21.12.2011
Agustín García Calvo
Ateneo de Madrid
Tertu313-21-12-2011#Tertu313-21-12-2011.mp3
TRANSCRIPCIÓN:
R — Bueno, pues, si os parece, vamos a retomar la tertulia antes de que se nos haga demasiado tarde. De nuevo Agustín no viene hoy, pero, como ya se razonó un poco la semana pasada, y no creo que haga falta mucho insistir en ello, lo que menos importa en esta tertulia es la persona o la figura que ande paseando por el centro de la sala, de manera que para lo que esta tertulia persigue eso es un estorbo, la preocupación por la persona.
Entonces proseguimos pués con nuestro empeño, con este enfrentamiento con la Realidad, con esta guerra que la Realidad es y, bien, confío por supuesto, ya que otros con más tablas pues no andan por aquí, pues que vosotros como público me ayudéis o ayudéis en esto, en este empeño que nos traemos aquí; de manera que insistiré en ello una vez más en que ruego que intervengáis siempre que lo estiméis oportuno y siempre que os lo pida otra cosa que no seáis vosotros.
Entonces, bien, quisiera de nuevo tal vez, por si hubiera alguno que no hubiera estado la semana pasada y se extrañe con esta situación, pues insistir o intentar recordar el propósito, si alguno tiene, o el sentido de esta tertulia política contra la Realidad; y para ello, pues quizá haya que considerar pues un par de cosas: ya hemos visto, ya entendemos que la preocupación por la persona es un estorbo cuando precisamente se pretende atacar la Realidad; y entonces, bueno, si esta tertulia tiene algún sentido será siempre que lo que traigamos aquí y aquello con lo que salgamos de aquí, pues no sea fundamentalmente opiniones ni ideas, ¿no?, aquí venimos, si a algo venimos, es a desaprender, a desaprender, a deshacernos de todo ese arsenal de ideas que impiden entender, que impiden entender claramente cómo la Realidad es guerra y se sustenta sobre la mentira. Entonces las opiniones y las ideas como parte fundamental de esa Realidad y que son en sí mismas pues digamos “las creadoras de Realidad”, pues no son precisamente aquellas cosas de las que nos servimos para esto. Entonces esto que hagamos aquí precisamente será ir en contra de eso, en contra de las ideas y en contra de las opiniones y demás cosas que puedan asemejársele.
Por supuesto también como sustentadora de ellas, pues la persona evidentemente: aquí el intento es el de diluir la persona, que nosotros, que a fin de cuentas somos seres reales y aquí venimos, pues de alguna manera o en alguna medida pues logremos, si eso puede considerarse un logro, pues renunciar, deshacernos de todo ese peso y esa carga que nos oprime y aplasta aquello que llevamos de común. De manera que no: ni personas ni ideas: aquí estamos contra ello. Ya os podéis suponer y lo habéis oído muchas veces, lo habréis entendido muchas veces y, bueno, pues no sé yo si debería insistir en ello, pero para lo que valga y por si acaso, pues para dejar hablar a algo de eso público tenemos que renunciar precisamente a esas dos cosas (personas e ideas) y para ello nos servimos fundamentalmente de la lengua, de la lengua común que no se distingue del razonar ni del pensar, aquello que no es patrimonio de ninguna de las cosas y menos todavía o por eso mismo, nuestro, no es patrimonio nuestro y por tanto tenemos que pues recordarnos una y otra vez, porque ya tuvimos ocasión de ver aquí la semana pasada mismo cómo esa visión se nos echa encima a poco (por decirlo mal) que nos descuidemos; pero, bueno, estamos así constituidos y lo normal es que digamos pues eso, idioteces y soltemos ideas y tratemos de defender las que nos son propias y atacar las que son de los otros. Y no, no: entonces, para diluir nuestras personas y dejar hablar eso público utilizamos la lengua, la lengua común; la lengua además en contra de fundamentalmente la fe, la fe en la Realidad o creencia en la Realidad, en que la Realidad es todo lo que hay y que no hay más.
Entonces ésa es la manera o, digamos, quizá la manera más abstracta de la fe, la fe en la Realidad, en que las cosas son lo que son y no hay más que eso. Cosa que evidentemente en este mundo nuestro cunde y de lo cual es evidentemente (y para eso aquí estamos) difícil sustraerse.
Entonces, bien, dejamos hablar a lo público y a lo común que es aquello que no existe, aquello de lo que no se puede hablar, aquello que no está descartado que hable, pero evidentemente no tiene que ver con lo que nosotros pretendamos, queramos, ni con nuestras intenciones. Eso se encargará él solo de hablar; y por supuesto la mejor manera que hasta ahora hemos encontrado por aquí pues es precisamente juntarse en número suficiente como para que ya se nos pierda la cuenta y ya las voces se pierdan un poco entre la… bueno, preferiblemente mayor concentración de sujetos, pero en todo caso, bueno, juntándose para hablar y razonar en común.
Entonces sí, habíamos estado mencionando que este hablar era necesario; era necesario si lo que se quiere es roer la base de la Realidad por lo más elemental que es la fe y por eso nos dirigimos contra ella, porque si no ya estaríamos cayendo en actitudes realistas y conformes con la Realidad, y no es el propósito de esta tertulia, ¿no?, ya que es contra la Realidad, pues tendrá que ir contra la manera más elemental suya, y por tanto ésa es la fe, y la fe sólo se la combate hablando y razonando en común (no los distinguimos, ¿vale?).
Habíamos estado mencionando también que este hablar es en sí mismo un hacer: tampoco ponemos una barrera, por supuesto, entre las acciones y los razonamientos. En el razonar mismo ya está toda la acción y creo no equivocarme mucho si digo porque ya en sí mismo ir contra la fe es una acción y probablemente la más grande, la más inmensa que nos podamos (bueno, si tiene que ver con nosotros) proponer; y a la fe no se la sustituye, no se la elimina, mejor dicho, tan fácilmente. De hecho, sustituirlo, lo hemos recordado aquí muchas veces, como sí sucede, ¿no?, que viejas maneras y modos de fe se actualizan, se disfrazan, cambian, se alteran para seguir haciendo lo mismo, que es mantenerse y se mantienen sobre la mentira costitutiva de la Realidad, sobre la cual pues habrá ocasión, yo creo, más adelante para volver a ella.
Entonces aquí estamos contra la fe, ya hemos dicho muchas veces, y no por capricho, que la Realidad no es todo lo que hay, que Realidad y lo que haya, las cosas, no son ni lo mismo ni parece que se conlleven tan tranquilamente, ¿no? Habíamos hecho también constar que también es falaz y interesado mantener una divisoria, como rige en nuestro mundo, entre los hechos lógicos o que tengan que ver con el razonamiento o con la lengua y los hechos físicos, es decir, esos hechos que normalmente situamos en la naturaleza y fuera de nosotros o incluso alguna vez considerándonos a nosotros mismos como parte de la naturaleza. Pero, bueno, ya sabéis en qué perdederos se mete uno cuando trata a las cosas así. No habíamos visto, nadie tampoco lo mencionó y por tanto todavía queda por demostrar que haya razón alguna para eso, para suponer que sí en verdad hay que mantener una división entre hechos lógicos y físicos: no se nos ha presentado ni se ve en ninguna parte que eso tenga que ser así. Habíamos también dicho que las cosas hablan, por más que no las entendamos, y entonces, recordando por supuesto que el hablar es un hacer y a su vez quizá no sea mentiroso decir que el hacer a su vez es un decir o una manera de hablar, pues no: las cosas hacen y por tanto hablan, o, dicho de la otra manera, razonan y también hacen. Y tampoco había razón por la que no considerarnos como cosas entre las cosas, por más que la fe dominante nos conduzca a una cosa más bien opuesta. No: somos cosas entre las cosas y eso no hay quien lo niegue, creo yo.
