26.08.2014

Tertulia Política número 120 (9 de Abril de 2008)

Agustín García Calvo

Ateneo de Madrid


  • La condición especial del nombre propio.
  • La cuestión de la cuantificación con respecto a cosas.
  • La contradicción en la pareja.  El sexo como primera separación social.

 

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TRANSCRIPCIÓN:

 

 

Voy a seguir pues, con vosotros, bajo la carga ésta de el nombre propio, que últimamente se me había hecho, según os conté el último día, tan especialmente pesada, o venenosa.  Ya os dije que no es precisamente aquí, entre vosotros, muchos de ellos tan viejos amigos míos ya, donde más noto ese peso, esa carga insoportable, sino más bien en las otras muchas actividades en que me veo obligado a seguir usando el nombre propio, haciendo cosas como si fuera ese señor que lleva ese nombre el que las hace, ese señor que cada vez me carga más, y por otro lado también el ambiente familiar, o de los que me conocen demasiado, que tienen la desgracia de conocerme y conocerme, que evidentemente tienen que referir también todo, cualquier cosa que sea, a ese mismo nombre propio.  Sigo pues aquí entre vosotros, donde ese peso se me hace un poco más liviano, me siento un poco menos conocido, y por tanto con algunas posibilidades de que esto que con vosotros haga sea más bien común, que no mío, de ese señor.


Pero para seguir, conviene evitar el error de que esta maldición del nombre propio se confunda con las condiciones que a las cosas en general, y entre ellas a las personas, como una mera clase de cosas, les corresponden, sobre las que pesan, y que las determinan.  El nombre propio es una punta especial, y especialmente venenosa; esto se percibe bien cuando nos metemos en el descubrimiento de cosas de la lengua, nos metemos a esa labor de saber lo que cualquiera sabe, pero sin darse cuenta de que lo sabe, y habla así de bien en el idioma que sea gracias precisamente a que no lo sabe, en lo subcosciente.


Porque allí están, por un lado, la Realidad, que es de lo que se habla: ahí están las cosas, entre ellas las personas en cuanto se las menciona, en cuanto están dotadas de un significado, de una idea, que las costituye; todo eso está “dentro de” aquello de lo que se habla.  Y luego está el campo en el que se habla, el tiempo inasible en el que se habla, donde hay puntos que evidentemente están fuera de la Realidad, empezando por el punto “yo”, el punto “tú”, y siguiendo con algunos otros alrededor en ese campo.  Y como veis, los nombres propios quedan fuera de esto que os he estado diciendo, como si esto ya no fuera del aparato mismo de la lengua.  Esto os lo digo, os lo recuerdo a los varios que conmigo se han metido en ese estudio, para que coste y se recuerde que esta maldición del nombre propio no se puede confundir con la persona, con su cuerpo y alma, que es una cosa entre las otras cosas, y que carga con lo suyo.  Esto es algo aparte, algo del mismo orden que Dios; el nombre propio es Dios, y no entra por tanto en lo que se refiere a la Realidad, a las cosas o personas, ni tampoco desde luego soy yo que no soy nadie, porque dependo enteramente del acto de hablar, “ahora”, que no es ningún tiempo, “aquí”, que no es ningún lugar; no es ninguna de las dos cosas, sino eso otro.


Bueno, pues dejándolo por ahora de lado, volvamos a las cosas, y entre ellas las personas, para las cuales habíamos encontrado una manera de describir con precisión (no se puede decir “definir”), qué es eso de “cosa”, que como recordáis, tenía que juntar en sí estas dos condiciones incompatibles, incasables, de que lo haya, de que haya algo de eso, y de que sea lo que es.  Estas dos condiciones imposibles de juntar de veras, son las que sin embargo se juntan en la costitución de una cosa, y, entre las cosas, de una persona; esa contradicción.  Esa contradicción es costitutiva.


Una vez que habíamos aclarado en lo posible qué decimos cuando estamos diciendo “cosa”, habíamos venido después a plantearnos las cuestiones de la cuantificación con respecto a cosas.  Y habíamos ya visto en la sesión ante-anterior algo bastante elemental en cuanto a una cuantificación enteramente indefinida, alejada de los números, que es la pluralidad sin más; que las cosas tengan que ser múltiples, que tengan que ser cosas, y no una cosa, es algo que se desprendía, se desprende, del mismo hecho de la discontinuidad. Porque la continuidad (imaginad que “cosas” fuese un continuo, que no hubiera tal pluralidad), la continuidad, enteramente ajena a lo real, ajena a la Realidad, es lo mismo que lo sin fin, pertenece a lo que hay, evidentemente, pero que no existe, está fuera de la Realidad.  Por tanto, para las cosas no sirve la continuidad.  Dentro de la Realidad pueden hacerse toda clase de piruetas para intentar reintroducir a la fuerza la continuidad, como se trata de introducir la infinitud, pero eso son trampas declaradas para nosotros: las cosas están condenadas a la pluralidad que decimos, por el mismo hecho de que están costituídas en la discontinuidad, que no cabe continuidad para ellas. 


