25.08.2014

Tertulia Política número 93 (3 de Octubre de 2007)

Agustín García Calvo

Ateneo de Madrid


 

  • UNO MISMO, LA PERSONA, EL NOMBRE PROPIO.
  • DESCONCEBIR LO DE INFINITO, LA INFINITUD.
    • Las cosas.
    • Los números.

 

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TRANSCRIPCIÓN:

 

 

Ayudadme lo primero a ver si me desenredo un poco del problema éste que nos quedó pendiente de 'el uno mismo', de 'uno mismo'. Es decir: el uno que es absolutamente diferente de cualesquiera otros. Eso es el uno, el uno mismo, la persona. 'Absolutamente' quiere decir 'del todo' diferente. Y, ya, en la última sesión, estuvimos haciendo una crítica de cómo esa introducción de un 'del todo' o 'absolutamente', aunque se refiera a la diferencia, es lo mismo que cuando se dice 'igual del todo', 'exactamente, absolutamente igual'. En un caso y en otro se está introduciendo en las cosas, en la Realidad, un ente ideal, ya que la Realidad no sabe nada de 'todo' ni de 'nada', no conoce ni 'todo' ni 'nada', son entes puramente ideales; la Realidad no puede ser más que aproximativa -como hoy, dentro de un rato tal vez, seguiremos... seguiremos viendo-.


Y por tanto, uno, que para ser precisamente el que es, tiene que ser absolutamente diferente de los otros, era el problema que nos hacía   -como hace dos sesiones yo mismo decía- intentar arrinconar la muerte hacia ahí, hacia ese sitio, una vez que habíamos visto que esas cosas del cuerpo y demás -y del cuerpo y del talante y del espíritu y de cualquier cosa que uno tenga por las que uno es una cosa, un caso entre las cosas- no conocen más que el cambio perpetuo, que el cambio perpetuo para seguir siendo la cosa que es, para seguir siendo el que es, y no tiene otro medio -ni la persona, ni el Estado, ni la Empresa, ni (como veremos tal vez dentro de un rato) ni Dios mismo- no tiene otro medio de ser real -de estar en la Realidad siendo el mismo- que ése de cambiar, perpetuamente cambiar. Lo cual excluye la idea de muerte.


Y por supuesto, en ese monigote -que es mi problema y el vuestro, el uno mismo que es absolutamente el que es- también se ha descartado... se me ha descartado a mí, a mí de verdad que no soy nadie puesto que dependo del acto de hablar, y sea quien sea quien hable en cualquier sitio y momento que hable, soy yo, y por tanto yo no soy nadie. Eso tampoco es mi santa persona a la que nos estamos refiriendo. Bueno, por eso decíamos que la muerte tenía que referirse a eso.


En uno mismo por tanto entra un ideal: el ser absolutamente diferente de cualesquiera otros, pero al mismo tiempo sabéis que se refiere a una cosa tan primitiva, incluso prelingüística como el nombre propio  -como el nombre propio-. Ésa es la paradoja que quiero que percibáis lo bastante bien: la idealidad y la referencia a ese procedimiento de la denominación, del nombre propio, irreemplazable, que de alguna manera trata de 'apuntar a' esa especie de ente contradictorio del que estamos haciendo, o nos está haciendo él, problema -problema-.


Fijaos bien que uno puede decir que hasta personalmente cambia. Efectivamente uno, una persona, en el sentido vulgar del término, cambia: con la edad, con los accidentes, con cualesquiera... con cualesquiera otra cosa, y por tanto en ese sentido seguiría la ley de la Realidad de 'cambiar para ser el mismo': uno cambia, no sólo cambia por envejecimiento, por traumas corporales que reciba, o por asistencia a un salón de fitness que le ponga muy en forma (como Dios manda que uno esté), sino que cambia en su carácter -nadie puede presumir de que tiene un carácter inamovible-, cambia en su  carácter, cambia en sus costumbres, cambia en sus pareceres, en sus opiniones, en su alma -podríamos decir-, también su alma en la medida que real es cambiante. Pero lo malo de todo eso es que todos esos cambios se siguen refiriendo a uno mismo, es decir, al que presuntamente dice su nombre propio.


Ésa es la cosa que se siente muy bien cuando uno se encuentra ante el fallecimiento de alguien querido o conocido: uno, en la evocación, dice su nombre propio -dice Ferrán Lobo, por ejemplo- y sabe que lo que está evocando es esta contradicción pero tan potente: no está evocando su cara, ni sus costumbres, ni sus pareceres, ni su carácter, ni sus opiniones, ni todo lo que hacía de él una cosa real, sino eso inasible, al parecer, que dice su nombre propio. Todos los cambios se siguen refiriendo a él, y eso es lo que hace un problema.


Ayudadme en ello. Yo me declaro incapaz de librarme... librarme de ese mostruo o de ese monigote: me declaro incapaz de librarme de mí mismo, de mi mismidad, de aquello a lo que más o menos torpemente apunta mi nombre propio. Y si cada uno vuelve la cosa sobre sí, supongo que encontrará algo que decirme, tal vez alguien que pueda sentir de una manera tal vez más sensata o más penetrante que yo en lo que... en lo que a este problema toca, y que es un problema desde luego central desde el punto de vista de esta guerra que nos traemos contra... contra la Realidad.  


Yo me desentiendo ahora un momento de él, no sé cómo hacer para liquidarlo, para librarme de él; él parece que se ha liberado de la... se ha liberado de la libertad (si es que la libertad tiene que ver algo con lo de la libertad de cambiar, de ser de cualquier manera, sin límite... sin límite ninguno): él es el que es y siempre el que es; se ha liberado de la libertad en ese sentido. Yo me libro de él, de momento, para seguir en esta lucha, pero os he pedido ayuda. Retenedlo. 