Ahora bien, estas maneras, digamos, de patrimonio, como las hemos llamado alguna vez, ¿no?, de considerar que el lenguaje es propiedad del ser humano o del hombre, pues no hace falta que lo recuerde, es una idea que cunde mucho y evidentemente que sirve para sustentar el dominio del Poder, del Estado y en su forma más cercana para nosotros y creemos que más moderna, Capital-Estado, Estado-Capital, como queráis llamarlo, pero que, bueno, pues tiene su... digamos, sí, su manifestación más sutil o etérea o sublime que es el Dinero con el cual sin embargo nos las habemos todos los días, pero no por ello, no por ser una cosa cotidiana deja de ser en sí mismo sublime, y algo os había dicho al propósito de la sublimidad del Dinero, habíamos dicho que el Dinero es aquello por lo cual se aniquilan las cosas y se reducen a nada, es decir a formas de Dinero. Una vez que el Dinero y especialmente cuando el Dinero ya adquiere unas proporciones como las que adquiere ahora, que se va haciendo cada vez más y más grande, y ya se distingue pues enormemente de la calderilla que manejamos por abajo y que parece nuestra calderilla que trasforma, pues se trasforma en cosas y que esas cosas está para nuestro disfrute, no: eso es una falacia. Entonces así sucede con la Realidad, ¿no?, la Realidad, digamos, es esa guerra que se produce cuando a la cosa se la mata, ¿no?, se la hace ser la que es.
Y entonces quizá considerando yo que habían quedado cabos sueltos o, bueno, también por las circunstancias de aquel momento, no bien razonados tal vez, pues no sea inoportuno retomar o volver a sacar aquí el razonamiento aquél por el cual decíamos o que trataba explicar de alguna manera demasiado esquemáticamente y que podía correr el riesgo de tomarse como una especie de sucesión temporal de cómo las cosas suceden, bueno, pues ese razonamiento sacarlo aquí. Y para eso entonces yo me voy a ir callando de momento para que, bueno, seáis vosotros, por ver si ha quedado claro o no ha quedado claro y que seáis vosotros mismos, como público, no como personas, lo pongáis aquí. De manera que pues adelante, hablad, si no de eso, también de cualquier otra cosa que haya sugerido lo que aquí he mencionado o, si lo que he mencionado tampoco es pues muy a propósito, pues adelante, hablar de cualquier otra cosa que tenga que ver con nuestro empeño.
— Yo quería decir un poco de cosas... que hay unas cosas que son… no sé, vamos a poner por caso, pues un carballo, una nube o el trigo o cosas de esas que se pueden llamar ‘naturales’ y que, bueno, pues a uno no le hacen así mucho daño, sino que al contrario, parece que… y es más, ante la propuesta ésa que nos has hecho de que nos sintamos también nosotros como cosas y renunciemos a ser humanos, parece que tiene uno con ellas un trato, digamos, amoroso, mientras que hay otras cosas que vienen desde Arriba, es decir desde el Poder, que las crean los jueces, los políticos, en fin, el Estado desde su cúspide, y que nos las imponen de una manera feroz. Tal vez a lo mejor de ver un poco esta (si alguien más…), esta distinción entre las cosas… bueno, casi diría las cosas buenas, que nos hacen buenos, y con respecto a las otras, que evidentemente nos hacen rebelarnos y que por eso estamos aquí de alguna manera.
R — Exacto. ¿Alguien tiene algo que decir a propósito de ello? Yo creo que parece bastante razonable y sentido, de manera que, bueno, por no acaparar yo demasiado estos minutos que tenemos aquí para intentar esto tan enorme que nos proponemos, pues dejo que otras voces pues se encarguen también de decir lo suyo o, bueno, lo que no es suyo precisamente. Pero ¿qué os parece de esto que ha dicho?
— Lo que se sufre: si nos ponemos del lao de las cosas y nosotros como cosas, viene del lao del sufrimiento de que te conozcan y de que conozcan a las nubes y a los campos y a cualquier cosa y por tanto las conozcan de esa manera que las conocen, ¿no?, que las ponen en venta al momento. Entonces eso es lo que se padece del lao de las cosas: que costantemente nos están diciendo que saben, y por tanto pueden manejar, lo que es un crío, lo que es un viejo, lo que es un árbol, lo que es… le ponen edad, le caen los números… Y eso es como la queja que se siente por parte de las cosas, del maltrato, que viene todo por la ciencia ésa que domina. Pero te quería preguntar: cuando has dicho lo del razonamiento ése con que nos dejabas, es que no me ha quedao muy claro…
R — Bueno, pues luego, si eso, entraremos en ello. De momento creo que sí es más... es muy importante hablar de lo que se ha mencionado ahora, ¿no?, yo sí lo siento así. ¿Por ahí hay alguien que quiere decir algo también a propósito de esto?, porque sí que son cosas razonables y sensatas.
— Yo quería preguntar…
R — Bueno, vale, ya que has empezao…
— ¿Hay cosas, aparte de las cosas que somos, que hablen de las cosas?
R — ¿Tú crees que yo puedo responder a esa pregunta?
— No, yo pregunto. Como estás tú ahí más presente…
R — Bien, vale, es una pregunta que se lanza al aire y que quizá a lo mejor ahora no podamos responderla pero me parece muy… poco atrevida, poco atrevida. Pero, bueno, la lengua habla, por más que estemos habituados a nuestra manera de hablar, a la manera humana, con sus idiomas y sus vocabularios semánticos y sus reglas gramaticales más o menos propias y particulares, pero es un caso de lenguaje y quizá el único al que podemos acudir para intentar responder a una pregunta como ésa, ¿no?; pero lo cierto es que lo que habla de las cosas, pues, evidentemente no es el hombre: eso es lo que pretende, pero lo que habla de las cosas es evidentemente la lengua misma, la razón común. Entonces, cierto: no se puede decir que el hombre no lo intente, no intente explicar las cosas; en eso andamos, aquí estamos por eso precisamente. Y entonces sí, sería, creo, una equivocación pensar que el que habla es el hombre, ¿no?, en nuestro caso, y que es él el que explica y el que maneja la lengua a voluntad y el que inquiere. Pero no lo sé, la verdad es que esa pregunta a mí se me escapa. Volviendo a lo que ha dicho él… Bueno, venga, adelante, ya que hay voces, aprovechemos.
— No. Un poco con lo que ha dicho Vicente, que también se puede plantear la pregunta diciendo que si hay una posibilidad de hablar que no sea de cosas. Es decir que…
R — Habla más alto o ponte en pie, si no.
— …Que si se les supone a las otras cosas o las cosas en general hablan, ¿cómo no van a hablar de las cosas? Es decir, el ideal éste que, por ejemplo, que tenemos nosotros en los que casi se tiene la intención de hablar solamente de dinero o solamente de una persona, de tu propia persona o del hombre mismo, me parece que es un caso de fe muy grave y muy exagerada, pero si a las cosas se les reconoce como una capacidad de hablar, que para nosotros nos es desconocido su idioma o la manera en que lo hagan, esa cosa es general de que tendrían que hablar de cosas; es que si no ¿de qué hablarían?