Esto nos planteaba, nos plantea, la cuestión de la diferencia y la identidad, o la identidad apoyándose y estableciéndose justamente en la diferencia. En este plano elemental todavía, las cosas tienen que ser distintas una que otra, no pueden ser la misma; una vez que hemos alcanzado la pluralidad, tenemos ya que contar sin más con esto mismo: las cosas tienen que ser diferentes.  Ya planteábamos en la tertulia ante-anterior el problema de si la posición debe contar como una cualidad, y por tanto servir para distinguir las cosas unas de otras; aceptándolo así, sea por posición o sea por otro tipo de cualidades, las cosas evidentemente tienen que ser diferentes una de otra, tienen que ser no la misma, sino distintas.  Todo esto es tan de sobra elemental que a lo mejor alguno de vosotros por ello mismo, por excesivamente claro y simple, les cuesta algo, y ahora me lo dirán, o me lo mostrarán.  Y resulta que de esa manera paradójica, es justamente la diferencia de los otros, de las otras cosas, lo que de alguna manera está garantizando esa mentira de que una cosa sea la que es; que no puede ser, que era incompatible con el hecho de que la haya, pero que estaba, esta contradicción, en la costitución misma de la cosa, y de la persona, entre las demás cosas.


De manera que es así en ese sentido como esta necesidad de la diferencia respecto a los otros, de alguna manera está queriendo sostener la identidad de cada cual consigo mismo, de cada cosa consigo misma; sosteniéndola en falso, pero así tiene que ser: la Realidad es falsa.  Todo esto de que estamos hablando, ya recordáis, como lo hemos descubierto, excluye nada de eso de “verdad”: estamos describiendo la Realidad, y por tanto la falsedad que la costituye.  Así, es en ese plano como la necesidad de la diferencia quiere sostener la identidad de cada cual, de cada cosa consigo misma. 


Bueno, doy por supuesto, a pesar de la rapidez, que este repaso es lo bastante claro para seguirnos metiendo en camino y tratando de descubrir algo más en torno a esto.  Porque por ahí vamos a ver cómo la diferencia, elemental y costitutiva, parece que es la de entre “uno” y “otro”, “el uno” y “el otro”, “una cosa”, y “la otra cosa”.  Pues esto, guardaros bien de confusión, no introduce “dos”, no introduce una cuantificación que se pudiera ya decir y escribir con “dos”; pero desde luego, está en camino de servir para que en una fase posterior se introduzca.  La relación es antes de la dualidad: si alguien tuviera que partir de algo para descubrir qué es “dos”, tendría que partir de la relación entre “lo uno” y “lo otro”. “Relación” es, en ese sentido, más elemental que “dos”. 


Pero bueno, ahí está; ahí tenemos por tanto la pareja, la costitución de uno y otro, diferentes entre sí, contrapuestos entre sí, y por ello mismo unidos en una unidad de orden “superior”, digamos: la pareja, el par.  La diferencia identidad en su fundamento mismo más elemental.  La diferencia identidad, ésa es la que desde luego se manifiesta a la vista, palpablemente, por todas partes, dondequiera que echéis el ojo sobre la Realidad, y lo mismo a la de las cosas llamadas inanimadas que a la de las cosas personales o humanas: lo encontráis en el polo positivo y el polo negativo de la electricidad, de cualquier forma de electricidad, costituyendo esa unidad, y lo mismo la encontráis en la relación sexual entre los animales que tienen establecida esa istitución del sexo; desde lo uno hasta lo otro, y dándose en toda clase de cosas y de animales, y de personas.  Parece que está efectivamente rigiendo el mundo.  Si a eso le llamamos amor, pues entonces tendría que ser cierto lo que en otro sentido es falso en el verso del Dante: “l`amor qui muove el sol e l`altre stelle”.   En ese sentido, entendiéndolo simplemente como la unidad, la unión en la contradicción, eso parece que está rigiendo la Realidad entera, de las cosas y de los animales, y de las personas.  Así que tenemos que volver a entrar en este asunto, tan apasionante por lo demás, pero que generalmente da lugar a tantos entretenimientos y fantasías que lo vuelven un lío inoperante.  Vamos a ver si aquí no nos pasa del todo lo mismo.  Cuento con vuestra ayuda, con las voces que enseguida voy a dejar ir corriendo.


Notad que desde luego, la condición es que el uno sea contrario al otro, si no, no hay pareja.  La condición es que uno sea contrario al otro, si no, no hay pareja bien costituída.  Y así, la contradicción en la pareja está de alguna manera reflejando lo que hemos visto ya en días anteriores como la contradicción costitutiva entre “ser el que es” y “que lo haya”.  Aquí ya, metidos dentro de la Realidad, ésto que pasa en la pareja, los polos, o el sexo, está reproduciendo lo mismo: lo primero es que sean contrarios el uno que el otro; eso hace la unidad, el que vengan a ser uno.


 Recordad que no son dos propiamente todavía, no se ha inventado “dos”, no hemos entrado en los números, solo simplemente “el uno”, y “el otro”, y la condición es que el uno sea contrario al otro.  Además, para que veáis qué lejos estamos todavía de pasar a una simple numeración, tenéis que tener en cuenta siempre el Misterio de la Trinidad: no hay dos sin tres; efectivamente, porque la relación se convierte a su vez en cosa, y esto pasa a cada istante y por doquiera: la relación se convierte en cosa, y es en ese sentido como los que pretendían ser dos, tienen que ser al mismo tiempo tres, y por tanto se salen de cualquier cómputo de los más tarde establecidos.