Este... este yo mismo, este absolutamente el mismo, desde luego puede ganar algo, se puede hacer un poco más penetrable, si nos acordamos de la figura de Dios, que se inventó precisamente para esto. Recordad que Dios es en nuestro mundo el primer caso en que un nombre común (Dios, dioses), referente por tanto a la Realidad, se convierte en un nombre propio, es decir, cumpliendo... cumpliendo las condiciones que ahora respecto a uno mismo os estoy diciendo. Dios es el caso primero y ejemplar, y por tanto no está nunca demás volver sobre él porque aunque siendo una cosa aparentemente más aparatosa y teológica y eso, por otra parte por ello mismo, tal vez es más asequible que el ataque directo del problema. Dios, en cuanto a 'convertido en nombre propio', trataba de cumplir esa condición.


A mí mismo -en la medida que me empeño en ser yo mismo- no le puedo conceder nada que se parezca a eso de la... de la vida y cosas por el estilo: él se ha liberado de la libertad. Lo dejo ahí y le tengo que conceder la inmortalidad, la eternidad -la inmortalidad, la eternidad-. Lo que eso... lo que eso tenga que ver con la propia idea de muerte, ya vosotros mismos me lo iréis diciendo.


Ésa era una característica, por supuesto, de Dios, para Él: inmortalidad, eternidad: un 'todo el tiempo', que desde luego nos mete plenamente en la idealidad otra vez: en un 'todo'. Pero ya sabéis que, en nuestras religiones, Dios no podía quedarse así y tenía que pretender ser al mismo tiempo 'real' (y si no ¿cómo intervenir en la Realidad?, ¿cómo intervenir en los asuntos de los hombres?, cosa que, para la Teología a su servicio, era indispensable) y para ello (seguro que ninguno de vosotros ha tenido de pequeño que aprenderse el catecismo del Padre Astete o del Padre Ripalda, como a mí me tocó en la Escuela Primaria, pero sea así o no, yo mismo os tengo que recordar cómo era), para eso tuvo que encarnarse, tuvo que pasar por el trance de la encarnación, del Misterio de la Encarnación, para venir a estar entre nosotros (como dice uno de sus nombres 'Emmanuel' "para venir a estar entre nosotros"). En el arranque del Evangelio de San Juan se dice que estaba entre nosotros, entre las sombras ("las sombras no lo oyeron"); habla del Verbo, pero el Verbo, Logos (como se llamaba Cristo también en griego) -Logos, Verbum- eso no son realidades, no bastan para el fin, porque ya recordáis que lo que habla -yo que no soy nadie que hablo- queda fuera de la Realidad para poder hablar de ella.


Era preciso pués pasar por el trance de la encarnación: en las entrañas de María Santísima el Espíritu Santo (supongamos que esta operación se refiere a la persona que más podría ser -mejor que el Hijo- Logos, Verbum, el operador), el Espíritu Santo formó un cuerpo perfectísimo, sacó de la nada un alma -o crió de la nada un alma- (esto es muy importante, [] a los absolutos, los entes ideales, van el uno con el otro: todo y nada), crió de la nada un alma y la unió a ese cuerpo, y a ese cuerpo y alma se unió el Hijo de Dios (y aparece la Segunda), y en el mismo istante el que antes era sólo Dios quedó hecho Hombre. Esto no creo que me acuerde con toda fidelidad, pero sí con bastante aproximación de cómo lo decía el catecismo, y para nuestros... y para nuestros fines yo creo que es bastante.


Tiene pués, para entrar en la Realidad, que convertirse en cosa, puesto que los cuerpos y también las almas y nosotros en definitiva en cuanto reales, no somos más que un caso de cosas, y ésa es la manera de entrar y al mismo tiempo pretender que aún ahí dentro sigue siendo el que es ("Soy el que soy"), es decir, cumpliendo... cumpliendo el... cumpliendo el ideal.


Esto es -como veis- enrevesado, tramposo e inteligible, pero tal vez en el plano de Dios se muestra más así que cuando atacamos el problema de uno mismo directamente. Tal vez en ese... en ese sentido, el artilugio teológico de Dios y de su Encarnación puede servir para entrar... para entrar en el problema.


Es a partir de ahí -yo creo- como tenemos que pasar en la tertulia, o volver sobre el ataque de la Realidad, a tratar de concebir o, mucho mejor dicho:  d e s c o n c e b i r  lo de infinito, la infinitud; que es el proceso, la lucha por la que más de una vez hemos entrado, pero a lo que me parece que tenemos que volver.


Sin embargo, antes de eso, os dejo un poco para que, si es posible, me ayudéis respecto al problema que he tratado de plantearos en la manera más descarnada posible. De manera que decidme, antes de que pasemos a otra cosa, lo que a cualquiera le salga de intentar esto mismo que yo intento: librarme de mi mismidad; librarme de esa cosa absolutamente distinta de cualquier otra que es la que dice mi nombre propio. Cualquiera de vosotros, volviéndose sobre ello (si se le ofrece) tendrá sin duda otras maneras distintas que yo, y tal vez manera de descubrir algo que a mí no se me ha ocurrido.  


