25.08.2014

Tertulia Política número 105 (26 de Diciembre de 2007)

Agustín García Calvo

Ateneo de Madrid


 

  • CONDENADO A MUERTE Y CONDENADO A INMORTALIDAD ES LO MISMO.
  • QUÉ ES LO CONDENADO.
  • LA CONDENA.
  • LA VANIDAD, LA VACIEDAD DEL NOMBRE PROPIO.
  • ESO A LO QUE EL NOMBRE PROPIO APUNTA (prosopónimos, topónimos, cronónimos).

 

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TRANSCRIPCIÓN:

 

 

Bueno, entre tan poquitos como somos en estas fechas, supongo que nos aclararemos un poco mejor sobre los puntos más duros o complicaos que parecían haber resultado en los últimos trances de esta guerra contra la Realidad, contra la Muerte. ‘Contra la Muerte’ que es la forma de decirlo en que nos habíamos centrado.


Pues vamos a ver si ayudáis en esto. Lo primero: ‘condenado a muerte’ y ‘condenado a inmortalidad’ son lo mismo. Esto fue lo que el último día nos había surgido: la igualación de muerte con inmortalidad, y en lo que tenemos que volvernos a detener un momento: condenado a muerte, condenado a inmortalidad son lo mismo. Recordad que inmortalidad, lejos de ser ‘NO a la Muerte’, incorpora la negación dentro de la palabra ‘inmortalidad’ en el ‘in’, y eso hace que esta equiparación sea fácil y posible, lo mismo que ‘anarquismo’ no es ‘NO al Poder’, sino que incorpora la negación ‘an’ y eso hace fácil la asimilación al Orden, al Poder mismo.


De manera que condenado a muerte, condenado a inmortalidad, da igual, es lo mismo. Como se entiende bien –yo creo– en un caso y en otro se trata de condena al Futuro (creo que no hace falta razonarlo mucho, estamos hartos de saber que Muerte no puede ser más que futura, hasta el punto de que Futuro quiere decir Muerte, y esto nos ha servido mil veces para denunciar los manejos del Poder con la venta y la proclamación de Futuros), y por supuesto la inmortalidad, lo mismo: se refieren lo uno y lo otro a lo que no hay –lo que no hay, lo que no hay–; lo que no está aquí, lo que no hay.


La palabra (si queréis entreteneros un momento con etimologías) ‘futurum’ es un artilugio que se formó en latín a través de ‘fu–’ (que es lo mismo que en griego aparece como ‘fu–’ en fusis o fysis): el hacerse, el venir a  ser. Y con ese sufijo de los nombres ‘de lo que se debe’, ‘de lo que va a’: lo que va a hacerse; ‘lo que va a hacerse’: ‘lo que va a pasar’, por tanto lo que no pasa. Lo que va a pasar (‘fu–’, pasar), que es a lo que se refiere el ‘fu–’ de fusis: pasar de las cosas. De manera que es lo que va a pasar, lo que –ya sabéis– en principio, se teme o se espera, pero después, pasando a la objetividad, se calcula, se cuenta con que va a pasar. Eso es lo que en la etimología misma desnuda bastante bien el truco. 


De manera que en un caso y en otro es condena a lo que no hay; condena a lo que no hay, y por tanto da igual lo uno que lo otro. Si se llega –si llegan– al extremo de poder contar ese absurdo que se dice ‘hechos futuros’, es decir de poder contar cosas que no hay, ya el camino está abierto para la falsificación, para la mentira y para el Poder. En verdad ¿en qué consiste la Ciencia, por ejemplo, en el uso de las armas estadísticas?, pues es en contar lo que los físicos últimamente suelen llamar events, eventos:contar sucesos igual que se cuentan ovejas. Ésa es, dicho en dos palabras, la cosa. De manera que se vienen... se vienen a tomar... a contar sucesos como ovejas, y ése es el fundamento de cualquier forma de Ciencia, Física u otra de las que sigan... de las que sigan a la Física.


Si llegan a contar Futuros, hechos que no hay, ya pueden contar igualmente posibilidades, pueden contar cosas que puede que pasen o que puede que hayan pasado incluso, cosas que pueden pasar, y de esa manera realizar esto que hemos reconocido como función esencial del Poder: Administración de Muerte. Es decir, matar las posibilidades de veras que son sin fin       –que son sin fin, que no tienen fin las posibilidades– pero que, al contarlas, naturalmente, se las mata, se las convierte en otra cosa. Se cuentan posibilidades y eso quiere en verdad decir algo como contar seres en potencia en los términos heredados de Aristóteles o cualesquiera otras formas en que, en Filosofía y también en Física, esos entes en potencia han venido a trasformarse. A eso se reducen las posibilidades. ¿Por qué no?, si se cuentan hechos futuros ¿por qué no contar hechos posibles? Y, puestos en ésas, llegar ya al extremo que es contar hechos –que con el término gramatical decimos ‘contrafactuales’, es decir ‘hechos contra hechos’–, hechos contrafactuales o como también se dice en Gramática ‘irreales’, para hablar de las condicionales irreales o contrafactuales, es decir, ‘lo que hubiera pasado si’ o ‘lo que hubiera pasado si no’, o incluso ‘lo que no hubiera pasado si’, por daros algunas de las formas más elementales en lenguaje vulgar de esto de las contrafactuales. Hasta eso se puede... hasta eso se puede contar también, y de esa manera es como se trata de cerrar la labor de Administración de Muerte: la condena a Muerte o a inmortalidad de la que venimos hablando.


Como a algunos de vosotros no les gusta mucho que vuelva a meterme como aficionado, a veces apasionado, en las entradas de la Física de algunos físicos desmandados en la Red, pues no me detengo mucho, pero una de las últimas cosas que Caramés me ha pasado, como de costumbre, es una entrada de un señor Karl Svizil (S-v-i-z-i-l) de Viena, que se traduce (traduciéndoos el título..., creo que lo apunté en original, vamos a ver, de esto “Quantum”... Sí, sí, “Quantum Scholasticism”), Escolasticismo Cuántico, Escolasticismo en la Cuántica: contrafactuales (counterfactuals, también en Gramática y por extensión a otros sitios, en inglés se dice así counterfactuals), contrafactuales y absurditudes de la omnisciencia cuántica. Para que alguno de vosotros, por si se anima, y por estos derroteros reconozca hasta qué punto pueden venir a tocarse la investigación (los últimos extremos de la investigación) en las contradicciones de la Mecánica Cuántica y de su supuesta Teoría, con lo que venía en las Escuelas medievales y siguientes refiriéndose a Dios, y a problemas como justamente los que estamos aquí sacando respecto al cálculo, el ‘contar con’ los hechos que no hay: que va a haber, que puede que haya, que hubiera habido si, etc.


Porque justamente igual que a los... igual que a los cuánticos que pretenden que, en efecto, con tal de que la preparación del experimento se reduzca a unos límites bien determinados pueden conocerse  t o d o s  los resultados –todos los resultados– del experimento que trata de comprobar una formulación cuántica. Y esto es lo mismo que a los escolásticos y a muchos más les pasaba con Dios y con la omnisciencia que encierra también este  t o d o  ominoso del que estamos hablando: el saberlo todo.