Podemos examinar esto de la manera más, digamos “fria”, en las cosas, en las reacciones químicas, en los polos positivos y negativos, y podemos examinarlo de una manera más caliente en la relación sexual entre los animales que la conozcan, y entre nosotros, da lo mismo; lo que importaría sería poder saltar de lo uno a lo otro sin demasiadas perturbaciones.  Como otras veces, podemos empezar por lo más cercano, y ésta es la relación entre sexos, entre nosotros; contrarios el uno al otro, es la condición; contrarios: en cierto modo incompatibles, incomprensibles, mutuamente, si no, no hay unión; pero que es que así justamente costituyen la atracción: el mismo término que se usa para las partículas y los átomos: la atracción entre uno y otro, el amor, o como queráis llamarlo.


La relación, a su vez, está convertida en cosa, no lo dudéis también; siempre, al haber uno y otro, hay un tercero que todavía no son tres, que es justamente la      unión entre ellos.  Que el uno es contrario que el otro, yo creo que hasta en la relación sexual humana debía quedar suficientemente claro; los motivos de distracción o de dispersión son muchos, la literatura acerca del asunto es una carga espantable, una fuente perpetua de confusión, pero no importa, la cosa debía ser estremadamente clara.  Tomad que la forma de la relación sea, como suele darse entre nosotros, (no necesariamente, pero suele), como “sexo” en el sentido de hombre/mujer.  Ya sabéis que la palabra “sexus” quería decir justamente esto: separación, una separación “social”, digamos, y además la primera separación social.  Por algo la pareja es evidentemente el costituyente mínimo y elemental de toda sociedad humana; creo que nadie lo ha debido poner esto en duda nunca.  Pues “sexus” (o “secus”, como también se decía en latín más viejo), no quería decir más que eso: separación.  Y por tanto sexos eran el uno y el otro, y especialmente podía llegar a ser el femenino, como marcado, el que fuera el sexo por excelencia, frente a lo otro.  Todas las derivaciones y aberraciones que alrededor de las palabras se han desarrollado, el éxito que han tenido en los tiempos actuales, cómo el Comercio y el Poder las ha utilizado, son cosas que nos divertirían mucho, pero que también nos iban a distraer innecesariamente, y que además todos conocéis.  “Separación” es lo originario, esta “distinción elemental”.  La atracción consiguiente (mutua, se diría, entre el uno y el otro, entre el uno y el otro sexo en este caso, entre un hombre y una mujer, si la cuestión se presenta así) la atracción, el amor, es justamente el tercero, la relación convertida en realidad, en cosa.  


La atracción, pretendidamente mutua, es decir, igual en un sentido que en el otro, igual de A hacia B, que de B hacia A, igual de hombre a mujer que de mujer a hombre, no puede ser que lo sea así; es imposible, porque atentaría contra la condición fundamental de que el uno y el otro son distintos, y sólo por ello pueden formar unión; contrarios, contrapuestos.  De manera que la pretensión de que la atracción de hombre a mujer es igual que la de mujer a hombre, solo que al revés, que hay efectivamente algo mutuo ahí, es una falsedad, también de mucho éxito, no hay que decirlo, todos lo conocéis bien.  Entre otras cosas el truco, sangriento, del Poder, en las últimas formas, con la igualación de los sexos, os está diciendo claramente el engaño que se encuentra ahí detrás.  La igualación de los sexos es una mentira tremenda, pero que justamente tiene tanto éxito para el sostén del Poder gracias a su mentira, gracias a su condición mentirosa. No podía ser de otra manera.


Es imposible que el otro sienta por el uno lo mismo que el uno por el otro; eso querría decir algo así como que el uno está dentro del otro y el otro dentro del uno, que el uno conoce de verdad (estamos en Realidad, donde “verdad” no cabe), que el uno conoce de verdad al otro, lo mismo que el otro conoce de verdad al uno, y todo esto, como sabéis conmigo, son cuentos; son cuentos de éxito tremendo, pero que no por eso dejan de ser cuentos, y que por eso tenemos que sacarlos aquí: cuando cualquiera se deja pensar y sentir honradamente, ve que a pesar de todos los cuentos, no hay tal mutualidad en las atracciones; que las atracciones siguen siendo radicalmente de un orden distinto. 


Parecería que, perteneciendo yo a uno de los dos sexos, no podría hablar más que desde un lado; pero ya recordáis que justamente el hecho de que no estemos bien hechos del todo, y que se pueda hablar, evidentemente nos permite de alguna manera confiar en que se pueda hablar contra la Realidad en general; si no, no tendría ni sentido esta tertulia, si uno no pudiera salirse de su condición real, por lo menos por descuido, o por casualidad; en ese sentido, claro, pues cabe que, a lo mejor..... Son absolutamente distintos hasta el nivel más superficial, y sometidos a las condiciones sociales a que el sexo, y la sexualidad, y la pareja, se han sometido.


Uno percibe que la atracción de un hombre, representante del sexo dominante, por una mujer, no puede ser nada parecido a la atracción inversa que pueda sentir una mujer, perteneciente al sexo dominado desde el comienzo de la Historia, por el hombre.  Uno podría decir, si lo pusieran a comparar, que la atracción de una mujer por un hombre tiene que ser necesariamente menos pura, más superficial, porque efectivamente, en ella está implicada la admiración y la aspiración a ganarse el favor del dominador, el favor del que mueve el Poder y el Dinero; no se da del todo así, cabrán muchos otros sentimientos, pero la atracción propiamente sexual, o amorosa, o como queráis decirlo, tendría que ser de ese orden.  Mientras que la atracción de un hombre por una mujer, evidentemente es una atracción por la perdición en lo desconocido; lo que le atrae es que por más que haga no acaba de conocerla ni de dominarla, y eso es lo que le vuelve loco de amor; o de sexo, como se quiera decir, sin la menor distinción.