- Bueno, pues si me permites decirlo, yo lo que veo es que estás expresando una preocupación entre una idea, que es la idea religiosa, de Dios, la idea católica, cristiana, intentas asociarla, intentas imbricarla, intentas contestarla, intentas dar una explicación desde el logos, desde una idea que para mí es superior a lo que es reducir el problema de uno mismo como hace la Religión. La Religión reduce el problema de uno a la materia: uno es el que tú eres, Tal con tu nombre, y tienes que hacer esto y tienes que hacer lo otro, y tal. Es decir, eso es reducir el problema. Entonces, yo creo que el logos es como...


AGC- Sí. Si te has dao cuenta, es exactamente al revés: utilizo... utilizo Dios y la doctrina de la Encarnación para entender un poco más lo otro. Es, para mí evidentemente, es mucho más fácil hablar de Dios que hablar de mí mismo. No sé lo que os pasará a vosotros, pero para mí es mucho más fácil, y si realmente Dios es el caso primero y ejemplar, pues yo creo que es sensato que practique esta utilización, valga para lo que valga.


- A mí me parecía que una forma de liberarles a los niños de la condena del nombre es cuando se les empieza llamando con diminutivos, cosa que no es accesible para Dios de ninguna manera.


AGC- Eso es una cosa que se me ha pasado por anotar cuando he dicho lo del nombre propio primitivo en contraste con el ideal sumo. Efectivamente, no sólo uno mismo cambia de cara, de piel, de estatura, de costumbres, de carácter, de opiniones, de sentimientos, sino que también paradójicamente puede cambiar de nombre propio. En primer lugar -como has dicho- por medio de los hipocorísticos, es decir las deformaciones del nombre propio con que se suele hablar, especialmente refiriéndose a niños, muchas veces imitando o ispirándose en el balbuceo infantil (se dice Paco por Francisco, o Pepe por Giuseppe o cualesquiera otra de las deformaciones más... más extremas que se os ocurra, y con otras muchas formas de hipocorístico corrientes, de las que se usan por ahí, algunas de las cuales muchas veces le quedan prendidas al individuo para el resto de su vida: es siempre Juanito, ya para siempre: Juanito, ya nunca más vuelve a ser Juan). Y además están los alias y están los pseudónimos, es decir, las maneras de cambiar de nombre, bien conocidas, que por todas partes se aplican: el alias en lugares sociales más bajos, el pseudónimo en otros más altos y más cultos. Pero en un caso y en otro, uno puede, al parecer, cambiar de nombre.


Eso es lo tremendo: que también se cambie de los nombres es un cambio de uno. Ahí está el centro del problema, y el recurso a esta deformación de los nombres sirve -yo creo- para ponerlo de relieve. Son cambios del nombre de uno, pero son nombres de uno, y los varios nombres son nombres de uno. A ver.


- Como de los nombres de Cristo ¿no?


- No, que esto lo estaba enlazando yo con el último poema ése inédito de Antonio Machado, de "Que uno no guarde su nombre hasta el final", dicho de otra manera: que no lo elegía. Creo que está muy relacionao con ese poema y yo creo que ahí se dice una cosa muy importante.


AGC- ¿Se dice?


- Recuérdalo tú.


AGC- Vamos a ver: es que yo no sé si recuerdo este inédito que apareció en unos papeles... ¿eh?


- "Sorpresas tiene la vida Guio... Sorpresas te da la vida, Guiomar".


AGC- "Sorpresas tiene la vida, Guiomar, en alma y en cuerpo,
que nadie guarde su nombre, que nadie crea que es... "


- "Hasta el final". No: "Que nadie guarde su nombre hasta el final... "


AGC- ¿Um?


- "Que nadie guarde su nombre hasta el final" -dice-


AGC- "Que nadie crea que es... Que nadie crea que es el mismo que... "


- Antonio, ¿no está por ahí?


AGC- ¿Eh?


- Antonio el de Alcalá, que se lo sabe de memoria, ¿no está por ahí?


AGC- Bueno, en fin, evidentemente ya veis: que nadie guarde su nombre, que nadie crea que es el mismo que aquel al que le pusieron el nombre. Siento...


- Termina diciendo "y que no lo crea".


AGC- ¿Eh?


- Termina diciendo "y que no lo crea".


AGC- No: termina, no. "Que nadie crea que es (y otro verso), que nadie crea que es... que nadie guarde su nombre". Bueno, lo siento, ya lo recostruiremos. Bueno, sí, eso es un intento de esta misma... de esta misma lucha: liberarse de uno mismo. Liberarse de uno mismo por vía del nombre, lo cual evidentemente pues parece que, por lo que estamos diciendo ahora mismo, no basta, porque se cambia el nombre y el nombre sigue siendo... el nuevo nombre sigue siendo de uno -de uno-, problema del uno mismo. ¿Qué más?


- O sea, que la contradicción es que ese uno que es nadie, que es cualquiera que habla, y que está fuera de la Realidad, parece que tiene celo por constituirse, por... por...


AGC- No, no: ése no.


- ¿No?


AGC- Ése no: yo... yo no. Yo no. Yo no soy nadie. Yo no soy nadie. Yo ni soy ni puedo ser eterno, porque no tengo que ver nada con el Tiempo ni puedo cambiar como las cosas. Yo no soy nadie en la medida que no soy nadie; es decir, que soy cualquiera, cualquiera que está hablando en cualquier momento y en cualquier sitio: yo está fuera. Este mostruo ha dejado de lado por un lado al yo que no es nadie de verdad, y por otro lado a la Realidad, al cuerpo y alma reales; los ha dejado de lado y se ha empeñado en ocupar esa posición que es la problemática que he tratado de haceros (no tanto ver como sentir) sentir. Y un poco [] sigo pidiendo sentimientos por vuestra parte.


