16.04.2008
Agustín García Calvo
Ateneo de Madrid
Tertu121-16-04-2008#Tertu121-16-04-2008.mp3
TRANSCRIPCIÓN:
En las sesiones que he tenido estos dos días en la Residencia de Estudiantes, bajo el amparo del Istituto de Filosofía del Consejo, a la cual sin embargo algunos de vosotros me han acompañado, se trataba de presentar así, de repente, un poco a lo simple y en grandes líneas, algo de los descubrimientos que nos han venido surgiendo, y aquí, volviendo a estar entre nosotros pocos o menos, nos toca lo de ordinario, que son los problemas, las dudas; los problemas y las dudas que es de lo que vive esta guerra que nos traemos. De manera que una vez más confío en vosotros, en que me ayudéis en esta guerra contra la Realidad, y por lo pronto en el intento de desenredar alguno de estos líos, problemas inmediatos que nos han surgido a propósito de la cuestión de la diferencia, de la diferencia entre las cosas, sobre la cual vuelvo ahora.
Se trata de reconocer en primer lugar lo que ya alguno de vosotros en la última sesión había reconocido debidamente, que, dicho así, en general, las cosas no se diferencian, no se oponen una con otra de la manera que hemos visto que lo hacen en los casos extremados de la electricidad o manifestación real, material -si se puede decir- de la oposición positivo o negativo, o como lo veíamos para el tipo de cosas que nosotros somos en la cuestión del sexo, de la oposición entre sexos, y por tanto en el tipo de relación al que llamamos amor o sexo.
Evidentemente estos son casos extremos de la diferencia, de esa relación de diferencia, que trata de llegar a oposición pero que no se puede decir que valgan así sin más para las cosas. Esto conviene notarlo bien: está claro que por ejemplo un tomate no tiene un contrario en ese sentido, no hay desde luego un opuesto de tomate. La no tomatidad... la no tomatidad que corresponde a cualesquiera otras cosas que no sean tomate, evidentemente no las define, no les da ningún estatuto de cosa propiamente dicha, ni por tanto puede servir para definir y sostener al tomate mismo. Esto supongo que se entiende con bastante claridad.
De manera que tenemos que indagar en cómo son los mecanismos por lo que esa diferencia se convierte propiamente en oposición y da lugar a fenómenos como los que el otro día empezábamos a tantear. Aparte de la oposición positivo/negativo, aparte de ese otro caso extremo que era la oposición sexual y la diferencia entre sexos y mutua atracción o repulsión entre sexos, hay otros muchos casos que conviene que recordemos, casos que nos ofrece la Física misma, es decir, las cosas en el sentido más corriente. Por ejemplo conviene que volváis a fijaros un momento en el fenómeno de atracción/repulsión que tenéis en el imán: el imán efectivamente parece que se acerca a la mayor pureza o netitud de la oposición en cuanto que selecciona de alguna manera tipos de cosas. De manera que no es que elija directamente cosas, pero siendo él - el imán- un tipo de cosa determinado, selecciona para la relación tipos de cosas que obedecen y que pueden entrar en ese tipo de relación. Es uno de los fenómenos de las apariciones que ya desde los antiguos había llamado la atención respecto a estos fenómenos de la diferencia, incluso podéis ver cómo en las cosas que Lucrecio mismo recoge, se apercibían de que la interposición de una lámina de otro metal podía cambiar el signo de la relación y convertir la atracción en repulsión, de tal manera que los anillos o limaduras de hierro en lugar de acercarse a, sufrir atracción, a la piedra imán, saltaban para arriba, obedecían a la ley de la repulsión. Esto conviene recordarlo porque seguramente dentro de un rato tendremos que volver a tratar a su vez de esos dos sentidos de la relación y la diferencia a su vez entre oposición y repulsión.
Otros casos en que se os aparece el problema es también en las especulaciones físicas más avanzadas, el del spin o giro, giro repentino, que puede determinar incluso un cuerpo más o menos fantástico al que se llame spinner en esta naturaleza [], naturaleza micro a la que esos fenómenos se refieren, y que por tanto os muestra de una manera muy contundente la oposición entre izquierda y derecha, que por otra parte es de por sí, ella sola, un misterio que invade todas nuestras observaciones del Mundo, de la Realidad y de cualquier cosa a la que alarguemos la mano o dirijamos los ojos: lo oposición entre izquierda/derecha y las posibilidades de su reversión. Porque efectivamente en el caso de un ente, un spin o algo así, que esté determinado por la elección entre girar a derecha o girar a izquierda, el sentido del giro no puede menos de estar determinado por el punto de la observación: si se le pone detrás un espejo todo el mundo sabe que la derecha es a la izquierda y la izquierda es ahora derecha; y que si nos tratamos de meternos dentro del propio spinner y le preguntamos cuál es la izquierda y cuál es la derecha, se vería en un lío probablemente insoluble. Pero, de una manera o de otra, la oposición sigue rigiendo entre derecha/izquierda, izquierda/derecha.
Más todavía (sin salirnos de Física, como ya Newton mismo acertaba a formularlo bastante claramente, y luego muchos de los amigos físicos lo han reformulado): todos los hechos de atracción entre uno y otro, de uno a otro, están acompañados de una repulsión concomitante en el sentido contrario, de manera que se diría ya, desde ahí, que es como si la estructura misma de estas relaciones, que después de todo es el fundamento de una supuesta realidad física, consistiera en esa doble y contraria manifestación en dos sentidos opuestos como atracción y como repulsión.
Bueno, estos son algunos de los casos que quería presentaros también al lado de el de positivo/negativo, al lado del sexo, como casos evidentemente extremos en algún sentido, es decir, que nos presentan lo que en la observación directa de las cosas como tales no se dan, no tienen porqué darse, o no podemos observarlo. Estos casos extremos, aunque os parezca de momento un salto, vuelven a meternos en la cuestión que también tenemos dejada de lado de los nombres propios y la intervención del nombre propio, de la istitución del nombre propio en todo esto.
¿Qué pasa?
- Le dije al bedel a ver si iba a decirlo. Y dice que va a ver si les dice algo.
AGC - Que va a decir ¿qué?
- Por no darles un grito a estos.
AGC - ¿Pero no se mete ya Carmen Sevilla...?
- ¿Eh?