R — Claro. Exacto, sí. Parece estar bastante bien respondido, yo creo. Por allí atrás parece ser.
— Iba a comentar con respecto a lo que…
R — Alto, alto.
— …a lo que había dicho Galín, que, si yo lo he entendido, es como que hay grados, ¿no?, en las cosas, digamos que el daño que nos hacen las cosas en la Realidad, ¿no?, y un árbol (o un carballo, decías) o una nube, parece que nos hagan poco daño, pero yo creo que el carballo en cuanto sea carballo, cosa, cosa que se ha dicho que es un carballo; nube, que se ha dicho que es una nube, está haciendo igual de daño. O sea, el daño es el daño de la Realidad en cuanto que las cosas sean lo que son; entonces si se dice que el carballo es un carballo, hace daño también. Tenemos la prueba de cuando uno va por el campo y se dedica a identificar los árboles, por ejemplo…
— A hacer de Linneo.
— …lo que te pones es a decir “A ver éste: por las hojas que tiene, por la rama, por la corteza, pues digo que es un carballo”. Ni te has fijao en el árbol, le has mirao la corteza, las hojas… estás viendo a ver si ves lo que es, ¿no?, lo que se ha dicho que es un carballo. Entonces, que yo creo que no de esta forma así como decir “Bueno, todo lo que sea esto natural, mirar la hierba y las nubes y los carballos parece que no hace daño”, no: siempre que estemos mirando y digamos “Mira qué carballo”, porque es un carballo, que es lo que es, y “Mira la hierba”, que es lo que es... Otra cosa es que cuando estemos en un sitio no sepamos muy bien, no estemos viendo hierba o carballo, ahí parece que nos libramos un poco.
— Sí, bueno, lo que quieres decir tú un poco es que evidentemente el concepto no se cierra plenamente, porque evidentemente no se puede cerrar jamás, en la Realidad no hay nada absoluto, y entonces sí, pero, vamos, para poder entendernos un poco a veces habrá que decir algo así como “Yo prefiero…”, no “yo prefiero” sino que “esta roca que está aquí aunque tiene todas las cabezas de todos los existentes dentro de ella y todo cuanto hijo de puta pudo haber habido, pues”… pero, bueno, pero “esta roca pues está aquí” no parece que me haga tanto daño, por ejemplo, como, pues, no sé, como un decreto judicial o cosas de ésas, ¿no?, esas otras cosas que vienen de Arriba, en ese sentido. Que forman Realidad las palabras con significado, pues sí, claro, pero, vamos, habría que diferenciar un poco entre cosas, al menos a mí me lo parece, vamos.
R — Sí. No, no: es razonable y conviene recordarlo: ¿por qué estamos aquí —¿verdad?—, en esta tertulia con este loco empeño, cuyo éxito nadie nos asegura y más bien cuyo éxito no parece que vaya a suceder jamás, y sin embargo aquí venimos tercos? Entonces, sí, hay que recordar que si algo nos mueve aquí no es nada positivo precisamente (estamos contra la Realidad, y ésa es positiva e impositiva) sino ese amor a lo desconocido precisamente, ese amor hacia las cosas, como tú has dicho, ese amor hacia las cosas…
— De abajo.
R — …de abajo, las cosas que no están constituidas como realidades exactamente. Cierto es que luego sí, quizá, pues, hubiera que hacer, cuando nos metemos ya más en materia, pues distinciones y ver qué procede verdaderamente de Arriba y qué no, pero lo cierto es que a las cosas en cuanto las vemos haciendo las suyas y, bueno, pues campando por ahí y viviendo, bueno, lo que viven y demás, pues no les vemos tampoco ninguna malicia, ¿verdad?, ninguna maldad, no parece que, pues no sé, se hagan cosas como las que hacen los humanos, que ésas sí que ya al menos como seres que las padecemos, pues nos resultan muy cercanas, y sí, las cosas humanas ya no tienen ese carácter inocente que tienen las cosas que andan por ahí libres. Es cierto: las cosas (ya se ha dicho también otras veces) son en sí mismas buenas porque no tienen ninguna malicia, ¿verdad?, o sea, si no son malas, pues no hay nada de malo en ellas y con eso ya de alguna manera absoluta (es decir, no prostituida) se puede decir que son buenas; no que sean buenas para nosotros ni demás: que son buenas porque las cosas en sí mismas son buenas e incluso, bueno, en algunos tratos con los humanos, pues hasta nos resultan un verdadero gozo y disfrute, de manera que no hay que engañarse en eso. Bueno, pues tu apunte ha sido bastante oportuno, me parece a mí. Más cosas, a ver. Sí, adelante.
— Sí. Que con respecto a…
R — Alto y claro.
— Con respecto a la pregunta que ha salido de si hay otras cosas que hablen de las cosas, yo me he quedado pensando: si decimos que las cosas hablan, parece que lo que se quiere decir es, bueno, que eso de la razón está en cualesquiera cosas, que no es un patrimonio de los hombres exclusivamente y que entonces la manera de hablar de los hombres… los hombres, como otras cosas, también hablan, que la manera de hablar de los hombres es particular suya. Entonces hay que preguntarnos, lo que tenemos que preguntarnos es “¿eso de hablar de las cosas es de esa manera particular de los hombres, de ese lenguaje particular de los hombres o es del lenguaje que pueda estar en cualquier cosa?”. Bueno, a mí la impresión que me da así de buenas a primeras es que es de los hombres. Entonces, por pedir que un poco los que veis más claro lo otro, pues que pongáis algún ejemplo o algo, porque me parece… no sé, yo casi como que lo veo tan claro que apenas lo puedo explicar: no me parece que las cosas hablen de las cosas, describan, digamos ‘hagan ciencia’, sino que me parece similar a otras muchas cosas que podríamos decir que sólo son del lenguaje de los hombres.
— Que está… perdón…
R — Sí, adelante.
— ¡Hombre! Está el mecanismo de hablar de las cosas, que es, por ejemplo, señalar a algo, y sobre eso añadir alguna cosa más: que esté dentro de, por ejemplo, la misma frase o dentro de otra, puede ser preguntar, puede ser que se lance una pregunta y a esa pregunta le venga otra respuesta. El mecanismo ése que encontramos en cualquier lengua de las que conocemos ¿de dónde sale? Parece que está ahí, que es para hablar de las cosas y tiene ese juego. Otra cosa es que pensemos que ya nombrar las cosas y hablar de ellas, por ejemplo, en la oscuridad, cuando no están aquí, que sea como una luz que hace ver esta manera de nombrar que tenemos nosotros o algo así, que nos hace ver cosas que no puedes señalarlas ahí porque, por ejemplo, no se ve o porque no están, ¿no? Quiero decir que habría que ver ahí niveles. Está eso, ¿qué es hablar de cosas?, claro...
— Claro.
— …¿Qué es hablar de cosas? Puede ser hablar de materias como en un examen que te preguntan sobre la II República o puede ser… eso es una cosa, pero, claro, ya una cosa de las que están en las enciclopedias, que es propiamente humana, pero cosa en general… si estamos diciendo que el lenguaje está entre las cosas o es de las cosas o es común a las cosas, no es que sea de unos ni sea de otros sino que de verdad es común, común a las bocas, como decían los versos aquéllos “común a las bocas que nombraban a las cosas y a la vez a las cosas que nombraban”, que no es de ninguna horda, de ninguna tribu en propiedad la lengua. Se da esto de poder nombrar así entre nosotros como de una manera así como espectacular, ¿no?…
R — Exagerada, ¿verdad?