- Si damos por sentado que no hay dos cosas absolutamente diferentes -como se ha dicho en un principio- y la pretensión del nombre propio es precisamente hacer a cada cosa absolutamente diferente a las demás, parecería que el nombre propio fracasa en esta pretensión de asignar una absoluta diferenciación con respecto a los otros. Bueno, por ahí podría venir una buena fuente de descreimiento en lo que se refiere a su propio nombre que no te... no te diferencia absolutamente de todos los demás.


AGC- Sí, parece lógico ¿no? Parece lógico. Efectivamente la pretensión es clara: ser del todo diferente de cualesquiera otros. Pero parece que esto en la Realidad no se puede cumplir, y sin embargo el mostruo sigue estando aquí, pese a ese fracaso -pese a ese fracaso-. Es lo mismo que en el viejo Régimen, evidentemente la encarnación de Dios es un fracaso, pero eso no le quitaba... eso no le quitaba de seguir estando ahí (por volver a recurrir otra vez a la Teología para más claridad). ¿Qué más?


- No, es que yo digo que... que parece como una paradoja, que si un muerto es aquello que hay entre dos cifras (un nombre, porque el muerto siempre tiene un nombre, no hay muertos... ni el soldado desconocido deja de tener nombre), es decir, tú ves la lápida y lo primero que ves es un nombre y unos números...


AGC- Ya, ya.


- ... hacen una contabilidad del Tiempo.


AGC- Ya.


- ¿Por qué nos empeñamos a decir "Hace tres años que murió tu padre", o "Hace veinte que murió el amigo o hace un mes que murió Ferrán Lobo"? ¿Por qué es esto? ¿Por qué es esto, que está en el propio lenguaje? ¿No habría un temblor al decir... al tener que asignar una cantidad de tiempo que hace que murió el que se liberó de la muer-... del Tiempo?


AGC- Eso es muy superficial. Nos ha salido más de una vez: efectivamente la Realidad está -la Realidad, y por tanto las vidas reales, las cosas, nosotros- están hechos a partir de la muerte futura, la que nunca está aquí. Están hechos a partir de la muerte futura. De esa manera... de esa manera entran en la primera, la más elemental, forma de Realidad que es el Tiempo, el Tiempo falso, y es perfectamente lógico que por tanto una vida en las sepulturas aparezca como un guioncito entre dos fechas. Es normal, forma parte del cómputo, y el cómputo es ante todo un cómputo de Tiempo y ése es el fundamento de la Realidad. Pero, debajo de esa lápida con sus dos cifras y un guión, nosotros sabemos que no está, que no está él, absolutamente irrepetible, completamente distinto de todos, al que el nombre propio quería referirse. Sabemos que es mentira, sabemos que está eso, el cuerpo. Podemos pensar incluso que está el alma también  -da lo mismo- en otra forma de receptáculo; pero no está... no está el mostruo. Eso lo sabe cualquiera. Eso lo  s i e n t e  cualquiera. Por eso es por lo que al liberarme de él -incapaz de deshacerme de él- de liberarme de él por vía lógica, digo que la muerte, nada: que a ése le concedemos la inmortalidad, allá él: la inmortalidad, la eternidad. La eternidad, como a Dios. Ése, si es absolutamente el que es y ningún otro y completamente distinto de todos, ése, allá él; ése desde luego ni vive ni muere ni nada: eterno, inmortal -eterno, inmortal-, valga para lo que valga. Hay algunos a los que les consuela esa forma de inmortalidad, por lo menos se vende mucho: hay gente... hay gente que efectivamente aprecia la vida del nombre -como se dice ["el nombre] de la gloria"-, de una manera distinta a como los viejos creyentes creían en la Gloria futura. Pero -vamos- hay gente que lo aprecia ¿no?, confundiéndose, claro. Confundiéndose porque no ha tenido la paciencia o el valor de plantearse así el problema como lo estoy haciendo ahora.


- Pero si lo de 'alma' viene de 'ánimas'...


AGC- Sí, sí. Dejémoslo.


- El alma en realidad es lo que se muere -digamos-.


AGC- Dejemos, dejemos: el alma, no: el alma muere, el alma muere.


- Pero eso es lo que se muere. ¿Por qué entonces haces tú...?


AGC- El alma muere. Sí, sí: el alma muere como en... en cuanto es real muere, como de una manera ejemplar el ánimus y el ánima de Epicuro-Lucrecio, se deshace en átomos como todo lo demás, etc. No nos distraigamos. ¿Qué más en cuanto a sentir el problema que os he presentado?


- Yo es que lo veo como una contradicción, por una parte: una contradicción, que es lo que sustenta a ese yo mismo, a ese uno mismo, a ese sí mismo, una contradicción por un lao en entrar en la Realidad y esa condena a muerte por la entrada; y por otro lao, siendo... -no sé si cosciente, pero sí en esa contradicción- tratando de evitar la entrada. Y entonces ahí es donde te quedas...


AGC- "Tratando de evitar la entrada" ¿cómo?


- Pues manteniéndose, manteniéndose en esa eternidad. Manteniéndose en ser el que es. O sea, ahí entre esos dos puentes, entre el ser el que es y la muerte, es donde está el yo mismo, el yo, éste que estamos hablando.


AGC- Topográficamente no está -yo creo- bien puesto eso: la Realidad está hecha por la muerte. Hay que partir de ahí. De manera que todo lo que se refiere a cuerpos, almas y cualesquiera otras realidades, está fabricado a partir del Futuro, a partir de la muerte que nunca está aquí. Este mostruo es eterno...