De manera que hasta hablando de esa manera tan superficial, en las condiciones que padecemos se puede ver que no hay nada mutuo ni puede haber nada mutuo.  Que después entre prójimos en general haya, ya se sabe, ternuras, caridades, compasiones, eso es otra cuestión.   Pero aquí estábamos hablando de sexo, no nos confundamos; de manera que dejemos de lado todas las demás cosas que puedan jugar ahí y llevar a confusión, porque es de sexo, de la atracción de un sexo por otro, del otro por el uno, de lo que aquí estamos tratando. 


Es justamente la contradicción a su vez entre las dos maneras de atracción lo que produce todos los pasmosos a veces, terribles otras veces, fenómenos ligados con el sexo.  Todas las sublimaciones que conocéis por la poesía, todos los crímenes que estos imbéciles llaman “de Género”, se cometen justamente por lo mismo, y no por nada distinto.  Recorred toda la escala, desde las sublimidades hasta los crímenes sexuales de los cotidianos que padecemos a cada paso, y encontraréis lo mismo; la raíz no puede estar más que en la absoluta diferencia también entre las dos maneras de atracción, entre la atracción del uno al otro y del otro al uno.


Bueno, por aquí, por lo más caliente, se puede entrar a todo lo que pasa con las cosas.  Pero por ello mismo, y antes de volver sobre ello, pues me voy a callar un rato. Y respecto a las cuestiones, tanto a las más abstractas como a éstas, os dejo ya correr la voz, y que ayudéis en lo que podáis, tratando de dejaros hablar a partir de vuestros sufrimientos personales, pero confiando en que uno puede salirse de ellos, y, aunque sea hablando por la herida, pues no sea uno personalmente el que hable.


- Me parece que teniendo en cuenta la relación ésta social entre los sexos, y el eje de la dominación que se da entre ellos, has descrito como demasiado benévolamente lo de la atracción del hombre hacia las mujeres, porque si la atracción de la mujer es por el que domina, parece que el deseo del hombre sería el deseo de dominar.


AGC- Pero eso no le hace falta; para eso no hace falta el amor, porque ya está, desde el comienzo de la Historia.  El hombre es el dominador, el hombre es como si por nacimiento se lo hubieran dado: es el Padre, el Amo, el Jefe, tal.  


- Lo mismo se podría decir de las mujeres, entonces: que son de nacimiento dominadas.


AGC- Sí; sí, pero por eso digo que en el trance del atractivo sexual cabe siempre sospechar de algo menos de pureza, porque está mezclada con la aspiración a superar el dominio, a hacerse igual con el otro.  Mientras que en el otro caso () de los que se vuelven locos, ¿eh?, de sexo y de amor, no me estoy refiriendo a cosas así de cada día.


- ¿Pero la mujer querría igualarse hacia arriba, y el hombre hacia abajo, o cómo?


AGC- No, no hacia abajo, no hay una correspondencia mutua.  He tratado de describir hasta esta sospecha con términos que no permitan la inversión. Desde luego, se pueden aportar muchos más datos, ¿no?   En general, los que se vuelven locos de sexo, de amor, son normalmente ellos, son los que tropiezan con la imposibilidad.  Las mujeres se mueren de amor, de padecimiento, de desengaño; pero volverse locos de, eso les pasa a los otros, no normalmente a las mujeres.   Todo esto suponiendo que la relación uno/otro, la relación de sexo entre los humanos, tenga que ser hombre/mujer; no voy a entrar ya en esta cuestión manida.  Suponiendo que cuando decimos hombre/mujer, estamos queriendo decir el caso por excelencia de el uno/el otro; distintos absolutamente, contrarios, y sólo por ello produciendo la unión.  ¿Te quedaba algo, o no?.  Adelante.


- Que quiero decir que a mí se me aparece como que hay una aspiración por ambos lados bastante simétrica en el sentido de que del dominado hacia el dominante, está efectivamente como tú has dicho la aspiración al Poder.  Pero del otro lado hay una aspiración al poderío.   Es decir, el que tiene todo, el potente, tiene sensación de impotencia, en el sentido de que al Poder le falta el poderío.....


AGC- Bueno, eso que dices con...


- ¿Puedo terminar?


AGC- No, no hace falta, conozco la teoría. Puedes terminar, pero que coste que conozco la teoría.


- Veo que hay un paralelismo bastante común por un lado y por el otro: por un lado hay una aspiración muy evidente al Poder, a la aspiración de lo de la clase social, y por otro lado hay una aspiración tremenda al poderío.  Tú le llamas desconocido, pero yo le voy a dar otra palabra, y le voy a llamar “al poderío”.  Las que realmente pueden son las mujeres, y entonces el que tiene el Poder se siente impotente, y lo que tiene es aspiración al poderío. Que tú lo quieres llamar desconocido, naturaleza, misterio, eso son cosas absolutamente del poderoso.