AGC - ¿No se mete ya Carmen Sevilla con todos ellos?
- ¿Es Carmen Sevilla?
AGC - Claro, es que están esperando a Carmen Sevilla.
- Sí, vete a verla, Galín, un momento.
AGC - Tenemos esa competición. Pero yo creí que ya se habían metido ¿no?
- No.
- Yo no sé lo que hacen ahí fuera. Y dije al bedel “Dígales que hablen muy bajo”.
AGC - Bueno. Bueno, ¡qué vamos a hacer! Espero que me hayáis oído y me oigáis lo bastante para que podamos seguir.
Estos casos extremos, de los que os he citao todos esos ejemplos, vuelven a meternos en la cuestión, en el problema del nombre propio que no tenemos -no tengo- ni mucho menos resuelto ni suficientemente aclarao.
Conviene que volvamos sobre los tipos de cosas cercanos al tipo que somos nosotros y ahí nos preguntemos respecto a la presencia o no presencia de algo de esto. Lo primero que hay que notar es que cuando tomamos una observación cualquiera y nos preguntamos, por ejemplo, si el polen de las lilas sabe adónde tiene que ir, está dirigido a algún sitio, y esto planteado así, de primeras, nos parece sin sentido, nos parece un absurdo. Lo que hay que reconocer ahí es que el fenómeno de atracción da un salto en los grados de la abstracción, de manera que no se trata ya de lilos ni de flores, sino que se trata de cosas más secretas, elementales, de las que el análisis puede descubrir cuando en las plantas mismas descubre diferencias sexuales como las de estambre/pistilo, o de sitios como androceo y gineceo, para ciertos tipos de plantas.
De manera que a medida que tomamos las cosas en un orden más abstracto de Realidad parece que la cuestión que nos atañe, la de la diferencia o oposición, va manifestándose de una manera más clara y más neta, que en el nivel más inmediato de las cosas corrientes no lo parece tanto.
Podemos preguntarnos incluso, acercándonos más a nosotros, si un burro puede distinguir a qué burra tiene que dirigirse en el acto del apareamiento o del cumplimiento de la atracción sexual. Esto nos parece evidentemente absurdo, sin sentido, la mera observación nos dice que un burro no distingue entre una burra y otra, de manera que en ese nivel no hay nada que hacer. Es más desesperante todavía la cosa, si queréis, puesto que, como sabéis, incluso un burro puede estar tan desorientado respecto a esto que puede confundir con algo de ayuda una burra con una yegua, sobre todo cuando intervenimos nosotros, interviene como en los viejos cuarteles el cabo mamporrero que se encarga de la producción de mulas, y que por tanto tiene que conseguir que la confusión del burro llegue a tanto que tome a una yegua como si fuera una burra. Hasta ese punto puede llegar también en ese nivel el caso de la indiferencia.
Y sin embargo, frente a este hecho, pues todo el mundo conoce otros muchos en que parece que hay como un prenuncio, como una aproximación a la cuestión de la diferencia sexual convirtiéndose en verdadera oposición, lo cual ahora ya veis que quiere decir ‘presencia o no presencia del nombre propio’. Por ejemplo, en el caso bien conocido de los pájaros especialmente monógamos, como suele decirse, que evidentemente dan muestras de conocer cuál es -cuál es- su nido, su pareja, sus polluelos. Todo el mundo lo sabe, todo el mundo tiene comprobaciones de primera mano o de segunda, y por tanto no tendré porqué volver a insistir en ello.
De manera que ahí, efectivamente, y en otros muchos casos entre diversos animales, se da esto que he dicho ‘prenuncio de el nombre propio’: algo que va aproximándose al nombre propio, como si el nido en cuestión estuviera dotado de un topónimo, como si la pareja -el macho o la hembra correspondiente- estuvieran dotados de un prosopónimo y asimismo los polluelos que corresponden a cada uno. Todo el mundo sabe que también a estos pájaros se les puede engañar, la intervención de los hombres puede penetrar fácilmente ahí, pero eso no importa, de todas formas la aparición primera y más inmediata parece que nos guía en el sentido de reconocer a la presencia, algo semejante al nombre propio, que va acompañada -como veis- de una especie de firmeza, netitud en cuanto a la relación que pueda darse entre unos y otros.
Es lo que deseaba sobre todo hacer notar cómo lo uno y hasta qué punto lo uno va con lo otro en cuanto a estas apariciones que he dicho.
Efectivamente, como ya en la última sesión veíamos en nuestro caso, el sexo, la diferencia sexual, la relación consiguiente de sexo o amor, entre uno y otro sexo, es especialmente extremo, lo he citado antes entre los casos extremos en que la diferencia tiende a presentarse como oposición entre las cosas, pero ahora vemos que lo es, sin duda, por la presencia del nombre propio. El nombre propio es el verdadero veneno que introduce en el amor todo lo que tiene de furia, de pasión, que a su vez corresponde a una especial claridad, netitud o ferocidad en cuanto a la forma de la diferencia o de la oposición.
Esto yo creo que es tan claro que apenas hace falta que os lo razone: sin la presencia de la istitución del nombre propio todas estas manifestaciones que nos sorprenden y a veces aterran en la relación sexual no tendrían ni siquiera sentido, no podrían plantearse debidamente.
De manera que lo uno va con lo otro. Y entonces, tenemos para el posible desenredo de este lío, tenemos dos costataciones, que creo que con los ejemplos os he presentado lo bastante claramente: que mientras que en las cosas corrientes de por sí la diferencia no se da en el sentido de una verdadera oposición, en que lo otro frente a lo uno se defina simplemente por negación, a medida que aumentamos el grado de abstracción en la consideración de las cosas, la diferencia se va aproximando a esto.