— …eso del nombrar y el de hacer vocabularios. Está luego lo de que la traducción de unos idiomas a otros se haya hecho eso como si hubiera una sustancia común, como por poder traducir de una lengua a otra las palabras del vocabulario eso estuviese ya refiriéndose a unas cosas que son ya como patrimonio de la humanidad, que se traducen de unas a otras y parece que no pasa nada; pero podría ser que no, podría ser que las mismas palabras que salieran por las bocas, los mismos nombres, fueran cosas de las que hablar, sorprendentes, ¿no?, que aparecían. No sé, que eso de irse separando de las cosas los hombres parece que tiene que ver con esas costrucciones. Lo de la traducción me parece que es importante, que no ha salido aquí pero eso de que haya un vocabulario común, en las lenguas decimos que no hay… en la lengua no hay un vocabulario común, cada idioma tiene el suyo entre los humanos, pero que el lenguaje no permita hablar de cosas, señalando y improvisando cualquier cosa sobre ellas, parece que eso no se puede decir, pero, claro, ya los grados de costrucción sobre eso…
R — Bueno, conviene hacer quizá… estaréis hartos de oírlo, sobre todo si venís por aquí a menudo, pero aprovechando que estamos hablando de lenguaje y demás y por si todavía hay alguno que da en creerlo otra cosa diferente y además visto lo que uno se topa por ahí cuando oye hablar de cosas de éstas sobre lenguaje, tenemos que distinguir fundamentalmente lo que es lengua o lo que es lenguaje y gramática de lo que es idioma y vocabulario. Se va a insistir muy poco en eso, toda vez que se insista será necesaria para intentar no confundirnos en cuanto, como en casos como éste, nos pongamos a hablar de ello. Lo primero, eso: hemos dicho ya que no es lo mismo lo que habla de las cosas que aquello de lo que se habla. Así que quizá esta diferencia conviene hacerla notar ya de partida. Y entonces sí, como dice Ana, tampoco hay por qué suponer eso que… bueno, ‘tampoco’ no: hay razones más bien para suponer que no, que el vocabulario no es común, que es particular de cada tribu o que cada tribu se configura gracias a tener un vocabulario particular. Dejo todavía que avance un poco la discusión en torno a esto. Había voces por ahí. A ver, bueno, luego vas tú. Bueno, venga.
— No, yo es que ojo con la idea de que… como hemos empezado con la diferencia entre razón e ideas y luego acabamos siempre teniendo ideas un poco, y sería un ejemplo esto de que las cosas…
R — Alto, alto.
— …Que puede terminar siendo un ejemplo de que el razonamiento se convierte en ideas, esa discusión sobre que las cosas hablan, que yo no me la he tomado nunca de una manera literal, porque si la intento ver de una manera literal me parece lo que a Vicente o a Ana, si es que os he entendido, que yo tampoco lo veo como… si empezamos a ver qué es lo que es hablar, ya no se le puede aplicar directamente a las cosas, se quedaría uno en aquello de decir “aunque hablan de una manera que nosotros no entendemos”, que es lo mismo que no haber dicho que hablan; si luego casi se va a añadir que es de una manera que nosotros no entendemos, pues la primera idea de que hablan… Yo entiendo más que somos una cosas entre las cosas en el sentido de que no hay distinción, de que todo es en permanente, de que está todo mezclado, que todo está evolucionando continuamente, es una materia uniforme, llámale... o disforme o como quieras, y ahí el habla es una cosa más que verdaderamente no se puede distinguir del todo; [entre esa] y por eso lo compartiríamos con el resto de cosas, pero creo que se puede decir poco al respecto sin caer en ideas.
R — Exacto. Ese apunte sí que es pertinente. Ahora bien, si me permites, creo que todavía, si bien es cierto lo que dices, que la dificultad, en cuanto uno se pone a hablar de eso, de no caer en ideas, es enorme, sin embargo creo que todavía es muy defensiva esa actitud, ¿no?, con la Realidad, todavía parece, por lo que has dicho, que bueno, sí, el lenguaje no se distingue mucho de las cosas, pero como no has dicho del todo, pues que todavía tendría algún sentido hacerlo. Bueno, ¿quién más?, venga, por aquí. Bueno, un segundo, ahora vas tú. ¡Ah!, por ahí, perdón.
C — Bueno, yo creo que primero la cuestión de ‘cosa’ había que recordar que es como si dijéramos el semantema más amplio que inventó este lenguaje humano que tenemos, por lo tanto eso ya plantea un problema, ¿no?: cualquier hecho, cualquier suceso, se le llama “cosa”; eso ya de por sí es un intento de unificación notable, ¿no?, bastante propio de la actividad de lo que se llama la lengua humana. Yo creo que, para no hacernos demasiadas ideas, hay que tomar, como se viene insistiendo en la tertulia, la actitud negativa: es para no conceder que los únicos que hablan son los hombres por lo que fuera hay formas de interacción a las que razonablemente podemos concederles algo de lenguaje a la manera humana aunque no lo entendamos. Y en ese sentido las cosas hablan, entendiendo por cosas evidentemente una especie de multiplicidad no del todo definida, que la aspiración humana es a definirlas y a numerarlas cuando esta condición de los hombres pretende ejercer el poder, separarse, considerarse que son los que saben, considerarse que son los que dominan, y en ese sentido pienso en esta multiplicidad más o menos indefinida a la cual se le puede llamar ‘cosas’, aunque condenándolas entonces un poco a la aspiración humana de que sean las que son, que las hemos definido y establecido. Yo creo que eso sería ya el primer punto que nos llevaría a la discusión entre física y lógica porque, ya en la tertulia eso se debatió bastante y además es uno de los asuntos en que no nos hemos claramente aclarado mucho, era la pregunta “¿qué es una cosa?”, que los físicos y para recordar a los que confían en los filósofos y demás que se planteó Heidegger, por ejemplo, “¿qué es una cosa?” y que sacábamos aquí con los líos de la física. Es evidente que la cuestión del ‘bueno’ y ‘malo’, la cuestión de la guerra, se plantea precisamente entre la imposición de ideales sobre algo que es más o menos, y esa imposición de ideales hay que concedérselo en cierto sentido también a las cosas porque persisten un poco en su ser: no hace falta que una roca sean los hombres los que se empeñen en hacer injertos de roca para que la roca se nos presente cómo eso un poco sigue siendo la roca, ¿no? Se puede decir “es que la estamos viendo mal”, pero de alguna manera hay que concederle una cierta capacidad de persistencia, ¿no?, porque es real, ¿no? Yo no definiría lo que es el lenguaje de las cosas, hablando desde los hombres, pero tampoco renunciaría a pensar que están interactuando, que están haciendo cosas (empleando el lenguaje humano) y que ese hacer cosas es un hablar, como se dijo antes, para no caer en la separación entre acciones y, si se puede decir, razones, suponiendo que lo uno choca con lo otro. Es ésta la actitud política en el sentido de que en nosotros mismos se da una guerra, y esa guerra, como una especie de psicoanálisis, consiste que hay algo en nosotros que intenta entender, en el sentido de hacerse una idea de las llamadas cosas, hacerse una idea de los hechos, y por otra parte continuamente uno está diciendo que no, que esa idea se pierde en un sin fin, en un no saber; y esa guerra que está en nosotros, dentro de nosotros, es un poco la que se supone que está en la Realidad, y como actitud política pienso que es más útil en la lucha contra lo que se llama el Poder, el Dinero, a la que le podemos conceder que en cierto sentido son cosas en cierto sentido hechas por los hombres; ahora: a la manera que hacen los hombres las cosas: apoyándose en ideas que no han sido hechas por los hombres, porque las ideas ¿quién las hace?, ¿de dónde viene eso?