AGC- ¡Ay, madre, que me lo han roto!  Que no has oído, que no has querido oír, qué le vamos a hacer.  Bueno, esa cosa que tú llamas “poderío”, es una manera de amansar, porque cualquier cosa que se llama así, poderío, está ya metiendonos en la Realidad, y mira tú que bien que ellos tienen el Poder, y ellas tienen el poderío, y ya la relación es mutua, y tal.  ¡Pues no! ¡Pues no! ¡Es mentira! 


- La huella de eso que tú llamas lo desconocido, lo natural, lo nosequé....En la Realidad, la sensación en lo sentimental, en lo sensual sobre todo, en lo sexual, se traduce con una palabra sencilla: la fuerza, el poderío, no el Poder.


AGC- Lo mismo que estando inscrito, al parecer, en este sexo,  hago para salirnos fuera, y ver también qué es lo que le puede pasar a una mujer en el trance, aunque yo no pueda estar en el puesto, podías, tú y cualquiera, del revés, podía también intentar ver lo que yo he presentado como caso verdaderamente de locura de amor de un hombre, locura de sexo de un hombre, que evidentemente no está destinada a conquistar ningún poderío de señora ni nada, sino que está destinada a la desesperación de que no la entiendo, que no entro dentro, la desesperación de tropezar con lo desconocido.


- No me aclaro: ¿el que enloquece de amor es el  hombre?


AGC- Bueno, no, no lo dije tan estremadamente.  He dicho que así, de costumbre y de ordinario, el que se vuelve loco de sexo, es el hombre.


- ¿De deseo?


AGC- De sexo.  Digamos “de sexo”, es decir, no de un deseo sensual, de cosas, no: un deseo sexual, es decir, deseo de lo contrario, de lo que le está negado.  Más, por favor.


- Yo no he entendido muy bien lo que usté ha dicho sobre “algo”, pero voy a decir algo: yo tengo cabras, ovejas, pollos, gallinas, y las cabras y ovejas nunca se mezclan entre ellas, y saben que son cabras y saben que son ovejas.  Entonces, en cuestión de sexo, le diré que las cabras, cuando están en celo, los machos se muerden entre ellos, se pegan, y aunque les cortamos los cuernos, para que no se hagan daño, se luchan entre ellos; la atracción yo creo que viene del macho, vamos.


AGC- ¿Cómo que viene del macho?


- El macho, cuando huele a la hembra que está en celo, quiere copular con ella, y entonces se vuelve loco, y la historia viene por ahí.  Lo que pasa es que yo creo que es más racional y tal () centralizarlo todo.


AGC- Yo  creí, cuando sacaste lo primero, y dijiste que las cabras y las ovejas hembras no se juntan entre sí, que ibas a sacar el hecho de que los machos en cambio muchas veces se equivocan y montan a machos.


- Bueno, pero no llegan a penetrarlos.


AGC- ¡Ah, también, también!  De manera que eso podía aportarnos alguna luz, esa facilidad para la equivocación en el destino, podría aportarnos alguna luz de lo que estamos diciendo también para nosotros.  ¡Bueno, más, por favor, más experiencias!


- Esa realidad que has descrito, se hace muy evidente en una sociedad occidental y patriarcal. 


AGC- Perdón: no hay otra.


- Bueno, pero sí que lo ha habido.  No conocemos otra, pero ha existido otras sociedades que ahora mismo no existen


AGC- No eran Sociedades; conocemos las de la Historia, desde hace unos diez mil años más o menos.


- Pero conocemos las animales; y en cierta manera también conocemos unas sociedades, unas relaciones matriarcales que no son las humanas, pero que son las animales, pero que en el fondo todos somos.   Entonces, la pregunta es....


AGC- No, no: los animales se complacen en darte ejemplos de lo uno y de lo otro.  Para desorientarte.  Entre los animales te encuentras matriarcados furibundos, aplastantes, y te encuentras patriarcados como los nuestros por todas partes.


- Yo lo que quería decir es que cuando has descrito que la mujer tiene como una aspiración como de hacia el Poder, pues evidentemente es algo que no acabo de entrar por ahí; supongo que es una convención también cultural que tenemos.


AGC- Sí, me alegro que lo saques, porque la verdad es que yo me he quedao corto en mi imaginación de la mujer, que yo creo que puede llegar a algo más allá.  Efectivamente, lo que he dicho es que cabe siempre pensar que es menos puro, menos feroz, como se quiera decir, porque lleva mezclado algo de aspiración social; pero esto no quiere decir que yo diga que a eso se reduce todo el impulso sexual en una mujer; no, no: cabe sospechar que una mujer pueda de verdad sentir un atractivo verdaderamente sexual, directo y feroz, que sería equivalente al del hombre, y entonces resulta que justamente cuando los hombres se vuelven locos de sexo, una de las cosas que les trastorna más profundamente es justamente sospechar eso, sospechar que esa mujer puede sentir de verdad, nada de poderes ni poderíos ni nada: puede sentir de verdad una atracción sexual; por el sexo contrario o por el propio, pero que puede sentir de verdad algo que entre en competencia, en choque, con lo que él siente.  Por aclararlo, ¿eh?, porque efectivamente yo lo dejé eso un poco manco, y parece que establecía una diferencia demasiado sencilla.