Notad ahora de paso un ejemplo que antes no os he citado: que es el uso en la Gramática de las lenguas. El uso en la Gramática de las lenguas, de lo que debidamente se llama oposición, y naturalmente la labor de Trubetzkoy, y sobre todo consagró el nombre... el nombre sacándolo de la Física para meterlo en la Gramática de una manera muy clara, que es donde se cumple de una manera al parecer del todo neta y clara esa condición de que la diferencia se vuelva oposición en el sentido de juego con la negación. Por ejemplo, en Fonémica, si tomáis el fonema ‘p’ y el fonema ‘f’, en español mismo, y decís que están en oposición -como Trubetzkoy decía- privativa, eso quiere decir que ambos son iguales en todo menos en una cosa, en la cual son absolutamente distintos. Son iguales en todo menos en cuanto a la condición que podemos llamar fricativa: ‘efe sí/pe no’. Ahí es como la relación por negación se ha introducido y se presenta de la manera más clara. A su vez si ‘p/f’ se oponen a ‘b’ -se oponen a ‘b’- es en el sentido preciso de que son iguales ‘p’ o ‘f’ con ‘b’ en todo menos en una sola cosa que es el truco del juego con las cuerdas vocales a lo que suele llamarse sonoridad. De manera que ‘b’ sí, pero las otras no. ‘B’ sí, pero las otras no, y así en cualesquiera otros enredos que se pudieran ejemplificar.
Encontré ya hace tiempo (creo que lo saqué aquí) entre los físicos el mismo descubrimiento de lo que verdaderamente podía ser en Física también una diferencia u oposición: se trata de ser iguales los dos en todo –‘en todo lo demás’ hay que decir- menos en una cosa precisa que los opone en virtud de la pura negación.
Pues éste es uno de los caminos que tenemos para desenredar el enredo en la medida de lo posible. Y el otro, que parece de un orden enteramente distinto, es el de la intervención de los nombres propios en cuanto a la extremosidad, exacerbación de la diferencia hasta el punto de convertirlo en una verdadera oposición, incluso entre las cosas más corrientes como cuerpos físicos, como animales, o como nosotros entre ellos.
Éstas son las dos costataciones que espero haberos presentaros con una cierta claridad y que sirvan entre sí para el desenredo. Que la una puede de alguna manera llegar a enlazarse con la otra se nos sugiere, si recordáis, lo que hace dos o tres meses estábamos descubriendo a propósito de este bicho inasible, intolerable que no es ni la persona real de uno, ni soy tampoco yo-que-no-soy-nadie, sino que es al que el nombre propio quiere apuntar, y cuando notábamos el caso de que el Supremo Detentador de nombre propio, Dios, en la Teología del viejo Régimen, que al mismo tiempo es la culminación de la abstracción de las realidades, al mismo tiempo es el nombre propio que tiene esta condición de que cumple de verdad en esa Teología la condición de la singularidad, es decir, de ser Él y nada más... y nadie más que Él -ser Él y nadie más que Él-. Esto es lo que en una relación amorosa cualquiera se pretende igualmente en cuanto que el nombre propio de él y de ella, de él o de ella, interviene, pero que evidentemente sólo en Dios parece cumplirse: absolutamente singular, y Dios al mismo tiempo -como veis- es incasable, a Dios no se le puede casar con nadie. Es una consecuencia tal vez inesperada pero perogrullesca: a Dios no se le puede casar con nadie, no hay manera de imaginar una pareja de Dios en esta Teología, alguien que sea correspondientemente el no, el no que al mismo tiempo tenga también la condición del nombre propio, ya podéis esforzaros en imaginarlo, pero supongo que veréis que no lo encontráis de ninguna manera.
Bueno, con esto me voy a callar, porque yo creo que aunque haya sido (confío) con bastante claridad y con bastantes ejemplos, tal vez os he presentado unas cuantas cosas que requieren que las retratemos, que les demos unas cuantas vueltas y que tratemos de eliminar confusiones inútiles, de tal forma que nos queden esos dos caminos que os he presentado, enlácense o no, como caminos para ver en qué consiste esta elevación de la diferencia que entre las cosas tiene que haber por el mismo hecho de que la Realidad es discontinua y de que las cosas tienen que ser múltiples, su elevación a la condición de oposición sustentada en la intervención de la negación misma ¿no?
Bueno, pues entonces vamos a ver si es verdad, si estas vías quedan lo bastante desembarazadas de confusiones innecesarias, y para eso es para lo que estoy ya pidiendo vuestra ayuda, vuestras voces, vuestras manos. De manera que adelante con ello. No os pese hacerme repetir, si he sido demasiado rápido, porque para algunos puede venir bien, y si no, pues aportad todo lo que se os ocurra respecto a todo eso. Adelante.
- En principio me parecía que la relación entre... yo no sé, por ejemplo burros y burras era una, y la relación entre un burro en concreto y una burra en concreto era de otro calibre, y tiene eso que ver con lo de la intervención de los nombres propios en el sexo ¿no?: la relación entre hombres y mujeres una, y la relación entre Fulanito y Menganita otra.
AGC - Ya, ya. Pero que no haya confusión ¿eh? La relación entre un burro y una burra, dicho así, con artículos indeterminantes, es la misma que la relación entre burros y burras ¿eh?, que no haya confusiones.
- No: he dicho un burro concreto, este burro en concreto.
AGC - Y luego, ya, no te basta con decir “un burro concreto”, tienes que decir “un burro que se llame Fulano de Tal”, si no, no basta. Si no, no basta, como ya vimos... como ya vimos en su día que no era suficiente llegar a la atribución del contranumeral ‘uno’, que la istitución del nombre propio era algo más y aparte: un burro que sea Fulano de Tal.
- En todo caso, la oposición entre masculino y femenino parece más del tipo de la oposición que la que pueda haber entre Fulanito y Menganita.
AGC - Sí, ésa (a la que yo no entré) primero: hembra/macho, después (más alto todavía): masculino/femenino, etc., todo eso es lo que obedece a esa vía de la abstracción: cuanto más alto... cuanto más altas son las cosas. Porque, claro, un hombre, una mujer, un burro, una burra, son cosas muy concretas, pero ya un macho y una hembra, eso ya es mucho más abstracto, y decir la masculinidad y la feminidad, bueno, eso ya casi se sube a las nubes; y cuanto más nos subimos a las nubes, más la diferencia se vuelve neta: oposición
- ¿Y qué tiene que ver con ello lo del nombre propio?
AGC - Eso: ¿qué tiene que ver eso con el nombre propio? No lo sé. Yo he propuesto las dos vías...
- Porque parece que fuera lo contrario, en cierto modo.