— Eso, eso. Que he visto el otro día un recorte en el periódico que parecía que aprovechaba cosas de la tertulia, siento no haberlo traído, porque hablaba del Dinero y decía que consistía en fe, y luego se maravillaba de que los humanos hubieran creado entes ideales… Lo citaba así, parecía como si hubiera alguien puesto la oreja aquí y hubiera oído hablar de entes ideales, pero entendía los entes ideales como creación humana.
—¿Qué vamos a decir: que son increados?
C — Es algo que está… ¿De dónde viene?, ¿han sido creados por alguien?, los números primos ¿han sido creados por alguien? Es decir, la propia serie de los números naturales, que algunas tribus no las usan, otras como la nuestra desde hace muchos siglos ya se dedican a desarrollarla, es decir ¿han sido creadas por alguien? Es verdad que para la sociedad humana se crean, de hecho alguien puede ir al Registro de la Propiedad Intelectual y registrar un número primo y vender el uso de ese número primo, es una cosa que se hace ahora, ¿no?
— Se hace con el agua...
C — Se hace con el agua. Con una pequeña diferencia respecto a los entes ideales, como son los números, y el agua que efectivamente es una cosa que cuando está sometida al cómputo, a la medida, incluso decir “el agua de este embalse” o “los ríos de España, con todos controlaos por la geografía española, pertenecen a España”, digamos así, si se puede hablar de esa manera, quiero decir a la Administración española o el poder español, con los líos que puede representar, que el río haya nacido en Francia y haya pasado aquí, ¿no? Sí, hay esa fe que se tiene en las cosas hechas por los hombres, pero las cosas hechas por los hombres, como un automóvil, evidentemente ¿qué es lo que hacen que se llama ‘hacer de los hombres’ ahí?, ¿en qué consiste esa acción?, ¿en coger —digamos— cosas que han sido hechas de otra manera, o el centeno del que hablaba Galín o el trigo?: han sido fabricaciones de tanteos, de guerras, porque de hecho el trigo vino por injertos, algunos se producirían, ¡vaya usted a saber!, por el vientecito que mueve unas cosas con otras, otras por empeño de algunos que tanteando se dedicaron a injertar o (pongamos, para emplear una forma más clara) injertar en un árbol otro hasta que se producían formas de este tipo. Es decir que esta Realidad en la que estamos, en la que digamos “existimos”, para decirlo de esta manera, es una guerra y creo que ésta tiene una utilidad frente a los que creen que saben lo que es la Realidad, creo que es otra utilidad política: descubrir que la Realidad no es todo lo que hay y que al mismo tiempo es una guerra en el sentido de que es una contradicción, un choque, y en él no podemos hacernos una idea de lo que está pasando, precisamente porque continuamente hacemos, “creamos” (dicho entre comillas), “creamos” a partir de ideas supuestas cosas a las que denominamos de otra manera y al mismo tiempo se van deshaciendo. En este conflicto es por lo que yo creo que se sacaba aquí este planteamiento de la Realidad como lucha precisamente para denunciar las falsas guerras en que el Poder y el Dinero se sustentan, que no dejan de ser guerras fabricadas para esconder la primigenia, la que está por debajo. Yo no sé si esto aclara algo las cosas dentro del pequeño…
R — Sí, sí, sí. Sí, yo rogaría que, bueno… muchas, si no todas, de las aclaraciones que ha dicho Luis nos acompañen mucho tiempo, sobre todo para prevenir esos peligros en que incurrimos de venir a producir nuevas ideas. Antes de que… a ver, había voces por aquí, no sé, venga.
— Lo que estaba recordando así oyendo lo que decíais era el trato que teníamos con las cosas cuando éramos pequeños, que no sé, pero simplemente pues el ver una cosa de color azul o ponerse a jugar con la tierra o con la plastilina que estaba dura amasándola ahí hasta ver cómo se ponía aquello a funcionar, y entonces como que todo eso, pues nos hemos ido haciendo mayores, aprendiendo las cosas y relacionándonos además con otras cosas, ¿no?, y cómo de repente te encuentras haciendo cosas horrorosas que son una tortura, pero incluso después de haberte peleado con ellas y haber estado todo un mes a ver si haces un dossier y de repente te encuentras con ese dossier y es que encima incluso te gusta el dossier, y entonces dices “¡Qué bonito me ha quedao el dossier!”, ¿no? Entonces, bueno, pues todo eso me estaba viniendo.
R — Sí, que has hecho bien en traerlo porque de alguna manera también recuerda lo que ha dicho Galín en que, bueno, pues hay cosas también que parecía que hacer cosas con las manos todavía se le veía la utilidad y el placer, pero que en el desarrollo, sea nuestro o el social, nos da lo mismo, parece que es necesario que se tengan que volver cada vez más abstractas y sutiles, que ya pues el manejar arcilla o plastilina se tenga que sustituir por hacer una Declaración de Renta o un dossier para no sé qué historia. De manera que sí, sí, y evidentemente no es lo mismo, no se puede decir, ¿no?, no parece que se pueda decir que la misma utilidad tienen un jarrón y un dossier, ¿no?, no parece que se pueda decir así. Por aquí había más… Sí, ¿no?
Bien, pues entonces, aprovechando precisamente lo que ha dicho Luis, que precisamente sí enlaza con lo que se dijo la semana pasada y con lo que me gustaría que se trajera aquí de nuevo que es volver a sacar el razonamiento por el cual veníamos a, por lo menos, bueno, contemplar de alguna manera cómo la Realidad es guerra. Así que también animo a que sean otros los que lo intenten, los que lo saquen aquí, lo intenten, lo razonen. Así que…
— Con respecto a lo de guerra recordar lo que decía Heráclito, Heraclito de Éfeso, García Calvo, que guerra es un alcume, un mote de razón común, guerra y fuego son motes también. Eso hay que verlo, es decir, cómo razón hace y deshace. Entonces esa guerra casi se podría decir de ella con ella misma, porque es así como se manifiesta en la Realidad: haciéndola y deshaciéndola. Ese mote que le da Heraclito a razón debe de tenerse en cuenta igual que “fuego”, vamos.
R — A ver: más.
— A mí me cuesta… yo no sé cómo se usaba ahí lo de mote, pero me cuesta que en las formulaciones de Heraclito se reconozca esto de llamarle guerra o llamarle fuego o de otras maneras como un simple mote. ¿No es más que un mote?... Es que no sé el alcance que tiene la palabra como la utiliza él, pero el mote muchas veces es como una cosa que te ponen despectivamente y a uno con respecto a otro, sino que es una formulación de razón que pretende dar cuenta de una cosa, que en este caso es razón, y que ella misma en otros fragmentos se declara como incompatible con esa formulación, declara su contradicción, es decir que se deja llamar por ese nombre pero por otro lao no se deja llamar.
R — Exacto, sí, sí. Yo creo que un poco pretendía él decir eso.
— Es que un mote sería un mote que se ha puesto ella a ella misma, que es una cosa que en los motes no suele pasar: que yo me llame “el cojo” a mí mismo, pues no sé, no tiene...
R — A ver: más a propósito de la guerra de la Realidad. Sí.