- Y sobre todo creo que hay que establecer una diferencia, o hay que clarificar, que esa diferencia que existe entre los sexos no es una cuestión de uno más que otro, sino que es una diferencia de estados de conciencia, o de estados de percepción, o de estados fisiológicos, pero que no creo que deban implicar un juicio de valor


AGC- No, no, valor no, pero conciencia tampoco, hombre: ni valor, ni estado, ni conciencia.  ¿No piensas, como he recordado en la primera parte, que nosotros, hombres, no somos más que un caso de cosas, y que por tanto tenemos que reconocer ahí, en el sexo, lo mismo que en el polo positivo y negativo de la electricidad y en todos los demás fenómenos llamados naturales?  Si lo ves así, no pueden planteársete problemas de ese orden tan superficial, ¿no? Nuestra costitución como cosas hombres, como cosas personas, evidentemente se manifiesta como diferencia unidad primordial en eso a lo que se alude como “sexo”, o como “amor”.  En todo esto seguimos dejando fuera la cuestión de nombre propio, ¿eh?, estamos tratando a hombres y mujeres como cosas.


- Pues si decimos eso de que lo del sexo entre hombres y mujeres es algo comparable a lo que pasa con las cosas, y lo comparamos a los polos positivos y negativos, ¿qué quiere decir eso que decimos cuando decimos que el sexo es “social”?


AGC- Que está manejado.  Tratando de recordaros, descubriros descarnadamente la cuestión del sexo, al pasar he dicho el éxito que han llegado a tener las falsificaciones; por ejemplo hoy día, pues “sexo”, la palabra, se ha olvidado completamente de lo que quería decir, aquello que era simplemente separación entre los incasables, y se ha convertido en un fenómeno natural, que quiere decir que se puede comprar y vender; se puede comprar y vender, una mercancía, sexo, los sex-shops.


- ¿Eso es lo social, toda esa literatura?


AGC- No, lo social está también antes, en cosas más elementales, pero desde luego eso es una especie de desarrollo, tipicamente social, exitoso, del dominio.


- Y esa manifestación del Poder, lo que se ha dicho de la erección del pene, o el poder que tiene el hombre sobre el pene, e incluir una pastilla que te ayuda a levantar la erección y todo esto para seguir manejando el Poder, la llamada Viagra, o como sea.


AGC- Es una mala suerte que los hombres han tenido con fijar la cuestión, ligar la cuestión del Poder con la cuestión de la verga: mala suerte.   Mala suerte, porque las cosas no funcionan tan bien como al Poder le gustaría que funcionaran para servir a sus ideaciones, y entonces lo corriente entre los hombres, que encima de ser por nacimiento social los dominantes, haber nacido ya Amos, Padres, encima quieren demostrar personalmente su poder, y lo fijan por ejemplo en eso, lo fijan en la cuestión de la verga, y, Dios mío, lo que pasa, pues ya se sabe: generalmente desastres, y es lo que hace que las mujeres del coro del () podían cantar “sólo los potentes, impotentes pueden ser”.  Las mujeres están, estaban, exentas de esa lacra; sólo los potentes pueden ser impotentes, sólo ellos pueden caer en esa trampa.  Las mujeres estaban, porque desde que la igualación de sexos, que es desde luego el fenómeno social por excelencia, las ha puesto () que las ha puesto, y ha desarrollado el orgasmo como equivalente de la eyaculación y mil puñetas, igualación de sexos, pues entonces claro, han acabado por poder participar hasta de la impotencia de los hombres, y tener que acudir al médico lo mismo que los hombres para que les esplique qué es lo que les pasa a ellas, que no tienen orgasmo, o no los tienen cuando deben, o tienen menos......como si fueran hombrecitos, vamos; ese es el resultado de la igualación sexual.


- A mí es que hay algo que se me revuelve siempre que hablamos de estas cosas de los  hombres y las mujeres, porque eso de creerse uno que es hombre o mujer, a mí me pone muy nerviosa, porque cada uno tiene entonces que ponerse a cumplir sus funciones, uno de poderoso, otro de sometido, y entonces uno empieza a saber quién es, y pues la maravilla es olvidarse, y no saber, y dejarse sorprender, y no tener ni idea, ¿no?


AGC- Esa es la maravilla que en la tertulia política perseguimos, es decir, reconocer la Realidad precisamente para destrozarla y aniquilarla.  Pero hay que hacerlo así, por vía política; uno personalmente puede muy poquito en ese sentido; uno personalmente está encuadrado, lo mismo en la clase social que en el sexo que le ha tocado, sometido a cumplir las funciones que le mandan, y solamente el desmontamiento de la Realidad, el descreimiento en las mentiras que nos venden, podría dejarle a uno que fuera pueblo, pueblo que no existe; y donde no hay desde luego sexos ni por asomo.  Donde no hay sexos: lo común, pueblo que no existe: ahí no hay sexos que valgan.


- Esto que nos has dicho antes de que el hombre enloquece porque cree que la mujer tiene deseos sexuales, yo creo que tiene algo que ver con la cultura de los pueblos más primitivos, de la () y la cercenación del clítoris, porque ellos tienen la obsesión de que hay que evitar que las mujeres tengan deseos sexuales, y entonces, en estos pueblos se entiende que cuando la mujer no tiene deseos sexuales es una mujer más deseable para el hombre que una mujer que puede hacer enloquecer al hombre, porque éste intuya que tiene deseos sexuales.