Porque, puestos a que Dios lo sepa todo, tendría no sólo que saber lo que hay, y así convertirlo en hecho simplemente, sino lo que va a haber, los futuros, y por supuesto también saber todo lo que puede haber, todo lo que puede darse, todo lo que puede suceder, y hasta saber todo lo que habría sucedido si..., es decir, las contrafactuales: todo lo que no hay y se declara que no ha habido pero que con cierta condición tendría que haberse producido ¿no? Para mostraros un momento al pasar la identidad del enredo, la identidad del problema en que unas formas de reflexión físicas y otras teológicas, que unas y otras tratamos de hacer venir aquí, a la lengua corriente; a la lengua corriente pero sin que por eso el problema, los problemas, dejen de ser igualmente venenosos: condenado a muerte, condenado a inmortalidad.


Tenemos que fijarnos ahora en esa fórmula ‘condenado a muerte’ o ‘condenado a inmortalidad’ en qué es lo condenado –qué es lo condenado–. Y, bueno, eso supongo que para vosotros está a la mano, es bastante fácil. Condenado está lo que era en un sentido general vivo, es decir lo que nunca... nunca era... nunca era lo que es, sino que costantemente tenía que tenía que estarse haciendo y deshaciendo. En fin, eso que se llama vida de los seres vivos y algo semejante para las cosas no animadas, que da igual. Es eso: ‘lo que está pasando’, lo vivo, lo que queda preso bajo la ‘posesión de’ Dios, el nombre propio de uno, da igual. Porque sobre eso ya habíamos... ya habíamos entrao en las últimas sesiones y creo que no hará falta insistir mucho.


El problema cuando se plantea así, a lo celeste y trascendental, y se dice ‘Dios’, es el mismo que cuando se plantea a lo íntimo y se refiere... se refiere al yo o lo que está más allá del yo, y a lo que indica el nombre propio de la persona, o lo que sea.


Lo que puede haber de no sabido, inasible, vivo en las cosas (en las personas también) está como preso de la posesión. Recordad que nuestra partida para esta reflexión ha sido pensar en los giros ‘mi cuerpo’, ‘mi alma’. ‘Mi cuerpo’, ‘mi alma’ con el posesivo ‘mi' que... que se refieren a mí lo mismo que ‘mi fortuna’, ‘mi boda’, ‘mi éxito’, ‘mi colocación’, y todo lo demás (‘mi cuerpo’, ‘mi alma’, ‘mi carne’, ‘mis entrañas’, ‘mis enfermedades’, ‘mi locura’, ‘mi cordura’, ‘mis opiniones’): cosas de cuerpo y de alma indistintamente, pero todas ellas sujetas a ‘ser de’ Dios, de quien dice el nombre propio. Ésa es la... ése es el objeto de la condena.


No se puede condenar... no se me puede condenar a muerte a mí de verdad que no soy nadie siquiera, por tanto; que no puedo entrar en todas estas cuentas de Realidad. Mí que no soy nadie, a ti que no eres nadie, mientras eso se mantiene fiel a la condición de no ser nadie, mientras se niega a adoptar siquiera un nombre propio (no digamos una definición como ‘un animal racional’ o ‘un hombre’ o algo por el estilo), mientras eso sea así, eso, claro, no... no le toca; eso no puede ser objeto de la condena. Se mata a lo que... se mata a lo que está vivo, si entendéis bien que estoy empleando lo de ‘vivo’ de una manera sumamente general y referente a cosas no animadas también.  


En cuanto a eso a lo que queda sujeto (es el tercero a cuya caza andamos todos estos días), en cuanto a eso a cuya posesión, a cuyo dominio, queda sujeto aquéllo que estaba vivo, y que por esa posesión misma deja de estarlo, eso, desde luego, no es objeto de condena. Hemos reconocido ya nosotros ya claramente que, aquél a quien apunta el nombre propio, ése es inmortal, le hemos regalado tranquilamente la inmortalidad porque como es lo mismo que Muerte, pues lo mismo nos da a los que nos queda de... a lo que nos queda de vivos y de razonantes ¿no?


A ése, no: lejos de ser el condenado, ése, como a propósito de la posesión hemos dicho, ése es la condena, ése es la condena misma: la condena misma. Aquél a quien apunta el nombre propio o, lo que es lo mismo, el nombre ‘Dios’ cuando pasa de ser un nombre de dioses, de cosas, a ser justamente un nombre propio, singular. Ése es la condena, no el condenado en modo alguno. Supongo que esto se entiende bien: él es inmortal, y le tenemos que reconocerlo bien.


Sócrates, Don Agustín García, servidor de ustedes, son inmortales (ahora insistiremos todavía en el sentido en que eso debe de entenderse): condenados a muerte, condenados a inmortalidad a su manera, pero no es ése el condenado sino la condena.


Y ahora, aquí se plantea un problema porque es sin embargo ése el que tiene miedo, o el miedo sumo, o el miedo más insufrible de la Muerte. Esto es muy paradójico y eso me ha hecho detenerme en ello y hace que os detenga también un rato. No... no el miedo del daño que se pueda recibir, no miedo de daños que se puedan recibir, eso no, eso es un miedo de nada, de poca cosa ¿no? Miedo de la enfermedad, miedo de la edad, miedo de la pérdida de esto o de lo otro, eso no es miedo de veras de la Muerte. Eso... esos miedos de daño, miedos que llevan a evitar peligro, los puede percibir cualquiera con lo que le quede pues de animal vivo, que también parece que tiene esos recursos –incluso las cosas inanimadas también–, recursos de defensa, pero cuando viene el rayo absolutamente insufrible, istantáneo, del miedo a la Muerte que nadie puede retener ni siquiera un istante, el que tiene miedo es Sócrates, es Fulano de Tal, es ése al que estamos persiguiendo. Y es sumamente extraño, porque hemos descubierto que es inmortal. Pues ése que es inmortal es el que tiene ese miedo sumo, intratable, a la Muerte.


Yo creo que lo entendéis bien conmigo enseguida –¿no?–: tiene miedo porque teme que se descubra la vanidad, el hueco, su vanidad, su hueco. Porque ése, Dios, Fulano de Tal, ése cree en la nada también; que de lo que tiene miedo es de que con el trance, en el trance extremo, se descubra la vanidad, el hueco de sí mismo.


Porque está claro: él no era más que Futuro, se sostenía en el Futuro, y cuando el Futuro llega (que nunca llega) pero llegaba a un [], y cuando el Futuro llega a un cumplimiento, si el Futuro se cumple, si la Muerte que es puro Futuro se cumple, naturalmente el Futuro se anula; el Futuro queda anulado: se acabó el Futuro, y entonces ése ya no tiene qué hacer: inmortal como es, pero da igual; inmortal como es, descubría su propia anulación, y por tanto es lógico después de todo que ése, inmortal, sea el que de veras, en lo más íntimo y en lo más alto, en el grado insufrible, teme a la Muerte.