- Pero se tiene que defender.


AGC- ... Éste tiene una pretensión íntima de ser eterno. A él no le toca: morirá mi cuerpo, cambiará todos los días si hace falta, mis costumbres, mi alma, cambiará; hasta me podrán cambiar el nombre propio, pero, yo mismo... yo mismo, absolutamente distinto, no tengo nada que ver con eso. Ésa es...


- Incluso está el caso de la gente que cambia de sexo, que cambia de género (como dicen ahora), que cambia de nombre...


AGC- De todo, de todo. De cualquier cosa.


- ... Y sigue siendo él o ella.


AGC- Sí, sí. Lo más extremo es el nombre, pero desde luego, los otros cambios -de edad, educación, cambio de sexo y demás- son notables, pero el más extremo, que es el cambiar de nombre, pues tampoco nos sirve para librarnos del mostruo porque siguen siendo nombres diferentes de él -los nombres diferentes de él-.


- Es que me estoy preguntando: si el nombre propio no se puede referir ni a lo que habla, ni al cuerpo, ni al alma, ¿qué le queda?


AGC- Eso.


- Entonces es que no queda nada. Porque...


AGC- Eso es lo que preguntamos. Sí, pero está ahí. Ésa es la lucha.


- Pero está ahí ¿de qué manera?


AGC- Está ahí, con esa... con esa pretensión.


- O sea, es el uno o el ser ¿de qué?


AGC- El uno exclusivamente de ése: ése que se ha muerto, ése que soy yo, ése que es mi tía. Que son absolutamente distintos de cualquier otro, y que son irrepetibles.


- Pero con eso... No, porque con eso de 'ése', puedes apuntar a cualquiera.


 AGC -¿Eh?


- Que con el 'ése' puedes apuntar a cualquiera.


AGC- No, no: con el 'ése', sí. Pero ya entiendes lo que estoy diciendo: propongo ejemplos, se le atribuye... se le atribuye por lo menos a las personas humanas sin límite. Se supone a cada cual (ya he dicho que se percibe sobre todo esto ante el trauma del fallecimiento, uno tal vez entonces siente asomar más bien que "no puede ser", "no puede ser verdad que el que haya muerto sea Ferrán Lobo. No puede ser; porque él era otra cosa; era otra cosa que su cuerpo, que sus almas, que sus costumbres, que su alma, y no puede ser". Se le atribuye a cualquiera. Es eso que no es nada -que es palpable-. El...


- Pero ¿qué era entonces Ferrán Lobo?


AGC- ¿Eh?


- Si no era su cuerpo, no era su al-... ¿qué era entonces?


AGC- Es que es ése: el él mismo -él mismo-.


- Pero  ¿quién es "él mismo"?


AGC- Él mismo. No, no, sin más complicaciones.


- [] Es que pare-... yo lo noto a veces o lo siento un poco, otras veces se me escapa, que es el logos que decías tú, desde donde se piensa. En el momento que se está pensando, eso que piensa o eso que razona es lo que da entidad a eso que no se sabe qué es, o a todo. Quiero decir que en el propio acto de pensar es donde... donde uno se dice "Yo soy uno mismo", o "Esto es uno mismo", o "Esto es lo que hay", y como se renueva cada vez que lo piensas, es siempre nuevo y va cambiando todo lo demás, pero el pensamiento cada vez que le produces vuelve a ser el que crea y descrea, el que da entidad, y...


AGC- No sé si has relacionao esto con el problema que estoy planteando. Ya sabemos que logos, el que habla, yo que no soy nadie, está fuera de la Realidad; no tiene que ver ni con las almas y los cuerpos, ni con este mostruo que no es nada, pero que está ahí.


- Que hablaría desde... Ese logos que habla...


AGC- Quien dice todo eso que acabas de decir está fuera mientras lo está diciendo -quien dice todo eso que tú mismo acabas de decir-.


- Pero está fuera de una manera un poco ideal, pero de una manera más... más... que te entra por los ojos, aunque sea falsa, es desde un sitio, desde alguien. Y entonces...


AGC- No, no, no, no. No, no, no, no. Eso ya es otra cosa: si es alguien es un ente real, es una realidad, es efectivamente la lengua, se ha convertido en idioma, en idiolecto, sale por la boca de uno, pero eso es un ente real, eso no hace falta que sea un nombre propio o un [fonema].


- Pero yo sí veo dos cosas, porque yo sí he sentido lo que decías tú de que alguien muerto no es esa misma persona que era, lo que pensaba alguien, esa manera que tenía de enlazar las cosas, de las asociaciones de ideas, todo lo que decía, diferente del cuerpo, de un cerebro, de unos ojos, de una cara, ves como dos cosas. Sí se siente pero...


AGC- Sí, sí. Era algo aparte de todo eso; algo inalienable, irrepetible; eso es una cosa que se siente no sólo por dentro sino respecto a cualquiera, más bien ante traumas como la muerte. De ordinario a la gente... la gente nos tratamos unos a otros de una manera real, realista, como cosas, y por tanto no pasa nada. Utilizamos también los nombres propios, pero bueno, está subordinado a las cuestiones del mercado. Sí


- Bueno, primero recordar una cosa que aunque probablemente no está bien formulada: que en la Gramática de Montoliu, cuando hace la formalización, coloca en la misma categoría a los nombres propios que los números. Eso es un asunto. Y lo otro es el estatuto del número uno (que aunque no tienen que ver de primeras) de alguna manera uno tiene como número la condición de único (en ese sentido se parece a la cuestión de la mismidad), y por otra parte se lleva a las cuestiones del 'uno de tantos' que...  Entonces, claro, si por una parte suponemos que el ser y la idealidad no es exactamente la idealidad de uno, ¿qué salto se da cuando en Matemáticas y en general se acepta un ideal 'uno'?, ¿qué salto se da? A lo mejor esto podría servirnos.