AGC - En cierto modo, sí. Las he propuesto únicamente, he puesto... he dicho que un enlace parece sugerirse en el caso... en el caso del Detentador Supremo del nombre propio, en el caso de Dios. Vagamente parece sugerirse ahí cómo lo uno puede relacionarse con lo otro. Pero no lo sé, no lo sé bien todavía cómo, estoy pidiendo vuestra ayuda. Así que, más. Sí.
- Decías que se introduce -al elevar esa diferencia a oposición, a categoría de oposición-, que se produce ahí la negación, o ¿lo entendí mal?
AGC - La oposición propiamente dicha, como se muestra en el uso gramatical que os he mostrado, tendría que consistir precisamente en eso: que lo uno es igual que lo otro menos en un punto en el que son absolutamente diferentes, queriendo decir que el uno sí y el otro no. Eso es oposición; eso sería oposición.
- Es que estaba pensando en el juego del ritmo, por ejemplo, que parece que es un juego... podría ser -¿no?- la alternancia de sí o no; podría ser algo así, y sin embargo no se podría todavía, o se estaría muy lejos, de poder hablar de los rasgos de cada cosa como para poder decir que coinciden en todos y en uno no. Pero... pero sin embargo parece que ese juego de alternancia tiene algo de sí o no. ¿No?
AGC - Sí, efectivamente. Se puede decir -y se dice de vez en cuando, y yo mismo lo habré dicho- que tomado el trascurso... tomando el trascurso se puede decir que la alternancia entre tiempo marcado y tiempo no marcado, entre tiempo marcado/intervalo, y intervalo/tiempo marcado es un caso de oposición sí o no. Efectivamente está en el trascurso. El trascurso, en cuanto se toma como ya dentro de la Realidad, nunca puede darnos nada exacto, nada definitivo, es ilustrativo, nos guía pero no puede llegar a eso. Por ejemplo, a cualquiera sin necesidad de ser un músico, a cualquiera con un trascurso temporal se le puede... se le puede ocurrir convertir la simple alternancia entre tiempo marcado y no marcado en una alternancia más compleja en que el intervalo esté a su vez dividido por una submarca... por una submarca que establezca dentro del intervalo una nueva diferencia entre sí o no, y que por tanto, al complicar la cosa, evidentemente la difumina, eso es la Realidad, así es la Realidad.
Sí, pero el caso desde luego has hecho muy bien en sacarlo. [] el caso es interesante: la diferencia en el trascurso tendiendo a hacerse oposición de sí o no, tendiendo a hacerse en primer lugar una oposición numérica: el ritmo que se convierte en una razón numérica perfecta, o que tiende a hacerlo, es decir, se convierte en una razón de 3 a 4, en una razón de 9 a 16, por poner casos triviales, que son efectivamente ya no sólo ritmo sino esa pretensión de que el ritmo se vuelva exacto. Y esa exactitud numérica (sucede con los números) va en el camino de establecer la oposición ‘sí o no’. Porque -como hemos dicho más de una vez- está claro que con un número mismo, con un cardinal mismo de la serie, no se puede jugar a más o menos: 5 es 5 o no es 5, y todo lo demás ya son artilugios que tratan de desfigurar la cosa ¿no? Pero más, más ocurrencias, objeciones, dudas respecto a todo esto.
- Bueno, yo, éste es un tema que no me gustaría llevarlo por el plano científico, paso de ello. El doctor Marañón era un hombre que hizo un estudio sobre la sexualidad desde el punto de vista de un endocrino, llega a la conclusión de que hay una superdiferenciación -y por eso lo traigo-, que es en el caso del poeta... del poeta suizo éste, Amil o Ariel, que...
AGC - ¿Del poeta?
- De un poeta suizo que tenía un problema de superdiferenciación. Entonces necesitaba el nombre propio, o el nombre propio por lo menos, un tipo propio de persona, que era con la única que él podía tener una relación amorosa, que era superdiferenciado. Marañón lo describía como la superdiferenciación, que sería pues la explicación del nombre propio a la relación sexual.
AGC - Sí, sí. Es oportuno, Jaime.
- Y, entonces, esto yo lo traía porque me parece que tiene algo de [] con lo que tú estás diciendo.
AGC - Sí, sí, tiene, tiene que ver con esto.
(Tenéis un par de asientos, o no. No estoy seguro, pero alguna silla por ahí queda, si no queréis estar []).
Efectivamente, es un caso que él, supongo, que saca como patológico simplemente porque es extremo, pero desde luego es el caso corriente de cualquier enamorado verdaderamente costante. Verdaderamente costante y verdaderamente fiel. El aferramiento, como percibís, es necesariamente al nombre propio, es decir que no sólo se ha... no sólo se ha alejado de la torpeza del burro que puede hasta confundir una burra con una yegua, y que desde luego no distingue entre una burra y otra, sino que ha llegado a mucho más allá que la unidad o la sola (o una de dos) más que la unidad, y más allá es justamente Fulana de Tal; Fulana de Tal, o en el caso inverso: Fulano de Tal: una alusión al nombre propio. Y lo que os estaba sugiriendo, pero decidme si lo sentís o no, es que todo lo que se manifiesta como especialmente feroz en la relación sexual amorosa, en los casos que nos interesan como reveladores precisamente por su propia ferocidad, tiene que ver... tiene que ver con esto. Y, claro, no sólo me refiero a los casos de la atracción sino a los de la repulsión, porque esto lo hemos visto ya en los ejemplos de Física que os he traído: la atracción comporta la repulsión. Y justamente lo que estamos analizando es la manera en que lo uno se combina con lo otro, se compenetra para hacer la misma cosa. De manera que todo lo de los asesinatos de mujeres o (menos veces) de hombres por amor, que se da a cada paso, pues naturalmente son otras tantas muestras de lo mismo ¿no?, no hay ni que decirlo. Pero más. Sí
- Parece que lo del sexo es una forma que tienen ciertas cosas de reproducirse...
AGC - Eso dicen.
- ... pero parece que lo del hombre... el nombre propio está en contra de la reproducción, que lo que apunta el nombre propio no puede reproducirse.