Lo demás, todo lo demás, todos los demás miedos que padezcamos son veniales, el único que no es venial, el único que es un miedo mortal es justamente ése: el que se experimenta no como animalito, no como... no con el cuerpo, no con el alma, sino con el nombre propio, en el nombre propio de uno, en el que señala su inmortalidad.


Tenemos que volver dentro de un rato a esto de los nombres propios, creo que hay que aclarar, sobre todo porque tenemos que acordarnos también de los otros nombres propios no personales, para ver cómo encajan con esto. Pero antes... antes querría que todo esto que hasta aquí os he largado quedara lo bastante... quedara lo bastante claro. Por tanto, venga, dejo un rato que corran las voces, que se surjan cualesquiera dificultades. No temáis a repetir y a hacerme repetir, porque no... no puede uno quedarse con formulaciones aproximativas y creer que ha entendido refiriendo esto a términos filosóficos o literarios que le suenen de Dios sabe dónde, sino que es preciso atenerse... atenerse a los descubrimientos que se dicen con fórmulas hirientes y desconcertantes. A ver, Ana.


- Agustín, me acuerdo del cuento que... (contaste un cuento) de la... de que unos chicos, bueno, un grupo de jóvenes mataban a la Muerte y, luego, cuando la habían matao, se precipitaron para reanimarla por miedo a ser inmortales. Entonces...


AGC - "Por miedo a ser inmortales", no.


-Sí. Para ellos era peor que la Muerte. O sea, era Muerte.


AGC - Bueno, sí...


- ... Era lo mismo.


AGC - No era...


- Entonces, estoy totalmente de acuerdo...


AGC - Quitando lo de "por miedo a ser inmortales", que eso lo has cogido de hoy, lo otro era efectivamente una historia...


- ... Era lo mismo que la Muerte.


AGC - ... Lo otro era efectivamente una historia de un Tebeo. Por supuesto que yo creo que desde entonces –desde lo que estos chicos con bastante acierto sacaban en esa historieta del Tebeo– hemos ido descubriendo algunas cosas bastante más terribles todavía. De manera que no nos detengamos... no nos detengamos en eso porque...


- ¿Si puedo continuar?


AGC - Puedes, puedes. Pero...


- Sí. Entonces, quiero decirte que independiente de... Acepto totalmente esta idea de que la... de la condena hasta la inmortalidad que es Muerte. Pero lo que no logro aceptar es    –aunque no crea en la inmortalidad yo– es renunciar a mi persona, decir "Yo no soy nadie". Para mí esto es condenarme a mí misma a Muerte.


AGC - Te has armao un lío, y además...


- Eso es lo que []
 
AGC - Sí: te has armao… te has armao un buen lío de unas cuantas cosas en esto último, y más vale no entrar mucho en ello. Desde luego, yo te comprendo; te comprendo: renunciar, poner a riesgo de destrucción las ideas que uno tiene de su persona, es muy duro, cuesta mucho: para eso estamos aquí. Cuesta mucho, día tras día, cuesta muchísimo y no hay por qué precipitarse, así que: paciencia; paciencia: cuesta mucho.


- Es imposible. Pero es condenarse. Es condenarse.


AGC - Cuesta mucho. Cuesta mucho. Cuesta mucho siquiera entender qué es lo que se está haciendo cuando se está destruyendo las ideas que se tienen acerca de la Muerte y de la persona; pero es lo que se está haciendo: intentando destruir esas ideas. Más. Bueno.


- Yo no sé si... Si lo he entendido bien, lo que llevo oído hoy, esto parece entrar en contradicción con lo dicho otros días. Porque parece que... que a eso... eso de que el objeto de la posesión sea lo que está condenado a Muerte choca con el hecho de que lo que es cosa: mi cuerpo, no digo yo-que-no-soy-nadie que dependo del acto de hablar, me refiero a mi cuerpo, mi alma, mis posesiones, todo esto que son cosas, a eso no les toca la Muerte para nada, o sea, eso no parece ser que pueda sentir ningún miedo a la Muerte, ni ser el que teme a la Muerte. Creo que es más bien cosa de ese bicho, de ese ente ideal.


AGC - Sí. Bueno. Gracias. Gracias, Mercedes. Tendrías que decir “No le tocaría para nada si”. Si yo otros días me he dejado decir “A eso no le toca para nada”, “A lo que se está haciéndose y deshaciéndose costantemente, a lo que está viviendo y muriendo no le toca para nada la Muerte”, hay que decir “No le tocaría”. Pero desde el momento en que es ‘mi’, que está sujeto al nombre propio, es decir, a Dios, desde ese momento no es que... no es que le toque en cuanto a irse deshaciendo, porque eso sigue igual, y por tanto no es eso lo que puede sentir miedo –ya lo he dicho– pero desde luego está envenenado por el Futuro. Esto es vuestra experiencia de todos lo días: os lo pasaríais muy bien, todo marcharía muy bien, si fuerais capaces de  d e s p r e o c u p a r o s, de no creer que podéis cuidar de vuestra salud, de vuestra enfermedad, de vuestra vida, de vuestros negocios; pero como estáis obligados a obedecer a esa Ley, pues ya, entonces, no: ese seguirse viviendo, ese seguirse muriendo está necesariamente estropeado, envenenado (y hoy creo que vemos claramente) por el hecho de que son ‘mi’, de que se refieren al nombre propio: son ‘mi cuerpo’, ‘mi alma’; no son cuerpo, alma, en general, que son cosas (‘mi cuerpo’, ‘mi alma’). Bueno, ése es el intríngulis: es la posesión, la sujeción a eso, lo que hace que sean de alguna manera pues eso: vidas condenadas. Naturalmente lo vivo de por sí no puede sentir, no puede creer, en la Muerte, el Todo, pero desde luego padecer ese Futuro que le meten cada día, sí: se lo están metiendo cada día. Y quien se lo mete no es el alma a la que le hace igual de falta que al cuerpo semejante cosa. Es Dios, es el nombre propio; es el nombre propio de uno, o sea, Dios, que es lo mismo. Y éste que –como decimos y repetiremos ahora– es inmortal, es sin embargo el que en el último extremo tiene miedo de la Muerte que os he interpretado como miedo a descubrir su vaciedad, su vanidad. Porque entonces esto es muy importante: el nombre propio está completamente vacío. Ésa es la condición del nombre propio. Contraponedlo a los nombres comunes y a las palabras de significado comunes: adjetivos y verbos tienen su significado, pero los nombres propios no tienen significado; el nombre propio está completamente vacío.


- Pero éste que tiene... el inmortal éste que tiene miedo de la Muerte... el momento tremendo de la... en su sentimiento de cáscara, ¿es un sentimiento...?


AGC - Perdón: ¿"su sentimiento de"?


- De cáscara; de cáscara, de carcasa, de algo...


AGC - ¿Cómo?, ¿por qué?


- De carcasa, de algo vacío, de vaciedad: el sentimiento de ser un envoltorio.


AGC - Pero, ¡hombre de Dios!: no sé de dónde has sacao la carcasa ¿eh?


- Pues esto, del sentimiento de vaciedad, de que es un hueco.


