empleas términos como ‘mente’           —mente—, es un término que aquí está exorcizado de una manera radical, ‘mente’, mind, y cosas de ésas…

          — Bueno, por una palabra…

          AGC — …Y por tanto estás dispuesto a hablar del hombre y de la población de los humanos y lo que le hacen con ello desde Arriba. Perdona, me alegrará de que sigas con nosotros y que, por tanto, todo ese vocabulario y esas filosofías se te caigan, se te caigan pronto. Pronto. No es tan fácil, pero, bueno, []. Más. ¿Qué le pasa a uno cuando le dicen que es uno que sabe y que cree y [resulta que] es otro el que []?

          — Agustín, vamos a ver: que uno mientras sufre tiene algo de que ocuparse y llena el tiempo también. Nada más que eso.

          AGC — ¿Cómo?

          — Que sí, que uno mientras sufre…

          AGC — No, no, a ver qué tiene que ver.

          — No sé, pues que, claro, el miedo a dejar de sufrir, como ha dicho ella, claro, implica de alguna manera el rechazar el tiempo.

          AGC — ¿Eh?

          — Rechazar el tiempo (es que estoy un poco afónico). Porque sufriendo uno tiene algo que hacer con su sufrimiento…

          — Si se lo quitan…

          — Si te lo quitan, como que te quedas un poco en el aire.

          — En el vacío.

          AGC — No, no, eso está dicho así un poco superficialmente. El miedo viene efectivamente de que hay uno de los dos que está contento con el tiempo, está contento con el tiempo, el trabajo, la distracción, y que naturalmente teme que venga otro, desde abajo, desde lo sin fin, desde lo misterioso, y le desconcierte, le desconcierte el horario, el calendario. Eso está claramente que es así. La distracción y el trabajo, va todo junto, sí.

          — Yo lo que no he entendido bien es lo del principio, lo del columpio, ni hoy ni el otro día: ¿por qué en decir que entre el último momento de movimiento y el primer momento de reposo, si se dice que ahí no hay nada, por qué eso significa una negación del Tiempo real? Parece que el Tiempo real está hecho precisamente así, entre una hora y la siguiente no hay nada.

          AGC — No, no: el Tiempo real tiene que jugar con los números reales, que para eso se inventaron, y por tanto tiene que incluír un tratamiento de la continuidad (falso: discontinua) para resolverlo, y, si no, el Tiempo real se viene abajo. De forma que quien dice “No hay tiempo” está literalmente diciendo “No acepto las ideas ni los cálculos que se me ofrecen para dar razón del tiempo”.

          — Pero ¿no está aceptando que hay un último momento de movimiento, un primer momento…?

          AGC — En el planteamiento. Ése es un planteamiento.

          — Claro. O sea, que hay momentos.

          AGC — Ése es un planteamiento. Se parte siempre de la Realidad:  estamos ante un columpio, y la manera en que planteo el problema es realista, hablo de momentos, [no sé como me entenderán], para que después eso, al tratar de encontrar la respuesta, se deshaga. Pero el problema tiene esto de que se nos ha presentado en un columpio real y en una situación en la que normalmente se cree que el tiempo está hecho de momentos, uno detrás de otro, y que por tanto tiene sentido plantearlo así. Luego viene el descubrimiento. Lo que importaba ver hoy o hacer sentir es que el misterio de lo sin fin y de la no discontinuidad, de la continuidad de veras, se presente AHORA, aquí. Esto es lo que nos importa a nosotros hoy.

          — Agustín. Pues a mí… es que he pensao también en esto del tiempo (como llevamos una semana entre medias, una semana de tiempo) pues he pensao en este tiempo y he llegao a la misma conclusión que Virginia: que a mí precisamente lo que me da este ejemplo es la idea de que hay tiempo, tiempo real, lo que ocurre que para este caso concreto pues resulta que ese tiempo real es cero.

          AGC — ¿“Es”?

          — Es cero, no hay. No hay tiempo del Tiempo real, pero que no por eso negamos con este ejemplo la existencia del Tiempo real. Con otros ejemplos a lo mejor sí, pero con éste no.

          AGC — No, no. Que ‘tiempo es cero’ es simplemente una falsificación que te has buscao para no decir NO. Para decir… si dices “No tiempo quiere decir que es el tiempo cero” les haces una gracia a los matemáticos; en lugar de decir lo que dicen desde el pueblo que es “¡No hay tiempo!”, tú le dices “Es un tiempo cero”. “¡Ah!, mira lo que he descubierto: que en lugar de decir NO, con lo que me arriesgo a todas las catástrofes, puedo tener un tiempo cero”, que un matemático desde luego no te aceptaría tampoco como tiempo, porque cero, en todo caso, en el cálculo sólo debe durar como ‘límite’, igual que también con []: límite, cero. Pero que haya un punto que se llame ‘cero’ en la línea no cabe. Eso tampoco los matemáticos te lo iban a aceptar [Perdona, un momento], que no sería lo más correcto.

          — Que no sé si te vale de algo aquella primera secuencia de Fresas salvajes, en que se despierta el protagonista cuando ve… está soñando con un reloj sin números, que han caído los números de la esfera, pero el péndulo está manteniéndose. Y entonces se despierta angustiao, sudando, y ve que el péndulo es una guadaña. Esto es el momento en que realmente te sobrecoge la situación.

          AGC — []. Es otro caso más de fabulación, de distracción por elocuencia.

          — Sí, pero también psicoanalítico, ¿eh?

          AGC — Se te está preguntando ¿qué te pasa?

          — ¿Qué le pasaba al protagonista?

          AGC — Se te está preguntando ¿qué te pasa? No me saques ninguna película. Más.

          — Pero, ¿cómo que no?, si estás tú sacando hasta a Freud.

          AGC — Se te está preguntando ¿qué te pasa?

          — Pero tú las sacas permanentemente.

          AGC — Se te está preguntando ¿qué te pasa? Venga, alguna cosa más

          — Pero ¿cómo que qué me pasa?

          AGC — ¿Qué te pasa?

          — []  dicho que la complicación es la división vertical. La división vertical es la complicada, no la otra.

          — No, que lo que quería decir (que no sé si tiene que ver con este tema): por ejemplo, cuando uno está enamorado de alguien o le gusta alguien y no se atreve a decirlo…

          AGC — Perdona: que ¿“cuando uno…”?  

          — Que cuando a alguien le gusta otra persona, si está en ese punto de decir: “Si se lo digo salgo de dudas: me dice que sí o me dice que no.” o “Mejor me callo y el estado de estar en la duda lo prefiero a que esto acabe, ¿no? Prefiero sufrir sin saber, ya llegará el momento, alguna indirecta o algo”, o ir a las claras, decir “Niña, me encantas”, pa que ella diga “Pero, tío, paso de ti” o diga “Vale, dabuti: los dos juntos”. ¿A qué tiene uno miedo?

          AGC — Algo tiene que ver, yo creo, sí. Algo tiene que ver. Efectivamente hay una elección que, como decíamos antes aquí cuando hablábamos de la decisión entre dos males, entre los dos males: uno es