— No se ha sacado… así un poco de refilón me ha parecido oír “guerra de lo bueno contra lo malo o lo malo contra lo bueno”, más bien “lo malo contra lo bueno”, supongo, pero no sé si querías tirar por ahí o lo has dicho así al pasar…
C — Bueno, yo creo que esa cuestión “lo bueno” no puede oponerse a lo malo para ser bueno, porque entonces lo malo sería algo bueno para que lo bueno fuera lo bueno. Efectivamente tiene que ser una cosa buena que no implique lo malo. Con lo cual entendéis cuál es el lío que está con el uso de bueno y malo, que es una antítesis muy consagrada y que permite a base de ideas montar lo que se llaman “las falsas guerras”, ¿no?, que se basa fundamentalmente en que uno de los bandos es el bueno frente al otro que es el malo y viceversa. Cuando se plantea esta cuestión de la guerra hay que plantearla tal como se plantea, es decir: frente a las ideas que buscan regir la Realidad está lo que no se sabe, que las cosas son más o menos frente a la necesidad de someterlas a ideas claras, definidas y establecidas. Y ésa es una guerra que se vive en cualquiera dentro de uno: la tendencia a pensar que sabe lo que hace, que sabe —como se dice— lo que vota, que entiende, que sabe lo que es amor, que sabe lo que es libertad… frente a la evidencia de que eso no es así, que eso no es verdad. Ésta es la contradicción y es la guerra. A partir de esta guerra que se da entre las ideas y lo sin fin está evidentemente la Realidad costituída en el medio, como resultado de esta guerra y en la cual esta condición humana se ha desarrollao de una manera especialmente invasora, de manera que ya no es solamente que intervenga, sino que sabe lo que es el universo, que sabe lo que son cada cosa, que está bien definida, que hace cosas para imitar a las cosas, y en el sentido de luchar contra esta falsedad del hombre digamos que en la tertulia se planteaban estos descubrimientos: volver a reconocer que, sea lo que nos pase como caso especial de cosas, somos cosas, y como cosas evidentemente tenemos una forma de la guerra que no nos permite colocarnos fuera de las cosas, suponernos que somos el observador, que somos la razón, que somos el logos, y las cosas carecen de logos, carecen de razón y nosotros las experimentamos, las sometemos, las numeramos, las medimos. En eso era un poco la cuestión, independientemente que algo numérico se da en los planetas, aunque no tengan varas de medir ni relojes de computar el tiempo que usan, parece que no se les ha encontrado todavía, no sé, a lo mejor algún científico descubre en los anillos de saturno algo que diga que hace eso, no lo sé, lo dudo; pero a esa situación es sobre la que en la política que lleva la tertulia se plantea volver a reconocer el carácter de cosa, de cosa, si queréis, bastante especial que somos los monstruitos estos mortales, pero casos de cosas, y aprovechar eso para plantear una política que vaya contra el Poder y contra el Dinero, como el caso de las cosas económicas, de los grandes consorcios, de lo que sacaba el miércoles pasao Jaime, los monstruos esos económicos que al parecer ahora ya hacen cabronadas especialmente gordas por la propia forma en que se constituyeron esas cosas económicas, ¿no? Efectivamente para denunciar esa mentira, ¿no?, estaba el reconocer esta falsedad de la condición o de la pretensión de los hombres de que son los únicos que hablan, son los únicos que razonan, los que son capaces de hacerse ideas de las cosas… como se está pretendiendo continuamente, y no solamente los demás sino uno mismo para ir tirando no deja de hacerse más o menos ideas de lo que tiene a su alrededor, sea más o menos falso, ¿no? Bien…
R — Más voces entonces. A ver si todavía hay alguien que se anime, ¿alguien más?
— Bueno, yo…
R — Sí.
— Habla, María.
— Si la Realidad fuera o es un todo en perpetuo movimiento, o sea…
— “Un” ¿qué?
— Un todo en perfecto movimiento.
— Perpetuo.
— Perpetuo. ¡Ah!, “perpetuo”.
— Perpetuo. O sea algo que está cambiando incesantemente y que no se puede tomar por real porque está cambiando costantemente, no hay nada que sea ni bueno ni malo, sino lo que es deja de ser y se convierte en otra cosa. Y esa Realidad es inexistente, está hecha…
R — Bueno, yo creo que tenemos pegas que poner a esto, yo creo.
— ¿Cómo?, ¿cómo?
R — Creo que habrá alguna pega, yo creo, que poner a…
— Yo creo que hay pegas para todo, porque si estamos hablando de la guerra en la que yo no creo, creo en un movimiento que cambia las cosas.
C — No, se refiere a guerra como contradicción entre las ideas que intentan regir lo que no se sabe y lo otro. Guerra en ese sentido, no cuando se costituye lo que es lo que es, en un ejército y en otro ejército…
— No se habla de ejército ni de guerra sino de creer una cosa enfrente de otra.
C — Pero sobre todo está la cuestión de la fe, de las ideas, frente a lo que no se sabe. El problema que yo creo que se tiene cuando se emplea ‘todo’ respecto a Realidad es que la contradicción sale enseguida, aparece: todo, ¿dónde se da ese todo?, ¿ese todo es el todo de todos los todos, como dicen?: eso es sin fin, no hay posibilidad, las…
— Ese todo es en lo que se cree, en lo que se basa para hacer leyes y para funcionar: ese todo no existe, es un movimiento permanente.
C — No existe pero… No existe, pero se hace como si existiera, es decir, evidentemente no existe y por eso la falsedad consiste en ello, en pretender que hay un todo de la Realidad cuando es imposible; y en eso consiste la mentira, porque, si no, no se le podría decir a la Realidad que es mentira: la Realidad es mentira cuando se pretende que es toda.
— Es que no decimos que la Realidad es mentira, decimos que está en perpetuo movimiento.
C — Eso de “perpetuo” plantea un problema porque perpetuo es una totalidad de… digamos de tiempo, y por lo tanto se plantea el problema igual con perpetuo. Un todo del tiempo es imposible, siempre hay más, no hay posibilidad de entenderlo, es decir, un tiempo total…
— Tú, por ejemplo, tú no me entiendes lo que yo digo pero yo no te entiendo lo que dices tú.
C — No: yo entiendo, en la parte de mí que se basa en ideas yo lo entiendo. Ahora…
R — Vamos entonces a intentar, visto que… (si me permites) que estamos eso, perdiéndonos un poco en una disquisición un poco quizá todavía confusa, pues sí, volver a recordar esto que ya razonábamos: habíamos dicho que hay algo, allá donde sea, acá, en alguna parte hay algo, la razón que lo demuestra era que… Adelante.
— No, que no es total.