AGC - Claro, tú tienes que meter el vacío entre una cáscara. Es que eso ya es un poco intencionao ¿eh?


- Claro, si es que hay una figuración...


AGC - Si lo metes en una cáscara es un vacío ya muy tratable, demasiao.


- No, pero es que es la sensación... es la sensación que debe de tener el personajón ése.


AGC - Descubrir su vacío.


- Sí. Pero...


AGC - Ése –he dicho ése, Dios, el nombre propio–, ése es el que... el único que cree en la nada. Por lo demás nadie cree en la nada.


- Pero es que a ese personajón no se le da un vacío como no sea en forma de figuración, de cáscara.


- Su nombre propio es la cáscara, según...


AGC - ¿Por qué?


- ... Sería él nombre propio.


- Claro, porque es que es una imaginería que no se le puede dar de otra manera a ese personaje.


AGC - A no ser que quieras llamar ‘cáscara’ al propio nombre propio, como dice Anne.


- Claro, es lo que te estoy diciendo, que...


AGC - El nombre propio, es igual.


- ... que ¿en qué momento, entonces, el sentimiento de vaciedad del nombre’...? Porque el nombre propio no es una cosa que se da al nacer, es una cosa que se va socialmente configurando y más... Bueno, en el momento de la Muerte es cuando realmente (vamos, de que se ha muerto), es cuando realmente cobra su verdadero ser.


AGC - Será, será –dices–, cobrará, cobrará.


- No. No, no.


AGC - Será, será. Cobrará, cobrará.


- Cuando está en la lápida con su nombre propio.


AGC - Será, será. Cobrará, cobrará. Será, será, cobrará, cobrará. Será, será, cobrará, cobrará, porque si no estás haciendo como los científicos: que cuentas con...


- No, no.


AGC - ... Cuentas con los hechos... con los hechos futuros...


- Yo lo estoy intentando ver desde fuera, ahora.


AGC - ... como si fueran hechos.


- Lo estoy intentando ver desde fuera. Y te digo que es el nombre propio donde está es en la lápida, y ahí es cuando está realmente configuarao...


AGC - Ah.


- ... como  cáscara, como vaciedad.


AGC - Sí, sí. Está vacío.


- Y entonces, mi problema es ¿en qué momento...?


AGC - Está vacío, pero él tiene miedo de que...


- ... el miedo del rayo...


AGC - ... tiene miedo, como siempre, de que se descubra eso. Por supuesto es la regla para el Poder en general: la Realidad es mentira, el Poder es mentira: eso, de por sí. Pero el miedo del Poder es que se descubra; que se descubra que es mentira.


- ¿Cómo has dicho?, ¿que “es”?


- “Que se descubra”.


AGC - Sí.


- Vamos a ver: es que hay una cosa que a mí me daba de pequeña por soñar que como que Cristo se deja matar en la Cruz de culpabilidad por lo de los Santos Inocentes ¿no? Porque se los habían cargao a tantos niños tratando de cargarse a Él que se llamaba Jesús, y...


- Que era un niño más.


- ... ¿no?, esto es una fantasmagoría mía así, muy precoz.


AGC - Sí. No: aparte de ser precoz es que me temo que no viene muy a cuento.


- No: que tiene mucho que ver.


AGC - ¿Por qué?


- Que tiene mucho que ver. Tiene mucho que ver la cuestión...


AGC - No. Bueno, dejémoslo.


- ... del nombre propio.


AGC - No nos distraigamos ¿eh?


- Del nombre propio.


AGC - En este momento...


- Pero vamos a ver...


AGC - En este momento la...


- ... Justo a los niños que se carga Herodes son el bicho que no tiene nombre, ningún nombre: es el niño común.


AGC - Eso no nos []; eso no nos lo [].


- ... el niño común, menor de tres años, que...


AGC - No.


- ... son niños del Limbo prácticamente.


AGC - Probablemente...


- Y Él se escapa por el hecho de su nombre propio.


AGC - Probablemente estaban ya cargados, pero Él se escapa por la ‘malla rota’, como dice en su soneto el Belli. Pero, por favor...


- Ya.


AGC - ... Por favor: estamos tratando unas cuestiones que eso nos distrae mucho. Venga.


- Pero si es que eres tú el que ha estado hablando de la cáscara vacía...


AGC - Bueno, deja. Deja, deja, deja. Deja y procura... procura recibir la herida: tomar los términos, así, como [].


- Pero ¿qué herida? ¿Más herida que la de los Santos Inocentes? Por favor.


AGC - Sí.


- Yo quería preguntar por la relación que hay entre el cuerpo y el alma y ése que tiene nombre propio. Porque aunque ése diga “Mi cuerpo, mi alma”, parece que eso no se dice igual que puedes decir “Mi boli”, o “Mis pantalones”. O sea, que ése de algún modo pretende ser o está en el cuerpo y en el alma.


AGC - Pero ¿dónde pones...?, ¿dónde pondrías el límite, la diferencia?


- No lo sé. Vamos a ver: lo del alma es que, además, no lo entiendo muy bien lo que es, o a qué le estamos llamando ‘alma’.


AGC - Sí: eso conviene no armarse líos ¿eh?, porque alma, [si quieres] en el sentido corriente: todo lo que... todo lo que se refiere a costumbres, sentimientos, pasiones. Bueno, y también... también efectivamente especulaciones, tanto financieras como... como científicas, y todo eso. Vamos, todo lo que hace el alma –vamos–. Todo lo que hace el alma, todo lo que se supone que no lo hace directamente el cuerpo, todo eso.


- Yo no sé, el límite podría ser...


AGC - Es que ‘pantalones’, sí, por ejemplo, parecen bastante más separaos, pero yo creo que hay cosas tan pegadas de las que se dice ‘mi’ (‘mi cuerpo’, ‘mi alma’). Se dice desde luego...


- Se dice ‘mi casa’, ‘mi barrio’.


AGC - ... No sólo se dice ‘mi niño’, ‘mi mujer’, se dice ‘mi amor’; ‘mi amor’, ‘mi amor por ti’. Y...


- Sí, pero eso forma parte de lo del alma.


AGC - Pero sería parte de lo del alma, lo del amor, sí.


- Y parece que el bicho que tiene nombre propio quiere istalarse en el cuerpo y en el alma, no quiere istalarse en el boli o en... No quiere identifi-... se identifica con el cuerpo y con el alma más que con otras posesiones suyas. Más que con su casa o...


AGC - Sí, es posible. Pero yo no veo más que una diferencia gradual. No encuentro... no encuentro una diferencia neta: cualquier cosa que se dice ‘mi’ entra dentro de esto.


- Cuando...


AGC - ¡Hombre!, ten en cuenta que hacemos una gran transigencia cuando nos venimos a emplear palabras tan mal usadas de tantos siglos como ésas de ‘cuerpo’ y ‘alma’, pero, bueno, para entenderse ¿no?


- Una de las funciones principales del nombre propio es la de...