AGC - Desde luego, de Rerum Natura, de la Naturaleza cuentan eso; eso es un mecanismo que ella tiene para que se reproduzcan. Desde luego, los enamorados, los enamorados furibundos se han desentendido completamente de tal función, no quieren saber nada de ninguna descendencia, de ninguna obediencia o utilidad, eso es ahora sin más y en sí la relación amorosa; eso está bastante claro. En cuanto a la imaginería científica y vulgar que relaciona el sexo con la reproducción, eso es como las demás imaginerías acerca de la Realidad. Efectivamente reúne... reúne datos que no se pueden... que no se pueden negar, y establece unas relaciones de causa... de causa/efecto que sí se pueden negar, que sí son fáciles de negar además y de desvirtuar, y ya estamos acostumbrados a habérnoslas con ese tipo de... con ese tipo de cosas. Desde luego no sólo es que a un enamorado furibundo no le puede uno venir con el cuento de la reproducción, se sentiría insultado, sino que a mí -a mí, sin enamorado de nada, tal como estoy hablando ahora- tampoco me pueden venir con ese cuento, vamos, eso es algo que no sirve más que para distraernos en la empresa de desenredar... de desenredar este lío ¿no? Es verdad que se puede decir que el desenlace en reproducción o en emparejamiento, o matrimonio y reproducción, como se quiera, es una especie de manifestación del fracaso del intento. Del fracaso del intento... del intento de fidelidad, de fidelidad perfecta al nombre propio, esto de una dualidad sola que pueda garantizar la unidad de una manera paradójica. Es cierto que se pueden tomar como manifestaciones del fracaso que, por otra parte, no son más que manifestaciones de lo que pasa en la Realidad: la Realidad siempre es aproximativa, y lo demás son intervenciones del ideal, que justamente nos estamos encontrando aquí, por si acaso no os habíais dado cuenta: estamos viendo que en esta cuestión de la diferencia elevada a oposición no juega la Realidad sola. Supongo que ya hemos visto lo bastante para desentendernos de esa []: no juega la Realidad sola, estaban jugando los entes ideales, está jugando la intervención de Dios, es decir, de aquello que no existe de por sí, pero que continuamente está interviniendo en la Realidad, y está interviniendo en este caso de la manera que estamos viendo. De manera que el que después la observación nos muestre los descarríos y los fracasos de la idealidad en sus intentos, pues está bien, hay que hacerlo todos los días, pero -vamos- eso no es más que un caso de... un caso de la operación trivial y costitutiva de la Realidad misma. ¿Qué más? Sí.
- No sé cómo enlazas entonces el principio éste de la identidad de los indiscernibles en todo esto lío, cuando parece que se exige en cierto sentido. ¿Cómo lo enlazas?
AGC - ¿Se exige?
- Lo de la identidad de los indiscernibles, lo de Leibniz, cuando, para explicar las cuestiones de Física, se ve obligado a enunciar este principio ¿no?
AGC - Los indiscernibles, sí. Sí, pero habla, habla un poco más. ¿Qué te pasa a ti con los indiscernibles?
- De alguna manera es una imposición desde fuera, en cierto sentido. Lo que se supone que es lo mismo, que no hay forma de distinguirlo, parece que por algún mecanismo, el que sea, somos capaces de fijar que uno es diferente al otro, pero no por negación, parece. Vamos, tampoco yo soy un entendido del Leibniz, ¿eh? Así que, no conozco bien...
AGC - No, no, no. No, pero bueno.
- ... cómo lo formula él.
AGC - Bueno.
- Lo saqué por si puede ayudarnos.
- No, más o menos lo que formula es que si dos cosas tienen exactamente las mismas propiedades, ya no son dos cosas sino que son una, o sea que son indiscernibles. Pero, bueno, siempre está la posibilidad de que esas cosas, para empezar, están en sitios diferentes aunque tengan todas las otras propiedades exactamente iguales. Habría que abstraerse y hablar de un mundo en el que no hubiera relaciones espaciales, para empezar.
AGC - No: podría también hacer []…
- Como dos bolas, por ejemplo, girando una en torno a la otra que tiene las mismas posiciones relativas, aunque todos los componentes -densidad, volumen, peso, etc., etc.- fueran iguales y las bolas estuvieran ocupando el mismo sitio, girando la una en torno a la otra, no dejan de tener... de tener posiciones relativas diferentes. Con lo cual, parece imposible que todas las propiedades confluyan en dos cosas haciéndolas una.
- Pues yo creo que los problemas de situaciones que no se distinguen por situación, yo creo.
AGC - Pero bueno, incluso... incluso estaba el problema, que es lo que ya salía: si también la posición se introduce como cualidad, pues se puede reproducir; la visión teórica de Leibniz se puede reproducir, no hay inconveniente. Se podría reproducir en otro plano. No, si de lo que se está tratando aquí es, si efectivamente -no ya de que lo mismo sea el ser que el conocer, que es lo que en lo de indiscernibles está presente, y dejando de fuera que indiscernibles parece introducir un sujeto que él juzga acerca de los objetos y que los declara justamente indiscernibles, dejando todo eso- lo que más a fondo juega es efectivamente la unidad o -como antes he dicho- singularidad consistente en precisamente en la diferencia convertida en oposición. Porque es de lo que se trata en todo este juego: la unidad consiste en la diferencia, en cuanto que las dos cosas se dan. Estos son los problemas de los físicos, que ya hace dos años o tres nos sirvieron de mucho, se dan de una manera istantánea. ‘De una manera istantánea’ que quiere decir simultánea, que anula por tanto el tiempo real y, que de esa manera precisamente, al anular el tiempo real, al mismo tiempo las dos cosas diferentes establecen eso, tratan de establecer eso de la misma, ella misma: la identidad. Seguid, no sé. No sé si se le puede sacar algo más a esta cuestión de los indiscernibles.
- No, que parece que como que hay casos en los que sí se pueden establecer oposiciones, y casos en que no. Por ejemplo -hablando un poco como lo decías tú- en las cosas más de andar por casa, como un guijarro o un ladrillo, parece que no hubiera una oposición ahí; luego, conforme se va avanzando (no sé en ese nivel de abstracción que dices, porque yo no sé hasta qué punto un spin de un electrón es menos abstracto que un fonema, pero bueno, puede que lo sea) parece que hay como niveles en los que sí que se empiezan a establecer oposiciones como inanimado/animado, como masculino/femenino, etc., etc...
AGC - Con la abstracción...