R — Bueno, pero en primer lugar que no se puede decir con verdad que no hay nada; eso para empezar, porque en el momento en que eso se dice se entra en contradicción con lo que se dice, y, ya al menos, si sólo hubiera eso, pero al menos ya el hecho de decirlo en sí mismo es algo. De manera que no se puede decir… o que lo hay al menos, de manera que sí, ya con eso mismo queda asegurado que hay algo. Y por el otro lado tampoco se puede decir que lo que haya ni sea todo ni sea uno (que son como dos maneras de decir lo mismo) porque si decimos que si hay todo, es conjunto y por tanto a fin de cuentas es uno, y si aquello que haya, eso algo, fuera uno, pues en sí mismo tendría que ser todo uno. De manera que son maneras de ver lo mismo. Entonces eso ¿a qué nos lleva?: si hay algo y eso que haya no es ni todo ni uno, no se puede decir que por un lado sea definido ni por otro lado sea contable, unas veces es más, otras veces es menos y no se lo puede contar ni se puede saber lo que es. Ahora bien, decíamos que por otro lado, por otro lado sí que hay pues un reino que aquí convenimos en llamar “reino de los ideales” o allá donde estén las ideas o los ideales cuya, sí, existencia nos consta porque los vemos aquí de alguna manera reflejados, interviniendo entre las cosas, pues triángulos que nunca son ‘el triángulo’ pero son triángulos, yo qué sé, bueno, pues vosotros me entendéis. Entonces tenemos que reconocer que hay un reino de ideales que ejercen una intervención sobre las cosas que no se dejan ser lo que son, es decir, esos ideales a lo que vienen es a mandar, a imponer el mandato de que las cosas sean lo que son. Lo hemos razonado ya aquí, por eso quería volver a traerlo porque veo que todavía sin embargo, pues no solamente otros sino yo mismo, insistimos en creer lo contrario, sobre todo cuando ya cruzamos el umbral de aquella puerta y volvemos al mundo real, si es que alguna vez hemos salido de él. Entonces de ese cruce o de ese choque entre las cosas que no se saben ni cuántas ni cuáles son con los ideales que les imponen un ser y una definición y por tanto la posibilidad de cómputo, es donde situamos nosotros tópicamente y por tanto también falazmente la guerra que la Realidad es, es decir, lo habíamos estado discutiendo la semana pasada cómo con el… si bien el mandato que proviene de los ideales es poderoso y aplastante sin embargo nunca es total, nunca es del todo, siempre queda algo sin domesticar, sin reducir a definición, sin que se pueda contar, sin que se pueda saber lo que es, y es en eso en lo que nos apoyamos o lo que pretendemos que aflore aquí, siquiera sea por unos instantes, antes de que vuelva a ser otra vez aplastado por mandato del ideal sumo que muchas veces hemos llamado o hemos venido a reducir en el nombre de ‘Dios’, ya que en sí mismo, pues al menos por una de sus caras, se supone que es Uno y Todopoderoso, y entonces ahí está la Realidad, ahí está la guerra que la Realidad es: el mandato de los ideales, el mandato de que sean lo que son y por otro lado la resistencia a ser completamente eso: no, no lo hay. De manera que eso también nos podría llevar, si lo sacamos al terreno de la física, ciencia hoy dominante, y pues no hace falta escarbar mucho para reconocer su dominio, es que eso no parece que según ese razonamiento y habiendo insistido en levantar esa barrera, en eliminarla de una vez por todas, entre hechos lógicos y físicos, que se pueda decir que hay todo, ¿verdad?, ¿o todavía…? Pero es importante que salga esto, es importante que, si no se entiende…
— ¿“No hay…”?, perdón.
R — No hay todo: por lo que hemos razonado.
C — No, no, pero yo creo que la imagen que has presentao, eso, si lo digo bien, la Realidad como un todo moviéndose perpetuamente, no sé si lo has dicho así o de otra manera…
— Sí. Es ese movimiento, es el movimiento lo que sustituye a la Realidad y al todo.
C — Sí, es interesante porque enlaza con lo que acaba de decirse. Ésa es la visión (dicho en términos de los físicos) de la expansión del Universo, ¿no?
— ¿“De la…”?
C — Expansión del Universo, que llaman ellos. Eso evidentemente por fortuna es objeto de discusión entre los propios físicos, (para los que tienen fe en la física que vean que entre los propios físicos…) porque el problema que se les plantea es que movimiento implica espacio, y entonces el problema es “¿se está expandiendo el Universo al tiempo que se expande el espacio donde se expande el Universo? Ése es un problema que a los físicos se les plantea enseguida, con lo cual caen en contradicción, y se te plantearía a ti enseguida cuando hablas de perpetuo movimiento, porque no hay posibilidad de entender movimiento sin creer en el espacio, ya no digamos en el tiempo. Entonces el espacio evidentemente es un ente ideal, un ente ideal típico que se ha hecho a partir de querer dar cuenta de lo sin fin, de lo que no se entiende. Y se han hecho una cosa llamada “espacio” que, sin saber muy bien lo que es, parece que nos tranquiliza un rato, ¿no?
— En cada uno de los seres humanos hay una contracción y una expansión, en cada uno: en cuanto tú te quedas solo contigo mismo y te observas… no tienes más que quedarte solo y observar.
C — Bueno, yo creo que aquí en la tertulia se plantea más bien el psicoanálisis, o sea, disolver la contradicción más que el saber lo que es…
— No, no: eso no tiene nada que ver con el psicoanálisis, ¿eh?
C — Sí, tiene que ver.
— …el dejar de ser, ¿no?, a lo que te refieres.
— ¿Eh?
— Con la contracción y la expansión te referirás a lo de ser uno el que es o dejar de serlo.
— No.
— ¿No?, tampoco. Me parecía que a lo mejor…
— No. Me refiero a que uno se ve…
— Latiendo.
— …Uno se siente que está vivo porque…
— ¡Ah!, como que palpita.
— …porque… Puedes creer que palpitas, pero si vas más profundamente no es una palpitación, eso es común a todo el Universo, a las plantas, a los pájaros, a todos.
C — No lo sabemos. En todo caso es una pretensión que has propuesto pero no lo sabemos.
— ¿Cómo?
C — Que no lo sabemos.
R — Con permiso: vamos a aprovechar de todos modos esta intervención porque la podemos aprovechar: porque lo mismo que hemos sacado al espacio, que no hay todo, y por tanto no podremos hablar de un Universo en cuya etimología ya se oculta aquello de que se tenga que referir a una especie de espacio-todo o espacio-tiempo-todo o como queráis llamarlo, lo mismo nos da. Lo mismo que no se puede decir así de lo físico, si queremos todavía mantener esa nomenclatura, lo mismo tendremos que decir de nosotros mismos, puesto que si hay algo y eso algo que haya ni es todo ni es uno ni es contable, pues al fin y al cabo se nos aplica a todas las cosas por igual y por tanto a nosotros mismos, pues claro. Entonces, a ver, por aquí, entonces, si no te importa que…
— …todos calvos, y quien diga lo contrario...
— No se te oye y tampoco pronuncias bien.
R — Adelante, más alto, por favor.
— Que de aquí a cien años no existiremos ninguno y nadie me lo puede rebatir.
R — Pues creo que sí, pero de todos modos… Bien, pero esto ¿cómo se entiende?, ¿cómo nos deja?: nos puede a lo mejor poder… nos puede a lo mejor en un caso como éste la Realidad y declarar todo esto que aquí hacemos inútil e inservible y por tanto “dentro de cien años, todos calvos”, y que para qué andarse con historias de éstas, y sin embargo, como he dicho antes, insistimos en nuestro loco empeño sin saber si nos está reservada aquella muerte, ¿no?...
— Prometida.
R — …futura, que nunca está aquí, de la cual no se ha tenido nunca constancia y por tanto no podemos también tomarnos tan tranquilamente o aceptar tan tranquilamente lo que aquí mismo, ahora mismo ha salido. Entonces, por tanto, insisto: si yo no soy uno ¿qué soy yo?
— Uno cualquiera.
R — ¿Cómo se entiende eso?: si yo no soy uno o si yo no soy uno del todo ¿qué soy yo?
— Uno cualquiera.