AGC - Perdona. Perdóname un momento: ‘mi hígado’ está claro, pero ‘mi apéndice’, cuando me han operado de apendicitis, ya, efectivamente empiezas a tener algunas dudas de si se puede decir ‘mi’ al apéndice desprendido ¿no? ‘Mis secreciones’ igual que ‘mis sentimientos’, ‘mis contratiempos’, ‘mis aventuras’ que se refieren tanto a las andanzas del cuerpo como del alma. Yo no encuentro más que límite, sí, de límites de cercanía, pero...


- No: todos esos... A mí todos esos ejemplos sí me parece que son cosas...


AGC - ¿Eh?


- Que en todos esos ejemplos sí me parece que son cosas tanto del cuerpo como del alma, y que aquél al que designa el nombre propio se identifica con ello. Se identifica con sus aventuras, con su experiencia, con su hígado, con su amor.


AGC - Ya: que dices que mientras ‘mi casa’, ya es distinto: ‘mi casa’, ‘mis niños’...


- Sí. Que se siente como distinto normalmente.


AGC - ‘Mis casas’, ‘mis niños’...


- Y estoy pensando en que...


AGC - ... mi herencia –tal vez, también, que está fuera–, mi herencia, mis ascendentes. No, no veo; no encuentro el límite. Lo importante... lo importante es que a su –digamos– a su alrededor, aunque el término ése es un poco confundidor, ése –el nombre propio, Dios– puede llamar ‘mi’, puede adueñarse de cosas y cosas, algunas de las cuales, efectivamente, pues se prestan más a la... a la confusión; son más –digamos– íntimas.


- O la... De otra manera es ¿a qué llamamos cuando empleamos el nombre propio para llamar a alguien? Eso se relaciona..., o sea, ¿estamos esperando un rostro que se vuelva, o una voz, más que otro tipo de cosas, o de posesiones?, ¿no?


AGC - Sí, esperamos eso –¿no?– pero también –vamos– podemos esperar cualquier cosa: imagínate si el nombre es Dios. Ayudadnos sobre esto. Estaba pensando, no sé si tendremos tiempo hoy, de volver ahora aclarando respecto a en qué consiste esto del nombre propio. Sin embargo, quería recoger alguna cosa más. A ver, sí. Sí, sí.


- No sé si... si me voy del tema, pero cuando ya se han quitado todos los ‘mis’...


AGC - ¿Los?


- Los ‘mis’, y aparentemente solamente lo utilizamos para entendernos, ¿de qué hablamos? Cuando ya no hay ningún ‘mi’, cuando está todo claro que no somos nada ni nadie, ¿qué pensamos?


AGC - Pues no sucede nunca. Eso no sucede nunca. No sucede nunca en... en vida ‘tuya’, mientras la vida sea ‘tuya’, ‘mía’: no sucede nunca; estamos en la perpetua condena.


- No, pero a veces sucede…


AGC - ¿Eh?


- Que a veces sucede que un poco, de vez en cuando, y entonces uno siente una liberación bárbara...


AGC – “Sucede” exactamente ¿qué?


- ... porque no ocurre nada.


AGC - Que ¿”no ocurre nada”?


- ¿Qué sucede?


- Sí, pues que... que dejas de usar el ‘mi’. Y dices, “¡Joder!, con la pierna ésta”...


AGC - No, no, no. Pero si no se trata de pensar en mí. Eso ya sé que a veces se piensa menos...


- “La pierna –dices¬–  la pierna ésta que está”...


AGC - ¿Eh?


- Que no me hago cargo de que es ‘mi pierna’, digo, “¡Joder!, con la pierna ésta”...


AGC - ¿Se pierde conciencia?


- ... “llevo ya treinta años ya con la pierna, aguantando”.


AGC - Y se pierde conciencia, que es ‘mi conciencia’ también.


- Claro, eso es lo de que digo, que entonces se libera uno de la pierna.


AGC - De la pierna no: la pierna se liberaría de ti en todo caso. La pierna se liberaría de ti...


- Los dos; nos liberamos los dos.


AGC - ... cosa que con la conciencia no pasa ¿no?


- Pero lo que pasa es que deja de ser ‘mi’ para ser... Cuando tienes un dolor de muelas y dices “Me duele las muelas”, no es que estés diciendo “Son mis muelas”: yo toda soy las muelas. Ahí el yo, o sea, eso que se llama el ‘nombre propio’ es muelas.


AGC - Eso es…


- No, no. Es que precisamente lo que te...


AGC - ... lenguaje. Lenguaje poético y popular...


- No...


- El cuerpo es el que piensa que tiene alma.


AGC - ... "¡Todo soy muelas!"...


- Todo soy muela, todo soy ciática.


AGC - ... como "Todo soy amor". Bueno, venga. No caigamos ahora...


- ¿Tienes una ciática?: todo yo soy ciática. 


AGC - Estamos empleando... Estamos tratando de emplear unos términos precisos.


- Sí, pero el cuerpo piensa, siente y no es alma. No tiene alma, no hay na-..., es el cuerpo pensante. Y no hay otra cosa...


AGC - ¿Qué dices ahora?


- ... pero no es... Tu cuerpo no es el mismo...


AGC - Que no sé...


- ... no es el mismo que el de al lado.


AGC - … No sé bien de qué me estás hablando.


- Que el... Hablábamos del alma con Virginia. Entonces, para mí, hay un cuerpo pensante que siente, que se emociona, que tiene muchísimas actividades, pero no hay alma separado del cuerpo...


AGC - Bueno, bueno, bueno. Eso es sobre la noción de alma.


- Tú eres muy importante…


AGC - Sobre la noción de alma. No, no...


- … Pero no puedo confundir mi cuerpo y el tuyo.


AGC - Ah, querida Anne, deja de hacerte teorías. Hay muchos filósofos por el mundo que las han hecho por ti...


- Si tu cuerpo se siente mal y tienes un apéndice enfermo...


AGC - ... puedes cogerte...


- ... no el mío.


AGC - … Puedes cogerte cualquiera de ellas y no valen para nada. ¡Ah!, por cierto, por cierto, antes de que se me olvide, que lo había apuntao...


- Mira, pero tú imagínate una... una vaca, Agustín.


AGC - ... que lo había apuntao: a propósito...


- Agustín, si tú le preguntas...


AGC - A propósito de la confusi-...


- ¿Puedo hablar lo de en caso de la vaca?...


AGC - No, no, no. A propósito de la confusión...


- ... la vaca, lo del caso de la vaca: si le preguntas si tiene alma, no te dice ni mú.


AGC - A propósito de la confusión que puede venir a acarrear esto de –como se ha hecho muchas veces– hablar de la inmortalidad del alma, cuando hoy he estao todo el rato tratando de hacer sentir quién es inmortal, pero a propósito de eso, me he acordao de que un amigo nuestro, Miguel Lizano, ha divulgado entre los amigos un estudio sobre –Miguel Lizano– se titula así La inmortalidad del alma según el juego de Sócrates en el ‘Fedón’ –La inmortalidad del alma según el juego de Sócrates en el ‘Fedón’–. El estudio de... el estilo de Miguel es bastante acertado, ingenioso, en cuanto lo del juego. Presenta que... Sócrates que aquí quiere decir el personaje Sócrates de Platón, de Sócrates platónico del Fedón, y las varias teorías acerca de la inmortalidad del alma que allí se... que allí se presentan y se van rechazando unas... unas a otras. Puede ser interesante. No deja de ver algo de estudio filo-...