AGC- No, “deseable”, no: más aceptable como mujer suya, o como se quiera.  Pero sí, sí, tienes razón, es una manifestación, un poco demasiado vistosa, porque los Medios la han usado mucho, y las Asociaciones Benéficas también, pero no por ello deja de ser una manifestación de lo que he dicho: he dicho que se vuelven locos por eso, pero evidentemente pueden tener miedo de volverse locos y que el miedo se consagre en la tribu, y dé lugar a la ablación del clítoris, un medio torpe, como todos los masculinos, para evitar los peligros del otro sexo.  Torpe, porque aún privadas del clítoris, de los orgasmos, todavía los demonios que pueden desatar así y todo, y lo que los pueden hacer sufrir, y lo locos que los pueden volver.  Es un medio masculino, infantil, poco eficaz encima.


- En relación a lo que ha dicho aquí el compañero, esa ablación de clítoris, el hombre tiene la seguridad, es una seguridad.....


AGC- No, no, ya he dicho que es un procedimiento torpe: se creen, se creen.  Eso son cosas de los sacerdotes de las tribus, de los Padres........No se puede hacer mucho caso, pero desde luego es un testimonio útil.   Sí, sí, los horrores que sean, ya digo que no me meto mucho en ellos, porque la Tele y las Asociaciones Benéficas los han sacao demasiado.


- ¿Te acuerdas de aquello que decía Machado de que “dicen que un hombre no es hombre/ hasta que no oye su nombre/ de labios de una mujer:/puede ser”?  Me da la sensación de que la costrucción esa de hombre y mujer, es una cosa que es lo primero que debíamos de resolver, porque efectivamente todo eso es una falsificación ya en lo de hombre y mujer, y entonces, lo que decía antes también Ester, pero de otra manera: yo lo que te digo es que si la acción del pueblo es decir “yo”, y ese “yo” no tiene sexo, () porque todas las lenguas tienen ese implemento, que no tiene sexo, entonces, si lo que importa es dejar hablar a ese yo que no tiene sexo, me parece que empezar a hacer distinciones sobre los modos de complementación o contradicción entre los sexos, me parece que sería mala política.


AGC- Bueno, pues dejémosla de lado; “aparquémosla”, como dicen por ahí.


- Y eso es la primera cosa.  La segunda cosa: si dado que hoy día, en el Régimen del Bienestar, la tendencia es la aspiración a la igualdad de los sexos, por tanto esa rolificación de yo soy mujer, tú eres el hombre, queda muy desvaída con una tercera istancia, que es la llamada persona, trabajador, sector servicios, es decir, individuo, es lo que anula los dos sexos, individuo democrático, sería lógico que disminuyeran de alguna manera todas estas brutalidades muy primigenias que aparecen costantemente de los asesinatos que hay casi cotidianos de los hombres hacia las mujeres.  Sin embargo parece que es todo lo contrario: se anula la rolificación, se tiende a una homogeneidad individualista de los sexos,  y la masacre es mayor todavía; no lo entiendo, y me gustaría que me lo esplicaras.


AGC- Bien, ale, gracias, sí.  Sí, del clítoris a los asesinatos cotidianos de la Televisión; no sé bien a qué venía, pero lo primero que trajiste conviene tenerlo en cuenta, la cita de “dicen que el hombre no es hombre/ hasta que no oye su nombre/ de labios de una mujer:/ puede ser”.  Os recuerdo que esto justamente no ha salido aquí: nos estamos dedicando a tratarnos como cosas, porque lo que estamos descifrando a partir de nuestro caso es la cuestión de la Realidad; y hemos dejado la cuestión del nombre propio, que es justamente la que aparece en esos versos, y que nos tiene que llevar otra vez a lo de días pasados respecto a cómo por fuera de lo que es cosa persona está como otra istancia, fuera de cosa y persona y fuera de “yo”: la istancia del nombre propio, que es como Dios, y sobre el que volveremos otro rato; pero ahora estamos encarnizadamente dedicados a tratarnos como cosas, para que sirvamos para entender la Realidad.


- En lo que respecta al sexo, parece que el hombre tiene una frustración perenne, de siempre, por intentar alcanzar a la mujer.  Da lo mismo que sea una sociedad occidental o oriental.  Y de ahí viene la frustración interna.  ¿No crees tú algo de eso?


AGC- Bueno, no sé como lo dices; siempre parece que estás poniendo otra vez a los hombres en el plan ese de.....


- No sé, me da lo mismo, llámalo macho, hombre.......


AGC- No, no.  Que no, que no, siempre no, hombre; a ratos se distraen, se van a jugar a las cartas, a jugar al fútbol.....Tienen muchas más distracciones.  Es una condena más fija para el sexo dominado, para las mujeres, a las que en otros tiempos, la Sociedad no les ofrecía más destino que el Matrimonio, el Convento, o la Prostitución, se los tenían bien fijados, bien determinados; y que hoy progresando les ofrece el ideal de ser como los hombres, es decir, el Empleo, el Trabajo, y la misma Gloria y nombre propio del que han vivido los hombres: la gloria, el nombre, en el libro, en la música, en lo que sea, en el cine, lo que sea. El hombre, sí, está condenado, pero es es más cansino; su condición de dominante generalmente le permite no ser tan constante, no estar tanto, no estar en un enamoramiento perpetuo; nos gusta mucho decir que vivimos en un perpetuo enamoramiento, pero son fanfarronadas, no hay que hacer mucho caso a los hombres; la mayor parte del tiempo, pues no sé, andan por ahí distraídos con otras cosas, y........Bueno, no discutamos más de eso.  A ver.