- ... incluso en propiedades que sí, propiedades tienen... hay algunas que tienen opuestos, como ‘ser mayor que’, pues el ‘ser menor que’; pero hay otras propiedades que no parece que lo tengan tan claro, como ‘ser natural de X’, que no pare-... o por ejemplo, ‘estar coloreado’, que tiene la oposición de ‘no estarlo’, pero ‘ser de color rojo’, que es también una propiedad, no parece que tenga una oposición clara.
AGC - No.
- Porque, claro, sería ser de cualquier... no ser de todos los demás colores. Pero bueno, entonces, en lo de masculino y femenino, que sí parece que hay una oposición, o incluso entre hombre y mujer, parece que si luego ese hombre y esa mujer se afanan en usar sus nombres propios para... para designarse el uno al otro, parece que lo que quieren precisamente es romper esa oposición, porque no parece que un nombre propio se pueda oponer a nada...
AGC - Sí, eso es lo que...
- ... precisamente, a lo mejor, lo que están buscando es romper esa oposición que pueda haber entre ellos.
AGC - Están buscando, más exactamente, lo que acabamos de decir: están buscando la singularidad, la unidad que es la singularidad, ser uno, es decir ser los dos simultáneamente, y por tanto que la diferencia -el ser dos- convierta aquéllo en un ser uno. Es lo que decíamos antes de que en efecto parece que el ascenso en el nivel de abstracción va por otro camino que el de la introducción del nombre propio como la pretensión de singularidad. Pero yo creo que aquí se ve que no es así, que hay una relación posible en cuanto nos fijamos en esto de la diferencia, los dos a la vez siendo uno como sosteniendo la unidad, la singularidad. Desde luego hay que partir como yo he partido hoy: de que las cosas corrientes no se oponen por negación. Que no hay... no hay en la Realidad cosas que sean no tomate -no tomate-, cualquiera, o cualquiera que venga... cualquiera que venga, o cualquier pimiento, o cualquier naranja que venga y quiera y que pretenda ser lo contrario del tomate, pues va a fracasar, no tiene sentido, la no tomatidad no determina absolutamente nada.
Por cierto, que si se estudia... al estudiar la negación parece que esto se puede aplicar también a los nombres propios. No sé si recordáis el caso de la no bogotalidad de la capital del Perú. La no bogotalidad de la capital del Perú, esa especie de invento que juega con los topónimos y que efectivamente pretende ser con el uso de la negación, porque no es Bogotá, pero tampoco por ese camino llegaría nunca a determinar, por negación, a la capital del Perú, que requeriría para ello venir a estar dotada de su nombre propio ¿no?
Bueno, pues seguimos... seguimos [] en esto porque yo creo que estáis...
- Yo quería preguntarte una cosa respecto a esto, que es que precisamente en esto de la relación amorosa sexual, es donde más claramente se ve el hecho de que la relación es una tercera cosa, que es la que yo creo que anula eso de la contrariedad, porque son tres, como lo del Espíritu Santo, es que el tercero ése está ahí para que no se planté el tema de la... o se supere el problema de la contradicción del nombre propio.
AGC - Pero el tercero, el Espíritu Santo de la Trinidad, es justamente de lo que estamos hablando ahora, Isabel. Es el...
- Pues muchas gracias.
AGC - ... el hecho de que la relación istantánea, simultánea, entre dos, a la vez costituya la unidad. Es lo que Él hace -el Espíritu Santo- con el Padre y el Hijo. Es justamente lo que hace con el Padre y el Hijo.
- Pero es una introducción de un tercero que no es un tercero, que es...
AGC - Es de lo que estamos... Es de lo que estamos hablando. Es eso...
- ... está entrañado en el dos.
AGC - No, no: es eso justamente de lo que hablamos: el hecho de que la unidad quiera consistir justamente en una especie de dualidad simultánea, dualidad reducida a la istantánea simultaneidad. Esto, desde luego, lo que nos hace ver a todos claramente es que las cosas no se contraponen entre sí en cuanto cosas sino sólo por intervención, por intervención de entes ideales en los cuales juega el del todo, el nada en absoluto, el no, el uno, el uno solo, y todo lo demás. De manera que son los ideales del más alto grado los que vienen a intervenir, a entrar como un rayo en las entrañas de cualesquiera relaciones entre cosas, hasta las del tipo de la relación sexual y demás. Esto creo que está bastante claro. Los nombres propios por otro lado (salto a la otra vía) no costituyen de por sí Realidad. Nosotros hemos tenido que dejarlos de alguna manera fuera, tanto en Gramática como en este intento. Los nombres propios no hacen Realidad; la Realidad se hace con palabras de significado; la Realidad requiere, las cosas requieren, estas dos condiciones que hace tres o dos días os presentaba como costitutivas: que lo haya y que sea lo que es. Y este ‘que sea lo que es’ se obtiene por la vía del significado: el hecho de que la rosa sea rosa, la planta sea planta, la hembra sea hembra, lo masculino sea lo masculino, etc., etc., subiendo por la escala, solamente por esta vía, por significados de palabras en los diferentes grados de abstracción en cualquiera de los idiomas, incluidos los científicos. De manera que la intervención... la intervención del nombre propio aparentemente es otra intervención que la de los ideales.
Esto desde luego es una cosa con la que nos tropezamos hace dos meses o mes y pico, cuando tratábamos de perseguir este bicho inasible al que el nombre propio... al que el nombre propio tira -¿no?- como es esa intervención en la Realidad que se distingue netamente de la intervención de los entes ideales, pero que desde luego no es tampoco de por sí costitutiva. Por eso, tal vez, son ispiradoras las observaciones que os he propuesto respecto a las apariciones que pueden ser como prenuncios de ese [] nombre propio, las apariciones que nos parece observar por ejemplo entre los pájaros, que es como si tuvieran puesta la etiqueta en su pareja, en su nido, en sus polluelos. ¿Qué más os parece a vosotros acerca de eso?
- Yo creo que lo que no acabo de entender en el caso del nombre propio ¿que se establece como la oposición consigo mismo? Los dos términos de la oposición serían... o sea, que sería él consigo mismo. No sé... No me está quedando claro.