R — Pero a ver: entonces ¿cómo se entiende todo esto?, porque yo al fin y al cabo, yo tengo mi, eso, mi… lo decimos aquí pero no porque sea físico es menos abstracto, tenemos un carné de identidad, estamos censados, computados, descritos, tenemos un historial, algunos cuando muramos pues acaso nos hagan una entrada en una enciclopedia o nos pondrán algo en la lápida y recordarán nuestras fechas y nuestros hitos y nuestros hechos y demás historias. Entonces si yo no soy uno del todo ¿qué soy yo?
— Pues uno y algo: uno por lo que estás diciendo y algo por lo que no sabes.
R — ¿Y cómo se entiende?, ¿cómo se entiende?
— Como una guerra. Está la guerra ahí.
R — A eso es lo que aludimos cuando…
— Ese algo es la duda que te queda siempre que dices “Soy tal”, “He nacido en tal”, pero si luego te callas un momento dices “¿Yo soy ése?: porque yo estoy aquí ahora mismo, ¿cómo voy a ser ése que nació allí y tengo tantos años y no sé qué?”.
R — Como si hubiera un Madrid en el que algunos henos nacido, como si eso lo hubiera por debajo, como si hubiera un nombre con el cual me llaman por debajo de las cosas… por debajo de los ideales (perdón) sobre las cuales se imponen. Entonces aquí llamamos o aquí se ha mencionado lo de la disolución del alma que no otra cosa quería decir el psicoanálisis, al menos etimológicamente, y es lo que aquí nos interesa puesto que estamos aquí a desmontar o a disolver la Realidad y por tanto la mía, la de cada uno de nosotros, como parte de esa Realidad general, pues eso: disolución de la personalidad o de la persona de uno. Entonces si yo no soy uno del todo ¿qué soy yo?
— Una negación de eso, ¿no?, porque uno es una máscara de…
— Yo creo que la pregunta…
R — Sí, bueno vamos a permitir aquí… Sí, adelante.
— Uno, que es una máscara y debajo de esa máscara otra máscara y otra máscara, ¿no? Es lo que vamos a encontrar siempre: una máscara debajo de otra.
R — Adelante por aquí. A ver, por turnos, por turnos!
C — Esta parte ha salido a propósito de la muerte, que antes salió ahí, que no me acuerdo bien lo que dijiste, que no lo oí bien.
R — Dentro de cien años, todos calvos.
C — Evidentemente uno, uno está constituido por su muerte futura: uno; eso es importante: uno. Y en medida que uno está costituido por su muerte futura, en ese sentido la situación que se plantea “Si yo no soy uno”… carece de sentido: si yo me sigo agarrando a mi muerte siempre futura evidentemente soy uno porque estoy costituído por mi muerte futura.
R — Estoy ya muerto.
C —Ahora bien, el descubrimiento de que uno no es todo lo que hay en uno, que hay siempre algo más que se escapa al control de uno, ese descubrimiento no nos permite seguir preguntándonos ¿qué soy yo?; al contrario: nos descubre la contradicción, nos descubre esta especie de guerra, este perderse que se está dando también; nos está dando eso de que no está uno contínuamente recordando como hacían los otros “Como tienes que ser uno, te vas a morir en el futuro”, “Como tienes que ser uno, te vas a morir en el futuro”: hay algo más que no es uno, que no se sabe lo que es, que se le puede llamar vida que se está produciendo y que no me pertenece…
— Y que está harto de eso.
— Se le puede llamar vida.
C — …se le puede llamar “vida”, si se le quiere llamar o al menos
R — Con harto riesgo. Con harto riesgo.
C — Se le puede llamar “vida” a lo mejor, pero yo no se la puedo llamar “vida” como uno evidentemente, en ese sentido, no, porque yo estoy definido por mi muerte siempre futura y por mi miedo que me busca costituirme. Yo creo que si uno hace la hipótesis “Si uno no es uno ¿qué es?”, no: uno es precisamente y busca ser el que es por esta imposición de la muerte siempre futura y de su miedo; si no, quizá no tendría sentido, como tampoco tendría sentido el pensar (como se piensa) que uno es inmortal. Efectivamente como está definido por su muerte siempre futura resulta que uno es inmortal, por ejemplo, va a pasar a la historia de la Filosofía, o va a pasar a la historia de los artistas o va a ser inmortal porque va a llegar al Olimpo de… o va a ser inmortal porque subió a los cielos. Precisamente eso nace de lo primero que nos definió: que es la muerte; como resulta que nos definió la muerte, hay la búsqueda de ser inmortal, de que decimos que somos inmortales. Yo creo que si uno no es uno, la pregunta “¿qué soy yo?” carece de sentido: directamente uno no es uno, es una negación dentro de sí.
— Lo que pasa que para la negación ésa… (es una duda, ¿eh?), pero para estar negando eso, esa muerte, es como que siempre tiene que estar en contraposición con algo que se consolida nuevamente, o sea como que…
R — Acláralo, a ver.
— Sí. Vamos a ver: es como que aparece pues eso, otra máscara, otro, irremediablemente algo se vuelve a consolidar, ¿no?, el uno (exactamente), el uno se vuelve a consolidar para otra vez volver a negarlo y así sucesivamente, ¿no?, porque…
R — Es muy provechoso eso que dices porque cierto es: ¿cómo reaccionamos nosotros cuando razonamos esto y no le podemos encontrar una tacha a un razonamiento tan honrado como el decir que hay cosas múltiples y varias e incontables y por tanto que yo me cuento entre una de ellas?, y eso requerirá más aclaración pero de momento lo dejamos así. Pues sí, cuando encontramos un razonamiento como ése ¿cómo reaccionamos?: pues evidentemente hay otra guerra, inversa, un intento de refección o de rehacerse y de volver a caer en otra fe, una fe diferente o la misma fe, si es que se puede decir que es la misma, pero en todo caso vuelve a resucitar la persona de cada uno y su unidad y su totalidad. Más, más voces.
— No, que quería comentar una experiencia de ayer, y que me pasa siempre…
R — También es oportuno, sí.
— …siempre que nos reunimos actores en fiestas, ¿no?: de pronto siempre se pone todos los que han muerto ese año ahí y todo el mundo aplaude “¡Ay!, qué bonito y qué emotivo”. Y empiezas a decir “¡Hostia!, ¿pero se ha muerto éste?”. Hasta ese momento no estaba muerto. Y yo lo que no quiero jamás es estar ahí y no puedo huir de estar ahí. Y digo “A lo mejor el año que viene estoy yo, ¡me cago en la puta!”. ¡Oh!, es una angustia, no quiero estar ahí.
R — Bueno, es honrado…
— Ni quiero que la gente celebremos que se mueran los colegas.
R — Bueno, está muy bien dicho…
— Pero por otro lao dices “¡Coño!, ¿pero ha muerto ésta?, ¡no me jodas!, pues no lo sabía”.
R — A ver que hay más voces entonces a propósito…
— Sí, yo quería…
R — Bueno, espera un segundo. ¿Había alguien por aquí?, ¿en este lado?, ¿sí, no?
— En lo de antes, que ya salió en esta tertulia hace mucho tiempo, “dentro de cien años, todos calvos”, se acepta en la medida en que no se cree en la historia, es decir que los hechos que están fuera de esta capa, que fue lo que se dijo aquí, pues entonces simplemente son hechos que están ahí muertos y que no van a funcionar más que en el ideal histórico o la historia de la literatura o de la política o todas esas tonterías contra las que estamos. Simplemente es eso, que estos cien años que… (vamos a poner, con cierta ligereza), que nos dan para estar aquí, con esa&