- Pues estuve con Miguel un año...


AGC - No sé... como yo no sé... como yo no sé si... si Miguel Lizano quiere que esto se divulgue, no me atrevo a deciros eso, pero supongo que Isabelita, que está más en trato con él, le podrá preguntar si no le importa que se divulgue, y entonces ella os puede... os puede proporcionar algún...


- Pero, pero si eso es un tocho para un libro, hijo. Tú...


AGC - Entonces, ella os puede proporcionar algún ejemplar...


- Venga, dilo tú a lo zamorano y lo entenderán mejor.


AGC - ... algún ejemplar de ese estudio. De unas veinte...


- No, no: pero si tú lo vas a contar, lo vas a decir de otra manera, ¡qué más da! Cuando se publique ya está.


AGC - Bueno, pero yo quería que le preguntaras.


- Pero ¿para qué?, ¿qué quieres?, ¿que cuente?, pero...


AGC - Si ya lo das por respondido…


- ... si eso es imposible de contar aquí...
  
AGC - No, no: si ya lo das por respondido, nada.


- ... Si son cincuenta folios.


AGC - Sí, cincuenta. Si lo das por respondido, nada.


- Pero, ¿qué quieres?


AGC - No, no: que si no le importaba que se repartiera... que se repartiera...


- Que no sé. Es que no está en la Red. Además, le gusta la vida privada.


- Por eso te pregunta que le preguntes si no le importa que se pueda distribuir.


AGC - No, no...


- No, no: no lo quiere distribuir.


AGC - Está respondiendo ella por su cuenta. Déjalo ya.


- Él, no; querrá hacer un libro, como cualquiera. Éste no quiere que esté en la Red.


AGC - Nada. No hay. No tendréis entonces acceso al estudio de Miguel Lizano...


- Pero, pero, es que no lo entiendo.


AGC - ... hasta que el libro se publique.


- Es que no lo entiendo. Si él tiene... Si él da clases, quien quiera que vaya y las...


AGC - Que no tenéis acceso, nada. No, no tenéis acceso.


- Y si no, cuando esté el libro.


AGC - Se me había... se me había ocurrido al paso, porque me lo leí el otro día, porque a mí parece que sí me podía llegar y me llegó. Y, por eso, como venía muy a propósito sobre todo para desengañarse de esa especie de traspaso o trasvase que hace que lo de la inmortalidad del alma se refiera a una cosa, como aquí hemos reconocido que es el alma lo mismo que el cuerpo: cosas; cosas de las que... de las que existen, es decir, que por un lado están vivas, van pasando, se cambian, cambian costantemente, pero por otro lado sufren... sufren a la posesión de otro más alto y más fuera: de Dios o el nombre propio.


Bueno, como eso no puede ser, vamos a ver si hoy me queda algo de tiempo para entrar un poco más en lo del nombre propio. ¿Qué hora es ahora?


- Menos veinticinco.


- Las nueve y media.


AGC - Bien. Vamos a ver. Vamos a ver: Sí, creo que esto se puede entender bien. Quiere decir (eso a lo que el nombre propio apunta) quiere decir ‘lo que no puede no ser’ –lo que no puede no ser–. Lo que no puede no ser: esto que referís a cualquier forma de nombre propio y querría que lo vierais extenderse fácilmente también a los otros nombres propios que no son de persona. Lo característico es esto: por ejemplo, los topónimos del tipo Madrid o del tipo España (son un poco distintos) tienen que... tienen que obedecer a la misma regla. Aquí lo que el nombre propio ha cogido (ha cogido o ha matado) es el lugar, el lugar de la cosa, ésa es la diferencia; un nombre propio de persona parece que agarra a ese tipo de cosa que son las personas; con un topónimo se trata del lugar, del lugar de las cosas. Pero ahí se cumple: Madrid no puede no ser Madrid, ya puede haber todos los derrumbamientos, ampliaciones que lleguen hasta hacer que parece que ni el diablo podría entender que aquéllo sea Madrid y tal, y sufrir trasformaciones, no importa, no importa: Madrid es Madrid: Madrid no puede no ser Madrid. Y España no puede no ser España. Porque por más que las tierras, las ciudades de su interior, los medios de vida, todo lo que pueda llamarse cuerpo y alma de España (llamando alma –porque ya sabéis– a lo que no es cuerpo, es decir, al tráfico, a la economía, a la... todas esas cosas que no se palpan ¿no?), por más que se produzca todo eso: España no por ello va a dejar de ser España: España es España.


Por la sencilla razón de que no consiste más que en el cartel, por así decir, que se ha puesto en ese lugar. Eso es lo que... eso es lo que hace que esto –pienso– os aclare con respecto a lo de inmortalidad: no puede no ser –no puede no ser–. No puede no ser precisamente por el absoluto vacío que antes decíamos: el del nombre propio. No consiste más que en el cartel, en el propio nombre que en el cartel figure: Madrid, España. No consiste en ninguna otra cosa, y por tanto eso no hay quien lo cambie ni lo mueva: Madrid no puede dejar de ser Madrid. Madrid no puede dejar de ser Madrid porque, si no, no sería Madrid (si queréis seguir la broma un poco –¿eh?–  y España no puede dejar de ser España porque, si no, no sería España), para que se entienda bien hasta qué punto la cosa se establece por ahí.


Es la pura convencionalidad –la pura convencionalidad– y que es una convencionalidad, como a veces hemos apuntado, en cierto modo, prelingüística, anterior al establecimiento de significados. Este convenio prelingüístico, este poner el cartel, en este caso, a un lugar –a un lugar– para producir el topónimo es lo que hace que se produzca esto.


Supongo que esto ya no os cuesta ningún trabajo volver a los prosopónimos y reconocer que Sócrates no puede no ser Sócrates. Por eso es por lo que me interesaba, aunque fuera para dejarlas de lado, traer las especulaciones sobre que el Sócrates de Platón hace respecto a su propia inmortalidad o la de su alma en el momento en que está condenado a Muerte y va a sufrir la condena. No hay motivo en cuanto uno abandona todas esas fantasías filosóficas, no hay motivo ninguno, Sócrates no puede no ser Sócrates, por la misma razón: por la pura vaciedad, por la absoluta convencionalidad.


Sócrates no puede no ser Sócrates, y esto os crea, os hace entender tal vez un poco menos patéticamente lo de la inmortalidad. Recordad que lo que antes estuve mostrando es que éste, que no puede no ser, es justamente el que tiene miedo, el que tiene miedo de verdad, miedo en el trance sumo, de la Muerte, porque es miedo de descubrir esa vaciedad. No consiste en otra cosa: Sócrates no está sostenido por nada, lo mismo que Madrid: no está sostenido por nada, está sostenido por su cartel, su nombre propio, a él es al que pertenece todo lo demás. Se le puede cambiar, lo mismo: puede sufrir toda clase de cosas: vejez, enfermedades, puede incluso hacérsele irreconocible de cara o cosas por el estilo, es igual: Sócrates es Sócrates porque, si no, no sería Sócrates, si no, sería cualquier cosa; sería cualquier cosa, pero Sócrates no puede no ser Sócrates. A ver, Ana.