- No sé si he cogido muy bien la hilazón de lo que se ha dicho: lo de los sexos sale a cuenta de lo de lo uno y lo otro, que sale a cuento de lo de la cuantificación, y lo de la cuantificación de lo de las cosas.  Entonces, si decimos que lo de lo uno y lo otro es como la forma fundamental de cuantificación en que las cosas se basan, ¿me equivoco?


AGC- Sí, decir “cuantificación” es todavía peligroso.


- Pero yo no veo en las cosas en general, quitando algunos ejemplos, como los del polo positivo y negativo, pues esa estructuración en uno y otro opuestos claramente.  O sea, ¿cuál es el opuesto de una mesa?, ¿cuál es el opuesto de un bolígrafo?, ¿cuál es el opuesto de una casa?


AGC- No, a las cosas costruídas especialmente por nosotros hay que encontrarles su opuesto dentro de nuestras estructuras.


- Bueno, de un gato; tampoco tienen que ser cosas artificiales: lo opuesto de un tomate, de un gato, de....


AGC- Los gatos, como tienen sexo......


- No, pero digo de los gatos, como cosa: los gatos.


AGC- No es muy distinto, ¿no?, nuestro caso, nuestro caso no es tan distinto.


- ¿Cuál es el polo positivo, o negativo, de los tomates?, ¿cuál es el polo contrario a las estrellas?


AGC- En las semillas, en las simientes de los distintos tipos de plantas, te lo explican, la Ciencia está llena de explicaciones que tienen que acudir a eso; y no digamos si te metes en la Cuántica, porque si te metes en la Cuántica, pues, aunque sea tortuosamente, vienen a descubrir justamente lo de la identidad en la diferencia, porque....


- No, pero yo me refiero a cosas corrientes, como las estrellas por ejemplo, por no hablar de cosas sexuadas o que se pudieran encontrar como sexuadas en el fondo.  O del agua.


AGC- Se cuenta con redes de atracción mutua.  Desde luego, habría que enredarlas, la cosa no es tan simple como en el caso astracto del polo positivo y negativo, pero desde luego, lo mismo en las imaginaciones de la Física clásica a lo Newton que en las otras, se encuentran en las redes relaciones de dos a dos que se complican; se complican por lo que hemos dicho: porque la relación misma a su vez se convierte en una cosa, y eso es lo que no deja ver tan simples las cosas.  Por ejemplo, en cuanto a las estrellas, en cuanto a los cuerpos, la relación ha venido a jugar como un tercero, y eso evidentemente hace que la relación entre dos entre en relación con otro distinto......


- Pero si las cosas las costituye vocabulario semántico, y el vocabulario semántico está siempre abierto, las relaciones no pueden ser perfectas de dos en dos.


AGC- No, no son: en el vocabulario semántico de cualquier idioma, las contraposiciones netas del tipo de “lo uno” y “lo otro” son más bien una rareza, y además nunca llegan a serlo del todo.  Pero sin embargo descubrimos, tratando de ir más abajo del vocabulario, que la diferencia elemental, que no puede ser más que de uno y otro, para después complicarse cuando la relación se hace cosa, es como costituyente , es fundamento, ¿no?


- Yo es que veo aquí una contradicción en el planteamiento: por una parte se está intentando hablar de las cosas al margen de los nombres propios, como tú estabas diciendo antes; pero sin embargo, al hablar por ejemplo del sexo, y por eso nos hemos desviado tantísimo, en el fondo se está estableciendo una diferencia de género, es decir, también se está nombrando.  O sea, se están utilizando los sexos, o el género, como nombre propio


AGC- No, no, no, no, de nombre propio, nada.  Nombres propios son Federico y Mariquita, lo otro no son nombres propios, ¿eh?, no te armes líos; y desde luego, eso que pasa con la aberración de las Autoridades, que confunden el género gramatical (un fenómeno que tienen algunas lenguas, pero que otras muchas no tienen), con la diferencia sexual, evidentemente, bueno, conviene recordarlo para rechazarlo, pero no que nos distraiga más: esto que nos pasa a nosotros es una diferencia de sexo; no confundamos con el género gramatical de los sustantivos, un poco según el cual entonces un cazuelo y una cazuela serían cosas de género, y por tanto de sexo, distintos.


- Yo cuando hablo de género, hablo justamente de la diferencia...


AGC- Pues ya, hablamos de “sexo”, y no nos armamos líos como el Poder se los arma con la Gramática.


- Digo que es muy difícil entender que hay un sexo dominante y otro dominado, porque también muchas veces resulta que las mujeres (yo estoy en contra de esas definiciones de hombre y mujer, pero voy a utilizarlo) cuando logran el Poder, como la Señora (Tacher), o como Isabel la Católica, o como Juana la Loca, pues son más masculinas que los mismos hombres, y lo que hacen es suplantar el papel masculino.


AGC-  No traen desde luego ninguna otra forma de Poder, no traen un Poder Femenino que nos dé la sorpresa; no, no: copian el Poder Masculino, y eso que se hacía con Isabel la Católica y demás, pues entre nosotros se ha hecho la táctica dominante, ¿no?   Pero se ha hecho muy tarde, en efecto, y entonces cortamos, y ya si nos dejan, dentro de siete días seguimos.