AGC - Lo que en otras sesiones veíamos claramente es que no se trata sólo de haber llegado a la intervención del ideal de tal forma que uno sea uno y sólo uno, a la singularidad, que con eso... que con eso no basta, que con eso no basta. Se puede decir incluso que la pretensión de que cada uno es cada uno es una pretensión que al mismo tiempo está repartida a cualesquiera que tengan esta misma pretensión, mientras que después el nombre propio pretende otra cosa, pretende que sea singular, pero singular de una manera mucho más todavía incontrovertible, inatacable, irrepartible, incomunicable con nadie. Y por eso es por lo que no nos quedaba más remedio que reconocer que el modelo al que cualquiera con su nombre propio obedece es el Dios de la vieja Teología, Dios es el detentador... el detentador del nombre propio. Sí.
- Entonces, ¿puede haber el ‘cada unos’ sin tener nombres propios?
AGC - Claro.
- Que pueden hacer que cada uno sea cada uno sin utilizar []...
AGC - Con la mera intervención del ideal, la mera intervención de los números. ¿Eso parece claro?
- La numeración de los elementos, por ejemplo.
AGC - Claro.
- ¿Y no sería una manera de poner nombre propio?
AGC - Pues no. Parece que no es lo mismo. Parece que la numeración de las cosas no basta para que Fulano de Tal, con su nombre, se convenza de que él es uno como cualquier otro uno de los que andan por ahí. No. Él es uno, pero además es Fulano de Tal, como Dios.
- Es que como en el carné de identidad pasa eso de que está el nombre propio y al mismo tiempo un número, que parece que eso sirve para...
AGC - En el caso ¿has dicho?
- En el carné de identidad...
AGC - Ah.
- ... que está el número.
AGC - Ah, hay una colaboración, eso sí. Sí, sí, sí. Por supuesto, ahí al mismo tiempo se está confirmando la Realidad propiamente dicha por medio de... por medio de la numeración que implica el significado, porque si hay un número eso quiere decir que hay tantos...
- Son hombres, o españoles, o algo así.
AGC - ... hay tantos de esa... que entran en esa cuantía, por ejemplo: españoles, por un lado. Eso es la intervención del significado pero sometido a la idealidad del número; y luego, por otro lado: el nombre propio; el nombre propio de los padres, el topónimo de la localización que haga falta. De manera que se dan las dos cosas colaborando, sí, en el documento de identidad.
- Y, bueno, no sé si viene del todo a cuento, pero ¿el número del carné de identidad cuenta?, o sea, de verdad empieza en uno y sigue el dos, tres, cuatro, cinco, o sea que si yo tengo tal número es que soy la ciudadana número tal?
AGC - Ya, pero no quiere...
- ¿O no?
AGC - ... no quiere decir []...
- Es que parecen más como nombres propios ¿no?
AGC - Sí, sí.
- ... parece más que a ti te corresponde un número.
AGC - Sí. Sí, pero el orden... el orden de administración del número no cuenta, ése está abstraído. El caso es que sea un número distinto de cualquier otro.
- Por eso me parecía un nombre propio.
AGC - Ah, que los números sean distintos unos de otros, no. Eso ya es lo que pertenece justamente a ese tipo de entes ideales que son los números, y que estuvimos tratando entonces. El caso de la aplicación a cosas del nombre propio, no a otros, no a entes ideales, es distinto. Es distinto. Es que los números es absurdo operar y tener nombres propios, porque son otra istitución, otra istitución de orden ideal, y los nombres propios se aplican solamente a cosas; a cosas aparte de su Realidad.
- Pero es que estaba pensando que en este caso es distinto ¿no? Si aquí tuviésemos que hacer por ejemplo una votación, una asamblea ¿no?, y veinte votaran que sí, y treinta votaran que no, el que votara en el número quince, ese número quince no es igual que el número que uno tiene en el carné de identidad. Que es el número del carné de identidad sí que le identifica y le diferencia de todos los demás, sin embargo el número del orden que ha hecho el número quince no le diferencia esencialmente de los demás.
AGC - No, pero es que yo creo que tampoco la repartición del número del carné cuenta de hecho para la Administración, da igual; da igual también. El caso es que... el caso es que haya aceptao que tiene un número como lo tiene cualquier otro, y que ese número es distinto de cualquier otro número. Es así.
- Sí, pero en ese sentido ¿no sería como un nombre propio, como dice ella?
AGC - No, no. No. No, no, porque eso es una istitución de diferente orden. No, el... Sí. Por desgracia, esta istitución por más que la veamos tan terrenal, tan palpable, que veamos incluso esas preapariciones en el caso de algunos pájaros, solamente empieza a entenderse bien cuando se llega a Dios que es la aplicación extrema del nombre propio al mismo tiempo que pretende abarcar toda la Realidad. Pero ahí, ahí es donde desaparece lo que de todas maneras hemos dado como fundamental para entender esto, que es que la simultánea istantánea dualidad entre dos se convierte en unidad, es que se ve que a Dios tampoco le basta con ser uno, ser uno ha quedado muy atrás en la vieja Teología, yo creo ¿no?, la desaparición de otros dioses no basta; el pensamiento de que puede haber Diosa junto a Dios, no basta. Este entender que mucho antes de que la Teología quisiera desarrollar a esto, esto ya está anunciado en el poema de Parménides, sí. Es también respecto... respecto a lo que Él, negando toda la Realidad, negando la verdad de toda la Realidad, establece como lo solo verdadero, que consiste en que ‘el que es es el que es’, ‘lo que es es lo que es’ -como queráis decirlo, el que es es el que es, y lo que es es lo que es-, es ahí donde se ve que tampoco decir -como algunos de los filosofantes han hecho-, decir que es uno, es una impertinencia, uno ha quedao ya mucho más abajo. Ya cuando se está en esa actitud, los [] que es el que es, no basta, no se puede decir que es uno, eso es de alguna manera degradarlo, lo mismo que... lo mismo que al Dios de la vieja Teología, ¿no? Y, bueno, pues por ahí también tenemos que penetrar en el misterio éste de esa especie de rayo que, por vía de intervención del ideal -la necesidad de ser el que es, no ya uno entre los que son, sino ser el que es, lo único que es- garantizada por lo inequívoco del nombre propio, tenga que llevar a todas estas apariciones que nos hemos traído.
- Perdón, un momento. Si el nombre propio apunta a lo singular -¿no?- ¿al haber muchos nombres propios hay muchos singulares?