- Quiero decirte que yo estudié un año el Fedón con Miguel Lizano, y a lo largo del Fedón he visto que Platón no tenía en absoluto una idea de lo que llama inmortalidad, iba evolucionando su idea de inmortalidad a lo largo del libro. Yo decía “Ah, es esta idea”, “Ah, pues, no”. “No es la que antes”...


AGC - Bueno. Está bien. Está bien, Ana. No tiene por qué...


- … Y así, llegábamos a la Reencarnación.


AGC - No tienes por qué atribuírselo a Platón, porque Platón es simplemente el autor, y él presenta a un Sócrates que es el que parece que discute las ideas acerca de la inmortalidad.


- No: pero yo hablo de la obra del Fedón de Platón.


AGC - De manera que no tienes motivos suficientes...


- Es muy variada la idea de la inmortalidad.


AGC - No tienes motivos suficientes de apelar al autor. Efectivamente es muy posible que Platón no tuviera, ni tuvo nunca en su vida, ninguna idea precisa, como nadie, pero en el diálogo en cuestión lo que juega (‘juega’, como dice Lizano) son ideas de Sócrates y de algunos que se contraponen a las de Sócrates acerca de esa cosita que es la inmortalidad del alma.


Bueno, dejando ya las distracciones del alma: no puede no ser; Sócrates no puede no ser; esto es lo importante: no puede no ser Sócrates, lo mismo que también para los topónimos hemos visto. Y, claro, me alegro de haber, hace años ya, presentado como nombres propios los cronónimos, porque ahí lo tenéis también, tal vez, de la manera más percutente: los cronónimos, es decir, los nombres que suelen consistir en números de fechas, de horas: los del calendario, o los del reloj: los del tiempo real, que es esencialmente Futuro. Porque ahí tenéis: el 23 de julio del año 2005 después de Cristo no puede no ser el 23 de julio del año 2005 después de Cristo, no tiene sentido. No tiene sentido pretender otra cosa.


- Este pensamiento ¿no se puede extender a todo... a todas las cosas, a todas las personas?


AGC - No: las cosas, por el contrario...


- ¿Qué es lo que... Entonces?...


AGC - ... Las cosas, por el contrario, y las personas entre ellos, estamos acostumbrados a reconocer que no sólo pueden, sino que les pasa costantemente eso de que no son lo que son, gracias a que tienen una sustancia que les hace estar costantemente cambiando, dejar de ser lo que son a cada paso, volverse otras, y no hay el menor inconveniente, salvo que adopten un nombre propio –ah, en ese caso– en ese momento ya quedan paralizadas.


- … ¿Se podría decir con verdad “Una vaca no puede no ser una vaca porque, si no, no sería una vaca”?


AGC - En todo caso tendrías que decir ‘la vaca’ –ideal–, y eso ya asimilaría ‘la vaca’ a los nombres propios. Pero una vaca puede ser una ternerilla, puede ser una cosa más rara todavía, y entonces se la puede seguir llamando vaca porque el significado de la vaca se estira, como todos los significados: se estira, se encoge, y un nombre propio ni se estira ni se encoge. Un nombre propio ni se estira ni se encoge, ésa es la diferencia. 23 de julio de 2005 después de Cristo, no puede no ser 23 de julio de 2005. Esto es una cosa que, aunque esto de los cronónimos no se decía, ya a los escolásticos medievales se les había presentado y lo ampliaban, alguno de ellos... alguno de ellos decía que “Ni Dios –ni Dios– puede hacer que un martes no sea un martes”. Esto es un poco más comprometido porque en cuanto dice ‘un martes’ y ‘los martes’ ya el nombre propio no es tan claro como el de una fecha, pero de la otra []. La pura convencionalidad, la pura vaciedad, el consistir solo en el cartel, eso, según este teólogo, ni Dios puede hacer que no sea así.


- Y entonces, ¿quién pone el nombre propio?, ¿quién pone el cartel?


AGC - Ah, []. ¿Qué te parece a ti?


- ¿Eh?


AGC - ¿Qué te parece a ti?


- Por eso te lo pregunto, porque no lo sé.


AGC - ¿Quién puede haber puesto nombres propios para conseguir esta... esta situación?


- ¿No pasaría lo mismo con los números, que también son lo que son?, el tres es el tres, el cinco es cinco.


AGC - Como en la vaca, como lo son los entes ideales. Es lo mismo pero no es el mismo el convenio ¿no?


- No, pero que no nos... Yo también me he quedao con la pregunta ¿eh?, que ¿quién establece la convención?


AGC - ¿Cómo?


- Que me he quedado una pregunta que iba a hacer yo también, que era ésa: que ¿quién establece la convención?


AGC - Ah, eso, eso.


- Eso.


AGC - ¿Qué?


- Pues no: yo no lo sé, por eso te lo pregunto también.


AGC - No, pero yo tampoco. A ver.


- Parece que son otra vez nombres propios. Los que establecen la convención son nombres propios también.


- O individuos, porque cada uno puede poner el cartel en un sitio, donde le conviene, y entonces cambia el sentido de lo que quiera definir y llamar, por ejemplo ‘Dios’. Dios...


AGC - Esos, por ejemplo, lo hacen. Esos lo hacen cuando cambian el cartel. Los padres cuando le ponen el nombre a un niño, lo hacen. Esos son ejemplos de quiénes lo ponen. No sé si os basta con eso, seguramente no.


- No, a mí me... a mí me lo han sacao porque estaba pensando en todo esto que hablabas, relacionabas el nombre propio con Dios, y entonces, –bueno– a mí porque he estao leyendo unos libros así, de Teología y tal, y entonces, aquí por ejemplo, o sea, los místicos relacionan el Dios... Dios le pueden llamar, por ejemplo, al amor. Y entonces, el nombre propio se pierde en Dios porque se deja de ser el mismo a través del acto del amor. Entonces, de repente ahí ya se está hablando de lo mismo de otra manera. Entonces te haces un poco de lío.


AGC - Sí. Lo que pasa es que yo lo que he dicho es que nombre propio y Dios es lo mismo. He evitao esa confusión. De manera que tendrías que decir eso, que...


- Por eso, lo que quiero decir que a veces se establece... o sea, que depende un poco de quién ponga la convención. O sea, o ¿cuál es el...?


AGC - No. Desde luego hay casos como todos esos, triviales, en que alguien, unos, ponen el cartel, ponen el nombre y todo eso. Pero no parece que fuera eso lo que buscabais.


- Yo, desde luego, seguía con la duda de... de quién establece la convención; quién establece la convención...


AGC - ¿Quién inventó la convención de poner nombres propios?


- Se inventa porque aparece que son nombres propios también.