AGC- Sí, puede servir. En cuanto a las Matemáticas, cuando se aplican, es decir cuando los números cuentan cosas (por decirlo de una manera grosera), desde luego ahí 'uno' quiere decir 'uno de tantos' y se inventa a posteriori, después de que el cómputo de cosas se ha introducido ¿no? Ahora, desprendida de... desprendida de las cosas... desprendida de las cosas la Matemática, los números, la cuestión de uno, pues evidentemente está reservada a entes puramente ideales, mientras que el uno mismo no quiere ser uno de tantos -como en el uno aplicado al cómputo de cosas- no quiere ser uno de tantos pero no quiere ser puramente ideal, ajeno a la Realidad, está aquí, entre nosotros, como en la pretensión de Dios: estar aquí entre nosotros. Eso es lo endemoniado. De todas formas, sobre números y cosas quería volver ahora (a ver si echas una mano), pero quiero antes, respecto a esta herida, recoger algo... algo más.


- Lo de Don Antonio no dice 'nombre', dice 'mote'. Ahora que recuerdo: dice 'mote'.


AGC- Sí, "el mote que le pusieron"


- Eso tiene también... Eso tiene más miga todavía.


- Pues yo quiero decir una cosa, aunque no sé bien...


AGC- Espera un momento.


- Sí


AGC-     "Que nadie crea que es quien dicen,
que nadie guarde el mote que le pusieron".


Con eso ya hemos salvao, aunque no sé si era lo que más a cuento nos venía, pero bueno. De manera que eso:
"Que nadie crea que es quien dice, / que nadie guarde... "


"Que nadie crea que es quien dicen,
que nadie guarde el mote que le pusieron".


Sí.


- Sí. Este... pues no sé si voy a saber explicar lo que quiero decir, pero es que ahorita estaba pensando en esa como que imposibilidad de escape de que haya uno mismo, y estaba pensando algo así como que todos los hechos que pasan en la vida, o todos los verbos, o todas las acciones que suceden, no sé si estamos muy acostumbraos a endilgarles un sujeto, y el hecho de cuando vemos que hay una cosa, o sentimos que hay una cosa que no tiene sujeto, es cuando ya creemos que es nuestro y lo hacemos de uno mismo.


AGC- La anulación de sujeto se me escapa, es tan confusa.


- 'Sujeto' como decir: si hay un dolor de espalda, y yo pienso "pues aquí no veo a nadie que le duela la espalda, eso será que me duele a mí".


AGC- ¿Algo a lo que se refiere un suceso o un acontecimiento?


- O un suceso, o un hecho, o un verbo.


AGC- Sí, sí, pero eso está dentro de la Realidad todo.


- Sí, claro. O sea, pero por eso mismo, ese intento de escaparse del uno mismo. Lo único es que sólo se logra por medio de escaparse de la Realidad.


AGC- 'Librarse de', no "escaparse de": librarse de. Librarse de uno... librarse de uno mismo, para lo cual desde luego lo primero que tenéis que hacer es sentir conmigo la condición... 


 


- O sea, que como decir "aquellas cosas que pasan no le suceden a nadie" o "no suceden a nadie". O sea, lo que me sucede a mí realmente no le sucede a nadie.


AGC- No, pero yo estaba hablando de... Ahí estás hablando del yo personal, no estás... no estás entrando más abajo. Uno efectivamente en el trato social utiliza... utiliza esta pretensión de ser absolutamente distinto de cualesquiera otros; la utiliza sin tanta absolucitud, la utiliza de una manera relativista, tramposa y según las conveniencias del caso ¿no? Pero eso ya es una utilización realista. Sí.


- Pero yo creo que respecto a lo del nombre del muerto, que digo que parece que más traumatiza ¿no?: eso es así en la medida en que el muerto te nombró, el muerto sabía tu nombre. Si el muerto no sabe tu nombre, tú no vas... tú no tienes en cuenta el nombre del muerto. Es que el muerto te está llamando, te está nombrando a ti, y es esa escapatoria. Es que...


AGC- ¿Qué dices, niña?, ¿qué dices? Bueno. Venga, no...


- No, no: yo no digo nada, lo dice el muerto.


AGC- No hagas... no hagas ahora vueltas. Venga. Sí, está bastante bonito, pero la verdad es que no nos lleva a ninguna parte. Bueno. ¿Alguna otra cosa más por ahí?


Bueno, para otro día, porque efectivamente ahora corre prisa también que reanudemos -como os decía- esta labor de desconcebir -como decía antes- desconcebir la infinitud. Tenemos que seguir entendiendo cada vez mejor cómo es esto de las cosas -las cosas-; las cosas y la cantidad de cosas entre las cuales estamos nosotros. Tengo la impresión de que yo mismo y tal vez vosotros no hemos todavía penetrado... penetrado en esto lo bastante. A eso es a lo que ahora os llamo, dejando el problema íntimo planteado, no os libréis de él tan rápidamente ¿eh?: no os libréis tan rápidamente, porque pienso que tiene que usarse también en lo que sigue.