AGC - No, no. Ya he dicho que el nombre propio no es el uno, que uno es otra cosa. Uno efectivamente se podría decir que ya garantiza la singularidad, pero no basta, porque mismamente se puede decir que cada uno es uno; cada uno es uno y eso a Fulano de Tal no le basta. Aparte de ser uno tiene que ser Fulano de Tal para que no se confunda con ninguno, porque eso es lo que otro no puede ser. Eso es lo que otro no puede ser: Fulano de Tal. Vamos, ya se sabe que si lo es por accidente de homonimia, eso se cura enseguida y no cuenta ¿no?, no hay posible coincidencia ¿no? [] es la condición. Para Dios lo dice el acertijo bien conocido ¿no? “Vio un pastor en la montaña /lo que no vio el rey de España / ni Dios con todo su poder / tampoco lo pudo ver”. Es decir que se apela primero vagamente al rey de España, que efectivamente podría decirse que es simplemente uno, pero no, no: uno no, porque rey de España hay y ha habido muchos, es que es el rey de España actual, lo cual quiere decir una aplicación de nombre propio. Y desde luego Dios con todo su poder tampoco lo pudo ver, es decir que lo mismo que Fulano de Tal, eso no cabe.
- Pero, que den la solución.
AGC - Sí, perdona, que es que había...
- Que den la solución ¿no?, que es lo bonito. Pregunta cuál es la solución.
AGC - Hombre, por favor, si la solución es la que estoy diciendo.
- Ah, ¿la estás contando tú?
AGC - Si es la que estoy diciendo.
- No, pero que lo digan. A ver si se han enterao.
AGC - Pero que es la que... La solución es la que he dao.
- ¿Cuál es la solución?
AGC - Ya lo he dicho.
- Otro como él, otro pastor ¿no?
AGC - Claro, es lo mismo.
- Pues si no lo dices, tampoco se entera uno mucho.
AGC - ¿Eh? ¿Qué?
- Házselo a los niños, a ver.
AGC – ‘Otro pastor’ es una solución equivocada, por cierto.
- Otro como él.
AGC - Porque... porque pretende que su caso, que el caso de ‘un pastor’, dicho así con artículo indefinido, sea equiparable con el caso de Dios, y no, no es. Quiere compararse, es una aspiración ideal...
- El rey de España anda muy dividio.
AGC - ... es una solución engañosa. ¿Qué más había por ahí? Sí.
- Parece que la oposición entre los dos nombres en una pareja, así, sea de amor o sea de odio, que es... parece que es tan desnuda, que es tan clara que uno no puede ser el otro porque se llaman distinto, que se tiene que... que como que adornar de rasgos, de explicaciones, de fundamentos de otro tipo, de otro tipo de la diferencia. Decir “No, es que el uno no es el otro”; dicen por ejemplo “el Madrid y el Barcelona”, pues que uno... se intentarán distinguir no solamente por eso, porque si no, aparecería tan desnuda la oposición, porque si no, ¿qué los distinguía, si sólo es el nombre propio...?
AGC - Sí. Los nombres propios no llegan a costituir Realidad. Efectivamente, tienen que apelar a las dos cosas. Para que sean absolutamente distintos tiene que ser Madrid/Barcelona, tiene que ser Tino y Tinuca; Tino y Tinuca, eso es lo que [] absolutamente singulares por nombre propio. Pero luego, claro, como tienen que andar en la Realidad, pues tienen que apelar a las propiedades y a los significados, es decir entrar en la Realidad corriente propiamente dicha, sí.
- Parece que son excusas, porque lo que se está manteniendo es que el Madrid no es el Barcelona, pero...
AGC - No, pero es que quieren mantener lo uno como compatible con lo otro. Vivimos tranquilamente en esta situación en que Fulano de Tal es Fulano de Tal y nadie se lo puede discutir, Atenas está donde está y nadie se lo puede quitar, y al mismo tiempo son reales, es decir, tienen... tienen las condiciones de una persona, de una ciudad o de cualquier otra cosa con significado que son las que se llaman reales: en esa especie de componenda o contradicción vivimos, sí. Nos...
- Sí. Cuando decías antes, este rey, el rey actual, que era como una aplicación del nombre propio, eso me recuerda algo que siempre sentí con los nombres propios, la relación que tenían con el deíctico, con la... señalar es como una manera de perpetuar con un deíctico continuo. No lo sé, es algo... una relación que a mí me llamaba mucho la atención.
AGC - Sí. Teníamos que haber distinguido hoy un poco más... haber vuelto un poco más sobre ello. Porque efectivamente se dan... se dan como equivalentes en “Ese camarero” y “Juan Manuel”, como formas de señalar, pasan como... pasan como equivalentes. Notad que cualquier cosa del tipo “Ese camarero” que tiene un nombre con significado propiamente costitutivo de realidad, y un índice que apunta al campo en que se está hablando, es una designación de por sí ya mixta, que efectivamente no sólo... no sólo produce la cosa, sino que además la sitúa con respecto al acto de hablar, que no es de por sí real. Y, efectivamente, se dan como... se dan como equivalentes, está claro que no lo son, hay muchas ocasiones en que “Juan Manuel” no se puede designar como “Ese camarero”, por ejemplo no está aquí a la mano para que lo designemos, pero de todas formas se dan en muchas situaciones como si fueran... como si fueran equivalentes, sí. Sí, convenía haberlo recordado. Recordad los problemas de la lógica en que se habla de la verdad de las proposiciones del tipo “El actual rey de Francia es calvo”. Todos lo recordáis esto, donde las cosas de los acertijos de la lógica elemental donde... es para la cuestión de verdad ¿no?, estas cosas que se dice de esto que “¿Es verdad o no es verdad?”. Cómo va a ser verdad ni va a ser no verdad, cuando no hay tal cosa como ‘el actual rey de Francia’. ¿Cómo entonces va a ser []? Esas cosas con las que tanto se ha enredado, y efectivamente, ahí ‘el actual rey de Francia’, pues se hace pasar como si fuera una especie de nombre propio, aunque, en ese caso, aplicado al vacío, pero eso da lo mismo exactamente.
Bueno, creo que tenemos que seguir desenredando mucho todavía en esto. Y entonces, pues eso: si el Señor nos lo permite y no se enfada mucho, dentro de siete días, pues nos seguiremos... nos seguiremos viendo por aquí.