AGC - Eso ya... eso ya es como todas las grandes convenciones: depende del Poder, habría que decir Dios. ‘Dios’, con lo cual tendríamos el círculo, el nombre propio se pone... pone… establece la propia convención.


De todas formas, antes de... –perdón, os voy a dar la voz–, pero antes de... antes de pasar, conviene ver bien la diferencia: los entes ideales –‘cinco’, ‘la vaca’–, parece parecido, pero estos entes ideales son predicados, están hechos para decirlo: ‘cinco’ está para decirlo de las estrellas, o de las vacas; y ‘vaca’ está hecho para decirlo de animales. Pero el nombre propio es que no se dice más que de sí mismo. Se dice "Sócrates es Sócrates", Sócrates es Sócrates y no puede menos de ser Sócrates. A ver. Sí.


- Pues a mí, esto, hablando de quién es el que pone el nombre o quién es el que... el que pone el nombre propio –en este caso, que hemos llegao a eso– es como la lengua: el que habla en mí en este momento: ese yo que no soy nadie, que no está aquí pero que... y al mismo tiempo está fuera de la Realidad, como que ése es el que al hablar designa y nombra.


AGC - No, pero no es así.


- Y en esos nombres...


AGC - No es verdad. No es verdad.


- ... como que...


AGC - No es verdad.


- ... como que se pierde...


AGC - No es verdad.


- ... en esos nombres...


AGC - No, no.


- ... y como que esa Realidad que crea, le sobreviene.


AGC - No, no. Eso claramente no es verdad.


- ¿No?


AGC - Yo-que-no-soy-nadie no soy desde luego el que pongo nombres propios a nada. Yo hablo, descubro la mentira de las cosas y no le pongo nombre propio a nada. Ponen nombres propios los Gobernantes, los padres, los arquitectos: los representantes del Señor, no yo. Son representantes del Señor, yo no. Yo no, salvo que yo sea Don Agustín [], entonces, claro, puedo poner nombres propios como cualquier hijo de vecino que tenga nombre propio. Eso sí. Eso sí, pero yo no. Yo nunca...


- Tiene que haber ahí un paso desde el que habla...


AGC - Yo nunca. No: el acto de hablar...


- A ese Sócrates que nombra.


AGC - ... El acto de hablar no crea nombres propios, hasta tal punto, que he vuelto a recordar que este convenio del nombre propio es en cierto modo prelingüístico incluso. Es anterior... anterior al artilugio de la lengua.


- ¿Puedo? Es que tengo la voz pedida... Tengo la voz pedida desde hace un rato ¿eh?


AGC - Sí. Perdona, creo que había otra voz por aquí. ¿No?


- Bueno, yo iba a decir antes que si la conciencia –no sé–, la conciencia; si está ‘yo’, está el nombre propio y la conciencia que conoce o que sabe, no sé, si la conciencia puede ser un... otro ente, otro ser, separado o del nombre propio y de yo-que-no-soy-nadie.


AGC - No, no. Desde luego, separado del nombre propio está todo. Todo lo que tenga nombres comunes está separado del nombre propio. ‘Conciencia’ es una de las facultades del alma, pertenece a la Realidad y todo eso, aunque, efectivamente, ocupa un lugar –digamos– central en cuanto a armar el tinglado de la persona y a sujetar el alma y el cuerpo al nombre propio. Todo eso... en todo eso intervienen operaciones de las que llaman ‘conciencia’, sí.


- Que digo, que aunque haya a lo mejor una huella prelingüística que tenga esta intención de clasificadora de nombres propios, donde se ve la operación fundamental de la istauración del nombre propio es la escritura, la introducción de la escritura en cualquier lengua: la de los números y la de los nombres propios.


AGC - No, no, no. No.


- Los números y los nombres propios...


AGC - No tiene mucho que ver. Otra cosa, a ver. No, no. No.


- Que no: que te digo yo que sí.


AGC - Que no, que no.


- Pero, ¿por qué no? Tú me dices que no, dame una explicación.


AGC - No, no: nombres propios... los nombres propios son iguales –igual–. Es prelingüístico porque son iguales si son una marca, un cartel que se pone sin letras, sino con una flecha para indicar... para indicar un sitio, que si es incluso la meada de un perro o de los animales que demarcan el territorio, que si es un nombre que se pronuncia o un nombre que se escribe. De manera que no tiene que ver con el conflicto...


- Pero, si no te estoy hablando de... ¿Me quieres escuchar? ¿Me quieres escuchar?


AGC - ... con el conflicto que ya he explicado.


- No estoy hablando de escrituras configuradas, incluso escrituras que no sean ni siquiera humanas, que sean...


AGC - Pues dejémoslo. Dejémoslo.


- ... como... como rayas en Gulliver o en los prehistóricos.
 
AGC - Entonces, dejémoslo. Entonces, dejémoslo. Porque aquí hemos hablao de escritura contra lengua de una manera precisa. Dejémoslo.


- No, no: escrituras, escrituras. Quiero decir algo que está hecho para que permanezca.


AGC - Entonces, dejémoslo. Entonces, dejémoslo.


- ¿Puedes atenderme un momento?


AGC - Que no: entonces no dice nada.


- No, pero ¿quieres escuchar un momento?


AGC - Es que es muy tarde.


- Yo quiero decir... –Es tarde para todos–. Mira, quiero decir aquellas operaciones de la lengua que necesiten quedar fijadas. Eso es lo que istaura el nombre propio.


AGC - Ay, bueno. Déjalo, Isabel. Venga. No te empeñes. No te empeñes.


- Sí, por ejemplo una raya que significa un número.


AGC - La contraposición de lengua con escritura la hemos estudiado muchas veces y es una cosa distinta. A ver. Sí.


- Entiendo, entonces, que el nombre propio no se refiere a nada que tenga propiedades que lo hagan pertenecer a un conjunto, sino que es como una cosa que señala a lo que es único per se y que no tiene por qué...
 
AGC - Todas las propiedades las utiliza él como istrumento, por ejemplo de reconocimiento: él no tiene ninguna. Él no tiene ninguna.


- O sea, que no necesita propiedades para pertenecer a un conjunto de  como la vaca ésta, que es de las locas...


AGC - No, no, no, no. No, no: éste es distinto. Éste es distinto de lo de la vaca. El nombre propio tiene esta condición especial, única, singular, con la que nos vamos a tener que quedar, porque se ha hecho efectivamente muy tarde –yo creo–, salvo si hay alguna cosa urgente. De manera que...


- Lenguaje es de lo que está señalando, es la mismidad, lo único, lo...


AGC - No, no, no, no, no, no: eso son los entes ideales. Esto es mucho más que la mismidad. Esto es... esto es ‘el no poder no ser’, que no es lo mismo. ‘El no poder no ser’, eso es lo propio, lo que llamamos también inmortalidad, propio del nombre propio. No como la vaca, como los números o como los entes ideales, no: de una manera suya, especial. Sobre la que seguiremos dando vueltas, porque veo que parece que hay todavía bastante para ello.


- A mí el nombre propio me parece muy bonito.


AGC - Vamos, quiero decir si nos dejan ¿eh?: seguiremos dando vueltas, si nos dejan.