La infinidad -como se dice vulgarmente y sin cuidado- de cosas, la infinidad de cosas, la infinidad del cuántas cosas, eso es lo que os estoy planteando. Había un soneto que publiqué en... está publicado en el libro Más canciones y soliloquios, pero el otro día, viniendo... viniendo en el tren, pues se me ocurrió pues cambiarlo (confío en que mejorarlo) en una buena parte, de manera que para empezar, como mero arranque, os lo voy a dar. En esta versión, dice ahora

 

 


Como un guijarro que en el agua hiera,


según va abajo al fondo en vana sonda,


arriba su recuerdo sin ribera


va perdiéndose en onda y onda y onda,
 

 


así tu vida: ni mansión ni fonda


quieras hallar.


¿Quién es quien fue? ¿Qué espera?


¿Que es lo que sabe?: cuanto más ahonda,


más se hunde en la sombra verdadera.

 

 

 


Sola una voz por caso una vez suena


y ya por el sinfín en que se abisma


se va deshilachando fleco a fleco:


ya más divina cuanto más ajena,


repitiéndose sigue otra y la misma


y perdiéndose de eco en eco en eco.

 

 


Ésa es la poesía que quería daros como arranque para esta vuelta. Ese soneto es tal vez bastante seductor, pero aquí no podemos dejar... no podemos dejarnos seducir por nada, y efectivamente lo he sacado más bien para criticarlo y que esa crítica nos sirva de arranque.


Esa impresión de la infinitud también en las ondas -de onda en onda, de eco en eco- desde luego se ha hecho en primer lugar -esto es lo más inmediato- como si eso sucediera una vez (se dice explícitamente "una vez suena") como si sucediera una vez, y evidentemente esto no nos contenta porque en todo caso esto mismo que se dice aquí (la caída de la piedra, las ondas, la voz que se pierde de eco en eco) habría que repetirlo a su vez, porque parece condición de las cosas que no sean una cosa: la pluralidad, una condición tan fuerte que incluso en la explicación, en la subrealidad explicativa, de los físicos, también los átomos de los antiguos -Epicuro y Lucrecio-, tienen que seguirse manteniendo plurales, cayendo muchos en número infinito. Ahí también la declaración "en número infinito" comete, presenta, la misma equivocación que ahora os estoy presentando para las cosas... para las cosas en general.


Sea lo que sea de todo el proceso de ondas y de ecos, eso tendría que referirse a su vez a cosas y cosas y cosas, y en cada una de ellas se podría estar... a cada una de ellas se le podría estar aplicando el mismo soneto y la misma perdición hacia el borde de onda en onda y de eco en eco. Eso es la parte más evidente de la crítica respecto al poema, hay que entrar desde luego bastante más a fondo.


A ello vamos, intentemos por lo menos dejarlo comenzao hoy: las cosas (no sólo son muchas, no sólo son plurales), las cosas son innumerables, pero conviene que esto de 'innumerables' no se entienda de la manera en que vulgarmente y muchas veces científicamente se entiende lo de infinito, como referente al tamaño: más y más y más grande; muchas y más muchas, y más muchas, referido a la multitud, no por ahí. Las cosas efectivamente se puede decir "son innumerables"    -por lo que conmigo sabéis ya, habéis descubierto desde hace mucho tiempo- son innumerables por el hecho de que cada una nunca es del todo la que es. Cada una nunca es del todo la que es, y cuando... cuando una cosa no es la que es, no se puede contar un número de cosas. Si una langosta no es perfecta no es la langosta; y de hecho nunca una langosta es la langosta; no hay manera de contar bien siete langostas ni nueve ni once langostas. Las cosas no pueden ser cada una nunca la misma porque costantemente están entrando más y más. Ésa es la forma de innumerabilidad: están entrando más y más ('costantemente' ya sabéis que quiere decir 'por momentos', entendiendo que 'momentos' es la primera creación) por momentos, costantemente, más y más, con lo cual el valor o significado de las que ya había no puede menos de alterarse también.


Esto efectivamente es lo que las hace innumerables, no el que sean muchísimas (ahora os he presentao la corrección de ese soneto que haría que todo lo mucho que ahí se dice, encima tuviera que multiplicarse por tantas cuantas fueran las cosas, y aplicándolo a cada uno), no porque sean muchísimas sino precisamente de la manera que acabo de recordaros y que supongo que todos mantenéis conmigo, o no me habéis por lo menos dicho nada que desanime de ese descubrimiento.


Por ser muchas, muchísimas, nunca serían innumerables, porque por muchas que fueran siempre habría números para contarlas. Ésa es la cosa, porque evidentemente los números (y ahora estoy pensando para no armaros líos en los números primarios, los naturales) los números a su vez siempre se podrá decir "¿qué inconveniente pueden tener los números en que las cosas sean muchas y muchas, y más cada vez, y a cada momento más?: ahí están los números". Por más que sean, siempre habrá números para contarlas, no hay por qué preocuparse. No hay por qué preocuparse. Supongo que en esto me seguís. De manera que por esa vía no es por la que son innumerables.


Por su muchedumbre, por su multitud, no son innumerables porque a los números también les pasa algo que a primera vista parece lo mismo: se puede decir que a su vez los números son innumerables, pero supongo que sentís conmigo enseguida que el sentido del término no puede menos de cambiar -no puede menos de cambiar-. Porque los números no son cosas, cuentan cosas, no son cosas; los números son entes ideales (lo he dicho más de una vez), grandes ideales, es por eso por lo que nunca cinco langostas pueden ser cinco langostas, porque cinco es intransigente, es absolutamente intransigente, luego: o cinco o no son cinco; no caben... no caben aproximaciones hasta ahí, hasta ese punto; luego vendrán los desarrollos de otros números para la aproximación pero ello está ahí.


Los números no son cosas y por tanto no pueden tener el motivo de las cosas para ser innumerables; el motivo de tener que estar costantemente cambiando para mantenerse, ése no puede valer para los números, como no puede valer para los entes ideales; no pueden tener ese motivo, y por tanto si tenemos que reconocer que los números a su vez son innumerables y que siempre habrá números para contar cuantas cosas se presenten, o más bien que pensarlo así positivamente: tenemos que rechazar el pensamiento de que pueda haber un límite en la multitud de las cosas que haga que no haya ya números para contarlas: rechazamos esto como absurdo, como contra los principios. De manera que si también los números son innumerables no es por ese motivo, sino de otra manera enteramente distinta.


Y, bueno, antes de pasar a más, quiero dejar así, en sus términos elementales, planteado también este problema. Ya me iréis diciendo. Desde luego los números que se han ido desarrollando para dar cuenta cada vez con más exactitud del número de las cosas, para contarlas cada vez mejor, ya sabéis cómo es el desarrollo por diferentes vías   -por la vía del Cálculo, del Cálculo Diferencial, por la vía del Cálculo de Probabilidades- desde luego no escapan a lo que estoy diciendo: siempre serán números, y siempre su pretensión de contar exactamente las cosas fracasará.


¡Ah!, por cierto, en uno de... en un artículo que (como de costumbre) Caramés me ha pasado de un admirador entusiasta de Laplace que, bueno, es tan entusiasta de Laplace como matemático y como filósofo que, la verdad, no he tenido hasta ahora paciencia para leerme su artículo, pero como cita muchas cosas de Laplace, pues he tomado nota de una que a este propósito puede ser también ilustrativa. Es una cosa de el Essai philosophique sur les probabilités, hizo una teoría de las probabilidades con aparato matemático y publicó un ensayo filosófico sobre las probabilidades que es al que pertenece esta cita. Bueno, vienen cosas de... más atrás. Dice "importa entonces tener... tener el valor numérico (tener el valor numérico) de las fórmulas.... "importa entonces tener el valor numérico de las fórmulas para conocer con alguna probabilidad lo... para conocer con qué probabilidad los resultados que los acontecimientos (événements: los sucesos, los acontecimientos) que los acontecimientos al multiplicarse nos indican... nos indican". (Hasta qué punto las fórmulas nos indican... con qué probabilidad las fórmulas nos indican: por eso es por lo que importa conocer el valor numérico de las  fórmulas). Pero sigue con esto otro "Pero importa sobre todo tener la ley según la cual esa probabilidad se aproxima sin cesar de la certidumbre que acabaría por alcanzar, si el número de los acontecimientos viniera a ser infinito". Es una fórmula preciosa, especialmente en su última parte. Nos dice incluso no... no se avergüenza de emplear el verbo finir y dice finirait par atteindre, si le nombre des événements devenait infini. "Se aproximan costantemente a la certidumbre (s'approche, algo de la aproximación que decimos -sans cesse-) sin cesar a la certidumbre a medida que los –événements- los acontecimientos (los sucesos reales) proporcionan nuevas ocasiones para el cálculo y la fórmula numérica: se aproximan sin cesar a la certidumbre que alcanzaría (que acabaría por alcanzar: finirait par atteindre) acabaría por alcanzar si el número de los acontecimientos viniera a ser infinito". Acontecimientos, realidades, cosas, de cuya... de la aplicación a las cuales del término infinito es de lo que estamos tratando.


Pero, bueno, tengo que cortar aquí, incluso puede que se nos haga demasiado...


- Isabel va a decir una cosa.


- No, mañana, jueves (por si algunos estáis interesaos) el Agustín va a dar una charla que se llama De la Realidad de las ilusiones, a las ocho de la tarde, en el café Ladi...


AGC- El sitio, el sitio.


- Oye, déjame terminar.


- Déjala terminar, hombre, Agustín.


AGC- Que no lo sé yo mismo. Que no lo sé yo mismo. A ver.


- Déjala terminar. Claro.


- Pero espérate, escucha (lo que te gusta intervenir, joder). En la Cafetería Ladinamo o Café Ladinamo, el Centro Cultural que está entre El Rastro y Lavapiés, en la calle Mira el Sol. Lo conoce todo el mundo.


AGC- ¿"En la"? ¿"En la"? 


- Calle Mira el Sol.


- Calle Mira el sol, no sé el número...


AGC- ¿Mira el Sol?


- ... Pero lo conoce todo el mundo.


AGC- Yo no.


- Cerca de la Puerta del Sol.


- Sí, eso es. Pero yo te voy a llevar a ti. Tú tranquilo.


AGC- La dínamo. La dínamo.


- ¿Cómo se llama el sitio?


- Se llama Ladinamo.


- Ladinamo. ¿De qué habla?


- De la Realidad de las ilusiones.


- Ladinamo de Lavapiés.


- Ladinamo, Ladinamo. Lo conoce todo el mundo.


- []


AGC- A ver, ¿qué hora es?


- ¡Ay, menos cinco!


AGC- Bueno, con esta interrupción, ya no merece la pena que para poco rato que tenemos []. Quedaros con ello, porque naturalmente empezaremos con la discusión a propósito de esto de la infinitud aplicada a cosas: la  innumerabilidad y su comparación con lo de lo innumerable de los números, de cualquier clase que sean.


Bueno, pues nada, que el Señor que si quiere nos deje volvernos a ver aquí en esta lucha, y aquí seguiremos.